jueves, 23 de abril de 2015

DE CÓMO EL VATICANO INTENTÓ DETENER EL GENOCIDIO ARMENIO

Interesante descubrimiento: Los planes otomanos eran mucho más ambiciosos, ¡querían acabar con todos los cristianos de Turquía!




Diane Montagna*


¿Por qué el Papa Francisco hizo esos comprometidos comentarios el domingo (12 de abril) sobre el Genocidio Armenio que causaron tanto furor en Turquía?

Para ayudar a comprender la verdadera historia detrás de las atrocidades de 1915-16, Aleteia entrevistó al historiador y escritor alemán Michael Hesemann, quien estuvo en la misa del domingo en San Pedro por la conmemoración del centenario del genocidio, también conocido como Metz Yeghern [el Gran Mal].

La atrocidad implicó el exterminio sistemático, por parte del gobierno otomano, de sus súbditos armenios, minoritarios dentro de su patria histórica, que se encuentra dentro del territorio que constituye la actual Turquía. El número total de personas muertas en lo que también se conoce como el Holocausto armenio se estima entre 1 y 1,5 millones.


En un nuevo libro, titulado El Genocidio Armenio (Völkermord an den Armeniern), Hesemann revela por primera vez el contenido de documentos nunca antes publicados sobre "el mayor crimen de la Primera Guerra Mundial", y cómo el Papa Benedicto XV y la diplomacia vaticana trataron de detener las deportaciones de los armenios al desierto de Siria, salvar a las víctimas y evitar la masacre de todo un pueblo.

En esta entrevista, Hesemann comparte sus hallazgos, que incluyen pruebas de la participación masónica, y expresa tanto su admiración por Francisco por llamar la atención sobre el genocidio de los cristianos y las minorías étnicas, y su decepción por la ausencia del embajador de Alemania ante la Santa Sede en la misa conmemorativa del pasado domingo.

- Dr. Hesemann, ¿que le llevó a escribir un libro sobre lo que los documentos contenidos en los archivos del Vaticano revelan sobre el Genocidio Armenio?

En realidad fue una especie de coincidencia. Yo trabajo como historiador de la "Pave the Way Foundation", en una importante investigación de todos los aspectos de la vida de Eugenio Pacelli, el hombre que finalmente se convirtió en el Papa Pío XII.

Desde 1917-1925, Pacelli fue nuncio en Munich, así que navegué por los archivos de la Nunciatura Apostólica en Munich, sólo para descubrir una carpeta con el título "La persecución de los armenios" .

Lo abrí y encontré una carta del entonces arzobispo de Colonia, el cardenal von Hartmann, al Canciller alemán, Graf (conde) Härtling, en el que califica la persecución de los armenios como "no menos brutal que la persecución de los cristianos en los primeros siglos del cristianismo". El arzobispo solicitaba una intervención alemán urgente, por desgracia, en vano.

En la misma carpeta encontré una copia de una carta escrita por el Papa Benedicto XV al sultán, pidiendo misericordia para los armenios inocentes. Estos documentos me tocaron mucho y despertaron mi curiosidad. Sentí que sólo había tocado la punta de un iceberg, y estaba seguro de que iba a encontrar más datos, y de hecho lo hice – unas 2.500 páginas hasta ahora.

Pronto me di cuenta de que ningún historiador había trabajado aún con la mayoría de estos documentos, y que toda esta información era obviamente desconocida incluso para los principales expertos en el Armenocidio.

Dada la importancia de su contenido, me decidí a escribir un libro, poniendo los documentos en el contexto de lo que ya sabemos acerca de los acontecimientos de 1915-1918.

- ¿Cuál fue el descubrimiento más sorprendente e inesperado en los archivos del Vaticano sobre el genocidio armenio?

El descubrimiento más sorprendente fue que el genocidio armenio era, de hecho, sólo una parte de un plan más grande – el exterminio de todas las minorías no musulmanas en el Imperio Otomano.

El movimiento "Jóvenes Turcos" gobernante entró en contacto con las ideas europeas sobre el nacionalismo, y con el concepto de que sólo un estado homogéneo puede ser un Estado fuerte.
 Ellos creían que la debilidad del Imperio Otomano estaba causada por su carácter multirreligioso y multiétnico.

Querían "curar" esta "debilidad" mediante la eliminación de todos los elementos “extranjeros”, lo que significaba primero a los cristianos, que sumaban el 19% de la población a principios de 1914. Además de los armenios, también arameos y cristianos asirios, grecocatólicos y grecoortodoxos, fueron perseguidos y asesinados.


La pretensión de Turquía de una conspiración entre Rusia y algunos líderes armenios no era más que una mentira para justificar esas medidas. Si ese fuera realmente el caso, ¿por qué mataron a mujeres y niños inocentes, también? Y ¿por qué no se perdonó a los demás grupos cristianos, que nunca estuvieron bajo sospecha? De hecho, el Secretario de Interior de Turquía, Talaat Bey, dijo francamente a Johann Mordtmann, de la Embajada de Alemania, según un informe de éste a Berlín: "El gobierno (turco) usa la guerra para deshacerse de los enemigos internos – los cristianos indígenas de todas las denominaciones – sin intervenciones diplomáticas de naciones extranjeras ".

Esto también es lo que leemos en algunos de los documentos del Vaticano, por ejemplo, un informe escrito por el P. Michael Liebl, misionero capuchino austriaco, que descubrió en Samsun : "No los armenios, los cristianos fueron condenados (a muerte) en una reunión secreta de los Jóvenes Turcos hace 5 o 6 años en Salónica".

- ¿Qué medidas adoptó Benedicto XV a nivel diplomático para ayudar a salvar a los armenios de la deportación al desierto de Siria ?

Ya en junio de 1915, el Vaticano tenía una vaga idea de lo que había ocurrido en el este de Anatolia. Un mes más tarde, no había ninguna duda acerca de las horribles masacres llevadas a cabo contra la mayoría de la población masculina armenia. Durante todo el mes de agosto de 1915, Mons. Dolci – el Delegado Apostólico en Constantinopla – hizo todo lo humanamente posible para interferir diplomáticamente – sin ningún éxito .

Cuando los drásticos informes llegaron al Vaticano en septiembre de 1915, el Papa Benedicto XV no perdió más tiempo y decidió actuar. Envió una carta autógrafa al Sultán Mehmet V, pidiendo misericordia para los armenios. Los turcos se negaron incluso a recibirla. Durante dos meses, Mons. Dolci intentó de todo para entregarla a su destinatario, pero no fue recibido por el Sultán.

Sólo cuando pidió ayuda tanto al embajador alemán como al de Austria, se le concedió una audiencia. Cuando después de otras cuatro semanas, el sultán respondió, la mayoría de las deportaciones ya se había realizado. Todas las promesas de los turcos de poner fin a las masacres o de salvar a un grupo u otro – o de hacerles regresar a casa – resultaron ser mentiras.

En diciembre, el Papa Benedicto habló del fracaso de todas las intervenciones diplomáticas en su alocución a los Cardenales en el consistorio del 6 de diciembre de 1915. En ella, habló del "afligido pueblo armenio, ya casi completamente llevado al exterminio".

En junio de 1916, el Patriarca armenio católico tuvo que informar a la Santa Sede: "El proyecto de exterminación de los armenios en Turquía sigue en marcha. ( ... ) Los armenios exiliados ... son expulsados ​​continuamente al desierto y despojados de todos los recursos vitales. Ellos perecen miserablemente por el hambre, las enfermedades y el clima extremo. ( ... ) Es cierto que el gobierno otomano ha decidido eliminar el cristianismo de Turquía antes de que la Primera Guerra Mundial llegue a su fin. Y todo esto sucede en la cara del mundo cristiano".

- ¿Por qué es esto está saliendo sólo ahora a la luz?

Sí, buena pregunta. Por supuesto, los archivos del pontificado de Benedicto XV sólo se han abierto desde la década de los 90. Además de esto, no muchos historiadores tienen acceso a ellos. Y tal vez nadie tenía ni idea de lo que iba a encontrar allí - es sólo una suposición.

- Entre los documentos contenidos en su libro, se incluye una carta escrita por el superior de los capuchinos en Ezrurum, P. Norbert Hofer, al Vaticano, en octubre de 1915, que afirma: "El castigo de la nación armenia (por supuestas revueltas) no es más que un pretexto utilizado por el gobierno turco masónico para exterminar a todos los elementos cristianos en este país".

Muchos lectores pueden sorprenderse al escuchar mencionar a los masones en relación con el genocidio armenio, particularmente a la luz de la voluntad de unir a Turquía con el Islam sunní como religión de Estado. ¿Puede explicar la relación de los masones con el genocidio armenio, y quiénes eran los "Jóvenes Turcos" a los que ha hecho referencia anteriormente?

Sí, por supuesto. Hubiera sido fácil y más bien populista culpar al Islam del genocidio armenio, especialmente ahora que nos enfrentamos a horribles acontecimientos de nuestro tiempo en la misma región, como la masacre del ISIS contra cristianos y yezidíes en el norte de Siria y e Irak.

Pero ninguno de los responsables políticos del genocidio, ni Talaat ni Enver ni Cemal Pasha, era un musulmán fanático. Los jóvenes turcos eran muy distintos de los fundamentalistas. Eran un movimiento joven, revolucionario, iniciado por académicos turcos que habían estudiado, en la mayoría de los casos, en París, donde entraron en contacto con los ideales de la masonería y del nacionalismo europeo. Muchos de ellos fueron aceptados por las logias masónicas y, de hecho, la Logia de Tesalónica se convirtió en una especie de cuartel nacional para ellos.

Talaat Bey - el principal responsable del Genocidio Armenio – fue incluso Gran Maestro del Gran Oriente de la Masonería Turca. Eso es un hecho histórico. La ideología de los Jóvenes Turcos se puede describir como "proto-fascismo". Sólo que raza no jugó un papel como elemento unificador, ya que no hay existe una "raza pura" turca . Más bien, fue sustituido por la religión, en este caso, el Islam sunní.

Por lo tanto, el Islam fue instrumentalizado por razones políticas. Se dio a todos los que participaron en los asesinatos una razón de ser, una justificación para sus actos. Pero detrás de esto estaba el plan maestro de una ideología política, que utilizaba la religión para sus fines, buscando la homogeneización de la nación turca.

- Como historiador que ha estudiado en profundidad los hechos y circunstancias que rodean el genocidio armenio, en particular los documentados en los archivos del Vaticano, ¿qué piensa usted de la reacción de Turquía a las declaraciones del Papa Francisco del domingo, en las que calificó la masacre armenia de “genocidio"?



Estoy muy agradecido al Santo Padre. El domingo, no sólo vimos una hermosa, digna y solemne conmemoración del martirio armenio, sino que también experimentamos la victoria de la verdad sobre la diplomacia.

Si uno sabe cómo Turquía intenta, fanáticamente, por todos los medios, desacreditar los acontecimientos de 1915-1916, si uno sigue la cronología de sus amenazas contra países mucho más grandes y más poderosos que el Vaticano – naciones como Francia, Alemania y los EE.UU. – uno se hace una idea de lo que se necesita para levantarse y llamar "genocidio" a lo que, de hecho, fue el primer genocidio del siglo XX.

¡Gracias, Papa Francisco! ¡Qué grande, maravilloso y político Papa, que actuó como conciencia moral del mundo, enseñándonos que, como cristianos, no debemos tener miedo de la verdad!

La reacción turca a su valiente afirmación era de esperar. Siempre es lo mismo. Afirman que el Papa está mal informado, a pesar de que sabe la verdad por sus propios archivos. Por cierto, ¿cuándo van los turcos a abrir los suyos?

Los turcos incluso llegan a hablar de racismo. ¿Deberíamos ahora aceptar que, desde el punto de vista de Turquía, no es nada racista matar casi toda una nación, un grupo religioso y étnico, pero sí que es racista para llamar a esto un genocidio?

Es muy triste que los turcos no se den cuenta cómo se excluyen a sí mismos de la comunidad de naciones civilizadas por tales actos. Quiero decir, yo soy alemán y mi nación cometió el crimen más horrible en la historia, el Holocausto. Pero por lo menos, admitimos lo que hicimos, lo lamentamos profundamente y hemos intentado todo lo posible por la reconciliación y la indemnización.

Como católico, creo que todo pecado y todos los crímenes pueden ser perdonados, pero sólo si hay confesión y arrepentimiento. Pero lo que no se arrepiente ni de confiesa tampoco puede ser perdonado. ¡Turquía sólo tiene un modo de superar el trauma y la culpa del capítulo más oscuro de su historia, y que es el de confesarlo y pedir perdón! Y todos vamos a perdonar. Si no, estas heridas quedarán siempre abiertas, incluso después de 100 años.

- ¿Qué lecciones de la historia del genocidio armenio podemos aprender nosotros hoy, particularmente a la luz de la actual persecución de los cristianos en África y Oriente Medio?

Si hay una lección que debemos aprender del genocidio armenio, es esta: Nunca volver la cabeza, nunca mirar hacia otro lado cuando un hermano sufre persecución.

Todos nosotros, todas las naciones del mundo civilizado y en primer lugar Alemania – el aliado de Turquía – compartimos su culpa, porque permitimos que esto sucediera. Por oportunismo, dando prioridad a otros temas, por lo que Francisco llama con razón "la globalización de la indiferencia", que es tan mala. "Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?". Por esto, nadie puede nunca decir que no tiene nada que ver con el genocidio armenio, el holocausto o el destino de nuestros hermanos cristianos en Siria e Irak.

Ignorar su suerte y su sufrimiento nos hace culpables, también. No evitar un crimen que ocurre ante tus propios ojos te hace cómplice del agresor. Nunca debemos ignorar, no debemos ser indiferentes, tenemos que aprender a actuar de manera responsable.

Por esto me avergüenza que, entre todos los diplomáticos presentes en la Basílica de San Pedro en la mañana en la conmemoración de los mártires armenios, la que faltaba era Annette Schavan, la embajadora alemana ante la Santa Sede. Sobre todo porque, como ya he explicado antes, Alemania, aliada de Turquía, tiene una responsabilidad especial ante este martirio. En su caso, el oportunismo ganó a la verdad. Y eso es una pena. Sólo podemos mirar al futuro si no tenemos miedo del pasado.



*Diane Montagna es corresponsal en Roma de la edición inglesa de Aleteia


(En el fondo; imagen de la actual Armenia con el monte Ararat como escenario)

http://www.aleteia.org/es/internacional/articulo/los-archivos-secretos-muestran-como-el-vaticano-intento-detener-el-genocidio-armenio-5818462026858496?

jueves, 16 de abril de 2015

EL GENOCIDIO ARMENIO: “LA MAYOR PERSECUCIÓN DE CRISTIANOS DE LA HISTORIA” (PARTE I)




El historiador Michael Hesemann dice que hay pruebas que Benedicto XV intentó detener el Genocidio Armenio.


Ciudad del Vaticano, 2 de marzo de 2015 - Deborah Castellano Lubov

Justo antes de la conmemoración del 100 aniversario del Genocidio Armenio, el conocido historiador alemán Michael Hesemann anunció el descubrimiento de 2,000 páginas de documentos inéditos hasta ahora de lo que él llama “la mayor persecución de cristianos de la historia” en los archivos secretos vaticanos.

En este análisis con Zenit, el historiador expone sus descubrimientos.
---------------

Zenit: ¿qué lo ha llevado a ver esos documentos? ¿Qué ha descubierto?


Hesemann: Yo me sentí fascinado por el Genocidio Armenio después de leer una carta escrita por el arzobispo de Colonia –soy de la diócesis de Colonia-, el Cardenal von Hartmann, quien en 1913 escribió al Canciller alemán del Reich pidiendo que Alemania ayude a impedir un nuevo Genocidio Armenio después de la retirada de las tropas rusas del noreste de Turquía. Y sus palabras eran impresionantes. Él confirmó el Genocidio Armenio de 1915-1916 y lo comparó con las primeras persecuciones de los cristianos como la de Diocleciano en el siglo IV.

Él decía que puesto que Alemania era aliada de Turquía, sería causa de gran vergüenza para el nombre de Alemania para las futuras generaciones si no se hacía nada para detenerlo. 
Inmediatamente noté cuan acertado estaba y que era una voz de justicia en medio de la horrible Primera Guerra Mundial. Después me pregunté: ¿qué ha hecho Alemania después de la Primera Guerra e incluso hoy para contar al mundo lo que sabía de estos terribles eventos, para evitar que la historia se repita? ¡Realmente nada!

Después, en 1939, Adolf Hitler se reunión con sus generales en su “Berghof” cerca de Berchtesgaden, su cuartel en las montañas, y anunció su plan para Polonia: la masacre de la elite polaca y las demás atrocidades. Ordenó proceder con la mayor e inmisericorde brutalidad, ya que “la historia siempre es escrita por los vencedores, y además, ¿quién habla del Genocidio Armenio hoy?” La negación o encubrimiento del Genocidio Armenio ¿hizo posible la brutalidad de Hitler en Polonia y eventualmente el Holocausto? Parece que sí. Si no cuentas la historia, esta se repite. Es por esto que pensé que es mi responsabilidad como historiador que tiene acceso a los archivos secretos vaticanos desde 2008 buscar más documentos. Me dio curiosidad y en cierto modo fascinación conocer el tema. Quería saber que había realmente sucedido.

Fue así que descubrí documentos, y documentos, y documentos, más de 2000 páginas, la mayoría de ellos inéditos, no estudiados, ni evaluados por ningún historiador. Por supuesto que estudié cada aspecto del Genocidio, leí el trabajo de todos los principales historiadores contemporáneos en el tema como Kevorkian, Dadrian y otros, y noté que me estaba adentrando en un territorio totalmente nuevo, agregando un nuevo aspecto al trabajo de ellos. Las fuentes que tenemos del Genocidio Armenio son, por supuesto, los documentos alemanes, elaborados por los oficiales y diplomáticos en el Imperio Otomano, que encontramos en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán.

Otra importante fuente son los reportes diplomáticos de Estados Unidos, y por supuesto, el brillante reporte del embajador norteamericano en Constantinopla, Henry Morgenthau. Por supuesto también tenemos reportes de inteligencia de Inglaterra y Francia, y reportes diplomáticos de Italia en Turquía. Pero los documentos vaticanos son una fuente de información excelente y de primera clase.

Zenit: ¿Por qué sucedieron esas masacres?

Hesemann: Las masacres vinieron después que los turcos revisaron las casas de los armenios en búsqueda de armas y usaron eso como “evidencia” de una conspiración para una revuelta, lo cual, por supuesto, era un sinsentido: la gente necesitaba tener amas para auto defensa. Después todos los hombres fueron arrestados, torturados, llevados fuera de sus pueblos y masacrados. ¿Cómo se pueden volver a formar familias si son eliminados todos los hombres? Es el fin de las futuras generaciones. Sin hombres, no puede haber familias.



Entonces todas las mujeres, las ancianas y las niñas fueron enviadas a pie a un nuevo destino, cientos de miles a través de la zona montañosa de Anatolia, a menudo sin comida ni agua. A veces, no las dejaban ni beber de los ríos que pasaban. Fueron violadas y asaltadas por tribus de la montaña, y las pocas que sobrevivieron esas marchas de la muerte –a menudo solo el 5%- fueron abandonadas totalmente desnudas, sucias y avergonzadas, bajo el caluroso sol de Turquía y el frío de las noches.


Hasta unas 350.000 que llegaron al desierto sirio fueron puestas en campos de concentración, sin alimentos y muy poca agua, con epidemias que surgieron. Y las que sobrevivieron otro medio año las enviaron en una nueva marcha de la muerte más adentro en el desierto o fueron simplemente masacradas. Al final, tal vez un par de decenas de miles sobrevivieron. Muchas de ellas como huérfanas. Benedicto XV donó después dos orfanatos para darles algún refugio.
Si lees a los testigos oculares parte el corazón. Puedes leer incluso de religiosas que fueron violadas y sus ropas robadas. Muchas de ellas enloquecieron porque no pudieron soportar esas experiencias. Madres hubo que tiraban sus hijos a los ríos, para matarlos, para que no tuvieran que sufrir lo que ellas sufrían. Los suicidios estaban al orden del día.

Por un par de meses las poblaciones de Mosul y otras ciudades fueron advertidas por el gobierno, de no beber agua de los ríos porque estaba contaminada por los miles de cuerpos llevados hacia el Éufrates y el Tigris. Todo esto está muy bien documentado. Pero es oficialmente negado por el gobierno turco.

Zenit: ¿puede desarrollar este tema?

Hesemann: Por ejemplo, si lees el libro del Departamento de Turismo de la República de Turquía “2000 años de historia turca” (un extraño título ya que Turquía tiene más de 5000 años de historia documentada) puedes ver la siguiente cita: “el gobierno otomano decidió hacer emigrar a los armenios que se vieron envueltos en el levantamiento, a un lugar más seguro, sea Siria o Líbano… Esto fue llevado a cabo de modo exitoso y los armenios fueron trasferidos a Siria”. ¡Esto solo puede ser llamado una cínica mentira!

Y con la misma pasión el gobierno turco intenta por todos los medios suprimir el tratamiento de Genocidio Armenio en los libros de texto del mundo libre, o impedir el reconocimiento del Genocidio Armenio como genocidio.

Por supuesto que el término genocidio puede ser discutido, pero de acuerdo a la definición de la ONU todo asesinato masivo de un grupo o población, incluso si es un grupo religioso, se llama genocidio.
Porque a fin de cuentas, los armenios no fueron asesinados por ser armenios, sino porque eran cristianos. A las mujeres armenias se les ofrecía salvarse si se convertían al Islam. Y así las casaban con turcos o las vendían en el mercado de esclavos, o eran usadas como esclavas sexuales en los burdeles de los soldados turcos, pero al menos sobrevivían. Un entero grupo de armenias islamizadas fue creado por esta oferta de abrazar el Islam. Y esto muestra que los armenios no fueron asesinados por ser armenios, sino por ser cristianos, y por la misma razón fueron asesinados también los cristianos sirios.


Zenit: ¿Entonces, basado en las estadísticas, cómo debe ser considerado?



Hesemann: Fue ambos: un genocidio por definición de las Naciones Unidas y al mismo tiempo la mayor persecución de cristianos de la historia, en la cual en total fueron asesinadas dos millones y medio de personas -1,5 millones de armenios y cerca de un millón de cristianos sirios y griegos-.




jueves, 9 de abril de 2015

LA HORA DE ÁFRICA


Tiene el más alto número de convertidos a la fe católica. Y tiene también el más alto número de mártires. Como en los albores del cristianismo. Pasado y presente de un continente que tiene cada vez más peso en la Iglesia mundial


por Sandro Magister

ROMA, 11 de marzo de 2015 – Es el continente con el más alto número de convertidos y de mártires. Pero es también el más descuidado y minusvalorado, por parte de la vieja cristiandad occidental.


O al menos lo era hasta hace una temporada. Porque desde el momento que la espada del Islam se ha tornado más feroz y no sólo se cobra víctimas en África, por encima y por debajo del Sahara, sino que extiende la amenaza a la orilla norte del Mediterráneo, la atención al catolicismo africano se ha agudizado y angustiado en todas partes.


No sólo eso. África es la gran sorpresa también en los equilibrios mundiales de la jerarquía católica. El sínodo del pasado mes de octubre fue la prueba clamorosa. Partido con marcada impronta eurocéntrica, en primer lugar alemana, se encontró el camino obstruido por la inesperada resistencia de los obispos africanos a cualquier cambio de la doctrina y de la praxis en materia de matrimonio indisoluble y de homosexualidad.


Y todavía más feroz se prevé esta resistencia en la próxima sesión del sínodo, a juzgar por lo que ha sido anticipado por uno de los cardenales más conocidos, el guineano Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, en el libro-entrevista "Dieu ou rien" [Dios o nada], a cargo de Nicolas Diat y publicado en Francia por Ediciones Fayard: "La idea de poner al magisterio en una caja bonita, separándolo de la práctica pastoral – la cual puede evolucionar según las circunstancias, modas y pasiones – es una forma de herejía, de patología esquizofrénica. Yo afirmo solemnemente que la Iglesia de África se opondrá a toda forma de rebelión contra el magisterio de Cristo y de la Iglesia".


Y también: "¿Cómo aceptar que los pastores católicos sometan a votación la doctrina, la ley de Dios y la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad y sobre los divorciados que se han vuelto a casar, como si la Palabra de Dios y el magisterio debieran ser ratificados y aprobados con el voto de una mayoría? […] Nadie, ni siquiera el Papa, puede destruir o cambiar la enseñanza de Cristo. Nadie, ni siquiera el Papa, puede oponer la pastoral a la doctrina. Ello significaría rebelarse contra Jesucristo y su enseñanza".


El catolicismo africano es considerado joven – y en consecuencia inexperto, inmaduro – porque creció sólo en el último siglo, de un millón que eran los católicos al comienzo del siglo XX a casi doscientos millones de hoy.


Pero basta la sangre de los mártires para desmentir esta presunta inmadurez suya, no menos los veintiún cristianos coptos decapitados "in odium fidei" por musulmanes en las orillas libias del Mediterráneo:


> San Milad Saber y sus veinte compañeros



Pero también está el hecho que las raíces cristianas de África son antiguas, antiquísimas. La orilla africana del Mediterráneo y el valle del Nilo hasta Etiopía estuvieron entre las primeras líneas de expansión del cristianismo. Fueron africanos los primeros mártires de los que se han narrado las historias. Fueron africanos – como Agustín – algunos entre los más grandes Padres y Doctores de la Iglesia de los primeros siglos.


El artículo que sigue a continuación – publicado en "Il Foglio" del 7 de marzo – ayuda a entender el catolicismo africano de hoy encuadrándolo en su trasfondo histórico real.
__________


UNA IGLESIA JOVEN Y ANTIQUÍSIMA



por Matteo Matzuzzi

Haría mucho bien “a los cristianos de Europa tomar conciencia que una parte notable de sus raíces cristianas latinas se encuentra en el sur del Mediterráneo”, advertía casi proféticamente al comienzo del tercer milenio Henri Teissier, el entonces obispo de Argelia. También porque, escribía el historiador francés Claude Lepelley, fallecido hace un mes, “el cristianismo occidental no nació en Europa, sino en el sur del Mediterráneo”.


Parece extraño a quien piensa que todo ha tenido origen con san Benito y su Regla; y que antes de Montecassino y Cluny sólo hubo cristianos dados en pasto a los leones en las arenas por los romanos paganos, después de haber sido sorprendidos rezando al Dios hecho hombre.
Ahora bien, esto es historia. Después de todo, las más antiguas obras de teología cristiana compuestas en latín provienen de Cartago, no de Italia.


En efecto, en la época de Tertuliano, los cristianos de la costa septentrional de África escribían en griego y no en latín. Habría sido precisamente él quien abandonó la "koiné" de Aristóteles para pasar a la lengua de Virgilio, para llegar a un público más amplio como se hace hoy con los libros de bolsillo a precios de descuento insertados en el mercado en forma continua. Una obra monumental y compleja, tanto que el mismo Tertuliano se bloqueó ya en el “Génesis”, inseguro como estaba sobre la traducción de la palabra "logos": no le convencía que "sermo" fuese un término suficientemente exhaustivo. Y desde África atravesaron el mar también las más antiguas versiones latinas de la Biblia, mucho antes que san Jerónimo la tradujera en la forma transmitida a través de los siglos y que ha llegado casi sin modificaciones hasta el Vaticano II.


El benedictino Pierre-Maurice Bogaert, con una cátedra en Lovaina sobre estudios bíblicos, estaba convencido: “Cuando se comenzó a sentir la necesidad, seguramente desde la mitad del siglo II en la África romana, la Biblia fue traducida del griego al latín. Hasta que haya una prueba en contrario, estoy a favor del origen africano de las traducciones, más que del origen romano o italiano”.


Y luego san Agustín, el obispo de Hipona gracias al cual, decía también el obispo Teissier, “el Occidente latino conquistó su independencia teológica y con ello también su propia personalidad cristiana”. Algunos, agregaba, “podrían desaprobar esta evolución, para preferir la lectura del cristianismo propuesta por los Padres griegos. Pero todos deben reconocer que el Occidente latino debe sobre todo a san Agustín su propia lectura del mensaje bíblico”.


Y también el monacato, a fin de cuentas, encuentra en África su primera sedimentación. Habría sido siempre san Agustín quien organizara los primeros lugares de vida monástica, en Tagaste, después de haber descubierto en la biografía de san Antonio abad, puesta a punto por san Atanasio, el estilo de vida de distintos anacoretas convertidos a la vida ascética.


Meta ideal es el desierto egipcio, “la región poblada por los que por primera vez habían puesto en acción la renuncia definitiva a la vida mundana”, ha escrito la arqueóloga Francesca Severini: “Aquí, más que en cualquier otra parte, el peregrino podía entrar en contacto con esa fe auténtica que había llamado a Pablo de Tebas, a Antonio el Grande, a Pacomio y a muchos otros a retirarse en soledad al desierto, auténticos y propios modelos de vida ascética orientada a la superación de la dimensión terrena a través del estudio de las Sagradas Escrituras, la oración, el ayuno y la penitencia”.


De esos asentamientos todavía sobreviven muchos, incluido el monasterio de santa Catalina, construido en el siglo VI por Justiniano en el Sinaí meridional, al que también quiso hacer arrasar un general egipcio jubilado, porque “amenaza la seguridad nacional” a causa de la presencia de “veinticinco monjes ortodoxos” entre sus muros.


Ese modo de vida, que inicialmente era la única esperanza de salvarse de las persecuciones anticristianas, se convierte después en un modelo. “En el transcurso del siglo IV, personalidades notables del Oriente cristiano van a Occidente difundiendo con las palabras y los escritos los modelos del monacato egipcio y alentando la imitación”, agrega Severini. “No hay que sorprenderse entonces si los modelos elaborados sobre el riguroso ascetismo oriental son acogidos y asimilados a tal punto que modifican y forjan las aspiraciones monásticas en Occidente”.


Un cristianismo vivaz y fecundo es el de los orígenes. En la época del Concilio de Cartago, hacia el año 200, se cuentan setenta obispos en el África romana, mientras que sólo tres en Italia. En el segundo Concilio de Cartago, los obispos africanos son noventa, mientras que en Roma, en el sínodo convocado por el papa Cornelio, había presentes solamente sesenta. Antes, ya en el año 189, la relevancia del cristianismo africano fue claramente establecida por la elección como pontífice de Víctor, probablemente un beréber.


Qué rasgos asumió luego la serpiente que habría destruido esta especie de Edén, de cristianismo vivaz y fecundo, es fácilmente explicable, dicen los historiadores más afirmados: las disputas dogmáticas, batallas de las connotaciones muy poco cristianas sobre las que la impetuosa novedad musulmana habría tenido luego un juego fácil para imponerse. A fines del siglo VII los omeyas llevaron a cabo la gran conquista de todo el norte de África: el Islam triunfante sobre el cristianismo de las Iglesias nord-africanas divididas por sospechas, luchas intestinas y acusaciones recíprocas de herejía. Lo siguiente es después una historia de lucha continua por la supervivencia, de parias, de dhimmis [no musulmanes] tolerados en la gran comunidad creyente revelada por el profeta Mahoma.

Una situación prácticamente cristalizada: “Nuestras Iglesias son modestas y frágiles; la partida de algunas comunidades religiosas presentes durante mucho tiempo en el Magreb y la movilidad cada vez más rápida de los miembros de las parroquias nos obligan a contar cada vez más con la solidaridad de las otras Iglesias, sobre todo en términos de sacerdotes 'fidei donum' o de congregaciones en particular africanas”, escribieron en el 2012 los obispos de la Conferencia Episcopal de la región del norte de África. El hecho es, comentaba Teissier, que "nosotros no hacemos número. Hacemos signo. Signo del amor universal de Dios para todos los hombres”.

Y como signo y presencia vital es necesario permanecer allí. Lo sabe bien el obispo de Trípoli, Giovanni Martinelli, llegado allí al día siguiente de la revolución que llevó al poder a Muammar Ghaddafi y que no quiere justamente saber nada de escapar del infierno de la capital libia, aunque ahora es el único italiano que ha quedado allí: “Me quedo, debo quedarme. Es necesario ser valiente. En este momento no tengo miedo, pero sé que ese momento llegará”.

Quizás el obispo que permanece en la capital libia con trescientos trabajadores filipinos recuerda lo que sucedió en 1908 al sacerdote franciscano Giustino Pacini, superior de la misión de Derna. Asesinado a puñaladas, desde mucho tiempo antes estaba en conflicto con la comunidad musulmana local, porque reivindicaba el derecho de defender la propia actividad misionera. Si era necesario, yendo incluso a presentarse al sultán de Estambul.

El cardenal nigeriano Anthony Okogie, de 70 años de edad, obispo emérito de Lagos, había pronunciado palabras similares a las del obispo Martinelli poco después de los primeros ataques de Boko Haram: “No huiremos. Defenderemos nuestras iglesias y nuestras casas. Si se debe sacrificar la vida, lo haremos”.


Un estribillo triste, que de un extremo al otro del continente se repite desde hace décadas. Argelia, con su larga guerra civil, representa el ejemplo más claro: en ese conflicto perdió el diez por ciento de los religiosos que habían permanecido allí. En 1996, el arzobispo de Orán, Pierre-Lucien Claverie, murió a causa de una bomba que se hizo explotar en el arzobispado pocos meses después de la masacre de los siete monjes trapenses de Tibhirine, quienes fueron secuestrados y terminaron bajo el hacha del verdugo.


“Es necesario vivirlo como algo muy bello, muy grande. Es necesario ser dignos. Y la Misa que celebraremos por ellos no será con el color negro. Será con el color rojo”, dijo el hermano Jean-Pierre, uno de los dos sobrevivientes de esa masacre, cuando un cófrade llegó lleno de lágrimas para contarle que sus compañeros estaban todos muertos. “Los hemos visto inmediatamente como mártires. El martirio era la culminación de todo lo que habíamos preparado desde mucho tiempo atrás en nuestras vidas. Estábamos preparados todos”, dijo algunos años atrás en una entrevista dada a Jean-Marie Guénois para "Le Figaro".


Es la cruz del continente, que se arrastra desde los primeros siglos luego de la venida de Cristo. No es casual, recuerdan los obispos del lugar, que los más antiguos textos sobre los mártires cristianos, las "Acta Martyrum Scillitanorum", son africanos. Se trata de la transcripción en latín de las actas del proceso y de la condena de los miembros pertenecientes a una comunidad cristiana de una ciudad de la que no se sabe más nada de lo acontecido en el año 180. Se trata de los más antiguos documentos de este género en la historia de la literatura cristiana.


Fue precisamente el obispo Claviere, casi presintiendo el final trágico de su existencia cristiana, quien explica el sentido de la llama cristiana en tierras hostiles: “La Iglesia cumple con su vocación y con su misión cuando está presente en las divisiones que crucifican a la humanidad en su carne y en su unidad. Jesús ha muerto dividido entre el cielo y la tierra, con los brazos extendidos para reunir a los hijos de Dios dispersos por el pecado que los separa, los aísla y los pone a uno en contra de los otros y contra Dios mismo”.


Iglesia minoritaria y perseguida, pero viva. Ni siquiera un año atrás el Anuario pontificio certificaba el crecimiento exponencial de la presencia católica en el continente de la esperanza. Doscientos millones de fieles, ritmo inversamente proporcional a la lenta e incontenible declinación de la Europa cristiana, pero superior también al eterno desafío asiático, misión del papa Francisco y antiguo nervio descubierto por la Santa Sede.


Una Iglesia joven la africana, como dijo el 2 de marzo el arzobispo de Rabat y presidente de las conferencias episcopales nord-africanas, en visita "ad limina" en Roma: “Sí, en su mayoría somos extranjeros, con frecuencia estamos de paso, pero nuestras iglesias son muy jóvenes. En Marruecos la población cuenta treinta mil personas, pero la edad promedio de los fieles es de treinta y cinco años”.


Ya a mitad de la década pasada, la vivacidad de la Iglesia africana había embestido como un ciclón al Vaticano. Hace diez años se hacía notar cómo en veintiséis años allí los fieles se triplicaron, los sacerdotes aumentaron el 85%, los seminaristas se cuadruplicaron, los obispos aumentaron el 45%. Tanto que se habló de exportar clero hacia una Europa cada vez más secularizada y con las vocaciones en agonía, como si se tratara de una obra de reevangelización del continente.


Un gran cardenal como el ex decano emérito del Colegio Cardenalicio, Bernardin Gantin, primer africano llamado a cubrir cargos en la cima de la curia (será Pablo VI quien le confíe la secretaría de evangelización de los pueblos, antes de promoverlo a la presidencia del Pontificio Consejo Justicia y Paz y de "Cor Unum". Juan Pablo II lo nombró posteriormente prefecto de la Congregación para los Obispos), habló no por casualidad de “sacerdotes y religiosos ‘fidei donum’ en contrario. Es la bondad de la Iglesia en África, la misión es un deber universal”, dijo en una entrevista concedida al mensuario "30 Días" dos años antes de su muerte, acontecida en el 2008. Él fue quien dijo – como reveló hace algún tiempo el cardenal nigeriano Francis Arinze – en el 2002, cuando decidió dejar la Urbe para regresar a su país natal, Benin, que volvía “como misionero romano”.


Gantin, profeta que había vivido en primera persona los dramas del colonialismo y de la descolonización esmerada, sugería que los jóvenes y determinados sacerdotes salidos de los seminarios africanos no se alejaran demasiado de la madre patria: “Luego, si su obispo lo permitiera, podrían volver de nuevo a Occidente. Lo que es necesario evitar es que los sacerdotes africanos, sin el consenso de los propios obispos, deambulen por las diócesis del mundo occidental más a la búsqueda de un propio bienestar material que por un auténtico celo pastoral”. Además, aconsejaba las congregaciones religiosas “europeas agonizantes o amenazadas de extinción” a “no ir a rejuvenecerse a buen precio entre las jóvenes Iglesias de Asia o África”.


Ciertamente, existe el problema de las liturgias, con frecuencia abrumadas por el espíritu festivo y alegre de tantas realidades sub-saharianas. Pero los primeros en poner límites son justamente ellos, los obispos africanos, que a diferencia de tantos sacerdotes de las parroquias de Occidente – acostumbrados a gestionar las liturgias como haría un animador turístico en una villa veraniega – nos mantienen en el culto del misterio. Decía Gantin: “Jamás es necesario separarse del magisterio de la Iglesia universal. Y nuestras Misas no deben ser demasiado particulares. No deben ser comprendidas sólo por nosotros los africanos. Cualquier católico que participa en una de nuestras funciones religiosas debe poder reconocerla, debe poder encontrarse en su casa. El catolicismo no es protestantismo”.


Junto a la Iglesia joven y dinámica, en África está también esa Iglesia antiquísima que hunde sus raíces en la etapa inmediatamente posterior a Cristo. Son millones los egipcios coptos que desde hace siglos viven como minoría más o menos tolerada en el país árabe más poblado del mundo, custodios de la Iglesia fundada por el evangelista san Marcos, quien puso en Alejandría las bases de su predicación, antes de ser martirizado con una cuerda apretada alrededor de su cuello.


Centenares de kilómetros más al sur, en la Etiopía que había escapado de la invasión islámica, se anidan todavía viejos monasterios esparcidos aquí y allá entre las montañas. “Mi Iglesia es la más antigua del mundo y su fundación se remonta directamente a la época de Jesús, en torno al año 35, inmediatamente después de su muerte y resurrección”, contaba a la revista "Jesus" Abune Paulos, patriarca de la Iglesia Ortodoxa Etíope, fallecido hace tres años. Iglesia antigua pero viva: “Tenemos cincuenta mil y más iglesias en todo el país. Nuestros jóvenes vienen regularmente a Misa, con presencias parecidas al setenta por ciento. En su totalidad, considerada la tenacidad con la que los grupos adultos y ancianos vienen al culto, rozamos el ochenta por ciento del pueblo en Misa cada domingo”.


Al igual que en Egipto, también en Etiopía es fundamental la presencia de los monasterios, ermitas que han resistido las vicisitudes de la historia: “Cada vez más jóvenes piden ser monjes. Tenemos mil doscientos monasterios en todo el país y cerca de quinientos mil religiosos. Tenemos cuarenta y cinco millones de fieles, si se calculan los numerosos cristianos etíopes que viven en el exterior”.


El mes pasado, el papa Francisco quiso reconocer el valor de la Iglesia Católica local, la cual, a pesar de ser pequeña y minoritaria, representa uno de esos “signos” de los que había hablado el obispo Teissier. El arcieparca de Addis Abeba, Berhaneyesus Demerew Souraphiel, fue creado cardenal. El segundo en la historia de Etiopía, luego de Paulos Tzadua. Y ha sido precisamente el nuevo purpurado quien explicó en Radio Vaticana la fe profunda de su país: “La gente toma su fe en serio: la fe es un don de Dios. Y lo viven así. Afrontan las cosas viendo que si Dios quiere, las cosas pueden cambiar. No pierden la esperanza. Por eso aman la vida, desde la concepción hasta la muerte. Esto es importante”.


África continente de la esperanza, depósito de la fe para el porvenir que progresivamente verá a Europa marchita y a sus iglesias cada vez más vacías. “Mientras se tiende a describir a África en modo restrictivo y con frecuencia humillante, como el continente de los conflictos y de los problemas infinitos e insolubles”, por el contrario “África es para la Iglesia el continente de la esperanza, el continente del futuro”, dijo Benedicto XVI en el discurso a los miembros de la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, recibidos en audiencia en febrero del 2012.


No es por casualidad que los obispos africanos se sienten el baluarte contra todo lo que pueda degradar o empañar el mensaje cristiano tal como fue transmitido a lo largo de los siglos. Se lo ha visto bien en el reciente sínodo extraordinario sobre la familia, en el que ellos estuvieron a la cabeza del despliegue opuesto al "Zeitgeist", al espíritu del tiempo que está tan a la moda miles de kilómetros más al norte, donde las iglesias tienen las cajas llenas y los pasillos vacíos.


“África propone a Occidente sus valores sobre la familia, el acogimiento, el respeto de la vida. Los últimos Papas han tenido gran confianza en la Iglesia de África, lo cual es una invitación a aportar nuestra parte”, ha escrito recientemente el cardenal guineano Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el libro “Dieu ou Rien”, editado en Francia por Fayard. “Afirmo solemnemente – prosigue el purpurado – que la Iglesia de África se opondrá firmemente a toda rebelión contra la enseñanza de Jesús y del magisterio”.


Una Iglesia plagada por las persecuciones, pero de ninguna manera de rodillas, como ha recordado sólo hace algunas semanas en el Duomo de Milán el cardenal John Onaiyekan, arzobispo de Abuja, en Nigeria. Él, que cada día cuenta los muertos por mano de Boko Haram, ha dado un mensaje de confianza a ese Occidente que pasa los días removiendo pesebres y silenciando campanas porque perturban la conciencia y violan el sagrado laicismo racional: “Estuve en la basílica de san Ambrosio, en la tumba del gran obispo que bautizó al africano Agustín: signo de una herencia que se remonta hasta los primeros que siguieron a Jesús. No es posible que una Iglesia no viva con este fundamento”.


miércoles, 1 de abril de 2015

NUESTRA REDENCIÓN





Juan del Carmelo*

29 marzo 2015


¡Desgraciados de nosotros…, si Jesucristo no hubiera sido crucificado y muerto para salvarnos! Todos hubiéramos tenido que parar en el infierno. Pero para ser salvados o rescatados de esta situación, en la que nos encontrábamos toda la humanidad, por razón del pecado de nuestros primeros padres, sometidos al dominio de satanás; era cronológicamente necesario ser previamente redimidos. Nuestro Catecismo católico, en los parágrafos 1707 y 1708, nos dice: "El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia" (GIS 13,1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error. De ahí, que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (GIS 13,2)”….“Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado”


Por la caída de nuestros primeros padres, la humanidad, perdió su unión con Dios; se abrió un abismo entre Dios y el hombre, que antes estaban unidos, ahora existía una separación- Y hasta que llegó la reparación por esa falta, las puertas del Cielo estaban cerradas para los miembros de la raza humana. San Agustín nos dice: “De Adán sólo nace otro Adán, y todo hijo de Adán nace con un montón de pecado. Yo soy hijo de Adán; soy, por tanto, un condenado, hijo de condenado, que con mi mala vida he acumulado pecados propios sobre el de Adán”.

Dios podía haber borrado del mapa a la humanidad, dándola por perdida; podía también haber perdonado el pecado sin más. Pero no hizo ninguna de las dos cosas, decidió que el pecado que la naturaleza humana había cometido, en la misma naturaleza humana había de ser expiado. La realidad del pecado original no es accesible a la investigación histórica o a la especulación filosófica. Es una verdad revelada que como tal se sustrae a la experiencia, aunque con su luz se esclarezcan y comprendan mejor muchas experiencias humanas. La ruptura ocasionada por el pecado no destruyó el plan de Dios sino que únicamente modificó los caminos para su realización. Lo que el pecado rompe y dispersa hay que congregarlo de nuevo por medio de las alianzas de Dios con los hombres.

Y es así, como cuando dentro de nuestro ser, comenzó la interminable rebelión de la carne contra el espíritu llamada concupiscencia. Escribe San Juan Pablo II diciéndonos: “Cristo es el hombre perfecto que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el pecado”. Y también nos dice San Juan Pablo II que: “La Redención de Cristo, sobre los descendientes de Adán y Eva es lo que nos abrió las puertas de nuestra salvación y subsiguiente también a nuestra eterna felicidad, para nosotros. Pero más importante que nuestra eterna felicidad, es nuestra deificación como hijos de Dios y todo esto tiene su razón de ser, en amor de Dios al género humano”.


La salvación traída por Cristo colma, superándolas, las aspiraciones profundas del hombre. “Dios, nos dice San Agustín, se hizo hombre para que el hombre pudiera llegar a ser Dios”. Es el amor divino a nosotros el que inicia nuestra redención y posterior salvación de las garras de satanás. Gracias al amor, porque Dios es amor y solo amor, tal como dice San Juan: “Dios es amor y solo amor” (1Jn 4,16) y en prueba de la existencia de ese amor divino a la humanidad el mismo San Juan nos dice: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).


Pero no pensemos que el Redentor la aceptó solamente en obediencia al Padre y como a la fuerza, puesto que se ofreció a la muerte espontáneamente… llevado del gran amor que al hombre profesaba. “Una simple plegaria de Cristo, nos dice San Alfonso María de Ligorio, era más que suficiente para redimirnos, pero no lo era para declararnos el amor que nos tenía”. Como realidad histórica vemos que el único modo como Dios se ha hecho humano, para que nosotros podamos ser divinizados, es por medio de una kénosis, es decir por medio de un vaciamiento, El Hijo se vació, se anonadó, tomando para sí la naturaleza humana, de tal manera que su humanidad fue poco a poco transformada por su divinidad. Esta transformación alcanzó su umbral último en la muerte de Jesús de la cual Él resurgió totalmente Dios y totalmente humano.

Para Fulton Sheen: “La vida debe de venir siempre de la vida; no puede emerger de lo inanimado. La vida humana debe de venir de padres humanos, y la vida divina debe de ser engendrada por lo divino. La posibilidad de la vida sobrenatural fue dada a la humanidad caída a través de la Encarnación, cuando fuimos redimidos. Para que se hiciera justicia, el Redentor de la humanidad debería de ser a la vez Dios y hombre”. Debía de ser hombre pues de otra manera no podía haber actuado en nuestro nombre, representándonos; debía de ser, también Dios, ya que de otra manera no hubiese podido pagar la infinita deuda debida a Dios por la humanidad a causa del pecado. Dios no tomó obligatoriamente esta naturaleza humana de la humanidad; la aceptó como el libre don de una mujer, María, cuya libre respuesta al ángel mensajero fue: “Hágase en mí según tu palabra” [...]

Éramos unos miserables desgraciados y abominables a los ojos de Dios; más por los méritos de Jesucristo fuimos redimidos y hemos sido hallados dignos de alcanzar la divina presencia de Dios. Pero, la Redención nos consiguió la gracia que habíamos perdido, pero no modificó nuestra naturaleza, de predisposición al pecado,, que es nuestra concupiscencia. Dice San León magno, que es más grande la ganancia que hemos conseguido por la Redención de Jesucristo, que el daño que nos fue causado, por la envidia del diablo y el pecado de Adán. Evidentemente esto fue así, porque la salvación significa algo mucho más grande para nosotros que la mera liberación del pecado y de sus consecuencias en este mundo y en el otro. Significa incluso mucho más que la admisión a una vida libre de miserias y que contiene toda la felicidad. La salvación consiste más bien en ponernos en una condición en virtud de la cual la vida eterna de Dios llega a ser nuestra de acuerdo con el derecho normal de sucesión a una herencia”.

Y así la Iglesia se atreve a decir en la liturgia pascual el Sábado Santo: “¡Oh ciertamente necesario pecado de Adán, que por la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!”. Tal como ya se nos ha dicho; en respuesta a la pregunta de ¿cómo nos salvó Cristo?, la respuesta es, haciéndonos parte de Él mismo. Y cuando preguntamos ¿cómo haremos para salvarnos nosotros mismos?, la respuesta es, haciéndonos parte de Cristo. Por lo tanto, si el Señor redimió al mundo aceptando silenciosamente el dolor, todo cristiano que se asocie a ese dolor con su propio sufrimiento participa del carácter redentor de Jesús. Redime junto a Jesús. Pero mientras el sufrimiento siga siendo nuestro sufrimiento y no el de Cristo reflejado en nosotros, nuestro sufrimiento no será redentor. ¡Quiera Dios que sea al menos purificador!”.


A menudo la gente piensa que el sufrimiento de Jesús de alguna manera descargaba la ira de una deidad vengativa…, como si Dios fuera un juez incapaz de perdonar, que necesita exigir su libra de carne de una víctima inocente. Estas imágenes quedan muy lejos de la verdad del evangelio. Porque el amor de Dios es justo, y su justicia es amor, tal dijo San Pablo: “El amor es la plenitud de la ley”. (Rom 13,10) [...]


La extrema gratuidad del amor redentor es más difícil de comprender, que la idea del perdón merecido a costa del sufrimiento de Cristo. El conocido teólogo dominico Garrigou-Lagrange, nos dice que: “Si su justicia divina, exigió esa reparación, su Misericordia nos ha dado al Salvador, el único capaz de reparar plenamente la ofensa o el desorden del pecado mortal”.


* Juan del Carmelo que no es más que un seglar que, a finales de los años 80, experimentó la llamada de Dios y se vinculó al Carmelo Teresiano. Juan del Carmelo, es autor, editor y responsable del Blog El Blog de Juan del Carmelo, alojado en el espacio web de www.religionenlibertad.com