jueves, 28 de noviembre de 2013

DAMASCO: UN ESPEJISMO DE NORMALIDAD EN EL CORAZÓN DE LA GUERRA SIRIA


Entre los muros de la capital sobreviven refugiados cristianos, musulmanes suníes y alauíes.
Nos adentramos en este bastión del régimen de Bachar el Asad, donde no cesa el ruido de la artillería y las patrullas de las milicias






por David Alandete*



Solo el estruendo ocasional de los morteros y la artillería distantes rompe la melancólica melodía del laúd en el escenario. Los tiempos han cambiado y lo que antes fue un restaurante de paso obligado para turistas, extranjeros y nacionales, languidece hoy con unas pocas mesas ocupadas. A pesar de todo, los sirios sonríen. Es normal. Pocos lugares hay como el restaurante Abo Al-Ezz. Damasco regala uno de sus cielos nítidos. Tras los ventanales asoma la mezquita de los Omeyas. Abajo bulle el zoco, donde se venden ya pocos souvenires, pero uno encuentra cosas más prosaicas: ropa interior, pañuelos o jabones de Alepo. La capital siria se aferra a un espejismo de cotidianidad, sitiada por la guerra, empeñada en soñar con los débiles recuerdos del pasado.

“Siria era un lugar en el que una mujer como yo podía decidir si quería llevar velo o no”, cuenta Nabila Hadi, de 37 años, sentada a una mesa junto a una amiga. “Siria era…”, así comienzan a narrar muchos damascenos, como si el tiempo y el lugar en el que viven fuera cosa de otra era. Aquellos que quedan en la burbuja de relativa calma que es Damasco apoyan en su mayoría el régimen de Bachar el Asad, que aguanta desde marzo de 2011 el embiste de unos rebeldes que se levantaron con las primeras ráfagas de la primavera árabe. A Nabila no le asusta la guerra en sí. Hasta hace dos meses vivía cómodamente en los Emiratos Árabes Unidos, pero regresó para estar con su madre, que se niega a abandonar Damasco a pesar de los coches bomba, los morteros, los puestos de control y el tenso silencio que se apodera de esta majestuosa ciudad de noche. “Lo que sí me da miedo es que vengan los otros y nos pongan a todas el velo”, dice.


Nabila no va tapada a pesar de ser musulmana suní. En eso, Damasco acabó siendo una capital única en el mundo islámico. El régimen de la familia El Asad, de confesión alauí, ha mantenido unida cuatro décadas una amalgama de religiones, sin dejarse dominar por ninguna. “No queremos convertirnos en Egipto. ¿Ha visto a alguna mujer recientemente en El Cairo sin velo? Allí, los islamistas avanzaron un extremismo que nada tiene que ver con la fe, que es una cuestión individual”, explica. Frente a ella, asiente su amiga Rima Hakim, peluquera, de 37 años, también con el cabello, rubio, descubierto. Su negocio aguanta, aunque con menos clientes. Mantiene unidos como puede los retazos de su vida antes de la guerra, como venir a comer al Abo Al-Ezz. “Las mujeres éramos libres. Puede que eso se esté acabando”, dice bajando la voz y señalando a otra mesa en la que varias mujeres con velo comen calladas junto a sus maridos.

“No queremos convertirnos en Egipto. ¿Ha visto a alguna mujer recientemente en El Cairo sin velo? Allí, los islamistas avanzaron hacia un extremismo que nada tiene que ver con la fe"

Nabila Hadi, musulmana suní


En principio, Occidente vio con esperanza la lucha de los opositores. Hablaban de democracia y de libertad. Enviaban a representantes a Estados Unidos y Europa, prometiendo una transición modélica si El Asad abandonaba el poder. Muchas veces se dio al régimen por caído, pero el Gobierno resiste. El bando rebelde ha quedado fragmentado, cautivo de milicias yihadistas que cometen matanzas en nombre de la ley islámica. En Damasco no se encuentra a sirios que renieguen de El Asad. Es el bastión del régimen, y quienes disienten no hablan en alto, pues Siria es famosa aún por la ubicuidad de la Mujabarat, el servicio secreto.

Suerte tienen quienes aguantan con sus negocios. Muchas tiendas de antigüedades en la ciudad vieja siguen abiertas porque sus propietarios no tienen otra cosa en la que ocupar su tiempo. Hoy levantan las persianas, sacan su silla a la calle y ven el día pasar, unas veces plácidamente, otras sacudido por atentados.

Sam Darbouli, de 32 años, ha escapado en varias ocasiones de la muerte. Hace unos meses, un coche bomba estalló cuando pasaba por la céntrica plaza de Marjeh. La semana pasada evitó la explosión de los morteros por unos metros cuando acudía al gimnasio. Muchos de sus trayectos habituales han quedado en ruinas. Y se ha visto obligado a congelar el proyecto de su vida, Beit Chames, una lujosa casa de huéspedes abierta en 2009, que logró llenos constantes y alabanzas en las guías de viaje. Hoy ocupan las habitaciones sus padres y hermanos, que abandonaron sus hogares.

“Los últimos clientes se marcharon en abril de 2011”, dice con aire nostálgico. Su casa mantiene el color burdeos con el que pintó las paredes y el suntuoso mobiliario damasceno de madera y madreperla. La revuelta contra Bachar el Asad comenzó, con manifestaciones en el sur del país, en marzo de aquel año. Pronto las agencias de viaje empezaron a emitir recomendaciones en contra de viajar a Siria. Sam tenía el hotel completamente reservado hasta julio, pero todos los huéspedes cancelaron sus viajes. Hoy sueña con que el futuro le devuelva el pasado. “Teníamos seguridad y estabilidad. Nos sentíamos libres, no necesitábamos que vinieran a decirnos qué es la democracia”, dice.

Frente a Beit Chames queda un socavón y los restos de lo que parece un suntuoso palacio. Iba a ser un hotel Serena, una cadena propiedad del agá Jan, que quiso erigir allí un monumento residencial al lujo. Hoy quedan las excavaciones, unos restos más de la capital cosmopolita que Damasco creía ser; de aquellos años en los que el país se abría al mundo después de que Bachar el Asad heredara el poder tras la muerte de su padre en 2000. Llegó con él Asma, su mujer, nacida en Londres. La elegante primera dama se dejaba ver en exclusivos restaurantes y cultivaba la amistad del diseñador Christian Louboutin, quien venía a Siria a comprar seda para sus zapatos y acabó adquiriendo un palacio en Alepo, hoy abandonado en un bastión rebelde. Todas esas caras famosas han desaparecido.

Hace un tiempo que tampoco se ve a Abu Shadi, el contador de historias que cada tarde acudía al café Al Nofara, que se jacta de ser el más antiguo de la ciudad, en un callejón que lleva a la mezquita de los Omeyas. Con su fez rojo y su larga túnica, Abu Shadi narraba hazañas de olvidados reyes y valientes guerreros. Al acabar solía clavar una espada sobre una mesa, provocando el pánico en los extranjeros y la risa de los asiduos. Hoy, en Al Nofara los jóvenes fuman de la pipa de agua, pero no queda rastro de cuentos ni de turistas.

“Teníamos seguridad y estabilidad. Nos sentíamos libres, no necesitábamos que vinieran a decirnos qué es la democracia”

Sam Darbouli, propietario de una lujosa casa de huéspedes


“Han sido dos años muy duros”, admite Sandra, de 17 años, estudiante de enfermería que, como en cualquier país, pasa las tardes con sus amigos conectada a las redes sociales a través del móvil. “Vivimos aquí. Amamos nuestro país. Nos quedaremos en él para defenderlo”, dice. Sabe que cuando acaben sus estudios, muchos de los varones sentados a la mesa deberán ingresar en el servicio militar y librar una guerra que ya se ha cobrado más de 100.000 vidas. “Sabemos que hay sacrificios necesarios”, dice. “Sobre todo para ellos”.

Sandra es cristiana, como entre un 6% y un 10% de los sirios. A pesar de vivir en el bastión protegido por el Gobierno, se resiste a dar su apellido por temor a represalias. Siria es, al fin y al cabo, un país de mayoría suní. “Uno no puede saber a quién acabará apoyando el vecino”, dice bajando la voz. Su familia procede de Malula, una de las últimas localidades en las que se preserva, hablado, el arameo de Jesucristo. Atacada en verano por los yihadistas, muchos cristianos huyeron a Damasco. “Mis familiares vinieron a quedarse con nosotros y asumen que no podrán volver en un tiempo”, dice. La guerra ha obligado a abandonar sus hogares a seis millones de personas. Dos millones se han refugiado en el extranjero.

Los cristianos recuerdan que cuando comenzaron las revueltas, apoyadas sobre todo por suníes, en las mezquitas se gritaba: “¡Los cristianos, a Beirut, y los alauíes, a la tumba!”. “Cuando vieron que no nos íbamos, cambiaron la frase y comenzaron a decir que alauíes y cristianos deberíamos ir a la tumba”, recuerda el padre ortodoxo Gabriel Daoud, de 36 años, en su iglesia, la de San Jorge, en el barrio cristiano de Bab Tuma. En sus dependencias duermen desplazados de Malula. Sobre la fachada, un cartel muestra fotos de los obispos Boulos ­Yazigi y Yuhanna Ibrahim, secuestrados por los rebeldes en abril. Nada se sabe de ellos.

Los cristianos de Damasco sienten que la historia les ha devuelto a aquellos años que recuerdan de los libros de historia, en los que su comunidad era perseguida, cuando su credo se abría camino en el mundo y se reforzaba precisamente en lugares como la actual Siria, donde Pablo de Tarso se convirtió a la fe de Jesucristo. El padre Daoud habla hoy de exterminio, de terrorismo, de limpieza religiosa por parte de los opositores. Lo hace sin miedo, a pesar de las amenazas que ha recibido por carta y por teléfono. “Tras la guerra de Irak han desaparecido de allí los cristianos. En Egipto son también perseguidos. Somos los siguientes”, dice. “Los terroristas”, añade, en referencia a los opositores, “no conocen a Dios. Solo creen en derramar sangre, en matar, no aceptan a nadie que piense distinto a ellos”.

Las explosiones sacuden ocasionalmente este barrio de Bab Tuma. El último atentado mató en junio a cuatro personas. Controlan las calles civiles armados que operan con la aquiescencia del Gobierno. Siguen a quienes consideran sospechosos, inspeccionan mochilas y bolsos, montan puestos de control y barricadas. Damasco no puede negar que está en guerra. Por mucho que sus habitantes se aferren a su espejismo de normalidad, la contienda se filtra insidiosa en la vida cotidiana con sus barricadas, sus detectores de bombas, los soldados en la calle y las explosiones. De noche se las oye más claro, y desde las terrazas se ve en el cielo el resplandor del fuego de artillería procedente del monte Casium, la fortaleza del régimen donde reside el presidente.

Los cristianos sienten que la historia les ha devuelto a aquellos años que recuerdan de los libros de historia, en los que su comunidad era perseguida.


Muadamia es una de las zonas de la periferia de Damasco más tocadas. Los rebeldes, sitiados por el Gobierno, controlan la mayoría de la localidad. Sufren escasez de víveres y bienes básicos. El 21 de agosto, un ataque con misiles cargados con gas sarín, un arma química altamente tóxica, golpeó esta y otras zonas. Estados Unidos dice haber contado 1.429 muertos, 426 de ellos niños, y responsabiliza al régimen, que niega su implicación. Una misión de la ONU ha recabado pruebas irrefutables del ataque, pero sin atribuir la autoría a ningún bando. Estos días, una misión conjunta de la ONU y la Organización para la Prohibición de Armas Químicas se halla en Damasco supervisando la destrucción de arsenales químicos a la que se ha comprometido El Asad.

De los horrores de Muadamia huyó el año pasado Bachar Shahin, de 42 años. Llegó a Damasco, donde trabajaba como guía en el museo nacional, aprovechando su excelente inglés. Los jardines del edificio siguen abiertos, con algunas obras arqueológicas al aire libre. Pero los verdaderos tesoros, como el alfabeto más antiguo del mundo, están en los sótanos de edificios públicos por miedo a que sean dañados. Los únicos en visitar estos jardines son estudiantes. Bachar, sin casa, duerme en el museo. Ha enviado a su mujer y dos hijos a Azerbayán. Y muestra su decepción con la revolución: “Al principio había gente que apoyaba a los rebeldes”, cuenta. “Decían que buscaban la libertad. Pero si querían democracia, ¿por qué matan a civiles? ¿Por qué destrozaron mi casa? ¿Por qué me han dejado sin hogar?”.

Muchos se hacen las mismas preguntas, incluso los que proceden de bastiones rebeldes como Homs. De allí huyó Sahar Turkmani, de 53 años, dejándolo todo atrás. Vino a Damasco con su marido y Asma, de 14 años, la más joven de sus 10 hijos. El padre de familia murió hace ocho meses. Dice Sahar que se le paró el corazón tras tanto sufrimiento. Ella y Asma viven en una escuela en el distrito de Mezzeh, convertida en un centro de refugiados. Las aulas han sido minuciosamente divididas con paredes de fina madera para crear un laberinto de hogares que habitan 260 personas. Madre e hija comen y duermen en el suelo, sobre unos delgados colchones. Tienen un hornillo y junto a la ventana guardan prendas y accesorios que cosen y venden para sacar algo de dinero.

“Solo podemos sentir gratitud por el Gobierno”, dice Sahar, su cabello cubierto por un velo negro. “En Homs vivíamos con miedo. Aquí por lo menos tenemos seguridad. Podemos salir a la calle a comer un helado incluso hasta las diez de la noche”. Estos refugiados desafían también la idea generalizada de que Siria vive una ofensiva de una mayoría musulmana suní contra las minorías imperantes. Tanto Sahar como la práctica totalidad de los residentes de este centro son suníes. La curiosidad que pudieran sentir por aquellas promesas de democracia y libertad de los opositores ha dado paso a una clara voluntad de recobrar la seguridad y la estabilidad perdidas hace largo tiempo.

“No hay piedad en el bando rebelde”, dice con amargura Abdel Azi Nahar, de 70 años, que era imán, también suní, en su mezquita en Berzé, en las afueras de Damasco. Cometió la ofensa de tratar de mediar entre el Gobierno y los rebeldes en una conferencia de paz interna, y quedó marcado. Le robaron el dinero de la mezquita. Le afeitaron la barba. Le secuestraron dos veces. Cuando a su hijo Mohamed, de 18 años, un francotirador le plantó una bala cerca del ojo, hiriéndole de gravedad, decidió buscar refugio en Damasco. “Los que nos hicieron estas cosas son extranjeros, son chechenos e iraquíes, son Al Qaeda. Nada tienen que ver con el islam. No quieren paz”, dice.

Más que un régimen, en Siria todo un sistema de intereses y comunidades resiste la embestida rebelde


En este mosaico de vidas interrumpidas hay un grupo que mantiene una discreción extrema. Bajan la voz cuando pronuncian, si es que lo hacen, el nombre de su propio grupo, “alauíes”. Son una derivación ancestral del chiísmo musulmán; mantienen muchos de sus preceptos y libros en secreto, y se les permite mentir sobre sus creencias para defender a su comunidad. Llegaron a controlar Siria gracias a los golpes de Estado orquestados por Hafez el Asad en los años sesenta y setenta del siglo pasado. El Asad procedía de la villa alauí de Qurdaha, en el noroeste. Para consolidar su poder colocó en el Gobierno y la cúpula militar a personas de su clan. Hoy son 2,5 millones, algo más de un 10% de la población, y el objetivo principal de las milicias rebeldes.

Munir, de 19 años, esconde su credo con una cruz en el cuello para fingir que es cristiano. “Mi madre me lo ha pedido. Cree que si me capturan los terroristas, es menos probable que maten a un cristiano que a un alauí”, dice. Pide que no se revele su apellido por temor a exponer a su familia, parte de la cual ha huido a Líbano. Está de regreso en Damasco, tras haber servido siete meses en el ejército y haber quedado gravemente herido en la pierna derecha en un enfrentamiento en Homs. Aunque aún cojea, ha solicitado volver a filas. “Si no logro volver al ejército, intentaré ingresar en la Fuerza de Defensa Nacional”, dice, en referencia a una milicia paramilitar apoyada por el Gobierno, compuesta mayoritariamente por alauíes, a la que los opositores acusan de excesos y crímenes de guerra, como la ejecución de 450 civiles, en su mayoría suníes, en las afueras de la localidad de Banias, en mayo.

Munir no defiende a ultranza al presidente. “No luchamos solo por Bachar”, dice. “Hizo cosas mal. No supo gestionar esta crisis al principio. Pero ya da igual. Ahora luchamos porque nuestros hermanos han sido asesinados, porque los terroristas se dedican a cazar alauíes, porque si se les deja gobernar harán lo posible por exterminarnos”. Más que un régimen, en Siria todo un sistema de intereses y comunidades resiste la embestida rebelde. Mientras, Munir hace lo que cualquier joven: acude con amigos de su credo a Pages, un café en el centro que podría estar en el Soho neoyorquino.

Algunos lujos se mantienen en Damasco. Hay discotecas abiertas. En el centro comercial Boulevard, varios comercios venden ropa de marca y gafas de diseñador. El esqueleto de lo que era un Zara, aún con sus carteles, vende hoy ropa hecha en Siria. Y en el último piso del Cham Palace, un hotel mítico y de un glamour añejo, aún se mueve un restaurante giratorio con vistas panorámicas. De noche, sin embargo, se ve una ciudad callada y tensa, despertada a intervalos por las luces y el estruendo de una guerra que, tozuda, llama a la puerta.


* Periodista de El País, España

Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/11/01/eps/1383303604_559003.html

jueves, 21 de noviembre de 2013

PEREGRINACIÓN Y ENCUENTRO CONTINENTAL GUADALUPANO





Del viernes 16 al martes 19 de noviembre de 2013, se celebró en las instalaciones de la Plaza Mariana –contigua a la Basílica de Guadalupe- en la Ciudad de México, el evento convocado por la Comisión Pontificia para América Latina, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, los Caballeros de Colón y el Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, en cumplimiento del programa establecido para el Año de la Fe. 

La asistencia de más de un millar de personas, se compuso por más de 60 obispos de América, 9 cardenales, entre ellos dos del denominado G8, es decir, de la comisión creada por el Papa Francisco para reformar la curia y que son el Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga (Tegucigalpa, Honduras) y Cardenal Sean Patrick O'Malley, O.F.M. (Boston, Estados Unidos). También fueron invitados especiales laicos representante de diversos grupos apostólicos. 

El encuentro estuvo presidido por el Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Comisión Pontificia para America Latina y el Dr. Guzmán Carriquiry, Secretario de la misma. 


Metiche como soy, habiendo recibido el correo de un amigo en donde se notificaba del evento y la liga para las inscripciones, entre al sitio de Internet, llene una cédula con mis datos generales. En respuesta se me informó que debía pagar un donativo (para recuperación de gastos: un maletín con el material a utilizar, renta de equipo de traducción y servicio de cafetería); tras efectuar el pago, como respuesta me llegó mi boleto. 

El evento dio inicio el sábado 16 con la entronización de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, precedida con un desfile de banderas de América y de otros países del mundo, como Israel, detrás de las cuales venía la imagen de san Juan Diego y de Santa María de Guadalupe. En el presidium se colocó a la izquierda la imagen de Juan Diego, a la derecha la de la Virgen de Guadalupe y al fondo rodeando la mesa las diferentes banderas. 

Tras las palabras de bienvenida, se procedió a la proyección del mensaje audiovisual que envió el papa Francisco, en donde éste, manifestó su pesar por no poder estar presente. 

Los objetivos del encuentro fueron: 

  • Involucrar cada vez más a todas las Iglesias de las Américas en el dinamismo de una “misión continental”, según el legado de la Exhortación apostólica post sinodal “Ecclesia en America”, del Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida y de las convocatorias pontificias para una “nueva evangelización”. 
  • Confiar la “misión continental” al amor misericordioso de Dios Padre, a la Presencia salvífica de su Hijo y a la gracia del Espíritu Santo, bajo la intercesión de la Santísima Virgen María, madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de los pueblos americanos. 
  • Iluminar la “misión continental” a la luz del nuevo Pontificado de S. S. Francisco y con los contenidos del magisterio pontificio durante el Año de la Fe, específicamente de la Encíclica “Lumen Fidei” 
  • Predisponer las Iglesias del continente americano a recibir las enseñanzas y proposiciones de la Exhortación apostólica pos-sinodal (de la Asamblea sinodal) sobre la “nueva evangelización para la transmisión de la fe” para dar nuevo ardor. Nuevos métodos y nuevas expresiones a la nueva evangelización en el continente americano. 
  • Peregrinar al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe para poner las intenciones, recomendaciones y proposiciones de la “misión continental” a los pies de la Estrella de la Nueva Evangelización americana y Madre de la civilización del amor, implorando si intercesión y guía. 
  • Intercambiar experiencias y reflexiones de las Iglesias en el continente americano respecto de la “misión continental”, en un espíritu de comunión y colaboración. 
  • Retomar más intensos vínculos eclesiales y guadalupanos entre las Iglesias del continente y la Iglesia en Filipinas, y proyectar un compromiso conjunto de la misión “ad gentes”, especialmente referida al Extremo Oriente Asiático. 
  • Prepararse a vivir la Festividad de Nuestra Señora de Guadalupe del 12 de diciembre de 2013. 
La dinámica del encuentro consistió en conferencias plenarias, reuniones en grupos de trabajo, rezo de Laudes y del Rosario, culminando las jornadas diarias con una Solemne Celebración Eucarística en la Basílica de Guadalupe. 

El rosario del primer día fue imborrable, ya que tuvo lugar recorriendo el Cerro del Tepeyac, a la puesta del sol, en un día en donde después de días de mal tiempo, se podían observar los volcanes nevados y todo el contorno de la Ciudad de México. Ya había expresado Mons.Chávez que “la Virgen prepara sus días”.  

El día domingo 17, tras una profética conferencia del Prof. Carl Anderson, Caballero Supremo de los Caballeros de Colón, iniciaron los trabajos de los 13 grupo formados para analizar temas tan variados como: la emergencia educativa, matrimonio, familia y cultura de la vida, liturgia, vida consagrada, acción misionera en instituciones educativas, derechos humanos, justicia y solidaridad, migraciones, narcotráfico, pobreza, caridad y solidaridad con los desamparados y revolución en las comunicaciones, entre otros temas. 


En los primeros intercambios, sobre todo con asistentes extranjeros, vi la extrañeza que les causaba la forma en que había llegado y más cuando les externaba que no era dirigente, ni representante de ningún grupo, sino simplemente un laico “de a pié”, eso si, interesado en el asunto. Una religiosa me hizo esta observación: “probablemente no has caído en la cuenta que eres un invitado especial de la anfitriona (la Virgen de Guadalupe) y por haber correspondido a su invitación recibirás grandes beneficios” y créanme así sucedió, ya que los que no éramos invitados especiales participamos en una serie de conferencias con personajes que no me había imaginado conocer: 

Había leído una de las primeras ediciones del libro del Ing. José Aste Tonsmann –ingeniero civil peruano, especializado Ingeniería de los Sistemas de Investigación en la Universidad de Cornell, quién llegó a México para trabajar en IBM y queriendo corresponder a la hospitalidad mexicano pensó en digitalizar inicialmente el calendario azteca, pero cayó en sus manos una revistas en donde se hablaba de una imagen en los ojos de la Virgen de Guadalupe y se avocó a su digitalización, descubriendo hasta diez personajes. Tras dos años de investigaciones publicó el resultado de las mismas-. Ahora pude escuchar de sus labios la crónica y las dificultades con que topó. 

Repasamos el descubrimiento del Doctor Juan Homero Hernández Illescas (q.e.p.d.) sobre las estrellas del manto, que era la posición que guardaban aquel día del 12 de diciembre de 1531. 

También conocí en resultado de las investigaciones del Maestro en Matemáticas Fernando Ojeda Llanés, -en sus propias palabras-, quién ha descubierto una armonía musical en el manto de la imagen Guadalupana y que nos ofreció la grabación de un bellísimo arreglo hecho por un músico. 

Finalmente debo señalar que conocí a ese erudito del tema guadalupano que es el doctor en Historia monseñor Eduardo Chávez, nahuatlato [1], quien además es Rector del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, y fue postulador oficial de la causa de canonización de san Juan Diego, pero además es practicante de la pintura como su servidor. Mons. Chávez fue conferencista del primer día sobre el hecho guadalupano, pero los invitados no especiales pudimos aprovechar su sapiencia ahora con más calma y familiaridad –debo decir que además es un magnífico expositor, con un gran sentido del humor-. 

En fin podemos hablar mucho sobre el fenómeno guadalupano, pero no es el objeto de este post, sino reportar el evento ocurrido estos días; por lo que retomo la reunión. 

El día lunes18, en asamblea plenaria se presentaron los informes de los grupos de trabajo, seguidos por aportaciones individuales para complementarlos y enriquecerlos. 

Después de la Solemne Celebración Eucarística en la Basílica de Guadalupe, se tuvo una vigilia mariana en donde el Cardenal Marc Ouellet entregó al Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo de la Ciudad de México el obsequio que mandaba el Papa Francisco a la “Guadalupana” un ramillete de una bellísima rosa de oro. 


El día martes 19, se tuvieron varias intervenciones sobre las <<Especiales prioridades y acentuaciones de la “misión continental” para la Iglesia de Canadá, de Estados Unidos, de Hispanoamérica y el Caribe, de Brasil y de Filipinas>>. Cabe aclarar que no se contó con la intervención de José S. Palma, Arzobispo de Cebú, Filipinas, quién ha permanecido al lado de las víctimas del tifón Haiyan, pero se pidió por las víctimas y damnificados, se les envió una carta a nombre de todos los participantes, además de lo recolectado entre la concurrencia. 

El evento concluyó con una Solemne Celebración Eucarística por la evangelización de los pueblos presidida por el Cardenal Marc Ouellet, en donde a manera de despedida señaló <<que este Encuentro Continental representa para todos los participantes “uno de los grandes beneficios del Año de la Fe, que Su Santidad Benedicto XVI convocó y Nuestro Santo Padre Francisco llevará a término, al igual que la Encíclica Lumen Fidei, que ambos escribieron”. 

El Sr. Card. Ouellet citó algunos de los grandes acontecimientos que deja al mundo católico el Año de la Fe, como la generosa renuncia del Papa Benedicto XVI al pontificado, que resultó ser “el más grande testimonio de fe, para dejar paso a un sucesor más joven que ejerza con mayor eficacia el ministerio petrino”. Hecho que derivó en la elección del primer Papa latinoamericano en la historia: Francisco, “quien ha tomado el timón de la Barca de Pedro con mano firme y nos lleva de sorpresa en sorpresa hacia nuevos horizontes”. 

Mencionó que en este Año de la Fe se confirmó la próxima canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, “que fueron signos extraordinarios de esperanza para todo el planeta”. Añadió: “todos estos acontecimientos nos invitan a confiar en el Espíritu Santo, que seguirán sorprendiéndonos y que quiere ahora renovar a toda la Iglesia y, especialmente, a la familia”. 

Pidió orar por el próximo Sínodo sobre la familia, que –en sus palabras– deberá afrontar nuevos desafíos. Agradeció nuevamente a Dios “por darnos un Pastor que lleva a cabo, de forma concreta, la Nueva Evangelización”, y exclamó: “Que el Espíritu de la Misión Continental despliegue ampliamente sus dones a todas las naciones. ¡Que toda América sea atravesada por un gran soplo misionero!”>>.[2] 

Concluyó con la exclamación “¡Viva Cristo Rey y Nuestra Señora de Guadalupe!” seguida por el ¡Viva! De toda la concurrencia. 


Notas:
[1] Versado en la cultura y lengua náhuatl. Diccionario de la RAE 
[2] Reportaje de Francisco Luna Macías en SIAME, 19 de noviembre de 2013 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL DESTINO MANIFIESTO


John Gast El Progreso Estadounidense



Por José Manuel Villalpando, historiador



Fervorosamente creían que Dios los había elegido. El favor divino los había hecho superiores a los demás hombres y además, les había otorgado el derecho de extenderse y de posesionarse de todo el continente americano. Así pensaban y así actuaban casi todos. Para justificarse y ganarse adeptos, concibieron una teoría que les aseguraba el entusiasmo de las masas y las generosas recompensas que su religión puritano-calvinista ofrecía a los celosos promotores del crecimiento territorial de su nación: tierras para explotar y por consecuencia, poder económico, sinónimo de la elección divina de ese Dios que reconocía como hijos suyos a aquellos que triunfaban en lo material.

Llamaron a esa peculiar doctrina el “Destino Manifiesto”. Era una confluencia de ideas corrientes, más o menos adaptadas al pensamiento protestante, producto del pueblo, pero compartidas por igual por las clases cultas y por la masa semi analfabeta. Así, el Destino Manifiesto consistía en la convicción de que el pueblo de los Estados Unidos de América, tenía el derecho, concedido por Dios, de extenderse y de posesionarse de todo el continente americano para desarrollar en él “el gran experimento de la libertad”, al considerar que ellos, los norteamericanos, eran definitivamente superiores a los demás hombres, no sólo en el aspecto racial, sino también en el moral, razones estas que justificaban el derecho de apropiarse de amplias extensiones territoriales con la finalidad de llevar a cabo una misión civilizadora en el orden político, salvadora en el religioso y de progreso económico al volver productivos los inmensos y ricos territorios que permanecían ociosos y sin provecho en el continente americano.

Ya desde 1786, diez años después de haber declarado su independencia, en los Estados Unidos se hablaba ya del derecho que tenía a extenderse. Thomas Jefferson escribía estas terribles y proféticas palabras: “Nuestra confederación ha de ser considerada como el nido del cual partirán los polluelos destinados a poblar América. El peligro actual no radica en el hecho de que España sea dueña de extensas posesiones americanas, sino que en su debilidad permita que caigan en otras manos, antes de que seamos lo suficientemente fuertes para arrebatárselas, parte por parte”. Ya desde entonces el plan estaba concebido: Los Estados Unidos crecerían a costa de los antiguos dominios españoles en América, y por supuesto, el más cercano, el más apetecible, lo era México. Para ello, sabrían esperar: esperaron que su propio país se fortaleciera, esperaron que España perdiera sus colonias, esperaron las independencias de las diversas naciones hispanoamericanas y luego, simplemente avanzaron.

Mientras llegó el momento de iniciar las conquistas, fueron forjando el Destino Manifiesto. En buena medida, estas ideas, que flotaban en el ambiente popular, fueron recogidas por el gobierno norteamericano y encauzadas por él. Uno de los presidentes de los Estados Unidos, John Quincy Adams no ocultaba su convicción expansionista: “La totalidad del continente norteamericano parece encontrarse destinado por la Providencia para ser poblado por una sola nación, hablando un sólo idioma, profesando un sistema uniforme de principios religiosos y políticos, habituada a un sistema general de usos sociales y de costumbres”. La referencia es clara. La nación sería el pueblo de los Estados Unidos; el idioma, el inglés; los principios religiosos, los del puritanismo-calvinista; los principios políticos, la libertad y la democracia al estilo norteamericano; los usos sociales y las costumbres, las derivadas de la creencia de que Dios premia el esfuerzo material y concede la gloria al que triunfa en el ámbito económico.

Lograron impulsar su afán expansionista con el poderoso ingrediente religioso. Dios les había encomendado una misión regeneradora, a ellos, que eran el pueblo elegido. Por eso, frente a los demás pueblos, y especialmente los hispanoamericanos, que padecen la carga de sus vicios, y que heredaron lo peor de la raza española y de las razas indígenas naturales de América, el pueblo de los Estados Unidos, que es un pueblo superior y al mismo tiempo salvador, se encargaría de su rescate y regeneración, aún cuando para cumplir con esta misión divina, se vieran en el preciso y doloroso apremio de ejercer la fuerza y la violencia. Quedaba así justificada la guerra. Otro norteamericano ilustre, James Buchanan, aseguraba que en su tiempo, el de la guerra con México, los Estados Unidos tenían que cumplir con “el destino que la Providencia tiene previsto para ambas razones”. Así, la absorción de México por parte de los Estados Unidos resultaba inevitable. Para ellos era una exigencia suprema, “la realización religiosa de nuestra gloriosa misión nacional bajo la guía de la Providencia divina, para poder así civilizar, cristianizar y levantar de la anarquía y degradación a un pueblo de lo más ignorante, indolente, malvado y desgraciado”: el pueblo mexicano.

Los mexicanos fuimos el objeto de su “misión redentora”. Para llevarla a cabo, no escatimaron recurso alguno, pues recurrieron a la política, a la diplomacia, a la presión, al soborno, a la intriga, a la conspiración y finalmente a la guerra. No importaba, el fin justificaba los medios. Estaban verdaderamente convencidos de su “misión”. Un pastor protestante, el reverendo Johnson, escribió en 1848: “He oído decir que se nos ha constituido misioneros del cielo para llevar la luz, aunque sea mediante el fuego y la espada, hasta ese país descarriado. He oído decir que hemos sido escogidos por la Divina Providencia para purificar una religión falsa y tenebrosa, sustituyéndola por la más pura y santa luz de la religión protestante. He oído decir que esta guerra se lleva a cabo con el fin de ensanchar el área de la libertad”. Esta era la “misión justificadora”, expuesta por el iluminado clérigo protestante. La misión real, la verdadera, la pragmática, era otra. En 1857, John Forsyth, representante estadounidense en México, y uno de los más destacados promotores de la expansión territorial, era mucho más sincero en los fines que perseguían: “Nuestra raza, y espero que también nuestras instituciones, cubrirán este continente, en el que las razas híbridas tendrán que sucumbir y desaparecer, ante las energías superiores del hombre blanco”.

Y así sucedió. La explicación —válida hoy en día— de lo que ha sucedido en la tormentosa relación entre México y los Estados Unidos y de las razones que nos han llevado siempre a ser sus impotentes víctimas, la dio, desde hace más de un siglo, José María Bárcena: “El amor propio ofusca y ciega a las naciones como a los individuos, La nuestra, impresionada en el sentido de la decisión y la fortuna con que luchó por su independencia, y conservando el carácter que distingue a nuestra raza, no había podido comprender que, mientras aquí nos hacíamos trizas por el federalismo o el centralismo, sin adelantar sino poquísimo en intereses y prosperidad materiales y atrasándonos no escasamente en administración, orden y economía, aunque juzgándonos el pueblo más avanzado y dichoso de la tierra, a la otra puerta una nación flemática, cuerda y laboriosa, creciera y verdaderamente progresara por medio del respeto a sus leyes, si no siempre a la justicia; del respeto a sus propias costumbres e instituciones, y del espíritu de trabajo y de adelanto material; en cuyas cualidades los Estados Unidos, por grandes que sean sus lacras y defectos en otras líneas, pueden y deben servir de ejemplo al género humano”.

Ellos no van a cambiar; no han cambiado nunca. No sé por qué esperamos que se comporten de manera diferente si así han sido siempre. Más bien, los que no hemos aprendido la lección somos nosotros. Tal parece que no nos queda, como lo pedía Lucas Alamán, más que implorar al Todopoderoso, “en cuya mano está la suerte de las naciones, que dispense a la nuestra la protección con que tantas veces se ha dignado preservarla de los peligros a que ha estado expuesta.”


16 de octubre de 2013


Fuente: Villalpando y la historia

miércoles, 6 de noviembre de 2013

ALGUNAS CONDICIONES PARA SER BUEN ESCRITOR



HORACE PIPPIN (1888-1946) Pintor afroamericano  


Por Teo Revilla Bravo



Vocación, tenacidad, entusiasmo en ver y sentir, mucho arresto, mirada axiomática y sentido muy crítico ante lo que se escribe, cómo se escribe y para quién se escribe, redactando sin faltas de ortografía ni errores de puntuación graves; dejándose inundar por un humor secreto, personal, oculto y exquisito; ese humor que después se ha de dejar traslucir en las letras con fina ironía y apacible sutileza. El escritor, ha de lograr, ante todo y sobre todo, un estilo fluido y eficaz, poniendo especial ahínco en cómo narra o cuenta aquello que desea expresar o exponer ante los otros, seleccionando cuidadosamente el elemento o tema a tratar, de tal manera que llegue preciso a la conciencia lectora con notables ideas y amplias imaginaciones -sin machacona insistencia ni llamadas a la atención-, siendo capaz de hacer que ese escrito aparezca como una suave brisa acariciadora, que se impulsa vehemente entregada hacia el leedor. ¿Cómo? Entre otros factores, con un estilo favorablemente desarrollado, favorecido por las proverbiales metáforas que hacen posible la formación de los bellos atributos que toda expresión literaria ha de tener sin que el posible lector, absorto en lo que se le cuenta, lo note como exceso mientras le va inundando de verdad la historia o el relato. Por tanto, lo principal que ha de tener todo aquel que desea ponerse a contar algo mediante la escritura, es hallar ese modo conveniente que lo defina e identifique, que le de seguridad y equilibrio: esa voz inequívoca tan esencial en el mundo del arte, ya que es, sin duda, junto a las cualidades intrínsecas del manejo lingüístico y gramatical que se haya adquirido, el objetivo prioritario. El escritor ha de ilusionar e interesar, o no será; ha de lograr maravillar sabiendo mantener la atención, al crear proposiciones y mundos atrevidos, originales y sobre todo atractivos, a la vez que va perfeccionando, el esfuerzo en el trabajo y el poder de inventiva, capaces de generar riqueza y aciertos; algo esencial en quien desee trasmitir registros artísticos que ayuden a introducir, sensibles, hábiles y novedosas aportaciones al rico universo literario, bien sea mediante lo novelado, relatado o poetizado.

Escribir es como pintar un bello cuadro. La narración ha de poseer justa dosificación y buen temple, reflejando en ese lienzo pasiones, esperanzas, ilusiones, amores, y también todo aquello que nos resulte inquietante, como la injusticia incrustada en casi todos los compendios sociales que nos rodean. Esto, que no es nada fácil de lograr como todos sabemos, se consigue a través del atrevimiento y la constancia, con ese tesón necesario que nos lleve a lograr hallar la debida contención y prudencia como normas básicas, alejando tendencias a lo ampuloso y barroco que siempre cansa, desagrada y aleja, y en lo que caemos con cierta incauta facilidad si no estamos alertas. Hay que corregir el propio estilo, realizar retoques dando el valor adecuado a cada línea escrita, de tal manera que se limen malezas y vicios, fáciles de adquirir cegados por la ilusión y el imparable pálpito aventurero que toda ansiedad artística provoca. La obra literaria, como arte que es, no acaba nunca de realizarse del todo; se va agrandando y alargando mediante la práctica, obligando a actuar sobre ella permanentemente para engrandecerla: todo lo que escribimos, lo que esculpimos o pintamos, etc., forma una global labor artística de índole personal que proyectamos a los otros; aunque, inevitablemente, la vayamos, al menos aparentemente, finalizando en cada entrega, a modo de parcial conclusión. A través de la escritura, nos ejercitarnos en esa tarea de investigación, extraída del contexto en que existimos, labrándola o puliéndola en la medida de nuestras posibilidades. El esfuerzo va indicando el grado de sensibilidad personal que poseemos, la dicha de poder describir el amor por ejemplo y el mismo odio, dándole vías diferentes, reflejando una manera de sentir el aire, la claridad del astro sol, el reflejo de la bella luna en las aguas tranquilas de un lago o sinuosidad de un río a su paso por el apacible llano… Pintar lo visible y lo que está oculto, la ternura intuida de una mirada o la mayor de las tristezas… Todo eso tiene la literatura como posibilidad abierta, el hecho de escribir-describir mediante la perseverancia y la firmeza. Por supuesto que en ese camino de perfeccionamiento de la obra, al cuestionarse por iniciativa propia la realidad que se vive e inquieta, surgen los grandes aprietos, las interminables dudas, las desazones e inevitables conflictos personales; también la observancia, el estudio, y todo aquello que se pretende decir y no se logra expresar con el ímpetu y la certeza que uno, empecinado y porfiado en dejar constancia, quisiera.

Olvidarse de los delirios de grandeza es esencial: ser humildes, adaptables, sencillos y trabajadores flexibles; aparcar en lo posible el ego, y luchar por lograr esos grandes o pequeños sueños con tesón, es algo necesario si queremos obtener esa fuente de claros progresos, como personas y escritores, que nos guíen con gozo hacia la obra honestamente realizada.


Barcelona.-octubre.-2013.


©Teo Revilla Bravo.