miércoles, 26 de marzo de 2014

¿A QUÉ VA JESÚS AL DESIERTO?





La Cuaresma comienza cada año con el relato de Jesús que se retira al desierto durante cuarenta días. En esta meditación introductoria queremos tratar de descubrir qué hizo Jesús en este tiempo, qué temas están presentes en el relato evangélico, para aplicarlos a nuestra vida.



1. «El Espíritu empujó a Jesús al desierto»


El primer tema es el del desierto. Jesús acaba de recibir, en el Jordán, la investidura mesiánica para llevar la buena noticia a los pobres, sanar los corazones afligidos, predicar el reino
(cf. Lc 4,18s). Pero no se apresura a hacer ninguna de estas cosas. Al contrario, obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto donde permanece cuarenta días. El desierto en cuestión es el desierto de Judá que se extiende desde el exterior de los muros de Jerusalén hasta Jericó, en el valle del Jordán. La tradición identifica el lugar con el llamado Monte de la Cuarentena que da al valle del Jordán.

En la historia ha habido grupos de hombres y mujeres que han optado por imitar a este Jesús que se retira al desierto. En Oriente, empezando por san Antonio abad, se retiraban a los desiertos de Egipto o de Palestina; en Occidente, donde no existían desiertos de arena, se retiraban a lugares solitarios, montes y valles remotos. Pero la invitación a seguir Jesús en el desierto no se dirige sólo a los monjes y a los eremitas. En forma distinta, se dirige a todos. Los monjes y los eremitas han elegido un espacio de desierto; nosotros debemos elegir al menos un tiempo de desierto.

La Cuaresma es la ocasión que la Iglesia ofrece a todos, sin distinción, para vivir un tiempo de desierto sin tener que abandonar, por ello, las actividades cotidianas. San Agustín lanzó este ardiente llamamiento:

«¡Volved a entrar en vuestro corazón! ¿Dónde queréis ir lejos de vosotros? Volved a entrar desde vuestro vagabundeo que os ha llevado fuera del camino; volved al Señor. Él está listo. Primero entra en tu corazón, tú que te ha hecho ajeno a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: ¡no te conoces a ti mismo, y busca a quién te ha creado! Vuelve, vuelve al corazón, sepárate del cuerpo... Entra en el corazón: examina allí lo que quizá percibes de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo» [i].

¡Volver a entrar en el propio corazón! Pero, ¿qué es y qué representa el corazón, del que se habla tan a menudo en la Biblia y en el lenguaje humano? Fuera del ámbito de la fisiología humana, donde no es más que un órgano del cuerpo por vital que sea, el corazón es el lugar metafísico más profundo de una persona; es lo íntimo de cada hombre, donde cada uno vive su ser persona, es decir, su subsistir en sí, en relación con Dios, del que procede y en el que encuentra su fin, con otros hombres y con la creación entera. También en el lenguaje común, el corazón designa la parte esencial de una realidad. «Ir al corazón de un problema» quiere decir ir a la parte esencial del mismo, del que depende la explicación de todas las demás partes del problema.

Así, el corazón de una persona indica el lugar espiritual, donde uno puede contemplar a la persona en su realidad más profunda y auténtica, sin velos y sin detenerse a sus lados marginales. Es en el corazón donde tiene lugar el juicio de cada persona, sobre lo que lleva dentro de sí, y que es la fuente de su bondad o de su malicia. Conocer el corazón de una persona quiere decir haber penetrado en el santuario íntimo de su personalidad, en el que se conoce a esa persona por lo que realmente es y vale.

Volver al corazón significa, pues, volver a lo que hay de más personal e interior en nosotros. Lamentablemente la interioridad es un valor en crisis. Algunas causas de esta crisis son antiguas e inherentes a nuestra propia naturaleza. Nuestra «composición», es decir el estar constituidos de carne y espíritu, hace que seamos como un plano inclinado, pero inclinado hacia lo exterior, lo visible y lo múltiple. Como universo, tras la explosión inicial (el famoso Big Bang), también nosotros estamos en fase de expansión y de alejamiento del centro. Estamos constantemente «saliendo», a través de esas cinco puertas o ventanas que son nuestros sentidos.

Santa Teresa de Jesús escribió una obra titulada El castillo interior que es, ciertamente, uno de los frutos más maduros de la doctrina cristiana de la interioridad. Pero existe, por desgracia, también un «castillo exterior» y hoy constatamos que es posible estar encerrados también en este castillo. Encerrados fuera de casa, incapaces de volver a entrar. ¡Presos de la exterioridad! Cuántos de nosotros deberían hacer propia la amarga constatación que Agustín hacía a propósito de su vida antes de la conversión: «Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Sí, porque tú estabas dentro de mí y yo fuera. Allí te buscaba. Deforme, me arrojaba sobre las bellas formas de tus criaturas. Estabas conmigo, y yo no estaba contigo. Me tenían lejos de ti tus criaturas, inexistentes si no existieran en te» [ii].

Lo que se hace en el exterior está expuesto al peligro casi inevitable de la hipocresía. La mirada de otras personas tiene el poder de hacer desviar nuestra intención, como algunos campos magnéticos hacen desviar las ondas. La acción pierde su autenticidad y su recompensa. El parecer toma la ventaja sobre el ser. Por eso Jesús invita a ayunar, a hacer limosna a escondidas y a rezar al Padre «en lo secreto»
(cf. Mt 6,1-4).

La interioridad es la vía para una vida auténtica. Se habla hoy mucho de autenticidad y se hace de ello el criterio de éxito o fracaso de la vida. Pero, ¿dónde está, para el cristiano, la autenticidad? ¿Cuándo una persona es realmente ella misma? Sólo cuando acoge, como medida, a Dios. «Se habla mucho —escribe el filósofo Kierkegaard— de vidas desperdiciadas. Pero sólo es desperdiciada la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque no la tuvo nunca, en el sentido más profundo, la impresión de que existe un Dios y que él, precisamente él, su yo, está ante este Dios» [iii].

De una vuelta a la interioridad necesitan sobre todo las personas consagradas al servicio de Dios. En un discurso dirigido a los superiores de una orden religiosa contemplativa, Pablo VI dijo:

«Hoy estamos en un mundo que parece enfrascado en una fiebre que se infiltra incluso en el santuario y en la soledad. Ruido y estridencia han invadido casi cada cosa. Las personas ya no logran recogerse. Víctimas de mil distracciones, disipan habitualmente sus energías detrás de las distintas formas de la cultura moderna. Periódicos, revistas, libros invaden la intimidad de nuestras casas y de nuestros corazones. Es más difícil que en otro tiempo encontrar la oportunidad para ese recogimiento en el cual el alma consigue estar plenamente ocupada en Dios».

Pero tratemos de ver también cómo hacer, concretamente, para encontrar y conservar la costumbre de la interioridad. Moisés era un hombre muy activo. Pero se lee que se había hecho construir una tienda portátil y en cada etapa del éxodo fijaba la tienda fuera del campamento y regularmente entraba en ella para consultar al Señor. Allí, el Señor hablaba con Moisés «cara a cara, como un hombre habla con otro»
(Ex 33,11).

Pero tampoco esto se puede hacer siempre. No siempre se puede uno retirar a una capilla o a un lugar solitario para recuperar el contacto con Dios. San Francisco de Asís sugiere por ello otro medio más al alcance de la mano. Al mandar a sus frailes por las carreteras del mundo, decía: Tenemos un eremitorio siempre con nosotros dondequiera que vayamos y cada vez que lo queramos podemos, como eremitas, entrar en este eremo. «El hermano cuerpo es el eremo y el alma la ermita que habita allí dentro para rezar a Dios y meditar». Es como tener un desierto siempre «debajo de casa» o mejor «dentro casa», en el que poderse retirar con el pensamiento en cada momento, incluso yendo por la calle.

Terminamos esta primera parte de nuestra meditación escuchando, como dirigida a nosotros, la exhortación que san Anselmo de Aosta dirige al lector en una obra famosa suya:

«Ay de mí, miserable mortal, huye durante breve tiempo de tus ocupaciones, deja un poco tus pensamientos tumultuosos. Aleja en este momento los graves afanes y deja de lado tus agotadoras actividades. Atiende un poco a Dios y reposa en él. Entra en lo íntimo de tu alma, excluye todo, excepto a Dios y a quien te ayuda a buscarlo, y, cerrada la puerta, di a Dios: Busco tu rostro. Tu rostro yo busco, Señor» [iv].



2. Los ayunos agradables a Dios


El segundo gran tema presente en el relato de Jesús en el desierto es el ayuno. «Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al final tuvo hambre»
(Mt 4,1). ¿Qué significa para nosotros hoy imitar el ayuno de Jesús? Una vez, con la palabra ayuno se pretendía sólo limitarse en los alimentos y en las bebidas, y abstenerse de carne. Este ayuno alimenticio conserva todavía su validez y es altamente recomendado, naturalmente cuando su motivación es religiosa y no sólo higiénica o estética, pero ya no es el único y ni siquiera el más necesario.

La forma más necesaria y significativa de ayuno se llama hoy sobriedad. Privarse voluntariamente de pequeñas o grandes comodidades, de lo que es inútil y a veces incluso perjudicial para la salud. Este ayuno es solidaridad con la pobreza de muchos. ¿Quién no recuerda las palabras de Isaías que la liturgia nos hace escuchar al comienzo de cada Cuaresma?

«¿Acaso el ayuno que quiero no es éste:
que compartas tu pan con quien tiene hambre,
que lleves a tu casa a los desafortunados privados de techo,
que cuando veas a uno desnudo tú lo cubras
y que no te escondas a quien es carne de tu carne?»
(Is 58, 6-7).

Semejante ayuno es también contestación a una mentalidad consumista. En un mundo que ha hecho de la comodidad superflua e inútil uno de los fines de su propia actividad, renunciar a lo superfluo, saber prescindir de algo, abstenerse de recurrir siempre a la solución más cómoda, de elegir lo más fácil, el objeto de mayor lujo, vivir, en definitiva, con sobriedad, es más eficaz que imponerse penitencias artificiales. Además, es justicia hacia las generaciones que sigan a la nuestra que no deben ser reducidas a vivir de las cenizas de lo que nosotros hemos consumido y desperdiciado. La sobriedad también tiene un valor ecológico, de respeto de la creación.

Más necesario que el ayuno de los alimentos es hoy también el ayuno de imágenes. Vivimos en una civilización de la imagen; nos hemos convertido en devoradores de imágenes. Mediante la televisión, la prensa, la publicidad, dejamos entrar imágenes en abundancia dentro de nosotros. Muchas de ellas son insanas, propagan violencia y maldad, no hacen más que incitar los peores instintos que llevamos dentro. Son producidas expresamente para seducir. Pero quizá lo peor es que dan una idea falsa e irreal de la vida, con todas las consecuencias que se derivan de ello a continuación en el impacto con la realidad, sobre todo para los jóvenes. Se pretende, inconscientemente, que la vida ofrezca todo lo que la publicidad presenta.

Si no creamos un filtro, una barrera, reducimos en breve tiempo nuestra imaginación y nuestra alma a vertedero. Las imágenes malas no mueren en cuanto llegan dentro de nosotros, sino que fermentan. Se transforman en impulsos para la imitación, condicionan terriblemente nuestra libertad. Un filósofo materialista, Feuerbach, dijo: «El hombre es lo que come»; hoy quizá habría que decir: «El hombre es lo que mira».

Otro de estos ayunos alternativos, que podemos hacer durante la Cuaresma, es el de las palabras malas. San Pablo recomienda: «Ninguna palabra mala salga ya de vuestra boca, sino más bien palabras buenas que puedan servir para la necesaria edificación y provecho de los que escuchan»
(Ef 4, 29).

Palabras malas no son sólo las palabrotas; son también las palabras cortantes, negativas que ponen de manifiesto sistemáticamente el lado débil del hermano, palabras que siembran discordia y sospechas. En la vida de una familia o de una comunidad, estas palabras tienen el poder de cerrar a cada uno en sí mismo, de congelar, creando amargura y resentimiento. Literalmente, «mortifican», es decir, producen la muerte. Santiago decía que la lengua está llena de veneno mortal; con ella podemos bendecir a Dios o maldecirlo, resucitar a un hermano o matarle
(cf. Sant 3,1-12). Una palabra puede hacer peor mal que un puñetazo.

En el Evangelio de Mateo figura una palabra de Jesús que ha hecho temblar a los lectores del Evangelio de todos los tiempos: «Pero yo os digo que de cada palabra inútil los hombres darán cuenta en el día del juicio»
(Mt 12,36). Jesús, ciertamente, no tiene la intención de condenar cada palabra inútil, en el sentido de no «estrictamente necesaria». Tomado en sentido pasivo, el término argon (a = sin, ergon = obra) utilizado en el Evangelio indica la palabra carente de fundamento, por lo tanto, la calumnia; tomado en sentido activo, significa la palabra que no fundamenta nada, que no sirve ni siquiera para la necesaria distensión. San Pablo recomendaba al discípulo Timoteo: «Evita las charlas profanas, porque los que las hacen avanzan cada vez más en la impiedad» (2 Tim 2,16). Una recomendación que el papa Francisco nos ha repetido más de una vez.

La palabra inútil (argon) es lo contrario de la palabra de Dios que se define en efecto, por contraste, energes,
(1 Tes 2,13; Heb 4,12), es decir eficaz, creativa, llena de energía y útil para todo. En este sentido, aquello de lo que los hombres deberán rendir cuentas en el día del juicio es, en primer lugar, la palabra vacía, sin fe y sin fervor, pronunciada por quien debería en cambio pronunciar las palabras de Dios que son «espíritu y vida», sobre todo en el momento en que ejerce el ministerio de la Palabra.


3. Tentado por Satán


Pasemos al tercer elemento del relato recogido sobre el que queremos reflexionar: la lucha de Jesús contra el demonio, las tentaciones. En primer lugar, una pregunta: ¿Existe el demonio? Es decir, ¿indica la palabra demonio realmente alguna realidad personal, dotada de inteligencia y voluntad, o es simplemente un símbolo, un modo de hablar para indicar la suma del mal moral del mundo, el inconsciente colectivo, la alienación colectiva, etc.?

La prueba principal de la existencia del demonio en los evangelios no está en los numerosos episodios de liberación de obsesos, porque al interpretar estos hechos pueden haber influido las creencias antiguas sobre el origen de ciertas enfermedades. Jesús, que es tentado en el desierto por el demonio: ésta es la prueba. La prueba son también los múltiples santos que han luchado en la vida con el príncipe de las tinieblas. Ellos no son «quijotes» que han luchado contra molinos de viento. Al contrario, eran hombres muy concretos y de psicología muy sana. San Francisco de Asís confió una vez a un compañero: «Si los frailes supieran cuántas y qué tribulaciones recibo de los demonios, no habría uno que no se pusiera a llorar por mí» [v].

Si muchos encuentran absurdo creer en el demonio es porque se basan en los libros, pasan la vida en las bibliotecas o en el despacho, mientras que al demonio no le interesan los libros, sino las personas, especial y precisamente, los santos. ¿Qué puede saber sobre Satanás quien no ha tenido nada que ver con la realidad de Satanás, sino sólo con su idea, es decir, con las tradiciones culturales, religiosas, etnológicas sobre Satanás? Esos tratan normalmente este tema con gran seguridad y superioridad, liquidando todo como «oscurantismo medieval». Pero es una falsa seguridad. Como quien presumiera de no tener miedo alguno del león, alegando como prueba el hecho de que lo ha visto muchas veces pintado, o en fotografía y nunca se ha asustado.

Es totalmente normal y coherente que no crea en el diablo quien no cree en Dios. ¡Incluso sería trágico si alguien que no cree en Dios creyese en el diablo! Sin embargo, pensándolo bien, es lo que sucede en nuestra sociedad. El demonio, el satanismo y otros fenómenos conexos están hoy de gran actualidad. Nuestro mundo tecnológico e industrializado pulula de magos, brujos de ciudad, ocultismo, espiritismo, adivinadores de horóscopos, vendedores de mal de ojo, de amuletos, así como de auténticas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto por la ventana. Es decir, expulsado por la fe, ha regresado con la superstición.

Lo más importante que la fe cristiana tiene que decirnos no es, sin embargo, que el demonio existe, sino que Cristo ha vencido al demonio. Cristo y el demonio no son, para los cristianos, dos principios iguales y contrarios, como en ciertas religiones dualistas. Jesús es el único Señor; Satán no es más que una criatura «que ha ido mal». Si se le concede poder sobre los hombres es para que los hombres tengan la posibilidad de elegir libremente de qué parte están, y también para que «no se alcen en soberbia»
(cf. 2 Cor 12,7), creyéndose autosuficientes y sin necesidad de ningún redentor. «El viejo Satán está loco», dice un canto espiritual negro. «Ha disparado un golpe para destruir mi alma, pero ha fallado la puntería y, en cambio, ha destruido mi pecado».

Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo queremos. Satanás, decía un antiguo padre de la Iglesia, tras la venida de Cristo, es como un perro atado al palo: puede ladrar y lanzarse lo quiera; pero, si no somos nosotros los que nos acercamos, no puede morder. ¡Jesús en el desierto se ha liberado de Satanás para liberarnos de Satanás!

Los evangelios nos hablan de tres tentaciones: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan»; «Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo»; «Todas estas cosas te daré, si, postrándote, me adoras». Tienen un fin único y común a todas: desviar a Jesús de su misión, distraerlo del objetivo para el que ha venido a la tierra; sustituir el plan del Padre con un plan distinto. En el bautismo, el Padre había mostrado a Cristo la vía del Siervo obediente que salva con la humildad y el sufrimiento; Satanás le propone una vía de gloria y de triunfo, la vía que todos entonces se esperaban del Mesías.

También hoy todo el esfuerzo del demonio es el de desviar al hombre del objetivo para el que está en el mundo que es el de conocer, amar y servir a Dios en esta vida para gozarlo luego en la otra. Desviarlo, es decir, llevarlo de una parte a otra, en otra dirección. Sin embargo, Satanás también es astuto; no aparece en persona con cuernos y olor a azufre (sería demasiado fácil reconocerlo); se sirve de las cosas llevándolas al extremo, absolutizándolas y convirtiéndolas en ídolos. El dinero es una cosa buena, como lo son el placer, el sexo, la comida, la bebida. Pero si se convierten en lo más importante de la vida, en el fin, y no ya en medios, entonces llegan a ser destructivos para alma y a menudo también para el cuerpo.

Un ejemplo especialmente referido al tema es la diversión, la distracción. El juego es una dimensión noble del ser humano; Dios mismo ha mandado el descanso. El mal es hacer del juego el objetivo de la vida, vivir la semana como espera del sábado noche o de la ida al estadio el domingo, por no hablar de otros pasatiempos mucho menos inocentes. En este caso la diversión cambia el signo y, en lugar de servir al crecimiento humano y aliviar el estrés y la fatiga, los aumenta.

Un himno litúrgico de la Cuaresma exhorta a utilizar más parcamente, en este tiempo, «palabras, alimentos, bebidas, sueño y diversiones». Éste es un tiempo para redescubrir para qué hemos venido al mundo, de dónde venimos, a dónde vamos, que ruta estamos siguiendo. De lo contrario, nos puede ocurrir lo que sucedió al Titanic o, más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, al Costa Concordia.



4. Porque Jesús se retiró en el desierto


He intentado sacar a la luz las enseñanzas y ejemplos que nos vienen de Jesús para este tiempo de Cuaresma, pero debo decir que he omitido hasta ahora hablar de lo más importante de todo. ¿Por qué Jesús, después de su bautismo, se acercó al desierto? ¿Para ser tentado por Satanás? No, ni siquiera lo pensaba; nadie va a propósito en busca de tentaciones, y él mismo nos ha enseñado a pedir que no caigamos en la tentación. Las tentaciones fueron una iniciativa del demonio, permitida por el Padre, para la gloria de su Hijo y como enseñanza para nosotros.

¿Fue al desierto para ayunar? También, pero no principalmente para esto. ¡Fue allí para orar! Siempre, cuando Jesús se retiraba en lugares solitarios era para orar. Fue al desierto para sintonizar, como hombre, con la voluntad de Dios, para profundizar la misión que la voz del Padre, en el bautismo, le había hecho vislumbrar: la misión del Siervo obediente llamado a redimir al mundo con el sufrimiento y la humillación. En definitiva, fue allí para rezar, para estar en intimidad con su Padre. Y este es también el objetivo principal de nuestra Cuaresma. Fue al desierto por el mismo motivo por el que, según Lucas, un día, más tarde, subió al Monte Tabor, es decir, para rezar
(Lc 9,28).

No se va al desierto sólo para dejar algo —bullicio, el mundo, las ocupaciones—; se va allí sobre todo para encontrar algo, más aún, a Alguien. No se va allí sólo para reencontrarse a uno mismo, para ponerse en contacto con el propio yo profundo, como en muchas formas de meditación no cristianas. Estar a solas con uno mismo puede significar encontrarse con la peor de las compañías. El creyente va al desierto, desciende a su corazón, para reanudar su contacto con Dios, porque sabe que «en el hombre interior habita la Verdad».

Es el secreto de la felicidad y la paz en esta vida. ¿Qué más desea un enamorado que estar a solas, en intimidad, con la persona amada? Dios está enamorado de nosotros y desea que nosotros nos enamoremos de él. Al hablar de su pueblo como de una novia, Dios dice: «La llevaré al desierto y hablaré a su corazón»
(Os 2,16). Se sabe cuál es el efecto del enamoramiento: todas las cosas y todas las demás personas se retiran, se sitúan como en el trasfondo. Hay una presencia que llena todo y hace «secundario» a todo el resto. No aísla de los demás, sino que incluso hace aún más atentos y disponibles hacia los otros, pero indirectamente, por redundancia de amor. ¡Oh, si nosotros, los hombres y mujeres de Iglesia descubriéramos lo cerca que está de nosotros, al alcance de la mano, la felicidad y la paz que buscamos en este mundo!

Jesús nos espera en el desierto. No lo dejemos solo todo este tiempo.




P. Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap, Cuaresma de 2014




© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco
[i] San Agustín, In Ioh. Ev., 18 , 10: CCL 36, 186.
[ii] San Agustín, Confesiones, X, 27.
[iii] San Kierkegaard, La malattia mortale, II: Opere (C. Fabro, ed.) (Florencia 1972) 663 [trad. esp.: Enfermedad mortal (Madrid 2005)].
[iv] San Anselmo, Proslogion, 1: Opera omnia, 1 (Edimburgo 1946) 97 [Ed. lat./esp.: Obras completas de San Anselmo, I (BAC, Madrid 2008)].
[v] Cf. Speculum perfectionis, 99: FF 1798.


Fuente: http://www.cantalamessa.org/?p=2299&lang=es

miércoles, 19 de marzo de 2014

ESCRIBIR


      


Teo Revilla Bravo*


Se escribe, se habla, se repite monótonamente tanto… Pero, ¿qué permanece? La mayoría de las palabras se las lleva el viento una vez pronunciadas, las barre la insignificancia una vez escritas, las anonada el olvido… Por eso hay que escribir y sentir la poesía libremente con una intuición especial: la de mantener el equilibrio, la armonía y la medida, sabiendo que hay algo que merece la pena ser dicho y que al decirlo nos libera, desde la propia sensibilidad, de aspectos ásperos de la vida, sin preocuparnos de si otros serán receptivos, que lo serán si el poema es sincero y cabal. La poesía no es un medio para abrumar al lector sino para lanzar emociones y agitarlo; denunciar injusticias, concienciar, abrir el corazón en una celebración de lo cotidiano, de lo que sucede en nuestro interior como canto a la vida y al amor, haciendo prevalecer versos directos con lenguaje preciso, que lleguen al alma desde la propia sensibilidad -alejándonos del realismo más plano-, entre evocaciones íntimas y emociones constantes, que han de revelarse capaces de captar lo poético en la sencillez de lo elemental, como una verdad de lo frecuente simbolizado, de lo que se ve y casi se palpa, de lo que parece escapar pero que logra retener comunicar y transcender: locución, poema, meditación... La poesía se lo debe todo al silencio y a la reflexión.

Poemas de la metafísica personal y de la duda. Experiencias y memorias que se interrelacionan dando lugar a una poesía que medita sobre el paso del tiempo, sobre el acceso a la madurez, sobre la pérdida de la inocencia, sobre el amor y el desamor, sobre los límites de la vida, sobre la muerte -esa muerte de donde se desprende el rayo de la vida- y sus consecuencias ante el misterio o lo existencial incomprendido, bordeando el escepticismo pero sin dejarse caer en él. Ha de ser, en tal caso, una mística de la lucidez; una reflexión personal en un acto de fusionar poemas e imágenes en la memoria, con emoción y contenida vehemencia; con compromiso, experiencia y hasta tensión dramática; y con cierta melancolía como lustre estético, reflejo y vigor de la experiencia...

El peor destino que le cabe en suerte a toda poesía, es ser, a lo largo del tiempo, previsible, monótona, repetitiva. Ha de alterar o tocar las fibras sensibles propias y de quien la leyere. Estando y sintiendo en presente, ha que avanzar sobre el tiempo real, porque parte de su esencia es la intuición y el reflejo de una sociedad siempre en movimiento y creación; ha de impulsar novedad y frescura; ha de abrir cauces y ritmos literarios, saliendo de su asfixia; ha de respirar como alternativa libre y novedosa; ser germen creativo en constante movimiento y expansión…

Cada poema escrito abre un nuevo interrogante, una deliberación o entresijo, un dilema. Quizás por eso estamos impulsados a rehacerlo constantemente, a sentirlo fallido, porque, como en toda obra de arte, esa idea inicial que empuja a su creación, jamás logra significarse del todo: siempre nos falta algo, siempre queda inconclusa e insegura, ya que la palabra poética está oculta tras la voz convencional y hay que averiguarla, hay que liberarla, como nos decía muy bien Vicente Huidobro hablando de la poesía. Ahí nos sentimos rotos, decepcionados e impulsados a indagar más: “Sólo lo permanente cambia”, decía Kant, dándonos cuenta de que el Ahora ya se encuentra adelante, que es un ahora avanzado;“ Un vertiginoso fuera de sí mismo”, como dijo en una reflexión sobre “La palabra en el tiempo”, Manuel Ballestero.

Para un escritor, para un lector posible, la poesía siempre ha de ser novedosa, atrayente, mágica, necesaria para ordenar la propia experiencia y darle sentido a nuestra existencia; ha de ser diferente, inefable, indefinible, un poco ambigua también; a veces indescifrable –lector y escritor han de indagar, pelear con la palabra, acomodarla en el mejor sentir-; ha de ser realista, misteriosa, onírica, mágica, abstracta o surrealista, pero nunca acomodaticia…

Simplemente hemos de dejarla manar y surgir fresca desde el fontanal libre del sentimiento, y beber y dejar beber copiosamente de sus aguas.



* Escritor, poeta y pintor catalán. Autor de varios libros. Fundador y director de Órbita Literaria, círculo de escritores, artistas y buenos amigos.



Barcelona, 17.-04.-2009





ESCRIBIR II



Teo Revilla Bravo


Escribir es explorar. Es una manera de alentar estímulos, de inhalar aire, de crecer y sobrevivir a las catástrofes diarias que acontecen en nuestro interior, intentando extraer inteligencia y agudeza a través de la intuición y de las sensaciones. No conformándonos, huyendo de la realidad más próxima para aventurarnos -gran desafío- solícitos, en regiones inexploradas y detenidas, en un intento de removerlas. Un canto a la luz, un reflejo de músicas. Un arañar y quitar las esquirlas que deja al paso, día a día, la muerte lenta.

El punto formal de la escritura ha de ser libre, transgresor. No hace falta guardar fidelidad a la métrica clásica ni a parámetros establecidos, pero siempre ha de ser con voz personal, ajena a cualquier tipo de formalidad, y autobiográfica en su estructura, con señales propias suficientes como para llamar poderosamente la atención del lector. Escribir exige consignar razones insondables, casi siempre subyacentes. Es un proceso de necesario desbarate de todo aquello que incomoda y estorba, como son las tensiones y ansiedades del momento, desnudando la elipsis que nos aprieta y confunde, replanteando nuevos y constantes amaneceres. La escritura ha de sondear en las circunstancias que vive el poeta antes de conceptuarlas. Un poema es literatura cuando concibe o expresa de nuevo la realidad y ayuda a su innovación replanteando el mundo -desde el sentimiento profundo- de quien lo lee o escribe.

Escribir es otra adicción más a la existencia ya que una vez iniciados, no podemos dejar de concebir este hecho como realidad propia; es plasmar un diálogo, desde lo personal transferible, para hacerlo extensible a los otros; es descubrir nuevos espacios con arresto imaginativo, desde la ecuanimidad y la experiencia; una estrategia para profundizar en lo íntimo del ser humano renovando el pasado agobiante a través de filtros vertidos como versos, que conviertan el hecho de escribir en un análisis profundo sobre la sociedad y la vida; es reconocerse en la duda, en la indecisión acosadora, en la incertidumbre del devenir, transitando por el vacío aparente que se abre ante nuestros ojos, para sentir que el mayor precipicio que nos amenaza está dentro.

Escribir es emprender un largo viaje intentando atrapar lo inasible recorriendo espacios asombrosos con dificultades y sorpresas, con cansancios y fatigas, abarcando territorios, inaugurando paisajes con una terquedad sin límites, la mayoría de las veces ejercida en batallas baldías aparentemente, pero que nos van posicionando, mientras vamos ganando terreno a esos parajes inexplorados que invaden la imaginación; es ir tras edenes intuidos partiendo desde una soledad que siempre invoca a la vida y a la muerte como constantes irrenunciables. Ahí el hecho poético como una larga afinación del raciocinio; ahí la creencia en el poder comunicador de la palabra como reflejo de vida.

Hemos de ir cifrando ese mundo de emociones a través de un aprendizaje continuo, con rigor estético, en un itinerario cuyos puntos de partida y de llegada siempre son un espejismo que dejan al viajero detenido en un limbo de nadie; limbo que incluye el ansia de lo posible junto al desencanto de lo que ya no queda: como en un tiempo suspendido donde es imposible tomar contacto, excepto, tal vez, a través de ese otro viaje inmóvil de la escritura, donde sí es posible de alguna manera recuperar lo perdido, aunque solamente sea para volverlo a extraviar. Hemos de ir cifrando, decía, Hasta que las palabras nos lleven a un hecho sorprendente, que se habrá de saber identificar con sensible plenitud. Todo se ha de ir haciendo con rigurosa interioridad, sin disfraces, sin tecnicismos cargantes, sin estorbos ni falacias, libre y sincero, construyendo un mundo como regresión necesaria a través de un catártico o remedio que obre el milagro de la salud. Escribir poesía es dejar constancia de que, al hacerlo, nos vamos descubriendo únicos en los otros. Así, en cada circunstancia significativa o magnificencia de vocablo, desafiaremos el sentido de cada frase asentándonos en medio de la soledad, como ante un relámpago deslumbrante de versátiles efectos. Un halo que nos ronda desde siempre, pero que sólo a veces, muy pocas veces, se nos revela de verdad.



Barcelona.-02.-02.-2011.


Fuente: http://orbitaliteraria.spruz.com/

jueves, 13 de marzo de 2014

BENEDICTO XVI, EL PAPA DE LA EXPIACIÓN




Inicio del viacrucis


El viernes 25 de marzo, tocó al cardenal Joseph Ratzinger rezar el viacrucis en el Coliseo romano, de esa semana santa de 2005, debido a la incapacidad física del Papa Juan Pablo II, y en forma sorpresiva expresó el mea culpa de la Iglesia Católica en la Novena Estación: <<Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? […] ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y también entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […]>> y a continuación la oración esperanzada: <<Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace agua por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los ensuciamos nosotros mismos. Nosotros somos quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, te arrastramos a tierra, y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos. >>

Días después, el domingo 2 de abril, fallecía Juan Pablo II. Tras las exequias vino el Cónclave y fue Joseph Ratzinger el elegido como nuevo Papa, el 19 de abril. 

Las investigaciones emprendidas años atrás por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe habían llegado a conclusiones, y empezaron a caer las cabezas de los pederastas encumbrados. La primera fue la de Luigi (Gino) Burresi, de la Congregación de los Siervos del Corazón Inmaculado, el 27 de mayo de 2005. El caso de Maciel, fue de una extremada dificultad ya que La legión de Cristo, con cifras a 2011, contaba con 4 obispos, 932 sacerdotes y 1993 seminaristas. Además existía un movimiento seglar el Regnum Christi con 68 mil miembros en 37 países. Su líder a pesar de sus desajustes sicológicos, era un líder carismático que había instaurado una férrea disciplina y que muchos consideraban un hombre santo. Aplicar medidas correctivas implicaba tener en cuenta a estos miles de seguidores y su fe. Por esta razón la Santa Sede inició sus sanciones con la presión para que renunciara (2005). Posteriormente, en 2006 se hizo pública “la invitación” de que se recluyera a una vida de oración y penitencia renunciando a todo ministerio público. En 2010, Benedicto XVI nombró a Velasio de Paolis como “interventor” de la Legión y de Regnum Christi. A pesar de la mano suave aplicada por el Vaticano, de 2006 a mayo de 2013 hubo un éxodo del 20 por ciento entre los legionarios.

Los números de la depuración


Un documento dado a conocer por la Associated Press el pasado viernes 17 de enero de 2014, reveló que el papa Benedicto XVI destituyó a 384 sacerdotes en el lapso de dos años por abusar sexualmente de niños. Estas estadísticas correspondientes a 2011-12 son las primeras cifras divulgadas por el Vaticano de sacerdotes destituidos. Una revisión de la AP a los reportes muestra una evolución notable en los procesos internos de la Santa Sede para emprender acciones disciplinarias contra los pedófilos desde 2001, cuando el Vaticano ordenó a los obispos que enviaran a Roma los casos de todos los sacerdotes, cuya acusación parecía verosímil, para su revisión.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger emprendió acciones tras determinar que los obispos del mundo no estaban siguiendo la ley de la Iglesia para enjuiciar a los clérigos acusados en los tribunales católicos. Los obispos solían simplemente cambiar a los sacerdotes problemáticos de una congregación a otra en vez de someterlos a juicios canónicos o entregarlos a la policía. Así que Ratzinger impulsó reformas para poder emprender procesos administrativos contra el sacerdote acusado, o juicios orales. 

Una vez que Ratzinger se convirtió en el papa Benedicto XVI, el Vaticano cambió el tono, incluyendo un pedido de disculpas a las víctimas. El 2010 vio un aumento de miles de casos reportados en los medios de comunicación. Unos 527 casos fueron reportados a la Congregación. No se revelaron cifras de sacerdotes cesados.

Para 2011 con las nuevas leyes en vigor el número de sacerdotes destituidos aumentó bastante: 260 fueron cesados en un año y 404 nuevos casos de abuso contra menores fueron reportados. Otros 419 sacerdotes fueron sancionados por crímenes relacionados con abusos.

En 2012, último año del que se tienen cifras, hubo 124 destituciones y se reportaron 418 nuevos casos.


Pasión y penitencia


En su visita a Fátima en mayo de 2010, a la pregunta de si el texto del tercer secreto de Fátima se podía extender, más allá del atentado a Juan Pablo II, también al sufrimiento de los Papas, Benedicto XVI respondió: <<…diría también aquí que, además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian. El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo.

Como veis, el Papa necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad>>

La solución humana ante los abusos sexuales -en la familia, en la escuela, en las Iglesias- ha sido siempre la misma: el silencio, tanto para proteger a las víctimas del descrédito y la humillación, como para evitar el chismorreo y el morbo. Son los “secretos de familia” tan celosamente guardados. Precisamente por esta razón llama la atención la solución que propuso el enfermo pontífice Juan Pablo II, es decir, sacar a la luz pública, estos vergonzosos acontecimientos, con el consecuente descrédito y la campaña de ataques y denostación que seguiría

¿Cuál pudo ser la razón de este proceder? La Revelación cristiana nos dice que Satanás, es un espíritu puro, aunque finalmente es una creatura. No es perceptible por los sentidos, por lo que las representaciones de él con cuernos y patas de cabra, son más mitológicas que cristianas, y no pueden sino llamar a risa. No tiene poder alguno sobre nuestra voluntad e inteligencia, aunque si sobre nuestra imaginación, -por eso el pecado nos parece tan atractivo, aunque finalmente, el resultado nunca es “tan sabroso” como lo imaginábamos-. 

Satanás ha sido llamado “el príncipe de las tinieblas”, entre otras cosas porque el pecado usualmente se comete en forma oculta, con engaños, mentiras, por eso la forma de neutralizarlo y expiarlo sería sacándolo a la luz... no obstante, el costo de esto sería elevadísimo. Así lo habría ponderado Juan Pablo II, pero el Espíritu Santo, le habría revelado que no habría otro camino, aunque como consecuencia de ello, el Papa y la Iglesia serían sometidos a una nueva persecución, inspirada por la ira del demonio, al no permitirle trabajar como a él le gusta, es decir, “en lo oscurito”.

La muerte libró a Juan Pablo II de la persecución que se levantó sobre la Iglesia y la figura de Benedicto XVI; así lo confirmó uno de los más renombrados exorcistas del mundo Gabriele Amorth al expresarse sobre los ataques al pontífice, en marzo de 2010 <<No existe duda alguna de que han sido sugeridos por el Demonio, ya que tratándose de un Papa maravilloso, digno sucesor de Juan Pablo II, intenta tomarla con él>>.

De esta forma Benedicto XVI, se vistió con el sayal de la pederastia, tomo su cruz y la cargó con ánimo, como lo había hecho en el viacrucis de 2005. Humanamente, el ser el foco de continuos y renovados ataques lo desgastó física y mentalmente, lo “quemó” en su breve, pero enérgico pontificado y probablemente lo dejó agotado y sin fuerzas para seguir adelante, al frente de una Iglesia -que entendía- “no era suya, sino de Cristo”.

Sanar heridas


Pero la acción de Benedicto XVI, no se encaminó únicamente a descubrir y castigar a los culpables, también estaba enfocada a las víctimas en tres líneas:
  •  Curar heridas
  •  Reparar el daño causado
  •  Emprender una renovación espiritual
En su pontificado se realizaron múltiples reuniones con las víctimas de los pederastas y en sus visitas a otros países, no podía faltar esta la reunión.


Este proceder que efectivamente tenía un efecto sanador en las víctimas, solo servía para que ciertos medios, atizarán más el fuego contra el Papa y la Iglesia Católica. Vi algunas entrevistas a las víctimas y constaté lo que les producía, el hecho de el jefe de su Iglesia, escuchará a uno por uno y les pidiera perdón. 


La renuncia


El lunes 11 de febrero de 2013 [1], cumpliendo con lo estipulado por el Derecho Canónico para una renuncia papal: -en forma pública, ante un consistorio cardenalicio y en presencia del decano-, manifestó el Pontífice: <<Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.



Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando…>>

La noticia causó una gran conmoción. Habían pasado 598 años desde que Gregorio XII renunció a su puesto en el año 1415.

Suceso inimaginable después de ver el suplicio de Juan Pablo II, agobiado por el mal de Parkinson- En su último viaje a México en agosto de 2002, lo pudimos notar en su inmovilidad y falta de mímica facial, en la poca claridad de sus palabras y el escurrimiento incontrolable de la saliva,. Presenciamos pocos días antes de su muerte, su incapacidad para comunicarse con sus ovejas, en el Ángelus dominical; con la garganta destrozada por la traqueotomía practicada, inútil y dolorosa fue la extracción de las sondas que le habían sido implantadas en su última visita a la Policlínica Gemelli. Pese al martirio terminal de su enfermedad, Juan Pablo II, había expresado que “si Jesucristo no se había bajado de la cruz, como iba él a renunciar a la suya”.

¿Qué tanto caló en su ánimo el estar tan cercano al heroico, Juan Pablo II, dispuesto a estar junto a su grey hasta el último de sus suspiros?


“Por mi edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”


En 1991 sufrió un ictus o hemorragia cerebral que lo tuvo hospitalizado 10 días en la clínica Pío XI de Roma, dónde le fue implantado un marcapasos hace años, que según un diario italiano, le fue sustituido discretamente hacía 3 meses, padece hipertensión arterial, sufrió desmayos en 2009 y 2011 en México. Tiene 50% de artrosis en la cadera derecha, por lo que camina con bastón, apenas ve con el ojo derecho. Sujeto a una rigurosa dieta hace años, no puede viajar a lugares con una altitud mayor a 2000 metros. En los últimos meses, siempre por motivos de salud, había disminuido sus compromisos públicos, sus viajes y las audiencias.

Su biógrafo Vittorio Messori periodista de La Stampa, que había iniciado una amistad como resultado del libro-entrevista «Informe sobre la fe», de 1985, al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos comenta: <<El Papa se siente enfermo porque es muy anciano, así que yo creo que él ha elegido precisamente ese día para reconocerse como enfermo entre los enfermos. Y también para hacer un homenaje y una especie de invocación a la Virgen: no solamente a la Virgen de Lourdes, sino a la Virgen en cuanto tal. >>.

Ante la opinión de que Benedicto XVI, se ha rendido Messori contesta: << Existen aparentes rendiciones que en realidad son un signo de fuerza, de humildad. La libertad católica es mucho más grande de cuanto se piensa. Existen temperamentos diversos, historias diversas, carismas diversos, y todos ellos se han de respetar porque forman parte de la sacrosanta libertad del creyente. En Juan Pablo II prevalecía el lado místico, era un místico oriental. Mientras en Ratzinger prevalece la racionalidad del occidental, del hombre moderno. Por ello, se dan dos posibles elecciones: la mística, la del Papa Wojtyla, que persevera y resiste hasta el final; o la elección de la razón, como Ratzinger: reconocer que no se tienen ya las energías físicas y que la Iglesia, por el contrario, necesita una guía con grandes energías, por lo que, por el bien de la Iglesia, es mejor dejarlo. Ambas decisiones son evangélicas.>> [2]


Su profunda convicción: “La Iglesia no es nuestra, sino suya”


Afirma Benedicto XVI: <<Sólo la Iglesia, en este mundo, supera la limitación esencial del hombre: la frontera de la muerte. Vivos o muertos, los miembros de la Iglesia viven unidos en la misma vida que brota de la inserción de todos en el Cuerpo de Cristo […]

Pero no hay que olvidar que la expresión latina no significa solo la unión de los miembros de la Iglesia, vivos o difuntos. Communio sanctorum, significa también tener en común las “cosas santas”, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo muerto y resucitado. Es este vínculo misterioso y realísimo, es esta unión en la Vida, lo que hace que la Iglesia no sea nuestra Iglesia, de modo que podamos disponer de ella a nuestro antojo; es por el contrario su Iglesia.>>[3]

Señala Messori: <<Ratzinger tiene clarísimo que no estamos llamados a salvar a la Iglesia, sino a servirla, y si no puedes más, la sirves de otro modo, te arrodillas y rezas. La salvación es una cuestión que atañe a Cristo. [...]

Así que me parece que estas dimisiones van en esta línea, en el sentido de no tomarse demasiado en serio. Haz hasta el final tu deber y, cuando te des cuenta de que no puedes más, que las fuerzas ya no te acompañan, entonces recuerdas que la Iglesia no es tuya y pasas a ser testigo, y vas a hacer un trabajo para la Iglesia que, en la perspectiva de la Iglesia es el mayor, el más valioso: el trabajo de rezar y el trabajo de ofrecer a Cristo tu sufrimiento. Lo veo como un acto de gran humildad, de conciencia de que le toca a Cristo salvar a la Iglesia, nosotros, pobres hombres, no tenemos que salvarla, incluso si eres el Papa. >>[4]


La última audiencia


Durante la última audiencia de los miércoles, el 27 de febrero de 2013, en una Plaza San Pedro inundada de sol y llena de fieles, Benedicto XVI dijo: <<En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo».

Y añadió que su retiro, «escondido al mundo», no significaba «una vuelta a lo privado». «Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro>>.


“Mi única y última tarea”


En una carta fechada el 24 de enero de 2014 y dirigida al teólogo suizo Hans Küng, -amigo de su juventud y uno de sus más duros detractores actuales-, el Papa Emérito le confió: “Mi única y última tarea es sostener con la oración el pontificado de Francisco”.

En una reciente entrevista concedida al vaticanista Andrea Tornielli, el pasado 26 de febrero de 2014, nos trasmite la opinión de Joseph Ratzinger sobre los complots y especulaciones alrededor de su renuncia; entre ellas la del teólogo José Alberto Villasana que sostiene que la renuncia de Benedicto XVI fue inválida y denuncia al Papa Francisco como un Antipapa: << «No existe la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino» y las «especulaciones» al respecto son «simplemente absurdas». Joseph Ratzinger no se vio obligado a renunciar, no lo hizo debido a presiones o conspiraciones: su renuncia es válida, y hoy en la Iglesia no existe ninguna «diarquía», ningún doble gobierno. Hay un Papa reinante en pleno uso de sus funciones, Francisco, y un emérito que tiene como «único y último objetivo rezar por su sucesor» >> [5].


Jorge Pérez Uribe


Notas:

[1] Festividad de Nuestra Señora de Lourdes
[2] http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=27674
[3] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2006
[4] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, op.cit.

[5] Andrea Tonelli/Vatican Insider, 26 febrero 2014

viernes, 7 de marzo de 2014

UCRANIA, ENTRE RUSIA Y OCCIDENTE: RADIOGRAFÍA DE UNA REALIDAD COMPLEJA


El país vive dividido y en un momento de inestabilidad crucial a escala internacional. Su dependencia energética de Rusia, sus pequeñas reservas económicas y su escasa credibilidad para los mercados le auguran un futuro confuso.



ForumLibertas.com | 06/03/2014 - Política


Desde la semana pasada la península ucraniana de Crimea vive una situación de tensión sin precedentes en la historia contemporánea. Han sido asaltados por hombres armados el edificio de la Rada peninsular en Simferópol y otras sedes oficiales.

Los aeropuertos también han sido objeto de acciones de fuerza por parte de militares rusos sin distintivos. El aeródromo de Belbek en las cercanías de Sebastopol fue ocupado por fuerzas de la Flota del Mar Negro y hubo momentos de nerviosismo por parte de los militares ucranianos que custodiaban las instalaciones.


Todo ello ha trascendido después de la revuelta que ha vivido Ucrania y que ha derrocado al ex presidente Viktor Yanukovych envuelto en sospechas de corrupción junto con gran parte de su gobierno.


Pero, ¿cuál es la radiografía de este país de la Europa del Este que fue miembro integrante de la Unión de Repúblicas Soviéticas? A continuación desarrollamos los 7 claves para entender el conflicto ucraniano y los retos a los que se enfrenta.

1.- Ucrania es un país que a diferencia de Rusia no ha hecho mínimanente bien la transición hacia una economía occidental. Rusia la ha hecho de manera imperfecta, sin embargo, su mercado ya opera razonablemente bien. 


2.- Esto según autores rusos, se debe a que Ucrania consiguió salir de la URSS con un esfuerzo cero. Es decir, le vino dado de Moscú. Mientras que en Rusia sí que hubo conflicto y los tanques salieron a las plazas, en Ucrania un día Gorbachov decidió que Ucrania era Ucrania. Además, a eso hay que sumarle un factor distorsionador y es que, antes de esto, cuando toda la Europa del este integraba la Unión Soviética, Nikita Kruschev libró a Ucrania la península de Crimea, que era un territorio ruso conquistado a los musulmanes. 

3.- Esto ha determinado que Ucrania tenga una situación un poco paradoxal: la zona potencialmente industrializada es la rusófoba, la que está en el este. Mientras que la parte más occidental y europeísta es la menos industrializada y capacitada económicamente. Esto entraña una profunda contradicción ya que debería ser al revés. 

4.- Ucrania depende absolutamente para su supervivencia de Rusia porque depende energéticamente. Su industria y gran parte del año las viviendas dependen del gas ruso. Además, el gas ruso se le ofrece a unos precios sensiblemente por debajo del mercado. No es solamente que Rusia pueda amenazar a Ucrania con dejar de suministrarte gas, sino que ponérselo al precio al que se lo vende a Europa ya sería catastrófico para su diezmada economía ya que prácticamente está sin reservas económicas.

5.- Ucrania, que tiene una industria poco competitiva, exporta prácticamente en su totalidad a países de la antigua URSS porque Rusia absorbe el 24% de su importación y en el resto de ex repúblicas soviéticas (Bielorrusia, Kazajstán, etcétera) llega al 60%. Europa solo absorbe el 15%. 

6.- No tiene reservas económicas y la única ventajas que tiene es que tiene una deuda pública muy baja. No obstante, el problema es que para que los mercados internacionales le dejen dinero no basta eso sino también la confianza de que vaya a devolver el dinero que reciba, y eso no lo puede ofrecer. 

7.- Europa proponía un conjunto de condiciones que pasaba por dar dinero al país, pero para hacer las reformas tipo troika (FMI, Bruselas…): precios subvencionados, fuertes medidas con retorno, etcétera. Algo que le resultaba imposible de mantener a Ucrania y que inauguraría una situación peor que la griega. En este sentido, que apareciera Estados Unidos diciendo que daría 700 millones de dólares al país estaba bien, pero no arregla el futuro sino que maquilla el presente porque no construye un mercado laboral. En la actualidad la subsistencia económica del país pasaba por que Rusia le iba entregando 15.000 millones de dólares a largo término, a bajo interés y sin condiciones para reformas estructurales de la economía. La troika nunca desarrolla acciones de este tipo

El pastel ucraniano es muy complicado, pues, y previsiblemente solo saldrá adelante si hay un pacto con Rusia porque Europa no está dispuesta a adquirir el peso de Ucrania y mantenerlo per sé. Ni si quiera lo hizo con Grecia que es un país mucho más pequeño. ¿De qué van a vivir pues los ucranianos? Rusia o Occidente, es el dilema.





sábado, 1 de marzo de 2014

EL “PASTOR ALEMÁN” DEL “SANTO OFICIO”


Con este mote irónico, -algunos periodistas y detractores- se referían al titular de la ahora Congregación para la Doctrina de la Fe, sin pensar que vaticinaban cual sería, quizás el más trascendente papel del Prefecto Ratzinger en su paso por este Dicasterio.





Joseph Aloisius Ratzinger, nacido en 1927 en Marktl-am Inn Bavaria, Alemania, ordenado en 1951, doctorado con una tesis sobre San Agustín y posteriormente profesor de Teología dogmática en las más célebres universidades alemanas (Münster, Tübingen, Regensburg), fue uno de los jóvenes teólogos que participaron en el Concilio Vaticano II.

El 24 de marzo de 1977, Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y Freising y nombrado cardenal por Paulo VI en el mismo año. 

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Vittorio Messori periodista de La Stampa, inició una amistad con el futuro Papa, a partir de las entrevistas celebradas en agosto de 1984, mismas que quedaron plasmadas en el libro Informe sobre la fe, de 1985, y se podría decir que no tiene mejor biógrafo en la actualidad.


El encuentro del periodista Vittorio Messori con el cardenal Ratzinger


Narra Messori: <<Por lo que a mí respecta, yo estaba al corriente de los escritos de Joseph Ratzinger, pero no le conocía personalmente. La cita quedó concertada para el 15 de agosto de 1984, en la pequeña e ilustre ciudad que los italianos llaman Bressanone y los alemanes Brixen: una de las capitales históricas del territorio que los primeros llaman Alto Adigio y los otros Tirol del Sur; tierra de príncipes obispos, de luchas entre papas y emperadores; campo de encuentro —y, hoy como ayer, de choque— entre la cultura latina y la germánica. Un lugar casi simbólico, por tanto, aunque ciertamente no elegido a propósito. ¿Por qué, pues, Bressanone-Brixen?

No faltará quien siga imaginándose a los miembros del Sacro Colegio, a los cardenales de la Santa Iglesia Romana, como a unos príncipes que salen los veranos de sus fastuosos palacios de la Urbe para pasar las vacaciones en lugares deliciosos.

Para su eminencia Joseph Ratzinger, cardenal Prefecto, la realidad es muy distinta. Los escasos días en que logra escapar del agosto romano los pasa en la no demasiado fresca cuenca de Bressanone. Y allí no se hospeda en un chalé ni en un hotel, sino que se queda en el seminario, que alquila a precio módico algunas habitaciones, con lo que la diócesis consigue algunos ingresos para el sostenimiento de los estudiantes de teología.

En los pasillos y en el refectorio del antiguo edificio barroco se encuentran ancianos eclesiásticos atraídos por tan modesto veraneo; se cruzan grupos de peregrinos alemanes y austríacos que hacen una parada en su viaje hacia el sur.

El cardenal Ratzinger está allí, toma los sencillos alimentos preparados por las monjas tirolesas sentado a la misma mesa que los sacerdotes en vacaciones. Vive solo, sin el secretario alemán que tiene en Roma y sin más compañía que la eventual de los familiares que vienen a encontrarse con él desde la cercana Baviera.

Uno de sus jóvenes colaboradores de Roma nos ha comentado la intensa vida de oración con que contrarresta el peligro de convertirse en un gran burócrata, rubricador de decretos ajenos a la humanidad de las personas a las que afectan. Con frecuencia —nos decía ese joven— nos reúne en la capilla del palacio para una meditación y oración en común. Hay en él una constante necesidad de enraizar nuestro trabajo diario, frecuentemente ingrato y en contacto con la patología de la fe, en un cristianismo vivido. >>

El cardenal Ratzinger se asincera ante el periodista Vittorio Messori «Me gustaba mi trabajo docente de investigación. Ciertamente no aspiré a estar al frente de la archidiócesis de Munich, primero, y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después. Se trata de un servicio muy duro, pero que me ha permitido comprender, estudiando diariamente los informes que llegan a mi mesa desde todo el mundo, en qué consiste la preocupación por la Iglesia universal Desde mi silla, bien incómoda (pero que al menos me permite ver el cuadro general), me he dado cuenta de que determinada "contestación" de ciertos teólogos lleva el sello de las mentalidades típicas de la burguesía opulenta de Occidente. La realidad de la Iglesia concreta, del humilde pueblo de Dios, es bien diferente de como se la imaginan en esos laboratorios donde se destila la utopía».

Y continúa Messori: <<Se juzgue como se juzgue, es, pues, un hecho objetivo: el llamado "gendarme de la fe" no es en realidad un hombre de la Nomenklatura, un funcionario que sólo entiende de curias y estructuras; es un hombre de estudio con experiencia pastoral concreta.>>


El actual "Santo Oficio"


<<Por otro lado, tampoco la Congregación que ha sido llamado a presidir es ya aquel Santo Oficio en torno al cual (en virtud de efectivas responsabilidades históricas, pero también por influencia de la propaganda antieclesiástica desde el setecientos europeo hasta hoy) se había creado una tenebrosa "leyenda negra". En nuestros días, la propia investigación histórica a cargo de seglares reconoce que el Santo Oficio real se ha comportado con más ecuanimidad, moderación y cautela de lo que pretende cierto mito tenaz alojado en la imaginación del hombre de la calle.
Los estudiosos recomiendan además distinguir entre «Inquisición española» e «Inquisición Romana y Universal». Esta última fue creada en 1542 por Paulo III, el papa que buscaba por todos los medios convocar el Concilio que iba a pasar a la historia con el nombre de Trento. Como primera medida para la reforma católica y para detener la herejía que desde Alemania y Suiza amenazaba Con extenderse por doquier, Paulo III instituyó un organismo especial integrado por seis cardenales, con potestad para intervenir allí donde se creyera necesario. Esta nueva institución no tenía al principio carácter permanente ni siquiera un nombre oficial; solamente después fue llamada Santo Oficio o Congregación de la Inquisición Romana y Universal. Nunca sufrió injerencias del poder secular y adoptó un sistema procesal preciso, dotado de ciertas garantías, al menos con relación a la situación jurídica de los tiempos y a las asperezas de las luchas. Cosa que no sucedió, en cambio, con la Inquisición española, que fue algo bien distinto: fue de hecho un tribunal del rey de España, un instrumento del absolutismo estatal que (surgido en su origen contra judíos y musulmanes sospechosos de "conversión ficticia" a un catolicismo entendido por la Corona también como instrumento político) actuó frecuentemente en contraste con Roma, desde donde los Papas no dejaron de hacer admoniciones y protestas.

Sea lo que fuere, hoy ya, incluso en lo que se refiere a la Inquisición romana o ex Santo Oficio, todo esto —empezando por el nombre— no es más que un recuerdo. Como decíamos, esta Congregación fue la primera que reformó Pablo VI, mediante un motu proprio del 7 de diciembre de 1965, último día del Concilio. La reforma, pese a las modificaciones procesales introducidas, la ratificó en su tarea de velar por la rectitud de la fe, pero le asignó también un papel positivo: de estímulo, de propuesta y orientación.

Cuando pregunté a Ratzinger si le costó mucho pasar de ser teólogo (al que Roma, por cierto, no perdía de vista) a convertirse en controlador de la labor de los teólogos, no vaciló en responderme: «jamás habría aceptado prestar este servicio eclesial si mi cometido hubiera sido, ante todo, el de ejercer un control. Con la reforma, nuestra Congregación ha conservado, sí, unas tareas de decisión e intervención, pero el motu proprio de Pablo VI le asigna como objetivo prioritario el papel constructivo de "promover la sana doctrina a fin de brindar nuevas energías a los mensajeros del Evangelio". Naturalmente, estamos llamados como antes a vigilar, a "corregir los errores y a conducir al recto camino a los equivocados", como señala el propio documento, pero esta protección de la fe debe ir acompañada de la promoción». >>[1]

Entonces el cardenal Ratzinger no tenía idea de la ardua tarea de investigación de los casos de pederastia que le esperaba, al iniciar el siglo XXI, y que lo situaría como a sus antecesores de la leyenda negra en un buscador, pero no de herejes, sino de de abusadores sexuales.


A la caza no de herejes, sino de pederastas


Sobre el asunto de los curas pederastas, priva más la ignorante opinión de los detractores de la Iglesia Católica que los hechos históricos. Así se acusa a Juan Pablo II de ser omiso en este asunto y de haber protegido a pederastas como Marcial Maciel. 

A fines del siglo XX, no solo se agravaba el Parkinson de Juan Pablo II, sino que, empezaban a llegar al Vaticano noticias sobre actos de pederastia encubiertos por algunos obispos en Estados Unidos e Irlanda. El enfermo Pontífice encargó entonces, al cardenal Ratzinger que investigara a fondo el asunto y a personajes como Marcial Maciel, el dirigente de Los Legionarios de Cristo. Corroborando lo anterior, cito un comunicado del vaticano de mayo de 2006 que señalaba: <<A partir de 1998, la Congregación para la Doctrina de la Fe recibió acusaciones, que ya en parte se hicieron públicas, contra el padre Marcial Maciel Degollado fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo, por delitos reservados a la competencia exclusiva del dicasterio.

En 2002, el padre Maciel publicó una declaración para negar las acusaciones y para expresar su descontento por la ofensa recibida por algunos ex Legionarios de Cristo.

En 2005, por motivos de avanzada edad, el padre Maciel abandonó el cargo de Superior General de la Congregación de los Legionarios de Cristo.

Todos estos elementos han sido objeto de un examen maduro por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y según el motu proprio Sacramentorum sanctis tutela, promulgado el 30 de abril de 2001 por el Siervo de Dios Juan Pablo II, el entonces prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, autorizó la investigación de las acusaciones. En ese tiempo tuvo lugar el fallecimiento del Papa Juan Pablo II y la elección del cardenal Ratzinger como nuevo pontífice. >>[2]

El veredicto fue "invitar" a Maciel –ya alejado de su encargo- a una vida de oración y penitencia renunciando a todo ministerio público.

Como consecuencia de la nueva encomienda, se dio el aumento del personal del dicasterio que dirigía Ratzinger que pasó de 25 a 40 empleados.

De hecho, a la oficina de Ratzinger, comenzó a llegar, sobre todo a partir del año 2001, toda la 'porquería' de la Iglesia. En términos canónicos y en latín, les llaman los 'delicta graviora', los delitos que la Iglesia católica considera más graves. Tanto que esos pecados/delitos están 'reservados' directamente a la Santa Sede. 

En mayo de 2001, por orden de Juan Pablo II, la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger, endureció las penas de varios delitos, con la novedad de la pedofilia. El poderoso dicasterio romano asumió ya el control de esos procesos, para sustraerlos a la órbita local, con la carta 'De gravioribus delictis' (Sobre los delitos más graves).

Juan Vicente Boo, publicaba en el diario ABC, el 25 de abril de 2002: <<El vaticanista italiano Luigi Accatoli, señalaba ayer que «algo nuevo está sucediendo en el Vaticano: se afronta directamente un escándalo en el momento en que se está produciendo, y se habla de él en público. Se trata de un acontecimiento extraordinario».

El veterano vaticanista -que intuyó una de las líneas maestras de Juan Pablo II y publicó el libro «Cuando el Papa pide perdón» ya en 1997-, subraya que acabamos de ver «un acontecimiento inédito incluso respecto a los «mea culpa» del Año Santo y que los supera, puesto que reconocer un escándalo en marcha requiere mucho más coraje que el reconocimiento de los pecados de épocas anteriores».

Mientras numerosos eclesiásticos leían y releían las tajantes palabras del Papa sobre la exclusión de los pederastas del sacerdocio y la vida religiosa, el jurista italiano Pietro Scoppola señalaba que «Karol Wojtyla ha antepuesto la coherencia del Evangelio a la defensa de la imagen de la Iglesia, rechazando la hipocresía y aceptando el riesgo de actuar en público». El profesor de Derecho señala que «entre los motivos por los que el problema sale a la luz se cuenta el cambio de cultura que la Iglesia ha favorecido: el menor de edad, el niño, no es una cosa, sino una persona, que merece todo el respeto precisamente por su propia fragilidad. La dignidad de la persona humana es un quicio de la enseñanza de la Iglesia sobre el que ha insistido sin descanso Juan Pablo II». >>

Juan Pablo II primero y Benedicto XVI, posteriormente; en una forma que para muchos equivaldría a darse un balazo, no en el pié, sino en el estómago –por lo doloroso y lo riesgoso-, decidieron no encubrir, como habían hecho algunos malos obispos, el asunto de los abusos sexuales a menores.

Quizás a muchos parezca que el asunto podría haberse resuelto sin escándalo, recurriendo a un buen especialista en manejo de conflictos, ¡y es verdad! Sin embargo, el místico Juan Pablo II, habría decidido hacer público el horrendo pecado, no solo a los ojos de Dios, sino también del hombre. Debía abrirse la purulenta herida para extraer de una vez por todas este cáncer, y como consecuencia la Iglesia vestirse con el sayal de la pederastia y expiar públicamente ante todo el mundo este horrendo pecado.

Y así se hizo: el Vaticano al tiempo que investigaba, abrió sus archivos a los periodistas. Al mismo tiempo empezaron a dictarse medidas, que constan en los medios y en los archivos vaticanos; pero que algunos periodistas, quizás para ocultar la facilidad con que obtuvieron la información, han callado.

Juan Pablo II, cada día más enfermo, habría insistido a quien era ya su brazo derecho, Joseph Ratzinger, sobre la continuación de este doloroso proceso, y Ratzinger le habría prometido llevarlo hasta donde fuese necesario. Presintiendo su fin próximo, Juan Pablo II quizá le habría pronosticado que su sucesor sería el “Papa de la expiación”, denostado, atacado como ningún otro, pero que ello era necesario para que la Iglesia -en lo que tiene de humana- purgara su pecado. Ratzinger habría estado de acuerdo, sin pensar que él sería el que tendría que vestirse el sayal y cargar la cruz de la penitencia pública.


Jorge Pérez Uribe

(Próxima semana: Benedicto XVI, el Papa de la expiación)  

Notas:

[1] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Bibloteca de Autores Cristianos, Madrid, 2006 
[2] Periódico El Universal, 19 de mayo de 2006


El siguiente vídeo "Manzana Podrida", son los primeros ocho minutos de un documental de 50 minutos que bajo el título "Manzanas Podridas" realizó Rome Reports y que vale la pena conseguir, ya que es una investigación profunda y crítica del asunto.