miércoles, 19 de marzo de 2014

ESCRIBIR


      


Teo Revilla Bravo*


Se escribe, se habla, se repite monótonamente tanto… Pero, ¿qué permanece? La mayoría de las palabras se las lleva el viento una vez pronunciadas, las barre la insignificancia una vez escritas, las anonada el olvido… Por eso hay que escribir y sentir la poesía libremente con una intuición especial: la de mantener el equilibrio, la armonía y la medida, sabiendo que hay algo que merece la pena ser dicho y que al decirlo nos libera, desde la propia sensibilidad, de aspectos ásperos de la vida, sin preocuparnos de si otros serán receptivos, que lo serán si el poema es sincero y cabal. La poesía no es un medio para abrumar al lector sino para lanzar emociones y agitarlo; denunciar injusticias, concienciar, abrir el corazón en una celebración de lo cotidiano, de lo que sucede en nuestro interior como canto a la vida y al amor, haciendo prevalecer versos directos con lenguaje preciso, que lleguen al alma desde la propia sensibilidad -alejándonos del realismo más plano-, entre evocaciones íntimas y emociones constantes, que han de revelarse capaces de captar lo poético en la sencillez de lo elemental, como una verdad de lo frecuente simbolizado, de lo que se ve y casi se palpa, de lo que parece escapar pero que logra retener comunicar y transcender: locución, poema, meditación... La poesía se lo debe todo al silencio y a la reflexión.

Poemas de la metafísica personal y de la duda. Experiencias y memorias que se interrelacionan dando lugar a una poesía que medita sobre el paso del tiempo, sobre el acceso a la madurez, sobre la pérdida de la inocencia, sobre el amor y el desamor, sobre los límites de la vida, sobre la muerte -esa muerte de donde se desprende el rayo de la vida- y sus consecuencias ante el misterio o lo existencial incomprendido, bordeando el escepticismo pero sin dejarse caer en él. Ha de ser, en tal caso, una mística de la lucidez; una reflexión personal en un acto de fusionar poemas e imágenes en la memoria, con emoción y contenida vehemencia; con compromiso, experiencia y hasta tensión dramática; y con cierta melancolía como lustre estético, reflejo y vigor de la experiencia...

El peor destino que le cabe en suerte a toda poesía, es ser, a lo largo del tiempo, previsible, monótona, repetitiva. Ha de alterar o tocar las fibras sensibles propias y de quien la leyere. Estando y sintiendo en presente, ha que avanzar sobre el tiempo real, porque parte de su esencia es la intuición y el reflejo de una sociedad siempre en movimiento y creación; ha de impulsar novedad y frescura; ha de abrir cauces y ritmos literarios, saliendo de su asfixia; ha de respirar como alternativa libre y novedosa; ser germen creativo en constante movimiento y expansión…

Cada poema escrito abre un nuevo interrogante, una deliberación o entresijo, un dilema. Quizás por eso estamos impulsados a rehacerlo constantemente, a sentirlo fallido, porque, como en toda obra de arte, esa idea inicial que empuja a su creación, jamás logra significarse del todo: siempre nos falta algo, siempre queda inconclusa e insegura, ya que la palabra poética está oculta tras la voz convencional y hay que averiguarla, hay que liberarla, como nos decía muy bien Vicente Huidobro hablando de la poesía. Ahí nos sentimos rotos, decepcionados e impulsados a indagar más: “Sólo lo permanente cambia”, decía Kant, dándonos cuenta de que el Ahora ya se encuentra adelante, que es un ahora avanzado;“ Un vertiginoso fuera de sí mismo”, como dijo en una reflexión sobre “La palabra en el tiempo”, Manuel Ballestero.

Para un escritor, para un lector posible, la poesía siempre ha de ser novedosa, atrayente, mágica, necesaria para ordenar la propia experiencia y darle sentido a nuestra existencia; ha de ser diferente, inefable, indefinible, un poco ambigua también; a veces indescifrable –lector y escritor han de indagar, pelear con la palabra, acomodarla en el mejor sentir-; ha de ser realista, misteriosa, onírica, mágica, abstracta o surrealista, pero nunca acomodaticia…

Simplemente hemos de dejarla manar y surgir fresca desde el fontanal libre del sentimiento, y beber y dejar beber copiosamente de sus aguas.



* Escritor, poeta y pintor catalán. Autor de varios libros. Fundador y director de Órbita Literaria, círculo de escritores, artistas y buenos amigos.



Barcelona, 17.-04.-2009





ESCRIBIR II



Teo Revilla Bravo


Escribir es explorar. Es una manera de alentar estímulos, de inhalar aire, de crecer y sobrevivir a las catástrofes diarias que acontecen en nuestro interior, intentando extraer inteligencia y agudeza a través de la intuición y de las sensaciones. No conformándonos, huyendo de la realidad más próxima para aventurarnos -gran desafío- solícitos, en regiones inexploradas y detenidas, en un intento de removerlas. Un canto a la luz, un reflejo de músicas. Un arañar y quitar las esquirlas que deja al paso, día a día, la muerte lenta.

El punto formal de la escritura ha de ser libre, transgresor. No hace falta guardar fidelidad a la métrica clásica ni a parámetros establecidos, pero siempre ha de ser con voz personal, ajena a cualquier tipo de formalidad, y autobiográfica en su estructura, con señales propias suficientes como para llamar poderosamente la atención del lector. Escribir exige consignar razones insondables, casi siempre subyacentes. Es un proceso de necesario desbarate de todo aquello que incomoda y estorba, como son las tensiones y ansiedades del momento, desnudando la elipsis que nos aprieta y confunde, replanteando nuevos y constantes amaneceres. La escritura ha de sondear en las circunstancias que vive el poeta antes de conceptuarlas. Un poema es literatura cuando concibe o expresa de nuevo la realidad y ayuda a su innovación replanteando el mundo -desde el sentimiento profundo- de quien lo lee o escribe.

Escribir es otra adicción más a la existencia ya que una vez iniciados, no podemos dejar de concebir este hecho como realidad propia; es plasmar un diálogo, desde lo personal transferible, para hacerlo extensible a los otros; es descubrir nuevos espacios con arresto imaginativo, desde la ecuanimidad y la experiencia; una estrategia para profundizar en lo íntimo del ser humano renovando el pasado agobiante a través de filtros vertidos como versos, que conviertan el hecho de escribir en un análisis profundo sobre la sociedad y la vida; es reconocerse en la duda, en la indecisión acosadora, en la incertidumbre del devenir, transitando por el vacío aparente que se abre ante nuestros ojos, para sentir que el mayor precipicio que nos amenaza está dentro.

Escribir es emprender un largo viaje intentando atrapar lo inasible recorriendo espacios asombrosos con dificultades y sorpresas, con cansancios y fatigas, abarcando territorios, inaugurando paisajes con una terquedad sin límites, la mayoría de las veces ejercida en batallas baldías aparentemente, pero que nos van posicionando, mientras vamos ganando terreno a esos parajes inexplorados que invaden la imaginación; es ir tras edenes intuidos partiendo desde una soledad que siempre invoca a la vida y a la muerte como constantes irrenunciables. Ahí el hecho poético como una larga afinación del raciocinio; ahí la creencia en el poder comunicador de la palabra como reflejo de vida.

Hemos de ir cifrando ese mundo de emociones a través de un aprendizaje continuo, con rigor estético, en un itinerario cuyos puntos de partida y de llegada siempre son un espejismo que dejan al viajero detenido en un limbo de nadie; limbo que incluye el ansia de lo posible junto al desencanto de lo que ya no queda: como en un tiempo suspendido donde es imposible tomar contacto, excepto, tal vez, a través de ese otro viaje inmóvil de la escritura, donde sí es posible de alguna manera recuperar lo perdido, aunque solamente sea para volverlo a extraviar. Hemos de ir cifrando, decía, Hasta que las palabras nos lleven a un hecho sorprendente, que se habrá de saber identificar con sensible plenitud. Todo se ha de ir haciendo con rigurosa interioridad, sin disfraces, sin tecnicismos cargantes, sin estorbos ni falacias, libre y sincero, construyendo un mundo como regresión necesaria a través de un catártico o remedio que obre el milagro de la salud. Escribir poesía es dejar constancia de que, al hacerlo, nos vamos descubriendo únicos en los otros. Así, en cada circunstancia significativa o magnificencia de vocablo, desafiaremos el sentido de cada frase asentándonos en medio de la soledad, como ante un relámpago deslumbrante de versátiles efectos. Un halo que nos ronda desde siempre, pero que sólo a veces, muy pocas veces, se nos revela de verdad.



Barcelona.-02.-02.-2011.


Fuente: http://orbitaliteraria.spruz.com/

2 comentarios:

Karyn Huberman dijo...

Gracias, Jorge.
Aprovecho la cuenta de Karyn para agradecerte tu generosidad.
Un abrazo grande desde Barcelona.
Teo.

Jorge Pérez Uribe dijo...

Teo:

Un gusto tenerte de visita en este blog, que como tu dijiste "es hermano". Aprovecho para felicitarte por tu cumpleaños y espero próximamente compartir algo en Órbita Literaria, saludos a Katyta.