jueves, 10 de agosto de 2017

LA PRIVATIZACIÓN DE LOS EJÉRCITOS






Jorgé Pérez Uribe

La noticia de esta semana

<<"¿Dónde están los derechos humanos y la justicia?". Es lo que se preguntan los familiares de los fallecidos en 2007 en la capital iraquí, Bagdad, a manos de miembros de Blackwater, una empresa militar privada contratada por el Departamento de Estado norteamericano. Tras ser condenados los presuntos culpables, ahora la sentencia fue anulada.

En 2014, Nicholas Slatten, exguardia de Blackwater, fue declarado culpable de asesinato en primer grado y condenado a cadena perpetua tras comprobarse que fue el primero en disparar contra civiles en la plaza Nisur, en Bagdad. Tres excompañeros suyos, Paul Slough, Dustin Heard y Evan Liberty― recibieron 30 años de prisión cada uno por múltiples cargos de homicidio voluntario e intento de homicidio involuntario.

La semana pasada, el Tribunal de Apelaciones de Estados Unidos anuló la condena y ordenó un nuevo juicio para Nicholas Slatten, alegando que la corte actuó fuera de sus atribuciones cuando no permitió un juicio separado. Además, el Tribunal también ordenó la revisión de los veredictos de sus coacusados […]

La empresa Blackwater fue subcontratada por el Departamento de Estado de EE.UU. por varios millones de dólares y operó durante acciones estadounidenses en Irak y Afganistán. La compañía, aunque gozaba de inmunidad legal, fue criticada en múltiples ocasiones debido a su excesiva agresividad.

Tras verse envuelta en el escándalo de la matanza de civiles iraquíes, con el fin de limpiar su manchada reputación, la empresa tuvo que cambiar su nombre a Xe Services en 2009. En 2011, cambió su denominación una vez más a Academi.>>[1]

Los imperios y sus ejércitos

Característica de los imperios son sus poderosos ejércitos, y su decadencia está frecuentemente ligada a la negativa de sus hijos para enrolarse en los ejércitos, por lo que han tenido que recurrir a ejércitos mercenarios, a los que no les interesa la grandeza del imperio, ni la seguridad de la patria.

Tal es el caso del imperio más poderoso de la antigüedad: el romano, que empezó incorporando en sus filas a hijos de caudillo bárbaros, mismos que al adquirir conocimientos militares y mando se volvieron contra el mismo, como sucedió en el caso de Arminio en el siglo I d. c. Posteriormente el Imperio permitió el asentamiento de pueblos bárbaros en sus territorios fronterizos con la obligación de que los defendieran contra otros pueblos; pero estos no cumplieron o se volvieron finalmente contra el gobierno de Roma. Analicemos más a detalle cómo se generó esta caída.

La caída de Roma

<<Si por algo destacó el Imperio Romano fue por su compleja administración estatal, la cual le permitía imponer un sistema fiscal eficaz mediante el cual el Estado ataba a todos los ciudadanos del Imperio. Este sistema fiscal permitía realizar un gasto público esencial: manutención de un ejército profesional, programas de obras públicas, etc. A su vez, el Estado garantizaba un circuito de redes comerciales complejas y de largo alcance. Todo esto venía aderezado con un sistema monetario versátil y estandarizado que permitía fácilmente integrarse en el mismo.

La caída de Roma supuso que otras estructuras políticas se presentasen como las herederas del antiguo Imperio. Pero es ahora, cuando la autoridad central ha caído, cuando verdaderamente se constituirán como independientes: Odoacro como rex de Italia, el reino de Tolosa visigodo, las últimas reminiscencias romano-estatales con Siagrio, etc.

¿Hasta qué punto pudieron éstas suplantar el complejo papel de la antigua maquinaria estatal? Lo cierto es que no lograron mantener el antiguo orden administrativo y económico. No fue un mal endémico per se de los nuevos gobernantes, sino que el propio Imperio en sus última décadas se vio sumido en los mismos problemas. Pongamos un ejemplo ilustrativo, el sistema fiscal: ¿qué sentido tenía realizar el cobro impositivo si no había una respuesta por parte de la autoridad? ¿De qué le servía al campesino libre entregar una parte de su cosecha si el Estado no podía garantizar el control de sus fronteras?

El resultado fue que desde el siglo IV vamos a presenciar un movimiento sociológico novedoso en la historia romana, el patrocinium (Wickham, 1989): una gran parte de la población rehusaba del pago impositivo porque lo veía injusto e innecesario, es entonces cuando estas gentes buscaron protección en las aristocracias. Estos patronus les permitían guarnecerse ya no solo del enemigo invasor sino también del enemigo interno, los cobradores de impuestos. Una vez adscritos a las propiedades debían de ceder parte de su producción al potentes, además de realizar ciertas prestaciones (corveas) en la hacienda.

Las nuevas estructuras políticas intentaron mantener el antiguo sistema, pero realmente la situación había cambiado demasiado y la herencia romana no se adecuaba a los tiempos que corrían. Por consiguiente vamos a ver como los sistemas fiscales tuvieron un menor recorrido e implantación. El Estado dejó de lado muchas de las antiguas prestaciones, por consiguiente los ejércitos comenzaron a privatizarse (Sanz, 1986) o las antiguas infraestructuras estatales comenzaron a deteriorarse.>>[2]

Los"condottieri" italianos

La profesión mercenaria tiene una larga —si no demasiado honrosa— tradición, uno de cuyos antecedentes son los "condottieri" italianos que entre los siglos XIV y XVI libraban guerras en nombre de los poderosos de su tiempo. Entre ellos encontramos ilustres apellidos como Sforza, Gattamelata, o Colleonico, pero también soberanos como Sigismondo Malatesta, señor de Rímini, o de Federico da Montefeltro, duque de Urbino, que desempeñaron esta actividad durante un tiempo


En la Italia de finales de la Edad Media y el Renacimiento, la figura del condottiero marcó indiscutiblemente una época en que esa península fue víctima de inacabables luchas entre las poderosas ciudades estado, las casas nobiliarias, la Iglesia y los intereses de las monarquías europeas más pujantes o con intereses en esa zona, tales como Aragón (luego España tras la unión de los reinos) o Francia. 

El término condottiero proviene de condotta, que no significa otra cosa que contrato. Así pues, un condottiero era un contratista, eufemismo lo suficientemente ambiguo como para tapar su verdadero significado: mercenario. Sin embargo, los condottieri no eran los típicos mercenarios al uso que suele aparecer en el imaginario popular en cuando se menciona esa palabra con connotaciones tan chungas. De entrada, el condottiero no era el típico sujeto mal encarado y harapiento que se suele pensar, sino miembros de la hidalguía o incluso la nobleza italiana de la época. Eran verdaderos profesionales de la guerra sin más ideología o patria que el puñetero dinero, y que igual servían a una ciudad que, al cabo del tiempo, se ponía al servicio del noble que quería apoderarse de la misma. Hay que recordar que, en aquella época, Italia era un maremagno de ciudades estado, posesiones de Aragón, de Francia, de Roma y de las más encumbradas familias como los Medicis, los Orsini o los Sforza. O sea, que allí ni había patria ni gaitas. Solo intereses personales o familiares.



Las tropas del Imperio Norteamericano

Estados Unidos a lo largo de sus intervenciones en América y Filipinas ha recurrido a tropas reclutadas entre sus numerosos inmigrantes, lo que en el caso de la invasión a México en 1847, redundó en que el Batallón de San Patricio, conformado por inmigrantes irlandeses, identificados con los mexicanos por su religión católica y lo injusto de la invasión, se unieran a las tropas de México, luchando contra el invasor norteamericano.

En las guerras de siglo XX, el Imperio recurrió a la misma fórmula de reclutar inmigrantes, con el premio de obtener la nacionalidad, pero también al reclutamiento de norteamericanos afroamericanos y de blancos pobres, mediante el ofrecimiento de becas universitarias.

La absurda y prolongada Guerra de Vietnam de 1955 a 1975

La participación de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, fue un rotundo fracaso, ya que implicó cerca de 20 años de confrontación, participación de 536,000 efectivos y más de 55.000 muertos. Las consecuencias afectarían definitivamente su forma de hacer la guerra en lo futuro.

1. La oposición a la guerra se extendió dentro y fuera de los Estados Unidos entre la juventud siendo una de las causas del movimiento contra el sistema, creando un movimiento de evasión denominado hippie.

2. La guerra dejo a centenares de miles de soldados con adicción a las drogas y afectados por el agente naranja herbicida usado durante la guerra.

3. Las universidades estadounidenses fueron escenarios de manifestaciones de protesta en contra de la implicación de Estados Unidos en esta guerra.

4. Se dio el síndrome de Vietnam en el cual Estados Unidos perdió su espíritu de nación libertadora y vencedora.

5. Provocó miles de minusválidos, amputados, paralíticos y trastornados mentales.

Las guerras de la familia Bush

1.- Tras 15 años de paz, el Imperio superó el “síndrome de Vietnam” y volvió a las intervenciones armadas, pero ahora con una nueva metodología. Fue el Cesar 41° llamado George Herbert Walker Bush, quien decretó la Primera Guerra del Golfo comúnmente conocida como Operación Tormenta del Desierto. 

La Guerra del Golfo (agosto de 1990 a febrero de 1991) fue un conflicto bélico librado por una fuerza de coalición autorizada por las Naciones Unidas, compuesta por 34 países y liderada por Estados Unidos, contra la República de Irak en respuesta a la invasión y anexión iraquí del Estado de Kuwait. Este fue el nuevo esquema que propondrían los Bush, para repartir los costos financieros y humanos, así como de desprestigio por la intervención contra un país más débil. Además se libró un tipo de guerra de alta tecnología que permitió reducir considerablemente las bajas de los invasores, no así de las fuerzas enemigas, ni de la población civil

2.- Fue George Walker Bush, jr, quien en el primer año del siglo XXI, realiza una intervención en el lejano Afganistán, como represalia a los atentados mediante vuelos comerciales a la Torres Gemelas en Manhattan (que vimos caer como caen los edificios demolidos mediante explosivos), al Pentágono (donde nunca se encontraron restos de un avión) y el vuelo 93 de United Airlines, que no alcanzó ningún objetivo al resultar estrellado en campo abierto, cerca de Shanksville, en Pensilvania. Atentados cometidos por nacidos en Arabia Saudita, pero atribuidos a la red yihadista Al Qaeda de Osama Bin Laden, quien se guarecía en el feudal Afganistan.

Para esta guerra de intervención en Afganistán (2001-2017) el Imperio buscó nuevamente repartir los costos financieros y humanos valiéndose de la ONU, a través de una “coalición internacional comandada por Estados Unidos, en donde participaron además Reino Unido, Canadá, Australia y fuerzas gubernamentales afganas” y posteriormente de una Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), integrada por 49 países, con lo que la aportación de EE. UU., de un total de 112.579 efectivos, se redujo a tan solo 74,400. En la actualidad se estima que permanece una fuerza de 13,500 hombres, 9,000 de los cuales son norteamericanos.

Lo interesante es que en esta guerra empiezan a aparecer empresas como Blackwater, Triple Canopy o DynCorp, que cumplen con tareas de patrullaje, escolta y vigilancia en Afganistán, Arabia Saudita, Somalia e incluso Colombia. Reclutan exmilitares de la SAS inglesa, de los Seals gringos o rudos oficiales surafricanos que ganan hasta 1.000 dólares diarios, y soldados africanos, afganos o latinoamericanos (algunos colombianos), que se juegan la vida por 250 dólares mensuales. 

Su bonanza empezó con la llegada de George W. Bush al poder en 2000. Desde entonces, los ejércitos asumen cada vez menos tareas que no sean estrictamente de combate. La comida para los soldados, la construcción de edificios militares, las traducciones o la mensajería son asumidas por contratistas.

A pesar de sus promesas electorales, el presidente Barack Obama invirtió millones de dólares en estas empresas para servicios de seguridad y de inteligencia. Así en 2012, en Afganistán había 113,491 contratistas frente a 90,000 militares del ISAF. El diario The New York Times informó en febrero de 2012 que en el último año habían muerto en ese país más agentes privados que soldados regulares. En las ramas de inteligencia, según el periódico The Washington Post, cerca del 30 por ciento de la fuerza de trabajo era contratista privado. 

3.- Sin concluir la intervención en Afganistan, EE. UU., inició la Guerra de Irak, también conocida como Segunda Guerra del Golfo, (marzo de 2003 a diciembre de 2011). La invasión llevó a la rápida derrota de las fuerzas iraquíes, el derrocamiento del Presidente Saddam Husein, su captura en diciembre de 2003 y su ejecución en diciembre de 2006. La coalición dirigida por los Estados Unidos en el Irak ocupado trató posteriormente de establecer un nuevo y débil gobierno democrático (que finalmente abriría las puertas al Estado Islámico).

Si bien el pretexto fue ahora “el desarrollo de armas de destrucción masiva” (finalmente no comprobado), el esquema del Imperio fue el mismo, buscar repartir los costos financieros y humanos, valiéndose de una resolución de la ONU, por lo que nuevamente se conformó una coalición multinacional, compuesta por unidades de las fuerzas armadas de los propios Estados Unidos, el Reino Unido y de contingentes menores de Australia, Dinamarca, Polonia, El Salvador, España, Italia, República Dominicana y otros países. A pesar del gran número de fuerzas aliadas, se incrementó la participación de “los contratistas”




Status de las tropas imperiales mercenarias, en la actualidad

<<La tercerización de las operaciones militares le trae grandes beneficios a los gobiernos. Por un lado, como explica John Louth, “el gobierno reduce gastos en nómina, pensiones, burocracia, entrenamiento, licitaciones y los eventuales costos de las heridas o de los traumas posconflicto”. Las empresas también son mucho más flexibles y se adaptan rápido a la demanda. Pero sobre todo, los dirigentes se ahorran problemas. Cuando se muere un militar, el impacto psicológico y político desgasta a cualquier gobierno. Si fallece un contratista no entra en las estadísticas oficiales. Ni siquiera es noticia. 

Esa alternativa es barata y práctica, pero cínica y preocupante, pues queda en un limbo jurídico frente al Derecho Internacional Humanitario (DIH). Los contratistas son civiles, sus empresas no son actores del conflicto, aunque a veces combaten, matan y violan los derechos humanos. En el Ejército, en la CIA o en la DEA los oficiales son responsables de las acciones de sus hombres. Pero para Blackwater (hoy conocida como Academi) y para las empresas de inteligencia como Stratfor solo hay intereses comerciales y una responsabilidad difusa, pues no hay un marco claro hasta donde pueden llegar. 

Otro problema es que los contratos de seguridad no reciben seguimiento, ni evaluación, ni supervisión. Una comisión bipartidista del Congreso de Estados Unidos estimó en 2011 que más de 31.000 millones de dólares se evaporaron en malversaciones, sobrecostos y corrupción. Como lo resalta el informe, “con más de 260.000 contratistas en Irak y Afganistán, y costos por encima de los 206.000 millones de dólares, el gobierno confía demasiado en estas empresas. Las instituciones federales de control no son suficientes para vigilarlas. Esto tiene que cambiar.”>>[3]

Afganistán: ¿se dejará la intervención en manos de los contratistas? 

En la semana del 17 al 23 de julio, ante el alargamiento del conflicto y el fortalecimiento de los talibanes en ese país, trascendió que el asesor especial del presidente Trump, Steve Bannon, y Jared Kushner, asesor y yerno del mandatario propusieron un nuevo plan para ganar la guerra en Afganistán: remplazando al ejército estadunidense con contratistas privados.

“Erik Prince (fundador de la empresa militar Blackwater) y Stephen Feinberg (el propietario de DynCorp International) han creado un plan más barato y mejor que el del Ejército (estadounidense, para Afganistán)”, informan fuentes próximas a los dos empresarios.

También trascendió que el propio Feinberg presentó el mencionado plan al secretario de Departamento de Defensa estadounidense (el Pentágono), Jim Mattis, quien sólo “lo escuchó por educación y respeto”, declarando que no permitirá la involucración del sector privado en el conflicto de Afganistán.


Notas:

[1]https://actualidad.rt.com/actualidad/246607-derechos-humanos-penas-blackwater?utm_source=browser&utm_medium=aplication_chrome&utm_campaign=chrome 

[2]Agustín Sánchez García, para revistadehistoria.es, 10/02/2017, https://revistadehistoria.es/la-caida-de-roma-y-el-comienzo-de-una-edad-feliz 

[3] http://www.semana.com/mundo/articulo/la-guerra-privatizada/254350-3 


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