jueves, 5 de octubre de 2017

CATALUÑA, UNA CRISIS DE ESPAÑA




Josep Miró i Ardèvol

A corto plazo la crisis más grande y aguda que tiene planteada España es la actual situación de Cataluña, donde más del 40% de la población postula la independencia, y el 70% desea una consulta sobre su futuro, unos, pactada con el gobierno español y otros, aunque sea unilateral. Esta es, sucintamente definida, la situación. Las cifras son el dato mayor de la cuestión, porque muestran que no se trata de minorías iluminadas, sino de un grueso importante de población. La cuestión política no es si tiene o no razón, aquella opinión, sino qué se hace para cambiarla, porque si no es así, mas allá del conflicto en torno al 1 de octubre y el intento de referéndum unilateral, la cuestión no va a desaparecer. Es más, el tiempo corre en contra, porque las jóvenes generaciones optan en mayor medida por la independencia.


Hay una cuestión molesta y quizás por ello mal abordada: ¿Por qué una parte tan importante de ciudadanos españoles quieren separarse? Se pueden dar muchas respuestas, pero hay una que debe destacarse: porque España hace años que dejó de tener un proyecto común; no lo tiene y no lo encuentra. Y no es solo el caso de Cataluña la manifestación más radical de esta carencia, sino que también lo muestra el enfrentamiento cainita entre los partidos. Para situar un caso concreto ¿Cómo puede tener un proyecto común una sociedad que es incapaz de conseguir que los partidos consensúen una ley de enseñanza buena y durable? No es obviamente lo mismo que la cuestión independentista, pero sí muestra una sociedad incapaz de dotarse de un horizonte de sentido común más allá del provecho individual El ingreso en la Unión Europea fue el último gran acicate compartido, después no ha habido otro.

Si España no es capaz de dotarse de un gran propósito común, necesariamente de naturaleza incluyente, no solo no resolverá el problema de Cataluña, sino que se multiplicaran sus conflictos internos.

La propia Cataluña reproduce a una escala menor el mismo problema, porque de la misma manera que es una evidencia la importancia numérica y cultural del independentismo, también lo es que esta iniciativa, al menos tal y como está planteada, ha generado una división interna como nunca ha registrado al menos desde la recuperación de la democracia.



España necesita un proyecto común que no sea humo, que vincule y motive. Ahora bien, la condición necesaria -no suficiente, pero sí necesaria- para que tal cosa acaezca es que consiga incorporar a la gran mayoría de catalanes, y para eso hace falta romper muchas barreras y perjuicios. Empezando por uno de central que determina que lo que sucede de malo en Cataluña concierne poco a España; la escasa participación en las manifestaciones convocadas en solidaridad con las víctimas del terrorismo yihadista de Barcelona y Cambrils, en Madrid, el centro neurálgico, no más de 300 personas es un último ejemplo.


Referéndum ¿movilización, revuelta? Demasiadas cosas en una





28 septiembre, 2017

Más allá de los límites de lo razonable y, por tanto, rozando el ridículo y superando la pérdida de credibilidad presidencial, Puigdemont ha mantenido la posición de que el referéndum se hará cuando ya ni siquiera es legal de acuerdo con la ley aprobada por el Parlamento. No cumple ninguna de las condiciones, empezando por la más importante como es la de la Sindicatura Electoral, por la dimisión forzada de sus miembros. La razón de la cerrazón es política: el día 1 se quiere una gran movilización que otorgue carta de naturaleza internacional al conflicto, pero mucha gente no iría si pensase que la cosa va directamente de enfrentamiento con la policía, que a fin de cuentas es lo que puede suceder. Ir a votar facilita una imagen más tranquila. Pero es que además la movilización reúne intenciones políticas muy diferentes. Una es la que se ciñe al tema: la independencia. Pero, cada vez deriva con más fuerza hacia otras dos orientaciones de para qué ha de servir el día 1-O. La de un gran voto de censura al PP que abriera la puerta a un gobierno encabezado por Pedro Sánchez es una de ellas. De hecho, el PSOE es el eslabón que hace inviable o no este empuje, y que puede ser sensible a la imagen que se dé en Cataluña, que tiene automáticamente un correlato, que es la elevación de la temperatura española, que en lugar de debilitar fortalecería el PP. El PSOE es sin duda la fuerza política más presionada por todos lados. Pero, más allá, la CUP, Podemos y otros grupos menores -y ERC no hace ascos- ven en el conflicto catalán una forma de forzar el cambio de régimen, un potente instrumento, y en este sentido la reunión de Zaragoza, de estos grupos más el PNV y PdeCat- que, por cierto, es más un producto de la circunstancia que de un sujeto político- sería el equivalente al Pacto de San Sebastián previo a la República. La historia ciertamente no se repite, pero enseña, y lo que nos dice hoy es que sobre el 1-O, y, por tanto, sobre los catalanes, se cruzan demasiadas líneas de ruptura sin que nadie llegue a tener el control de todas ellas.



3 de octubre: balance de daños y perspectivas de futuro





3 octubre, 2017

Lo que no habían logrado en estos años de trabajo desde el gobierno de la Generalitat, los partidos y las entidades que lo apoyan lo han conseguido en solo un día. Dos tipos de imágenes: largas colas de gente votando y una intervención desmesurada de la Policía y la Guardia Civil. Incluso para quienes lo consideran necesario o irremediable después de la actitud adoptada por la policía autonómica, no pueden negar su impacto negativo sobre la opinión: contraponer urnas y votos a cargas policiales tiene siempre y por definición un ganador claro en el ámbito mediático.

Se ha producido una quiebra histórica del Estado en Cataluña a causa de la incapacidad y errores del gobierno y el aparato administrativo, fuerzas de seguridad e información, delegados políticos. Hoy y para mucha gente en Cataluña, y no solo para los partidarios del Proces, la distancia emocional, anímica y psicológica que los separa de todo lo que signifique las instituciones españolas parece insalvable. La distancia a la inversa quizás sea igual de grande, pero tengo mis dudas de que esté tan extendida.

En términos culturales, en el sentido de los marcos de referencia, los criterios previos que informan nuestras opiniones y decisiones, de la mayoría, relativa o absoluta, en términos de conteo, pero hegemónica de catalanes, ha desconectado de España. Solo jueces y fiscales constituyen un enclave homogéneo de excepción. Esta es la realidad. Y en esa desconexión no se encuentran solo los partidarios del Procés, sino quienes, sin serlo por diversas razones, ven con desesperación como lo que se hace desde el gobierno es como echar gasolina a un incendio. Seguramente hay sucesos que a partir de un determinado punto son irrefrenables, como lo que sucedió el domingo, pero esto no es fatalidad, sino incapacidad o incuria, porque no estaba escrito que se tuviera que llegar a tal situación.

El día 1 no ha resuelto nada, y en todo caso todo está peor. Mucho peor para el gobierno de Rajoy, que ha visto como el tema catalán pasaba a ser reconocido por las instituciones y opinión publicada internacional como de primera magnitud. Pero también para el gobierno de la Generalitat, que debe manejar una situación muy favorable para sus planteamientos, con un público emocionalmente entregado y expectante, sin frustrar tales expectativas, ni tomar decisiones irreversibles, como sería la declaración unilateral de independencia sin reconocimiento internacional, que los conducirían al fiasco y a la plena intervención de la autonomía y por el tiempo que fuera necesario por parte del Gobierno español. Aunque no está claro, al menos en este momento, que esta segunda operación no reanimara el proceso. Y esta conclusión da pie a decir que estrategias, como la de Ciudadanos, son suicidas. Pero ¿cómo se les ocurre pedir la intervención de la autonomía, el ahora famoso artículo 155 de la Constitución, a efectos de convocar unas elecciones autonómicas? De hacerlo así, la campaña de los seguidores del Procés estaría hecha y convertida en marcha triunfal, porque barrerían.

El primer encontronazo con la economía real ya se ha producido, y se trata de ver su evolución futura: prima de riesgo de España, cambio dólar-euro, y el impacto en la bolsa sobre dos grandes empresas financieras catalanas, aunque de momento el impacto parece de un solo día. La huelga de hoy, día 3, está por ver qué secuelas deja en lo económico y en lo político.

La propia Cataluña registra daños importantes: non certeza, la división interna, que la emoción del momento atenúa, pero que se agudizara si nada cambia. Nadie duda ya de que la cosa va en serio. Menos hablado pero real y negativo el hecho de que la administración de la Generalitat funcione a media y mal. Mucho dinero de gasto diario para tan pocas nueces. Uno de los grandes damnificados es la policía autonómica, y no solo por las denuncias y sus resultados, sino porque su papel como policía judicial va a quedar muy disminuido, así como la colaboración con las otras fuerzas de seguridad del estado. Lo que tanto costó conseguir, una policía integral -y que la Ertzaintza nunca perdió- se ha esfumado. La congelación y control de pagos por parte del Ministerio de Hacienda es un lazo que ahoga, aunque no mate.

El fracaso de la burguesía catalana, mayoritariamente contraria al Procés, es clamoroso. Ni siquiera se puede decir que se han equivocado; simplemente no han existido, lo cual es un signo llamativo para un grupo social que ha sido activísimo en la vida política catalana.

El panorama es negro, pero no definitivo, porque cambia con el sentido de la marcha.

Desde mi punto de vista, cambiar las cosas sin esperar soluciones taumatúrgicas, requiere de inteligencia para comprender la realidad. Parece una condición obvia, pero observando lo que sucede es evidente que no los es.

Una línea de trabajo es “desinflamar” en términos de Enric Juliana, o si se quieren otros, tender puentes, crear vías para la mejor comprensión y el intercambio sereno de puntos de vista. En este sentido, la posición de la CET y la declaración de su Comisión tiene un valor inestimable. Los obispos están en buenas condiciones para trabajar estos puentes, si no se les aprieta por todos lados, claro. La sociedad civil tiene un importante papel en todo esto

La segunda es la vía política. La paliación de los daños, la recuperación de los límites. Y eso exige la iniciativa por parte del gobierno español y los partidos políticos. Negociar, acordar. Sabiendo, eso sí, que en tales acuerdos no radica la solución, sino solo el reducir la desafección.

Y la tercera vía, la más decisiva, es la de la construcción de otra cultura, otra mentalidad en Cataluña que, partiendo de sí misma, y eso implica su forja desde la catalanidad, construya otro relato, otro marco de referencia alternativo al del Procés.

Fuente: http://www.forumlibertas.com/cataluna-una-crisis-espana-2/

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