domingo, 15 de abril de 2018

ESCRIBIR II


(El poeta Juan Ramón Jiménez visto por Joaquín Sorolla)


Por Teo Revilla Bravo

Escribir es explorar. Es una manera de alentar estímulos, de inhalar aire, de crecer y sobrevivir a las catástrofes diarias que acontecen en nuestro interior intentando extraer inteligencia y agudeza a través de la intuición y de las sensaciones. No conformándonos, huyendo de la realidad más próxima para aventurarnos -gran desafío- en regiones inexploradas y detenidas en un intento por removerlas. Un canto a la luz es, un reflejo de músicas, un arañar y quitar las esquirlas que deja al paso día a día la muerte lenta.

El punto formal de la escritura ha de ser libre, ha de ser transgresor. No hace falta guardar fidelidad a la métrica clásica ni a parámetros establecidos, ha de tener voz personal ajena a cualquier tipo de formalidad, siendo autobiográfica en su estructura y con señales propias suficientes como para llamar poderosamente la atención. Escribir exige consignar razones insondables, casi siempre subyacentes. Es un proceso de necesario desbarate de todo aquello que incomoda y estorba como son las tensiones y ansiedades del momento, desnudando la elipsis que nos aprieta y confunde, de tal forma que se replanteen nuevos y constantes amaneceres. La escritura ha de sondear en las circunstancias que vive el poeta o el escritor, antes de conceptuarlas. Un poema es literatura, cuando concibe o expresa de nuevo la realidad y ayuda a su innovación replanteando el mundo -sentimiento profundo- de quien lo lee o escribe.

Escribir es otra adicción más a la existencia. Una vez iniciados, no podemos dejar de concebir este hecho como realidad propia. Escribir es plasmar un diálogo, desde lo personal transferible, para hacerlo extensible a los otros, descubriendo nuevos espacios con arresto imaginativo desde la ecuanimidad y la experiencia. Escribir una estrategia para profundizar en lo íntimo del ser humano, renovando el pasado agobiante a través de filtros vertidos como versos, de tal manera que conviertan el hecho de escribir en un análisis profundo sobre la sociedad y la vida. Escribir es reconocerse en la duda, en la indecisión acosadora, en la incertidumbre del devenir, transitando por el vacío aparente que se abre ante nuestros ojos y sentir que el mayor precipicio que nos amenaza está dentro.

Escribir es emprender un viaje, intentando atrapar lo inasible recorriendo espacios asombrosos con dificultades y sorpresas, con cansancios y fatigas, abarcando territorios, inaugurando paisajes con una terquedad sin límites, la mayoría de las veces ejercida en batallas baldías aparentemente, pero que nos van posicionando mientras vamos ganando terreno a esos parajes inexplorados que invaden la imaginación; ir tras edenes intuidos, partiendo desde una soledad que siempre invoca a la vida y a la muerte como constantes irrenunciables. Ahí el hecho poético, como larga afinación del raciocinio; ahí la creencia en el poder comunicador de la palabra, como reflejo de vida
.
Escribir es ir cifrando un mundo de emociones con rigor estético a través de un aprendizaje continuo, itinerario de un viaje cuyos puntos de partida y de llegada son con frecuencia un espejismo que nos puede dejar detenidos en un limbo de nadie, cerco que incluye el ansia de lo posible junto al desencanto de lo que ya no puede ser. A veces intentar escribir es como estar ante un tiempo suspendido, donde creemos imposible tomar contacto con lo anhelado excepto si volvemos al camino e iniciamos un viraje donde sea posible, de alguna sorprendente manera, recuperar lo perdido aunque solamente sea para volverlo a extraviar. Hemos de ir cifrando leras, hasta que las palabras nos lleven a un hecho sorprendente que se habrá de identificar con plenitud e interioridad. Sin disfraces; sin tecnicismos cargantes; sin estorbos ni falacias; libre y sincero, en regresión necesaria a través de un catártico remedio que obre el milagro de llegar a lo verdaderamente literario. Escribir poesía por ejemplo, es dejar constancia de que al hacerlo nos vamos descubriendo humanamente en los otros. Así, en cada circunstancia significativa que se da, en cada magnificencia de vocablo, desafiaremos el sentido del verso asentándonos en la soledad como si estuviéramos ante un relámpago deslumbrante de imaginarios efectos, halo que nos ronda siempre, pero que sólo a veces, muy pocas veces, se nos revela de verdad.

©Teo Revilla Bravo.

Barcelona.-02.-02.-2011.

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