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domingo, 15 de enero de 2023

LA IMPORTANCIA POLÍTICA Y SOCIAL DE BENEDICTO XVI

“Dios desea ser adorado por las personas que son libres”


13 enero, 2023 | ForumLibertas.com

Existe un consenso generalizado sobre la extraordinaria magnitud de las aportaciones de Benedicto XVI, y antes del cardenal Ratzinger, al ámbito teológico, bíblico, y de su conocimiento de la patrística. Pero, está menos subrayada su aportación imprescindible en la dimensión social y política, que es necesario más que nunca recuperar, porque en muchos de sus ejes conductores y la reflexión a que dan pie se encuentran los recursos expresivos y de inteligencia para construir una salida a la crisis generalizada que vive la política en Europa y, en general, en el mundo occidental.

He aquí una muestra de ellos, definidos sobre todo a partir de las aportaciones de George Weigel:

Sobre el Islam (Conferencia Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006).

Planteó un interrogante obvio, que señala el problema y orientó sobre el posible camino de respuesta: ¿Podrá el Islam crear garantías para la tolerancia religiosa, mejorar la libertad religiosa, incluida la libertad de conciencia, y cambiar la religión de cada uno? ¿Podrá encontrar la forma de separar la autoridad religiosa de la política en los estados de mayoría musulmana?

Benedicto XVI apuntaba el tiempo que necesitó la Iglesia Católica para lograrlo, y de hacerlo, no entregándose a la modernidad, sino haciendo del encuentro con la modernidad la ocasión para recuperar y desarrollar elementos de su propia auto comprensión que se habían perdido por las contingencias de la historia.

Esto no se logrará porque los cientos y cientos de millones de musulmanes se conviertan en liberales secularizados. Esto no puede funcionar, sino que solo será posible dentro de un proceso de recuperación y renovación dentro del Islam mismo. Ese proceso, propuso Benedicto XVI, debería ser el foco del diálogo interreligioso entre católicos y musulmanes en el futuro previsible.

Dios es también el Dios de la razón. Sus implicaciones en el ámbito de lo público.

Dios es también el Dios de la razón y no solo de la voluntariedad. Del encuentro del cristianismo con la antigüedad clásica y, especialmente, con la filosofía griega, la Iglesia había llegado a comprender que el Dios de la Biblia era un Dios de razón que había impreso la racionalidad divina en el mundo, dando así a la filosofía una base segura y haciendo posible la ciencia. Pocos como Ratzinger han desarrollado esta cuestión y, como siempre, no por mimetismo con el mundo, sino profundizando en la propia naturaleza del cristianismo, en una cúpula cristiana que se cierra y así construye el gran espacio configurado por las paredes maestras de la Biblia, la filosofía y la ley de Atenas y Roma. Unió convicciones judías sobre la dignidad de la persona humana y sobre la vida como peregrinación decidida hacia el futuro, con la fe griega en la capacidad de la razón para llegar a las verdades construidas en el mundo, y la afirmación romana de la superioridad del estado de derecho sobre el gobierno de la fuerza bruta.

La crítica al positivismo moderno y al procedimentalismo como única fuente de la legislación.

Sucumbir a la tentación del positivismo, argumentó, sería «la renuncia a las más altas posibilidades de la razón». Y el siglo XX debería haber enseñado a la modernidad lo que sucedió cuando la razón dio paso a la irracionalidad sistemática y a la falsedad. Existe otra opción, señalaba Benedicto XVI: «Lo que dio a la cultura de Europa su fundamento, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharlo, sigue siendo hoy la base de cualquier cultura genuina». Por la misma lógica, y utilizando en el Reino Unido en su visita de 2010 el caso de la esclavitud, señaló cómo la ley separada de la ética conduce a la anulación de los derechos humanos, a la represión y, en última instancia, a la tiranía.

El laicismo del espacio público como manifestación antidemocrática.

Se ha ido generalizando la idea de que la manifestación de lo religioso solo tiene cabida en la esfera privada, de manera que incluso la celebración pública de la Navidad, como hecho religioso, debe ser cancelada en la creencia cuestionable de que se podría ofender a los que pertenecen a otras religiones o a ninguna. Estos fueron «signos preocupantes de una falta de apreciación… la libertad de religión y del papel legítimo de la religión en la plaza pública». Y eran preocupantes porque eran antidemocráticos. Porque si se negaban los derechos de los creyentes a expresar su fe públicamente y a introducir juicios morales religiosamente informados en la vida pública, a los ciudadanos de una democracia se les negaba el derecho a llevar las fuentes más profundas de sus juicios morales a sus vidas cívicas.

A su vez, y con relación al debate público, los creyentes deben apelar a la razón y a razones vinculadas a la ley moral natural más que a otras que solo resultan válidas para la conciencia del propio creyente cristiano. Esta forma de razonar no se encuentra para nada lejos de la que ha llegado el Habermas más maduro, a pesar de sus orígenes tan distintos. Mantener viva esa visión en la vida pública era la tarea principal de la Iglesia. En ese sentido, propuso: «La religión… no es un problema que los legisladores deben resolver, sino un contribuyente vital a la conversación nacional».

Sobre la política, la justicia y el peligro del fundamentalismo secular.

Volviendo a San Agustín y en La Ciudad de Dios, formuló la misma pregunta: «Sin justicia, ¿qué otra cosa es el Estado, sino una gran banda de ladrones?» (Conferencia en el Bundestag, el 22 de septiembre de 2011), cuando la política se convirtió en un ejercicio nietzscheano de voluntad de poder en lugar de la búsqueda del bien común guiado por principios éticos. Y se preguntaba: ¿Qué sucedió, cuando Jerusalén fue eliminada de la conversación, lo que significaba eliminar la idea de que el Dios de la creación había impreso la razón divina en el mundo, de modo que el mundo era inteligible? El resultado fue que la fe en la razón misma, el factor ateniense de la ecuación, comienza a debilitarse.

El peligro del fundamentalismo secular, que se expresa en leyes separadas de la verdad moral: la ley es lo que dice que es, punto. Ese positivismo legal, recordó Benedicto XVI a los legisladores alemanes, había jugado un papel mortal en su propia historia: «Nosotros, los alemanes, sabemos por nuestra propia experiencia que las advertencias de Agustín sobre un estado sin justicia no son un espectro vacío. Hemos visto cómo el poder se divorció del derecho, cómo el poder se opuso al derecho y lo aplastó, de modo que el Estado se convirtió en un instrumento para destruir el derecho, una banda altamente organizada de ladrones, capaz de amenazar al mundo entero y conducirlo al borde del abismo».

Sobre la ecología, una advertencia olvidada.

La importancia de la ecología ya no se discute. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y debemos responder en consecuencia. Sin embargo, quisiera subrayar un punto que me parece descuidado, hoy como en el pasado: también existe una ecología del hombre. El hombre también tiene una naturaleza que debe respetar y que no puede manipular a voluntad. El hombre no es simplemente libertad autocreadora. El hombre no se crea a sí mismo. Él es intelecto y voluntad, pero también es naturaleza, y su voluntad está correctamente ordenada si respeta su naturaleza, la escucha y se acepta a sí mismo por lo que es, como alguien que no se creó a sí mismo.

Y una síntesis podría ser esta frase: “Dios desea ser adorado por las personas que son libres».


domingo, 9 de julio de 2017

“IL PORTAVOCE”




Juan Manuel Mora* | 6 de julio de 2017

Cuando ayer me enteré del fallecimiento de Joaquín Navarro-Valls, al que tuve la suerte de tratar personalmente, consulté la versión digital de los medios italianos.

Comprobé que era la noticia principal de la portada La Repubblica, periódico con el que colaboró después de dejar de presidir la Sala de Prensa del Vaticano, en 2006. Todavía hoy, once años después, seguía siendo una personalidad en el mundo de la comunicación y de la cultura, especialmente en Italia.

Era conocido como “il portavoce”. Durante años, esa palabra estaba asociada a su nombre. Y es lógico, porque en esta profesión no es frecuente durar tanto en el cargo. Se suele decir que los portavoces de la Casa Blanca duran un año de media. Él se mantuvo 22, sin aparente decadencia.

Se cuenta que un día del año 1984 Juan Pablo II, después de una crisis de comunicación, llamó a dos periodistas para preguntarles cómo se podría mejorar esa actividad en el Vaticano. Uno era italiano, del ámbito de la televisión, el otro, Navarro Valls, por entonces presidente de la asociación de corresponsales extranjeros en Roma. Los dos profesionales dieron sus consejos y, a los pocos días, Navarro Valls recibió una llamada de parte del Papa, invitándole a encargarse de aplicarlos. Joaquín preguntó si podía pensarlo y le respondieron que por supuesto, que no había prisa, que podía responderle al día siguiente por la mañana. No siempre las cosas de palacio van despacio. Después de aquello, Joaquin solía decir: ¿quién le dice que no a un Papa?

Cuando algún profesional que comenzaba un trabajo de este tipo le pedía orientación solía decir, muy sencillamente: lo importante es que te lleves bien con tu jefe. La comunicación está al servicio de las instituciones y depende mucho del tipo de liderazgo. Navarro Valls no solo se llevaba bien con Juan Pablo II, sino que se creó entre ellos una extraordinaria complicidad: Juan Pablo II era “la voz”, el mensaje, el discurso, las actitudes, con una sensibilidad exquisita hacia el periodismo y la comunicación en general. Navarro era “el portavoz”, daba cauce, encontraba el momento, el enfoque, la metáfora, para que la voz fuera escuchada.

Navarro-Valls conocía y entendía la lógica y la importancia de los medios de comunicación porque era su mundo. En 1968 se tituló en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y trabajó como corresponsal en Roma para el diario ABC. Un corresponsal en Roma acumula una experiencia rica y variada. Lo mismo tiene que cubrir un cónclave que un desfile de Fendi, una operación antimafia o una final de la Champion. Por no hablar de los intrincados laberintos de la política de ese país, que tuvo cincuenta gobiernos en cincuenta años después de la guerra. Aquellos laberintos los recorrió Joaquín como los pasillos de su casa.

Así, más adelante, no tuvo problema para sentarse con Fidel Castro, o con los portavoces de la Casa Blanca y del Kremlin; ni para liderar con éxito la representación del Vaticano en las Conferencias internacionales sobre la mujer de El Cairo y de Pekín.

Introdujo nuevos aires en la Sala Stampa, la sala de prensa del Vaticano, con el fin de facilitar el trabajo de los periodistas. Generó hábitos como las preguntas al Papa en el avión y la transparencia total, incluso en el momento de la enfermedad y fallecimiento de Juan Pablo II, como nunca antes se había visto.

Además de identificarse con el genérico “portavoz”, en Italia también se le tenía como el prototipo de “caballero”, por su elegancia y sus modales. Como dicen en su idioma y su cultura: “l’uomo della cravatta giusta”. Puedo atestiguar que compartía su experiencia con quienes le pedían ayuda, sin darse nunca importancia.

Fue un psiquiatra, actor y deportista que trabajó para un papa muy humano, actor y deportista. Les unió no solo el trabajo sino el profundo conocimiento del hombre y el alma, el amor por contar las cosas bien y la afición al deporte, el reto y la superación.

Se suele decir que si la grandeza y la belleza pasan a nuestro lado y no nos percatamos, nos perdemos lo mejor de la película de la vida. La grandeza pasó cerca de Navarro Valls y él no solo la reconoció sino que supo contarla para que otros la pudieran reconocer.



Juan Manuel Mora*
Vicerrector de Comunicación
Universidad de Navarra


Fuente: http://www.comcatolicos.net/articulos/papa/item/2396-il-portavoce

sábado, 19 de marzo de 2016

BENEDICTO XVI: «ES LA MISERICORDIA LO QUE NOS MUEVE HACIA DIOS»




Por Andrea Tornielli

Ciudad del Vaticano, 16 de marzo de 2016 


Se publicó en un libro la entrevista del teólogo jesuita Jacques Servais con el Papa emérito: «Solo allí en donde hay misericordia acaba la crueldad, acaban el mal y la violencia. El Papa Francisco se encuentra completamente en sintonía con esta línea. Su práctica pastoral se expresa justamente en el hecho de que él nos habla continuamente de la misericordia de Dios»


«Para mí es un ‘signo de los tiempos’ el hecho de que la idea de la misericordia de Dios sea cada vez más central y dominante». Palabra de Benedicto XVI. Llega a las librerías el volumen “Por medio de la fe. Doctrina de la justificación y experiencia de Dios en la predicación de la Iglesia” (San Pablo, 199 pp., 20 euros), editado por el jesuita Daniele Libanori y en el que se incluyen las actas de un congreso teológico que se llevó a cabo en Roma en octubre del año pasado. En esa sede, fue leído por el arzobispo Georg Gänswein el texto de una entrevista con Joseph Ratzinger del teólogo jesuita Jacques Servais sobre «qué es la fe y cómo se llega a creer». En esa entrevista Benedicto XVI citó a su sucesor y habló generosamente sobre la misericordia.

En una primera respuesta, Ratzinger insistió en lo que es la Iglesia y en el hecho de que la Iglesia no fue creada por sí misma. «Se trata de la cuestión: qué es la fe y cómo se llega a creer. Por una parte, la fe –explicó el Papa emérito– es un contacto profundamente personal con Dios, que me toca en mi tejido más íntimo y me pone frente al Dios viviente en absoluta inmediatez para que yo pueda hablarle, amarlo y entrar en comunión con Él. Pero al mismo tiempo, esta realidad completamente personal se relaciona inseparablemente con la comunidad: forma parte de la esencia de la fe introducirme en el ‘nosotros’ de los hijos de Dios, en la comunidad peregrinante de los hermanos y hermanas. La fe deriva de la escucha (“fides ex auditu”), nos enseña san Pablo. La escucha a su vez implica siempre una compañía. La fe no es un producto de la reflexión y tampoco es tratar de penetrar en las profundidades de mi ser. Ambas cosas pueden estar presentes, pero son insuficientes si la escucha, mediante la cual Dios, desde fuera, a partir de una historia que Él mismo creó, me interpela. Para que yo pueda creer necesito testigos que hayan encontrado a Dios y lo hagan accesible para mí».

«La Iglesia no fue hecha por sí misma –insiste Ratzinger–, fue creada por Dios y es continuamente formada por Él. Esto se expresa en los sacramentos, sobre todo en el del bautismo: yo entro a la Iglesia no con un acto burocrático, sino mediante el sacramento. Y esto equivale a decir que yo soy recibido en una comunidad que no fue originada por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma. La pastoral que pretende formar la experiencia espiritual de los fieles debe proceder a partir de estos datos fundamentales. Es necesario que abandone la idea de una Iglesia que se produce a sí misma y debe resaltar que la Iglesia se convierte en una comunidad en la comunión con el cuerpo de Cristo. Debe introducir al encuentro con Jesucristo y llevar a Su presencia en el sacramento».

Respondiendo a otra pregunta, el Papa emérito habló sobre la centralidad de la misericordia. «El hombre de hoy tiene la sensación general de que Dios no puede dejar que la mayor parte de la humanidad caiga en la perdición. En este sentido, la preocupación por la salvación típica de un tiempo ha casi desaparecido. Sin embargo, en mi opinión, sigue existiendo, de otra manera, la percepción de que nosotros necesitamos la gracia y el perdón. Para mí es un ‘signo de los tiempos’ que la idea de la misericordia de Dios sea cada vez más central y dominante (empezando por sor Faustina, cuyas visiones reflejan de diferentes maneras la imagen de Dios propia del hombre de hoy y su deseo de la bondad divina)».

«Papa Juan Pablo II –continuó Ratzinger– estaba profundamente impregnado de este impulso, aunque no siempre surgiera explícitamente. Pero no es casual que su último libro, que salió a la luz inmediatamente antes de su muerte, hable sobre la misericordia de Dios. A partir de las experiencias en las que desde los primeros años de su vida constató toda la crueldad de los hombres, él afirma que la misericordia es la única verdadera y la última reacción eficaz contra la potencia del mal. Solo allí en donde hay misericordia acaba la crueldad, acaban el mal y la violencia».




«Papa Francisco –continuó Benedicto XVI citando a su sucesor– se encuentra completamente en sintonía con esta línea. Su práctica pastoral se expresa justamente en el hecho de que él nos habla continuamente de la misericordia de Dios. Es la misericordia lo que nos mueve hacia Dios, mientras que la justicia nos espanta. Según mi opinión, resaltar que bajo la capa de la seguridad de sí y de la propia justicia, el hombre de hoy esconde un profundo conocimiento de sus heridas y de su integridad ante Dios. Él está esperando la misericordia. No es casual que la parábola del Buen samaritano sea tan atractiva para los contemporáneos. Y no solo porque en ella se subraye fuertemente el elemento social de la existencia cristiana, ni solo porque en ella el samaritano, el hombre no religioso, frente a los representantes de la religión, se muestra, por decirlo así, como aquel que actúa de manera verdaderamente conforme a Dios, mientras que los representantes oficiales de la religión se rindieron, por decirlo así, inmunes en relación con Dios».


«Está claro que esto le gusta al hombre moderno –observó Benedicto XVI. Sin embargo, me parece también importante que los hombres en su intimidad esperen que el samaritano acuda para ayudarlos, que él se incline sobre ellos, derrame aceite sobre sus heridas, los cuide y los ponga al reparo. Ellos saben que necesitan la misericordia de Dios y su delicadeza. En la dureza del mundo de la técnica, en el que los sentimientos ya no cuentan nada, aumenta la esperanza de un amor salvífico que sea dado gratuitamente. Me parece que en el tema de la misericordia divina se expresa de manera nueva lo que significa la justificación de la fe. A partir de la misericordia de Dios, que todos buscan, es posible, incluso en el presente, interpretar desde el principio el núcleo fundamental de la doctrina de la justificación, y mostrarlo en toda su relevancia».


Fuente:
http://www.lastampa.it/2016/03/16/vaticaninsider/es/especial/jubileo-2015/benedicto-xvi-es-la-misericordia-lo-que-nos-mueve-hacia-dios-X1nBc2KHCBJ65tclu58iiP/pagina.html?utm_source=dlvr.it&utm_medium=facebook

jueves, 13 de marzo de 2014

BENEDICTO XVI, EL PAPA DE LA EXPIACIÓN




Inicio del viacrucis


El viernes 25 de marzo, tocó al cardenal Joseph Ratzinger rezar el viacrucis en el Coliseo romano, de esa semana santa de 2005, debido a la incapacidad física del Papa Juan Pablo II, y en forma sorpresiva expresó el mea culpa de la Iglesia Católica en la Novena Estación: <<Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? […] ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y también entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […]>> y a continuación la oración esperanzada: <<Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace agua por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los ensuciamos nosotros mismos. Nosotros somos quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, te arrastramos a tierra, y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos. >>

Días después, el domingo 2 de abril, fallecía Juan Pablo II. Tras las exequias vino el Cónclave y fue Joseph Ratzinger el elegido como nuevo Papa, el 19 de abril. 

Las investigaciones emprendidas años atrás por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe habían llegado a conclusiones, y empezaron a caer las cabezas de los pederastas encumbrados. La primera fue la de Luigi (Gino) Burresi, de la Congregación de los Siervos del Corazón Inmaculado, el 27 de mayo de 2005. El caso de Maciel, fue de una extremada dificultad ya que La legión de Cristo, con cifras a 2011, contaba con 4 obispos, 932 sacerdotes y 1993 seminaristas. Además existía un movimiento seglar el Regnum Christi con 68 mil miembros en 37 países. Su líder a pesar de sus desajustes sicológicos, era un líder carismático que había instaurado una férrea disciplina y que muchos consideraban un hombre santo. Aplicar medidas correctivas implicaba tener en cuenta a estos miles de seguidores y su fe. Por esta razón la Santa Sede inició sus sanciones con la presión para que renunciara (2005). Posteriormente, en 2006 se hizo pública “la invitación” de que se recluyera a una vida de oración y penitencia renunciando a todo ministerio público. En 2010, Benedicto XVI nombró a Velasio de Paolis como “interventor” de la Legión y de Regnum Christi. A pesar de la mano suave aplicada por el Vaticano, de 2006 a mayo de 2013 hubo un éxodo del 20 por ciento entre los legionarios.

Los números de la depuración


Un documento dado a conocer por la Associated Press el pasado viernes 17 de enero de 2014, reveló que el papa Benedicto XVI destituyó a 384 sacerdotes en el lapso de dos años por abusar sexualmente de niños. Estas estadísticas correspondientes a 2011-12 son las primeras cifras divulgadas por el Vaticano de sacerdotes destituidos. Una revisión de la AP a los reportes muestra una evolución notable en los procesos internos de la Santa Sede para emprender acciones disciplinarias contra los pedófilos desde 2001, cuando el Vaticano ordenó a los obispos que enviaran a Roma los casos de todos los sacerdotes, cuya acusación parecía verosímil, para su revisión.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger emprendió acciones tras determinar que los obispos del mundo no estaban siguiendo la ley de la Iglesia para enjuiciar a los clérigos acusados en los tribunales católicos. Los obispos solían simplemente cambiar a los sacerdotes problemáticos de una congregación a otra en vez de someterlos a juicios canónicos o entregarlos a la policía. Así que Ratzinger impulsó reformas para poder emprender procesos administrativos contra el sacerdote acusado, o juicios orales. 

Una vez que Ratzinger se convirtió en el papa Benedicto XVI, el Vaticano cambió el tono, incluyendo un pedido de disculpas a las víctimas. El 2010 vio un aumento de miles de casos reportados en los medios de comunicación. Unos 527 casos fueron reportados a la Congregación. No se revelaron cifras de sacerdotes cesados.

Para 2011 con las nuevas leyes en vigor el número de sacerdotes destituidos aumentó bastante: 260 fueron cesados en un año y 404 nuevos casos de abuso contra menores fueron reportados. Otros 419 sacerdotes fueron sancionados por crímenes relacionados con abusos.

En 2012, último año del que se tienen cifras, hubo 124 destituciones y se reportaron 418 nuevos casos.


Pasión y penitencia


En su visita a Fátima en mayo de 2010, a la pregunta de si el texto del tercer secreto de Fátima se podía extender, más allá del atentado a Juan Pablo II, también al sufrimiento de los Papas, Benedicto XVI respondió: <<…diría también aquí que, además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian. El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo.

Como veis, el Papa necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad>>

La solución humana ante los abusos sexuales -en la familia, en la escuela, en las Iglesias- ha sido siempre la misma: el silencio, tanto para proteger a las víctimas del descrédito y la humillación, como para evitar el chismorreo y el morbo. Son los “secretos de familia” tan celosamente guardados. Precisamente por esta razón llama la atención la solución que propuso el enfermo pontífice Juan Pablo II, es decir, sacar a la luz pública, estos vergonzosos acontecimientos, con el consecuente descrédito y la campaña de ataques y denostación que seguiría

¿Cuál pudo ser la razón de este proceder? La Revelación cristiana nos dice que Satanás, es un espíritu puro, aunque finalmente es una creatura. No es perceptible por los sentidos, por lo que las representaciones de él con cuernos y patas de cabra, son más mitológicas que cristianas, y no pueden sino llamar a risa. No tiene poder alguno sobre nuestra voluntad e inteligencia, aunque si sobre nuestra imaginación, -por eso el pecado nos parece tan atractivo, aunque finalmente, el resultado nunca es “tan sabroso” como lo imaginábamos-. 

Satanás ha sido llamado “el príncipe de las tinieblas”, entre otras cosas porque el pecado usualmente se comete en forma oculta, con engaños, mentiras, por eso la forma de neutralizarlo y expiarlo sería sacándolo a la luz... no obstante, el costo de esto sería elevadísimo. Así lo habría ponderado Juan Pablo II, pero el Espíritu Santo, le habría revelado que no habría otro camino, aunque como consecuencia de ello, el Papa y la Iglesia serían sometidos a una nueva persecución, inspirada por la ira del demonio, al no permitirle trabajar como a él le gusta, es decir, “en lo oscurito”.

La muerte libró a Juan Pablo II de la persecución que se levantó sobre la Iglesia y la figura de Benedicto XVI; así lo confirmó uno de los más renombrados exorcistas del mundo Gabriele Amorth al expresarse sobre los ataques al pontífice, en marzo de 2010 <<No existe duda alguna de que han sido sugeridos por el Demonio, ya que tratándose de un Papa maravilloso, digno sucesor de Juan Pablo II, intenta tomarla con él>>.

De esta forma Benedicto XVI, se vistió con el sayal de la pederastia, tomo su cruz y la cargó con ánimo, como lo había hecho en el viacrucis de 2005. Humanamente, el ser el foco de continuos y renovados ataques lo desgastó física y mentalmente, lo “quemó” en su breve, pero enérgico pontificado y probablemente lo dejó agotado y sin fuerzas para seguir adelante, al frente de una Iglesia -que entendía- “no era suya, sino de Cristo”.

Sanar heridas


Pero la acción de Benedicto XVI, no se encaminó únicamente a descubrir y castigar a los culpables, también estaba enfocada a las víctimas en tres líneas:
  •  Curar heridas
  •  Reparar el daño causado
  •  Emprender una renovación espiritual
En su pontificado se realizaron múltiples reuniones con las víctimas de los pederastas y en sus visitas a otros países, no podía faltar esta la reunión.


Este proceder que efectivamente tenía un efecto sanador en las víctimas, solo servía para que ciertos medios, atizarán más el fuego contra el Papa y la Iglesia Católica. Vi algunas entrevistas a las víctimas y constaté lo que les producía, el hecho de el jefe de su Iglesia, escuchará a uno por uno y les pidiera perdón. 


La renuncia


El lunes 11 de febrero de 2013 [1], cumpliendo con lo estipulado por el Derecho Canónico para una renuncia papal: -en forma pública, ante un consistorio cardenalicio y en presencia del decano-, manifestó el Pontífice: <<Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.



Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando…>>

La noticia causó una gran conmoción. Habían pasado 598 años desde que Gregorio XII renunció a su puesto en el año 1415.

Suceso inimaginable después de ver el suplicio de Juan Pablo II, agobiado por el mal de Parkinson- En su último viaje a México en agosto de 2002, lo pudimos notar en su inmovilidad y falta de mímica facial, en la poca claridad de sus palabras y el escurrimiento incontrolable de la saliva,. Presenciamos pocos días antes de su muerte, su incapacidad para comunicarse con sus ovejas, en el Ángelus dominical; con la garganta destrozada por la traqueotomía practicada, inútil y dolorosa fue la extracción de las sondas que le habían sido implantadas en su última visita a la Policlínica Gemelli. Pese al martirio terminal de su enfermedad, Juan Pablo II, había expresado que “si Jesucristo no se había bajado de la cruz, como iba él a renunciar a la suya”.

¿Qué tanto caló en su ánimo el estar tan cercano al heroico, Juan Pablo II, dispuesto a estar junto a su grey hasta el último de sus suspiros?


“Por mi edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”


En 1991 sufrió un ictus o hemorragia cerebral que lo tuvo hospitalizado 10 días en la clínica Pío XI de Roma, dónde le fue implantado un marcapasos hace años, que según un diario italiano, le fue sustituido discretamente hacía 3 meses, padece hipertensión arterial, sufrió desmayos en 2009 y 2011 en México. Tiene 50% de artrosis en la cadera derecha, por lo que camina con bastón, apenas ve con el ojo derecho. Sujeto a una rigurosa dieta hace años, no puede viajar a lugares con una altitud mayor a 2000 metros. En los últimos meses, siempre por motivos de salud, había disminuido sus compromisos públicos, sus viajes y las audiencias.

Su biógrafo Vittorio Messori periodista de La Stampa, que había iniciado una amistad como resultado del libro-entrevista «Informe sobre la fe», de 1985, al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos comenta: <<El Papa se siente enfermo porque es muy anciano, así que yo creo que él ha elegido precisamente ese día para reconocerse como enfermo entre los enfermos. Y también para hacer un homenaje y una especie de invocación a la Virgen: no solamente a la Virgen de Lourdes, sino a la Virgen en cuanto tal. >>.

Ante la opinión de que Benedicto XVI, se ha rendido Messori contesta: << Existen aparentes rendiciones que en realidad son un signo de fuerza, de humildad. La libertad católica es mucho más grande de cuanto se piensa. Existen temperamentos diversos, historias diversas, carismas diversos, y todos ellos se han de respetar porque forman parte de la sacrosanta libertad del creyente. En Juan Pablo II prevalecía el lado místico, era un místico oriental. Mientras en Ratzinger prevalece la racionalidad del occidental, del hombre moderno. Por ello, se dan dos posibles elecciones: la mística, la del Papa Wojtyla, que persevera y resiste hasta el final; o la elección de la razón, como Ratzinger: reconocer que no se tienen ya las energías físicas y que la Iglesia, por el contrario, necesita una guía con grandes energías, por lo que, por el bien de la Iglesia, es mejor dejarlo. Ambas decisiones son evangélicas.>> [2]


Su profunda convicción: “La Iglesia no es nuestra, sino suya”


Afirma Benedicto XVI: <<Sólo la Iglesia, en este mundo, supera la limitación esencial del hombre: la frontera de la muerte. Vivos o muertos, los miembros de la Iglesia viven unidos en la misma vida que brota de la inserción de todos en el Cuerpo de Cristo […]

Pero no hay que olvidar que la expresión latina no significa solo la unión de los miembros de la Iglesia, vivos o difuntos. Communio sanctorum, significa también tener en común las “cosas santas”, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo muerto y resucitado. Es este vínculo misterioso y realísimo, es esta unión en la Vida, lo que hace que la Iglesia no sea nuestra Iglesia, de modo que podamos disponer de ella a nuestro antojo; es por el contrario su Iglesia.>>[3]

Señala Messori: <<Ratzinger tiene clarísimo que no estamos llamados a salvar a la Iglesia, sino a servirla, y si no puedes más, la sirves de otro modo, te arrodillas y rezas. La salvación es una cuestión que atañe a Cristo. [...]

Así que me parece que estas dimisiones van en esta línea, en el sentido de no tomarse demasiado en serio. Haz hasta el final tu deber y, cuando te des cuenta de que no puedes más, que las fuerzas ya no te acompañan, entonces recuerdas que la Iglesia no es tuya y pasas a ser testigo, y vas a hacer un trabajo para la Iglesia que, en la perspectiva de la Iglesia es el mayor, el más valioso: el trabajo de rezar y el trabajo de ofrecer a Cristo tu sufrimiento. Lo veo como un acto de gran humildad, de conciencia de que le toca a Cristo salvar a la Iglesia, nosotros, pobres hombres, no tenemos que salvarla, incluso si eres el Papa. >>[4]


La última audiencia


Durante la última audiencia de los miércoles, el 27 de febrero de 2013, en una Plaza San Pedro inundada de sol y llena de fieles, Benedicto XVI dijo: <<En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo».

Y añadió que su retiro, «escondido al mundo», no significaba «una vuelta a lo privado». «Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro>>.


“Mi única y última tarea”


En una carta fechada el 24 de enero de 2014 y dirigida al teólogo suizo Hans Küng, -amigo de su juventud y uno de sus más duros detractores actuales-, el Papa Emérito le confió: “Mi única y última tarea es sostener con la oración el pontificado de Francisco”.

En una reciente entrevista concedida al vaticanista Andrea Tornielli, el pasado 26 de febrero de 2014, nos trasmite la opinión de Joseph Ratzinger sobre los complots y especulaciones alrededor de su renuncia; entre ellas la del teólogo José Alberto Villasana que sostiene que la renuncia de Benedicto XVI fue inválida y denuncia al Papa Francisco como un Antipapa: << «No existe la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino» y las «especulaciones» al respecto son «simplemente absurdas». Joseph Ratzinger no se vio obligado a renunciar, no lo hizo debido a presiones o conspiraciones: su renuncia es válida, y hoy en la Iglesia no existe ninguna «diarquía», ningún doble gobierno. Hay un Papa reinante en pleno uso de sus funciones, Francisco, y un emérito que tiene como «único y último objetivo rezar por su sucesor» >> [5].


Jorge Pérez Uribe


Notas:

[1] Festividad de Nuestra Señora de Lourdes
[2] http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=27674
[3] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2006
[4] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, op.cit.

[5] Andrea Tonelli/Vatican Insider, 26 febrero 2014

sábado, 1 de marzo de 2014

EL “PASTOR ALEMÁN” DEL “SANTO OFICIO”


Con este mote irónico, -algunos periodistas y detractores- se referían al titular de la ahora Congregación para la Doctrina de la Fe, sin pensar que vaticinaban cual sería, quizás el más trascendente papel del Prefecto Ratzinger en su paso por este Dicasterio.





Joseph Aloisius Ratzinger, nacido en 1927 en Marktl-am Inn Bavaria, Alemania, ordenado en 1951, doctorado con una tesis sobre San Agustín y posteriormente profesor de Teología dogmática en las más célebres universidades alemanas (Münster, Tübingen, Regensburg), fue uno de los jóvenes teólogos que participaron en el Concilio Vaticano II.

El 24 de marzo de 1977, Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y Freising y nombrado cardenal por Paulo VI en el mismo año. 

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Vittorio Messori periodista de La Stampa, inició una amistad con el futuro Papa, a partir de las entrevistas celebradas en agosto de 1984, mismas que quedaron plasmadas en el libro Informe sobre la fe, de 1985, y se podría decir que no tiene mejor biógrafo en la actualidad.


El encuentro del periodista Vittorio Messori con el cardenal Ratzinger


Narra Messori: <<Por lo que a mí respecta, yo estaba al corriente de los escritos de Joseph Ratzinger, pero no le conocía personalmente. La cita quedó concertada para el 15 de agosto de 1984, en la pequeña e ilustre ciudad que los italianos llaman Bressanone y los alemanes Brixen: una de las capitales históricas del territorio que los primeros llaman Alto Adigio y los otros Tirol del Sur; tierra de príncipes obispos, de luchas entre papas y emperadores; campo de encuentro —y, hoy como ayer, de choque— entre la cultura latina y la germánica. Un lugar casi simbólico, por tanto, aunque ciertamente no elegido a propósito. ¿Por qué, pues, Bressanone-Brixen?

No faltará quien siga imaginándose a los miembros del Sacro Colegio, a los cardenales de la Santa Iglesia Romana, como a unos príncipes que salen los veranos de sus fastuosos palacios de la Urbe para pasar las vacaciones en lugares deliciosos.

Para su eminencia Joseph Ratzinger, cardenal Prefecto, la realidad es muy distinta. Los escasos días en que logra escapar del agosto romano los pasa en la no demasiado fresca cuenca de Bressanone. Y allí no se hospeda en un chalé ni en un hotel, sino que se queda en el seminario, que alquila a precio módico algunas habitaciones, con lo que la diócesis consigue algunos ingresos para el sostenimiento de los estudiantes de teología.

En los pasillos y en el refectorio del antiguo edificio barroco se encuentran ancianos eclesiásticos atraídos por tan modesto veraneo; se cruzan grupos de peregrinos alemanes y austríacos que hacen una parada en su viaje hacia el sur.

El cardenal Ratzinger está allí, toma los sencillos alimentos preparados por las monjas tirolesas sentado a la misma mesa que los sacerdotes en vacaciones. Vive solo, sin el secretario alemán que tiene en Roma y sin más compañía que la eventual de los familiares que vienen a encontrarse con él desde la cercana Baviera.

Uno de sus jóvenes colaboradores de Roma nos ha comentado la intensa vida de oración con que contrarresta el peligro de convertirse en un gran burócrata, rubricador de decretos ajenos a la humanidad de las personas a las que afectan. Con frecuencia —nos decía ese joven— nos reúne en la capilla del palacio para una meditación y oración en común. Hay en él una constante necesidad de enraizar nuestro trabajo diario, frecuentemente ingrato y en contacto con la patología de la fe, en un cristianismo vivido. >>

El cardenal Ratzinger se asincera ante el periodista Vittorio Messori «Me gustaba mi trabajo docente de investigación. Ciertamente no aspiré a estar al frente de la archidiócesis de Munich, primero, y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después. Se trata de un servicio muy duro, pero que me ha permitido comprender, estudiando diariamente los informes que llegan a mi mesa desde todo el mundo, en qué consiste la preocupación por la Iglesia universal Desde mi silla, bien incómoda (pero que al menos me permite ver el cuadro general), me he dado cuenta de que determinada "contestación" de ciertos teólogos lleva el sello de las mentalidades típicas de la burguesía opulenta de Occidente. La realidad de la Iglesia concreta, del humilde pueblo de Dios, es bien diferente de como se la imaginan en esos laboratorios donde se destila la utopía».

Y continúa Messori: <<Se juzgue como se juzgue, es, pues, un hecho objetivo: el llamado "gendarme de la fe" no es en realidad un hombre de la Nomenklatura, un funcionario que sólo entiende de curias y estructuras; es un hombre de estudio con experiencia pastoral concreta.>>


El actual "Santo Oficio"


<<Por otro lado, tampoco la Congregación que ha sido llamado a presidir es ya aquel Santo Oficio en torno al cual (en virtud de efectivas responsabilidades históricas, pero también por influencia de la propaganda antieclesiástica desde el setecientos europeo hasta hoy) se había creado una tenebrosa "leyenda negra". En nuestros días, la propia investigación histórica a cargo de seglares reconoce que el Santo Oficio real se ha comportado con más ecuanimidad, moderación y cautela de lo que pretende cierto mito tenaz alojado en la imaginación del hombre de la calle.
Los estudiosos recomiendan además distinguir entre «Inquisición española» e «Inquisición Romana y Universal». Esta última fue creada en 1542 por Paulo III, el papa que buscaba por todos los medios convocar el Concilio que iba a pasar a la historia con el nombre de Trento. Como primera medida para la reforma católica y para detener la herejía que desde Alemania y Suiza amenazaba Con extenderse por doquier, Paulo III instituyó un organismo especial integrado por seis cardenales, con potestad para intervenir allí donde se creyera necesario. Esta nueva institución no tenía al principio carácter permanente ni siquiera un nombre oficial; solamente después fue llamada Santo Oficio o Congregación de la Inquisición Romana y Universal. Nunca sufrió injerencias del poder secular y adoptó un sistema procesal preciso, dotado de ciertas garantías, al menos con relación a la situación jurídica de los tiempos y a las asperezas de las luchas. Cosa que no sucedió, en cambio, con la Inquisición española, que fue algo bien distinto: fue de hecho un tribunal del rey de España, un instrumento del absolutismo estatal que (surgido en su origen contra judíos y musulmanes sospechosos de "conversión ficticia" a un catolicismo entendido por la Corona también como instrumento político) actuó frecuentemente en contraste con Roma, desde donde los Papas no dejaron de hacer admoniciones y protestas.

Sea lo que fuere, hoy ya, incluso en lo que se refiere a la Inquisición romana o ex Santo Oficio, todo esto —empezando por el nombre— no es más que un recuerdo. Como decíamos, esta Congregación fue la primera que reformó Pablo VI, mediante un motu proprio del 7 de diciembre de 1965, último día del Concilio. La reforma, pese a las modificaciones procesales introducidas, la ratificó en su tarea de velar por la rectitud de la fe, pero le asignó también un papel positivo: de estímulo, de propuesta y orientación.

Cuando pregunté a Ratzinger si le costó mucho pasar de ser teólogo (al que Roma, por cierto, no perdía de vista) a convertirse en controlador de la labor de los teólogos, no vaciló en responderme: «jamás habría aceptado prestar este servicio eclesial si mi cometido hubiera sido, ante todo, el de ejercer un control. Con la reforma, nuestra Congregación ha conservado, sí, unas tareas de decisión e intervención, pero el motu proprio de Pablo VI le asigna como objetivo prioritario el papel constructivo de "promover la sana doctrina a fin de brindar nuevas energías a los mensajeros del Evangelio". Naturalmente, estamos llamados como antes a vigilar, a "corregir los errores y a conducir al recto camino a los equivocados", como señala el propio documento, pero esta protección de la fe debe ir acompañada de la promoción». >>[1]

Entonces el cardenal Ratzinger no tenía idea de la ardua tarea de investigación de los casos de pederastia que le esperaba, al iniciar el siglo XXI, y que lo situaría como a sus antecesores de la leyenda negra en un buscador, pero no de herejes, sino de de abusadores sexuales.


A la caza no de herejes, sino de pederastas


Sobre el asunto de los curas pederastas, priva más la ignorante opinión de los detractores de la Iglesia Católica que los hechos históricos. Así se acusa a Juan Pablo II de ser omiso en este asunto y de haber protegido a pederastas como Marcial Maciel. 

A fines del siglo XX, no solo se agravaba el Parkinson de Juan Pablo II, sino que, empezaban a llegar al Vaticano noticias sobre actos de pederastia encubiertos por algunos obispos en Estados Unidos e Irlanda. El enfermo Pontífice encargó entonces, al cardenal Ratzinger que investigara a fondo el asunto y a personajes como Marcial Maciel, el dirigente de Los Legionarios de Cristo. Corroborando lo anterior, cito un comunicado del vaticano de mayo de 2006 que señalaba: <<A partir de 1998, la Congregación para la Doctrina de la Fe recibió acusaciones, que ya en parte se hicieron públicas, contra el padre Marcial Maciel Degollado fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo, por delitos reservados a la competencia exclusiva del dicasterio.

En 2002, el padre Maciel publicó una declaración para negar las acusaciones y para expresar su descontento por la ofensa recibida por algunos ex Legionarios de Cristo.

En 2005, por motivos de avanzada edad, el padre Maciel abandonó el cargo de Superior General de la Congregación de los Legionarios de Cristo.

Todos estos elementos han sido objeto de un examen maduro por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y según el motu proprio Sacramentorum sanctis tutela, promulgado el 30 de abril de 2001 por el Siervo de Dios Juan Pablo II, el entonces prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, autorizó la investigación de las acusaciones. En ese tiempo tuvo lugar el fallecimiento del Papa Juan Pablo II y la elección del cardenal Ratzinger como nuevo pontífice. >>[2]

El veredicto fue "invitar" a Maciel –ya alejado de su encargo- a una vida de oración y penitencia renunciando a todo ministerio público.

Como consecuencia de la nueva encomienda, se dio el aumento del personal del dicasterio que dirigía Ratzinger que pasó de 25 a 40 empleados.

De hecho, a la oficina de Ratzinger, comenzó a llegar, sobre todo a partir del año 2001, toda la 'porquería' de la Iglesia. En términos canónicos y en latín, les llaman los 'delicta graviora', los delitos que la Iglesia católica considera más graves. Tanto que esos pecados/delitos están 'reservados' directamente a la Santa Sede. 

En mayo de 2001, por orden de Juan Pablo II, la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger, endureció las penas de varios delitos, con la novedad de la pedofilia. El poderoso dicasterio romano asumió ya el control de esos procesos, para sustraerlos a la órbita local, con la carta 'De gravioribus delictis' (Sobre los delitos más graves).

Juan Vicente Boo, publicaba en el diario ABC, el 25 de abril de 2002: <<El vaticanista italiano Luigi Accatoli, señalaba ayer que «algo nuevo está sucediendo en el Vaticano: se afronta directamente un escándalo en el momento en que se está produciendo, y se habla de él en público. Se trata de un acontecimiento extraordinario».

El veterano vaticanista -que intuyó una de las líneas maestras de Juan Pablo II y publicó el libro «Cuando el Papa pide perdón» ya en 1997-, subraya que acabamos de ver «un acontecimiento inédito incluso respecto a los «mea culpa» del Año Santo y que los supera, puesto que reconocer un escándalo en marcha requiere mucho más coraje que el reconocimiento de los pecados de épocas anteriores».

Mientras numerosos eclesiásticos leían y releían las tajantes palabras del Papa sobre la exclusión de los pederastas del sacerdocio y la vida religiosa, el jurista italiano Pietro Scoppola señalaba que «Karol Wojtyla ha antepuesto la coherencia del Evangelio a la defensa de la imagen de la Iglesia, rechazando la hipocresía y aceptando el riesgo de actuar en público». El profesor de Derecho señala que «entre los motivos por los que el problema sale a la luz se cuenta el cambio de cultura que la Iglesia ha favorecido: el menor de edad, el niño, no es una cosa, sino una persona, que merece todo el respeto precisamente por su propia fragilidad. La dignidad de la persona humana es un quicio de la enseñanza de la Iglesia sobre el que ha insistido sin descanso Juan Pablo II». >>

Juan Pablo II primero y Benedicto XVI, posteriormente; en una forma que para muchos equivaldría a darse un balazo, no en el pié, sino en el estómago –por lo doloroso y lo riesgoso-, decidieron no encubrir, como habían hecho algunos malos obispos, el asunto de los abusos sexuales a menores.

Quizás a muchos parezca que el asunto podría haberse resuelto sin escándalo, recurriendo a un buen especialista en manejo de conflictos, ¡y es verdad! Sin embargo, el místico Juan Pablo II, habría decidido hacer público el horrendo pecado, no solo a los ojos de Dios, sino también del hombre. Debía abrirse la purulenta herida para extraer de una vez por todas este cáncer, y como consecuencia la Iglesia vestirse con el sayal de la pederastia y expiar públicamente ante todo el mundo este horrendo pecado.

Y así se hizo: el Vaticano al tiempo que investigaba, abrió sus archivos a los periodistas. Al mismo tiempo empezaron a dictarse medidas, que constan en los medios y en los archivos vaticanos; pero que algunos periodistas, quizás para ocultar la facilidad con que obtuvieron la información, han callado.

Juan Pablo II, cada día más enfermo, habría insistido a quien era ya su brazo derecho, Joseph Ratzinger, sobre la continuación de este doloroso proceso, y Ratzinger le habría prometido llevarlo hasta donde fuese necesario. Presintiendo su fin próximo, Juan Pablo II quizá le habría pronosticado que su sucesor sería el “Papa de la expiación”, denostado, atacado como ningún otro, pero que ello era necesario para que la Iglesia -en lo que tiene de humana- purgara su pecado. Ratzinger habría estado de acuerdo, sin pensar que él sería el que tendría que vestirse el sayal y cargar la cruz de la penitencia pública.


Jorge Pérez Uribe

(Próxima semana: Benedicto XVI, el Papa de la expiación)  

Notas:

[1] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Bibloteca de Autores Cristianos, Madrid, 2006 
[2] Periódico El Universal, 19 de mayo de 2006


El siguiente vídeo "Manzana Podrida", son los primeros ocho minutos de un documental de 50 minutos que bajo el título "Manzanas Podridas" realizó Rome Reports y que vale la pena conseguir, ya que es una investigación profunda y crítica del asunto.



martes, 25 de junio de 2013

TAMBIÉN BENEDICTO QUERÍA UNA IGLESIA "POBRE"


La encíclica de Francisco, pensada y escrita por su predecesor, no es el único signo de continuidad entre los dos últimos Papas: también sobre la "pobreza" de la Iglesia hay sintonía. Basta volver a leer lo que dijo Ratzinger en Friburgo en 2011, en uno de los discursos capitales de su pontificado.


de Sandro Magister



ROMA, 17 de junio de 2013 – En los últimos días, dos noticias han arrojado nueva luz sobre la relación que une al Papa Francisco con su predecesor, Benedicto XVI.

La primera es el anuncio que el mismo Jorge Mario Bergoglio dio el 13 de junio acerca de la próxima salida de una encíclica escrita "a cuatro manos":

"El Papa Benedicto me la ha entregado. Es un gran documento, en el que yo diré che he recibido esta gran tarea: él la ha hecho y yo la llevo adelante".

Es la encíclica sobre la fe que el Papa Joseph Ratzinger tenía previsto publicar después de las dos precedentes, dedicadas a las otras dos virtudes teologales: la caridad y la esperanza. En el momento de su renuncia al pontificado estaba casi ultimada.

Curiosamente, también la primera encíclica de Benedicto XVI, la "Deus caritas est", había utilizado algunos materiales preparados durante el pontificado anterior; pero su construcción general y, en particular, la primera de sus dos grandes secciones, la más teológica, eran típicamente ratzingerianas. 

Esta vez, en cambio, casi toda la redacción de la encíclica es de Ratzinger. Es como si el Papa Bergoglio se limitase a escribir la prefación y la conclusión. Su firma se convierte en el signo de un fuerte reconocimiento al Papa que lo ha precedido.


La segunda noticia se refiere, a su vez, a un libro publicado en Alemania este año, también él escrito "a cuatro manos": por el cardenal Paul Josef Cordes, presidente emérito de Cor Unum, y por el teólogo y psiquiatra Manfred Lütz, miembro de la pontificia academia para la vida y consultor de varias oficinas vaticanas. 

Es un libro que ya desde el título – "La herencia de Benedicto y la misión de Francisco. ‘Demundanización’ de la Iglesia" – tiene como objetivo delinear una continuidad entre los dos Papas, en especial entre el discurso dirigido por Benedicto XVI a los "católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad" el 25 de septiembre de 2011 en Friburgo, durante el último de sus viajes a Alemania, y las afirmaciones de Francisco sobre la Iglesia "pobre para los pobres".

Los dos autores le entregaron el libro a Ratzinger a principios de junio, en un encuentro que tuvieron con él en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos.

"Vivo como un monje, rezo y leo. Estoy bien", les dijo el Papa emérito, según cuanto contó Lütz al semanal "Bild" del 5 de junio. Y sobre la continuidad entre él y Francisco comentó: "Desde el punto de vista teológico estamos perfectamente de acuerdo". 

El contenido de este encuentro ha tenido muy poco eco en los medios de comunicación. Pero hay que señalar también que el discurso de Benedicto XVI en Friburgo pasó injustamente inadvertido cuando lo pronunció, a pesar de que con el discurso pronunciado en el Bundestag en Berlín era uno de los más relevantes, no sólo de ese viaje a Alemania, sino de todo el pontificado:


El único vaticanista que desde Roma ha dado importancia a este hecho ha sido Andrea Gagliarducci, en su blog semanal en inglés "MondayVatican":


He aquí, a continuación, la traducción española de su comentario:
__________

SER CRISTIANOS. EL DESAFIO DE LA IGLESIA DE FRANCISCO, EL DESAFIO DE LA IGLESIA DE BENEDICTO 


de Andrea Gagliarducci

"En el desarrollo histórico de la Iglesia se manifiesta, sin embargo, también una tendencia contraria, es decir, la de una Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda en este mundo, es autosuficiente y se adapta a los criterios del mundo".

Y sigue: "Así, no es raro que dé mayor importancia a la organización y a la institucionalización, que no a su llamada de estar abierta a Dios y a abrir el mundo hacia el prójimo".

Por último: " Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo".

¿Quién lo ha dicho?

Uno pensaría inmediatamente en Papa Francisco, el cual ha hecho de la Iglesia "pobre para los pobres" su bandera desde su primer encuentro con los periodistas, resaltando varias veces como "las instituciones sirven, pero hasta un cierto punto" y pidiendo incluso a los futuros nuncios "mantener su libertad interior". 

Pero las palabras con las que inicia este artículo no han sido pronunciadas por el Papa Francisco. Son de Benedicto XVI, quien las pronunció en Friburgo el 25 de septiembre de 2011, durante un encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad. 

No eran palabras sólo adecuadas para contextualizar dentro de la situación alemana. La Iglesia en Alemania es rica gracias al Kirchensteuer, el impuesto del Estado sobre la religión – que tiene una recaudación considerable –, y ha podido multiplicar estructuras y actividades caritativas, con gran satisfacción de sí misma, pero perdiendo de vista a Dios y convirtiendo en centro a las estructuras.  

Lo que hace sufrir, sobre todo, es el hecho de que en las estructuras de inspiración cristiana cada vez se emplean menos cristianos. Pero el cuidado, el amor hacia el prójimo, el sentido mismo de la misión de la Iglesia vienen de la visión cristiana. En nombre del servicio social se pierde una identidad, y al perder una identidad se pierde el sentido de la Iglesia.

Pero como ya hemos dicho, no es sólo un problema alemán. Recientemente, el secretario de la conferencia episcopal italiana, Mariano Crociata, hablando ante más de 400 trabajadores de instituciones sanitarias de inspiración católica, pidió a todos que preservaran la propia identidad, evidenciando la necesidad de tener personal con formación católica en dichas instituciones. 

De manera más general, ampliando el radio a todas las estructuras que se denominan a sí mismas de inspiración cristiana, se ha debatido mucho, por ejemplo, sobre el problema de la identidad de las universidades católicas. Una disputa que es muy fuerte en los Estados Unidos y que es llevada adelante, entre otros, por la Cardinal Newman Society, la cual no pierde la ocasión para insistir sobre las injerencias del estado en la elección del personal de los colegios católicos, pero tampoco de señalar con el dedo a esas universidades que se separan cada vez más de las enseñanzas católicas. 

Hay un libro que también habla de esto, escrito por Manfred Lütz junto al cardenal Paul Josef Cordes, presidente emérito de Cor Unum. Se titula “La herencia de Benedicto y la misión de Francisco. ‘Demundanización’ de la Iglesia” y delinea una cierta continuidad, precisamente, entre el discurso de Friburgo y las palabras del Papa Francisco. 

Cordes y Lütz se lo han entregado a Benedicto XVI, el cual habría dicho que sí, que hay un cierta continuidad teológica. 

Sin embargo, más allá del eslogan, habrá que ver el modo concreto con el que Francisco llevará adelante este compromiso. Durante su pontificado, Benedicto XVI no sólo sostuvo la importancia de la "demundanización" –que significa, según la interpretación de mons. Ludwig Müller, "separar y unir"– sino que levantó una estructura legalmente fundada para superar el problema de la identidad. La fe, en el fondo, es verdaderamente importante. Pero, ¿cómo se puede alimentar la fe si después no se pide una adherencia al Evangelio en el momento de enseñar, de curar, de llevar a cabo obras de caridad en nombre de la Iglesia?

Con Benedicto XVI hubo una reforma de la Caritas Internationalis bajo el lema "caritas in veritate", la caridad en la verdad (no es casual que sea también el título de la encíclica social de Benedicto XVI), y después del motu proprio "Intima ecclesiae", que ha regulado las estructuras de caridad diocesanas, reforzando el control de los obispos diocesanos sobre las mismas. 

El Papa Francisco empieza desde aquí. En el horizonte hay una reforma de la "Pastor bonus", la constitución apostólica que reglamenta el trabajo de los dicasterios romanos. ¿Su objetivo será una reforma de los corazones o sólo una mera reorganización? 

En el fondo, " no se trata aquí de encontrar una nueva táctica para relanzar la Iglesia. Se trata más bien de dejar todo lo que es mera táctica y buscar la plena sinceridad, que no descuida ni reprime nada de la verdad de nuestro hoy, sino que realiza la fe plenamente en el hoy, viviéndola íntegramente precisamente en la sobriedad del hoy, llevándola a su plena identidad, quitando lo que sólo aparentemente es fe, pero que en realidad no es más que convención y costumbre". 

Lo dijo Benedicto XVI en Friburgo, pero nadie pareció darse cuenta en esa ocasión.
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El libro: 



Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.


Fuente: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350539?sp=y