Mostrando entradas con la etiqueta Conquista de México. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Conquista de México. Mostrar todas las entradas

miércoles, 9 de diciembre de 2015

EN LA OSCURIDAD, SURGE LA `ESTRELLA DE LA EVANGELIZACIÓN´

"NICAN MOPOHUA..." "AQUÍ SE NARRA"


La colonización o llegada de Hernán Cortés a Veracruz, Diego Rivera 1951


Ante el clamor del obispo fray Juan de Zumárraga en ese año de 1529: “si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente”[1], Dios interviene por medio de lo más amado para Él su propia Madre. Ella, la primera discípula y misionera del Amor de Dios, es la Estrella de la Evangelización, la Estrella de la Esperanza.

Si bien, una aparición escapa a la razón y trasciende la historia; no se puede negar su repercusión, por lo que se pueden estudiar los rastros, los signos y los elementos, que haya dejado y con los cuales haya marcado la historia.

Actualmente se conservan muchos documentos históricos del siglo XVI en los que se manifiesta ese momento maravilloso de la intervención divina; un Dios que toma la iniciativa de encontrase con el ser humano por medio de Su Madre, Santa María de Guadalupe, quien ha elegido a un indígena macehual, humilde y sencillo con un alma transparente y candorosa, Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Varias son las fuentes históricas que nos hablan de Juan Diego, de su esposa María Lucía, de su tío paterno Juan Bernardino, etc. Uno de los documentos históricos más destacados es el llamado Nican Mopohua, que significa: “Aquí se narra” o “Aquí se relata”; en este documento se describe de la manera más bella, más plena y mejor lograda, este maravilloso encuentro entre Dios y el ser humano por medio de Santa María de Guadalupe.

El Nican Mopohua está escrito en la lengua náhuatl noble; lengua bella y elegante, como decía fray Rodrigo de la Cruz: “lengua elegantísima, tanto como cuantas hay en el mundo”[2], o como afirmaba fray Alonso de Molina: “es tan copiosa, tan elegante, y de tanto artificio y primor de sus metáforas y manera de decir.”[3] El náhuatl no necesita muchas palabras para expresar los hechos con fuerza y profundidad, conjuntando amor, ternura y delicadeza, con majestuosidad y solemnidad; además, el náhuatl puede conjuntar varias palabras en una sola para así expresar de manera clara, nuevos conceptos; asimismo, con facilidad y elegancia se pueden articular todos los matices de las relaciones humanas. También de esto nos hace referencia Miguel León-Portilla, quien dice: “el náhuatl, así como el griego y el alemán son lenguas que no oponen resistencia a la formación de largos compuestos a base de yuxtaposición de varios radicales, de prefijos, sufijos e infijos, para expresar así una compleja relación conceptual con una sola palabra, que llega a ser con frecuencia verdadero prodigio de <<ingeniería lingüística>>.[4]

El autor de esta maravillosa obra fue Antonio Valeriano, indígena sabio que nació en Azcapotzalco entre 1522 y 1526 y murió en 1605; Valeriano se educó en un instituto fundado por los franciscanos, Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco, al cual ingresó en 1536; fue contemporáneo de san Juan Diego y de quien escuchó exactamente lo que pasó esos días del sábado 9 al 12 de diciembre de 1531, en el cerro del Tepeyac que se encuentra ubicado al norte de la Ciudad de México. Juan Diego nunca dejó de transmitir su experiencia y el encuentro que tuvo con Santa María de Guadalupe, hasta que murió en el año de 1548; es decir, durante 17 años, san Juan Diego fue constante en su misión, atendiendo la ermita y manifestando su experiencia, llevando una vida contemplativa de profunda oración y, al mismo tiempo, una vida activa de gran devoción. Este importante documento coincide esencialmente con tantos otros documentos de los cuales hacemos referencia en esta misma obra. Fue hasta 1649 cuando el bachiller Luis Lasso de la Vega publicó por primera vez esta obra maestra, no la inventó ni él, ni el P. Miguel Sánchez, quien un año antes, en 1648, había publicado algunos rasgos sobre el Acontecimiento Guadalupano. Los dos autores, así como, los sacerdotes que aprobaron su obra para ser impresa, dijeron claramente que habían tomado noticias de códices, así como, de la tradición antigua, general y universal. En la obra de Luis Lasso de la Vega, también se publican otros textos complementarios al Acontecimiento Guadalupano, por demás interesantes. Se conservan varios documentos históricos que concuerdan con el contenido que expone el Nican Mopohua e incluso son un verdadero complemento; como por ejemplo, la obra que lleva por título: Nican Motecpana[5] que escribió Fernando de Alva Ixtlilxóxhitl, quien la compuso entre 1590 y 1600, y viene a ser una continuación del Nican Mopohua.




Pero regresemos al Nican Mopohua donde podemos notar toda la riqueza del náhuatl, desde la ternura, el cariño y la emoción en los diálogos que se descubren entre Santa María de Guadalupe y san Juan Diego, hasta la solemnidad de sus encuentros con el obispo fray Juan de Zumárraga; son expresiones que los indígenas entienden de manera rápida, profunda y clara.

Para entender los contenidos más exactos del Nican Mopohua, en la presente obra se han analizado cada una de las más importantes traducciones para llevar a una redacción final que comprende los más interesantes y significativos aspectos de la misma cultura y la manera de entender cada expresión, llegar al profundo sentido de las mismas y captar lo más exacto de lo que percibieron sus primeros destinatarios, nuestros antepasados indios y desde ahí participar este mensaje al mundo entero, a todo ser humano. Por ello la traducción que en esta obra se ofrece trata de ser la más depurada, con los contenidos más precisos de este importante documento.

También es importante señalar que los elementos de interpretación, así como, los profundos contenidos que nos presenta el Acontecimiento Guadalupano son de tal coherencia y convergencia, que alguno pensará si no será acaso de una exacerbada fantasía o invento de un corazón atemorizado que necesita crear a su propio “dios” o conclusiones forzadas de una mentalidad preconcebida. Ciertamente, la metodología de las ciencias históricas que implica el investigar profundamente las fuentes, así como la convergencia de las mismas, nos ayudan a ser estrictos en la búsqueda de la verdad rechazando cualquier conclusión o comentario infundado, erróneo o fantasioso; además las ciencias complementarias como son la filosofía, la teología, la antropología, etc., nos ofrecen una seguridad y una certeza de una sana y verdadera interpretación en el análisis de éste que es el modelo de evangelización perfectamente inculturada, máxime en uno de los documentos más importantes como es el Nican Mopohua.

También es oportuno señalar que la “aparición” es algo que se manifiesta inesperadamente, se deja ver de manera inmediata, y la “revelación” es quitar el velo y dejar ver con claridad, así como, el confiar alguna verdad. Jesucristo es quien nos ha revelado todo y para siempre, en plenitud; y todo lo que reveló se encuentra en el Evangelio y en lo que posteriormente, transmitieron los apóstoles tanto en sus propios escritos como lo que dejaron en la memoria de sus discípulos, lo que llamamos “Tradición”; sin embargo, Dios no ha quedado mudo, ya que trasciende tiempos y espacios, por lo que Él continúa hablando y actuando a favor de sus hijos.

Se descubren, como indica el concilio Vaticano II, “las semillas de la palabra” o “las semillas del Verbo”, en las distintas culturas religiosas, en las cuales es necesario purificar de los errores y dar plenitud a la verdad que Dios ha sembrado en ellas, en Jesucristo nuestro Señor. En el Concilio se explicita: “únanse [los cristianos] con aquellos hombres [los no cristianos] por el aprecio y la caridad; siéntanse miembros del grupo humano en el que viven y tomen parte en la vida cultural y social […] familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas; descubran con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ella se contienen […] deben conocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos para advertir, en diálogo sincero y paciente, las riquezas que Dios generoso ha distribuido a las gentes y, al mismo tiempo, han de esforzarse por examinar estas riquezas con la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador”.[6]


Es comprensible, que los primeros frailes misioneros no pudieran contemplar nada bueno, ninguna “semilla del Verbo”, en los sacrificios humanos, que formaban parte central de la religiosidad de la cultura de los pueblos indígenas de México; incluso; si en nuestros días, nosotros llegáramos a presenciar como a un pobre individuo lo sujetan a una piedra y con un cuchillo le abren el pecho, sacan el corazón y la sangre, reaccionaríamos con terror, y por supuesto no hubiéramos visto nada bueno en un rito semejante que, paradójicamente, para ellos, era estar del lado del Sol y, por lo tanto, del lado del Bien,[7] ahora pensemos en los frailes del siglo XVI que efectivamente se toparon con estas terribles experiencias. Como ya vimos, para los frailes de aquella época era poco menos que imposible captar algo bueno en la esencia de las creencias religiosas de los indígenas. Simplemente, para ellos eran diabólicos ritos y sanguinarias celebraciones satánicas, como se reflejan el documento llamado los Coloquios, donde se conservan las palabras de los franciscanos recién llegados a México y quienes buscaban salvar las almas de los indígenas de estos diablos: “Si vosotros queréis ver y admiraros de este reino y riquezas de aquel por quien todos vivimos, nuestro Señor Jesucristo, ante todas las cosas os es muy necesario desprecias y aborrecer, desechar y abominar y escupir todos estos que ahora tenéis por dioses y adoráis, porque a la verdad no son dioses, sino engañadores y burladores, y también os es muy necesario que os apartéis y desechéis todos los pecados de cualquier manera que sean, porque todos ellos enojan a Jesucristo, y es también menester que os purifiquéis de todas vuestras suciedades, con el agua de Dios.”[8] Y más adelante eran contundentes: “nunca ha venido a vuestra noticia la doctrina y palabras del Señor del cielo y de la tierra, y vivís como ciegos entenebrecidos, metidos en muy espesas tinieblas de gran ignorancia, y hasta ahora alguna excusa han tenido vuestros errores; pero si no quisiéredes oír las palabras divinas que ese mismo Dios os envía y darles el crédito y reverencia que se les debe, de aquí en adelante vuestros errores no tienen excusa alguna y nuestro señor Dios que os [ha] comenzado a destruir por vuestros grandes pecados os acabará.”[9] Como vemos, era sumamente difícil, si no que imposible, que los frailes buscarán “con gozo y respeto” nada bueno en la cultura religiosa india, y mucho menos que emprendieran un “diálogo sincero y paciente” o una “inculturación”, sino que juzgaban como una irrevocable tarea de misioneros, propagadores de la verdad y del bien, arrancar hasta la última raíz de lo antiguo, y salvar las almas de los pobres indígenas de las garras del demonio lo más pronto posible.

Por esto resulta extraordinaria la evangelización inculturada que realiza la primera Discípula y Misionera del Amor Divino que es Santa María de Guadalupe. En el Acontecimiento Guadalupano uno observa y constata con asombro la manera tan maravillosa como son captadas y tomadas esas “semillas de la verdad”, “semillas del verbo”, como se purifica quitando todo error y ´como todo se lleva a la plenitud en Jesucristo; así se detiene todo sacrificio humano, pero se capta el fondo del alma indígena de pretender ser responsables del equilibrio del universo, de pensar que ellos eran los responsables de alimentar a los dioses con lo más preciado: su propia vida; de pensar erróneamente que los corazones y la sangre de las víctimas mantenían la supervivencia de todo lo que existía, por lo tanto del mismo ser humano. Precisamente en el Acontecimiento Guadalupano se toma lo bueno y positivo que realmente existía en el fondo del alma indígena, se purifica de los crasos y terribles errores, así como de la idolatría, y se conduce al ser humano a la plenitud en el único sacrificio verdadero, el de Jesucristo nuestro Señor en la cruz.

Así pues, el Acontecimiento Guadalupano es una extraordinaria inculturación y proclamación del Evangelio en un momento importante de la historia humana, y en un núcleo de culturas en donde Dios cumple llevándolas a la plenitud; una perfecta inculturación, sin humillar a sus elegidos y enviados ministros, frailes humildes que lo han dejado todo y que se han entregado en cuerpo y alma para salvar a sus hermanos en estas nuevas tierras; sin condenar a los indígenas que trataban de ser responsables del equilibrio del universo. El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la cultura, lo plantea de una manera clara en el Sínodo de América “Evangelizar una cultura no significa faltarle al respeto, sino, por el contrario, testimoniarle un respeto mayor llamándola, en nombre de Cristo a su pleno desarrollo”.[10] Y como dice también el gran pensador contemporáneo de origen chileno P. Joaquín Alliende Luco: “La inculturación ha sido siempre un proceso accidentado, y hasta con momentos de violencia y lucha. Un modelo de eximia inculturación fecunda es María de Guadalupe. La misión evangelizadora parecía destinada al fracaso. Después de las apariciones en el Tepeyac cambió la situación misionera radicalmente. Interminables procesiones de indígenas solicitaban el bautismo […] en pocos años, millones de indígenas pidieron a los misioneros españoles el bautismo cristiano. Guadalupe aparece como el acontecimiento tal vez más logrado de la historia de la Iglesia.”[11]

Siguiendo los pasos que componen la situación histórica en el momento de la aparición del Tepeyac, donde interviene Dios, captamos que Él atiende el clamor de oración de aquél que es la cabeza de la iglesia, su obispo, en aquel entonces fray Juan de Zumárraga; siguiendo cada uno de los párrafos, podemos descubrir una serie de conceptos que nos llevan a una teología por demás actual, un mensaje y una imagen para el hombre de todos los tiempos y de todas las diferentes culturas, convocándolo a vivir plenamente en Jesucristo, por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe. También podemos observar de una manera contundente, que este mensaje y esta imagen no han sido compuestos por ningún español, ni la imagen viene de Extremadura España ni fue realizada por un indígena, como se analizará en los próximos capítulos.

Así que ahora recorramos las líneas de este importante documento: el Nican Mopohua, tanto en su forma como en su fondo, cuya copia más antigua, que posiblemente formó parte de la documentación que pertenecía a Lorenzo Boturini, se conserva en el archivo de Nueva york, colección Lenox. Ciertamente, como decíamos, éste no es el único documento sobre el Acontecimiento Guadalupano, sobre la historia de san Juan Diego o que trate la importancia de este encuentro, pero si es uno de los más plenos, escrito en náhuatl noble de una manera virtuosa; y aunque está lleno de simbolismos, metáforas y difrasismos al más puro estilo náhuatl clásico, clasificado por Miguel León-Portilla como: “joya de la literatura náhuatl”,[12] no por ello deja de ser un documento que presenta datos históricos, que narra un hecho que sucedió en un tiempo determinado y en un espacio concreto; y que estos datos que aporta convergen con otras fuentes históricas. En otras palabras, este documento precisa datos históricos y fundamentos trascendentes transmitidos de una manera bella.


Adentrémonos pues a conocer de cerca este encuentro maravilloso. 

Eduardo Chávez Sánchez

Notas:

[1] Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de Agosto a 1529, f. 314 v.
[2] Carta de fray Rodrigo de la Cruz O.F.M. al Emperador Carlos V, Ahuacatlán, 4 de mayo de 1550, en Mariano Cuevas, S. J., Documentos inéditos del Siglo XVI para la historia de México, Editorial Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa, No 62) México 1975, Documento 230. p.156
[3] Fray Alonso de Molina, Vocabulario en lengua Castellana y Mexicana y Mexicana Castellana, México, 1571, Ed. Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa, No 62) México 1970, Prólogo al lector, s. p.
[4] Miguel León-Portilla, La Filosofía Náhuatl, p.56
[5] Cfr. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, << Nican Motecpana>>, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro navarro de Anda, Testimonios Histórico Guadalupanos, Ed.FCE, México, 1982.
[6] Decreto <<Ad Gentes Divinitus>> en el Concilio Vaticano II, Cap.2, N° 11.
[7] Cfr. Miguel León-Portilla, La Filosofía Náhuatl, p.46
[8] Colloquios y Doctrina Cristina, f.34
[9] Colloquios y Doctrina Cristina, f.37
[10] Paul Poupard, en Javier García González, LC, Historia del Sínodo de América, Ed. Nueva Evangelización, México 1999, p.192.
[11] Joaquín Alliende Luco, Para que nuestra América viva, Ed. Nueva Patris, Chile 2007, p.97
[12] Miguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohu”, Ed. FCE y El Colegio Nacional, México 2000, p.69


Fuente:  Eduardo Chávez, La Verdad de Guadalupe, Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, 3a.Edición, México, 2012, Transcripción del Capítulo XI

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA DÉCADA QUE DECIDIÓ EL FUTURO DE MÉXICO (1521-1531)


“La conquista española de la nación azteca” mural de Diego Rivera


Asimismo me parece es bien informar a Vuestra Serenísima Majestad de lo que a la fecha en ésta pasa, porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente”

         Carta de fray Juan de Zumárraga, a Carlos V 

27 de agosto de 1529 

La caída de México-Tenochtitlán 


El 13 de agosto de 1521, tras un sitio de 93 días a la ciudad-isla construida por los mexicas `centro del universo y cimiento de cielo´, poblada por cerca de 250,000 habitantes, se entregó el joven emperador Cuauhtémoc a las fuerzas comandadas por Hernán Cortés, al ver como su pueblo moría de hambre, sed y enfermedades.

Previamente el pueblo mexica al igual que el pueblo tlaxcalteca, habían sido asolados por una epidemia de viruela (sarampión, según los síntomas) que había sido traída a suelo mexicano por un esclavo negro que venía en la expedición de Pánfilo de Narváez. Según cuentan las crónicas que describen la “noche triste” del 30 de junio de 1520 <<un guerrero azteca encontró agonizante a un extraño ser de piel negra, una rareza tan desconocida para ellos como la blancura de los españoles. El negro había sido llevado como esclavo por Narváez a Veracruz y se encontraba al borde de la muerte no por heridas de la batalla, sino por la virulencia de una enfermedad que le produjo hemorragias por la nariz, con mucha tos e inflamación de la garganta y la nariz, con pequeñas llagas en todo el cuerpo.

El guerrero azteca que lo encontró hizo correr la noticia sobre la existencia de aquel personaje y es de suponerse que muchos curiosos acudiesen a verlo. Aquél hombre anónimo, sin proponérselo, aportó a los conquistadores la más letal de las armas y al poco tiempo la capital azteca y toda la región sufrían el rigor de una desastrosa epidemia.>>[1]  El mismo emperador Cuitláhuac, nombrado a la muerte de Moctezuma II, sucumbió por la enfermedad, por lo que a principios de diciembre se reunieron las autoridades mexicas para nombrar como Huey Tlatoani a Cuauhtémoc que contaba con cerca de 30 años.

Con la caída de México-Tenochtitlán -ciudad inexpugnable- se derrumbaba el orgulloso y poderoso imperio de los aztecas, que un cántico describía:

<<Orgullosa de sí misma 
se levanta la ciudad de México-Tenochtitlán. 
Aquí nadie teme a la muerte de la guerra. 
Esta es nuestra gloria. Este es tu mandato. 
¡Oh dador de vida! 
Tenedlo presente, oh príncipes, 
no lo olvidéis. 
¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlán? 
¿Quién podrá conmover los cimientos del cielo? 
Con nuestras flechas, con nuestros escudos, 
está existiendo la ciudad, 
¡México-Tenochtitlán subsiste!>> [2]



Pero de aquí en adelante el cántico de los famélicos, enfermos y agotados sobrevivientes solo podría expresar:

<<El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. 
Por agua se fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres; la huída es general.
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonan la ciudad de México;
el humo se está levantando; la niebla de está extendiendo… […]
Llorad amigos míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana. 
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida! 
Esto es lo que ha hecho 
el dador de la vida en Tlatelolco…>> [3]


Pueblo devoto a sus dioses y a sus oráculos, ahora era abandonado por ellos. De nada habían servido los numerosos y constantes sacrificios para mantener el orden cósmico del quinto sol.

Más de 50,000 mexicas murieron como consecuencia de la peste declarada al no haber tierra suficiente donde enterrar sus muertos y de disentería y otros 15,000 fueron ejecutados por los aliados indígenas, que así cobraban las afrentas sufridas.

La noticia de la caída de México-Tenochtitlán sacudió a todo el mundo indígena, trayendo una cadena de rendiciones y vasallajes hacía los conquistadores.


Sometimiento y explotación de la población indígena


Al final, incluso los pueblos aliados de los españoles fueron vistos como vencidos y sometidos a grandes tributos.

Si bien los primeros conquistadores españoles se maravillaron con la ciudad de México-Tenochtitlán, a la que compararon con Venecia; con el zoológico de Moctezuma Xocoyotzin, con el gran mercado de Tlatelolco, con la civilidad de los mexicas y su organización; los que arribaron con posterioridad negaron incluso la falta de razón a los indígenas con tal de esclavizarlos. Así lo narra Bernal Díaz del Castillo: <<…y como en aquel tiempo vinieron de Castilla y de las islas muchos españoles pobres y de gran codicia, y caninos y hambrientos por haber de riquezas y esclavos, tenían tales maneras que se erraban los libres…>> [4]

<<A ocho años de la conquista, 1529, el primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga confirmó esto y se lo informó al rey emperador Carlos V; con lujo de detalles, le decía: “innumerables indios que los hacen trabajar como esclavos sin perdonarles fiestas ni darles un puño de maíz que coman, haciéndoles traer todos los materiales acuestas y comprarlos por sus propias haciendas”. Fray Juan de Zumárraga cuenta más de 20 cargas de navíos, repletas de esclavos indígenas. A tal punto estaba la situación que los mismos indígenas procuraron además de huir a los montes, no tener más hijos, como lo siguió informando Zumárraga, el obispo “los indios naturales de ella se han propuesto y tomado por mejor remedio y así está mandado entre ellos por sus mayores que despueblen sus pueblos y casas y se vayan a los montes y que ninguno tenga participación con su mujer por no hacer generación que a sus ojos hagan esclavos” […]

Lo peor estaba ocurriendo: el suicidio. Los esclavistas ya habían tenido experiencia de que su “mercancía” se suicidaba, por lo que al embarcar a los indígenas para ser esclavos en las islas se les ataba al mástil, para evitar mermas a su comercio, fray Juan de Zumárraga denunció este crimen: “aquellos pobres indios, vasallos de Vuestra Majestad que de la tierra han sacado […] se han ahogado, y así lo hicieran todos si no los guardasen, velasen y aprisionasen los españoles porque no se matasen.>>[5]

La población indígena estaba siendo diezmada rápidamente, ya que de 25 millones que había al momento del arribo de los españoles, para ésta época llegaban a ser cerca de 17 millones.

<<Para el indígena el mundo, su mundo, se desplomaba delante de sus propios ojos, todo se derrumbaba; todo se hacía nada. Los indígenas eran testigos de que sus dioses en nada habían valido, ¿dónde estaban, en dónde se encontraban ahora que tanto los necesitaban? ¿Dónde estaba el enérgico y recio Huitzilopochctli que tantos sacrificios humanos exigió a cada momento, dónde estaba aquél que era alimentado por los corazones y la sangre de sus hijos? ¿Dónde estaba aquél dios que supuestamente los guiaba con brazo cósmico? Entonces era cierto, luego era verdad, los dioses también habían muerto.

Uno de los claros signos del estado de trauma que sufría el pueblo indígena fue la embriaguez […]. Ante los hechos una asombrado Motolinia declaraba como los indios “no querían entender otra cosa sino en darse a vicios y pecados” […] “Parece que el demonio a río revuelto introdujo las beoderas y se tomó licencia general que todos pudieran beber hasta caer, y los hombres volverse como brutos, de manera que como cesó la autoridad y poder de los jueces naturales para ejecutar sus oficios, cada uno tuvo licencia de hacer lo que quiso y de irse tras su sensualidad. No iba a ser fácil dignificar a este ser humano abatido, destruido, desmoronado, ante la catástrofe no sólo cultural sino esencialmente religiosa en la que había puesto toda su confianza y era la razón y el sentido de toda su existencia […]

Otro problema y grave trauma fue el mestizaje; al inicio los indígenas entregaban a sus hijas y hermanas a los “dioses” españoles, pero al final, tampoco ellos amaban a los engendrado pues era producto de violación. Los españoles, aunque embarazaron a infinidad de muchachas indias, simplemente ignoraron a sus propios descendientes. Condenandolos a ser parias, dolorosamente inadecuados y rechazados por los dos mundos que les habían dado el ser.>>[6]


La casi imposible evangelización




Con Cortés, habían venido únicamente el sacerdote Juan Díaz y el mercedario Bartolomé Olmedo. En mayo de 1524 arribaron los doce primeros «Franciscanos de la Observancia». Una corazonada del Ministro General de la Orden franciscana, Francisco de Quiñones, asumida por el mismo Romano Pontífice, en 1524, le impulsó a enviar a Indias «un prelado con doce compañeros, porque éste fue el número que Cristo tomó de su compañía para hacer la conversión del mundo» entre ellos se encontraba Toribio de Benavente, que sería conocido como “Motolinia” (pobre), aunque el calificativo se aplicaba a los doce misioneros.

<<Para Hernán Cortés era importante llamar a más religiosos para la evangelización de los nuevos pueblos, ya que desde su “carta de Relación” del 15 de octubre de 1524, había pedido que enviara religiosos y que no enviara obispos del clero diocesano pues, a éstos les gustaba sólo la pompa y el formalismo, y no eran los mejores modelos cristianos>>[7]

Hay que reconocer que España envió al Nuevo Mundo lo mejor que tenía en materia religiosa, es decir, no envió al clero diocesano, sino a predicadores de las dos órdenes religiosas recientemente creadas que buscaban la reforma de la iglesia Católica. Franciscanos y dominicos, en número de 12 por cada una. Los dominicos arribarían en 1526. Sin embargo existía el problema del desconocimiento de la lengua náhuatl y la diversidad de lenguas y dialectos existentes, además de la vastedad del territorio y lo numeroso de la población indígena. No obstante, se repartían animosamente los pueblos, tan distantes que su labor era extenuante. Para 1531 había ya cerca de cuarenta evangelizadores, que obviamente eran insuficientes.

El primer obispo y arzobispo de México, fue el fraile franciscano Juan de Zumárraga, de origen vasco. Conoció en 1527 a Carlos V, en una visita que este hizo al convento de Abrojo y en dónde el emperador quedó impresionado por la pobreza e intelectualidad del guardián del convento, por lo que al requerirse un obispo para la gran ciudad de México, presentó como obispo a Zumárraga, precisamente un 12 de diciembre de 1527, ¿acaso un presagio del acontecimiento guadalupano?

La Primera Audiencia


Cómo Cortés se dedicó a explorar y conquistar nuevos territorios, nombró gobiernos provisionales que fueron nefastos, por lo que en España se designó una Audiencia presidida por Nuño de Guzmán y cinco oidores, para gobernar la Nueva España.

Coincidentemente con los oidores, se embarcó fray Juan de Zumárraga, en el puerto de Sevilla en agosto de 1528, arribando a costas mexicanas el 6 de diciembre de 1528. Zumárraga en ese momento era sólo obispo, pero necesitaba el reconocimiento papal que obtuvo de Clemente VII en 1530, aunque fue consagrado hasta 1533. Esta situación le restó en un principio autoridad muy necesaria, ya que a su cargo reunía el de “Protector de los indios”.

A fin de tener el control absoluto de la nueva colonia la Primera Audiencia se lanzó contra Cortés, levantándole todo tipo de acusaciones y apropiándose de sus bienes, pero como los misioneros y el nuevo obispo eran un obstáculo en sus desmedidas ambiciones, también contra ellos levantaron infundios y acusaciones ante la Corona.

Además pretendieron convencer al rey de que los indígenas eran “gentes sin razón”, seres bárbaros y sin alma.

Zumárraga inició el ejercicio de su ministerio, reuniendo a los indígenas, diciéndoles que el rey lo había nombrado su protector, por lo que castigaría a quienes les hicieran daño. Esto le ocasionó una fuerte amonestación por parte de la Audiencia que le recordó que sólo era obispo postulado, que a los indios sólo les diera la doctrina, que no se metiera a protector y que si algún indio se quejaba sería ahorcado. La audiencia también acosaba y amenazaba a los franciscanos. En una celebración presidida por el obispo de Tlaxcala, fray Antonio Ortiz fue agredido por gente de Guzmán, cuando lo increpaba por ultrajes a la Iglesia. Era común que fueran raptadas las doncellas que buscaban refugio en los templos.


La primera suspensión de cultos en México


La falta de respeto contra el asilo en los templos fue la gota que derramó el vaso: estando en custodia (por defender a Cortés en su juicio de residencia), en el convento de San Francisco, Cristóbal de Angulo, clérigo de la Corona y García de Llerena, criado de Cortés, la noche del 4 de marzo de 1530 fueron sacados con violencia, procediéndose a atormentarlos. Los obispos de México y Tlaxcala se organizaron con sus comunidades de franciscanos y dominicos para realizar una procesión de silencio con cruces enlutadas pidiendo el regreso de los reos. El oidor Delgadillo con lanza en mano arremetió contra la procesión y la lanzó contra Zumárraga. La lanza le pasó por debajo del brazo.

El Obispo Zumárraga, ante la actitud de los oidores, los puso "en entredicho" y amenazó con extenderla a la ciudad y decretar la "cesación a divinis", sin embargo al día siguiente procedieron a ahorcar y descuartizar a Angulo y a Llerena le dieron 100 azotes y le cortaron un pie. Zumárraga procedió a la "cesación a divinis" y excomulgó a los miembros de la Primera Audiencia. Los franciscanos que eran los más agraviados, decidieron salir de la Ciudad de México dirigiéndose a Texcoco “dejando el sagrario abierto los altares desnudos, el púlpito y bancos trastornados: en suma la iglesia yerma y despoblada.”[8]

Ante este panorama es que desesperado fray Juan de Zumárraga escribía a Carlos V: “Asimismo me parece es bien informar a Vuestra Serenísima Majestad de lo que a la fecha en ésta pasa, porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente, humanamente era ya imposible, sólo Dios podría saca adelante a esta nueva tierra.” [9]

Los comunicados del valiente obispo Zumárraga, el buen juicio del rey y del Consejo de Indias llevaron a la disolución de la Primera Audiencia, nombrándose una Segunda Audiencia conforme a cédula real fechada el 12 de enero de 1530. Ésta estaba formada por hombres honestos honorables y competentes como eran el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, Francisco Ceinos, Alonso de Maldonado y Vasco de Quiroga como oidores. No obstante los nuevos oidores arribaron hasta enero de 1531.


La respuesta de diciembre de 1531


Es en el período de Adviento, es decir, de preparación de la venida de Jesucristo, en el que su madre, María, nombre judío que une al árabe de Guadalupe, se aparece preñada –único caso de aparición de la Virgen esperando a su hijo-, que no se da en otras apariciones y vestida con el manto color turquesa propio de un rey o emperador, habla en náhuatl, al macehual Juan Diego y le deja gravada su imagen en su tilma, imagen que es un perfecto códice, el cual los pobladores del Anáhuac fácilmente podían entender, y lo entendieron y lo difundieron, primeramente el forma oral y después tal vez en forma de códices ya que no les era fácil hacer una pintura al estilo europeo.

Que la población indígena encontró una nueva razón de vivir, un nuevo sentido a su vida, es un hecho. Se estima que las conversiones al cristianismo fueron de ocho a nueve millones en tan sólo siete años. Los frailes no se darían abasto para bautizar a tantos indígenas que querían abrazar el cristianismo.
En la siguiente década la población indígena empezaría nuevamente a aumentar, y los mestizos empezarían a ser aceptados, constituyendo la base de una nueva nación. 

<<Entre el 29 de mayo y el 2 de junio de 1537 el papa Paulo III dio tres documentos históricos, mismos que hizo entrega al dominico fray Bernardino Minaya que los había gestionado. El primero es conocido como «Pastorale Officium» (29-V-1537) y está dirigido al cardenal Juan Pardo de Tavera, arzobispo de Toledo, nombrándolo ejecutor de la encíclica «Sublimis Deus» (tercer documento), esto es, para que impidiera la violación de los derechos fundamentales de los indios. El segundo documento es la bula general u orden formal, llamada «Altitudo divino consillii» (La profundidad del plan divino) (1-VI-1537), que se trata de una constitución pastoral, decretándose la admisión del indio al bautismo y al matrimonio cristiano, y que regulará a la nueva Iglesia indiana. Finalmente, el 2 de junio de 1537 se promulgó la encíclica «Sublimis Deus», verdadera Carta Magna de los indios.

Este documento declara: "conociendo que aquestos mesmos indios, como verdaderos hombres... determinamos y declaramos que los dichos indios y todas las demás gentes que de aquí adelante vinieren a noticia de los cristianos, aunque estén fuera de la fe de Cristo, no están privados ni deben serlo de su libertad ni del dominio de sus bienes, y que no deben ser reducidos a servidumbre...".>>[10]


“Non fecit taliter omni nationi”


El 25 de mayo de 1754, el Papa Benedicto XIV después de contemplar extasiado una copia auténtica de la Guadalupana, pintada por Don Miguel Cabrera, luego de examinarla con atención, con lágrimas en los ojos pronunció una frase del salmo 147, 20 que se ha perennizado: “non fecit taliter omni nationi” "no hizo cosa igual con otra nación".


Notas:
[1] Eduardo Chávez Sánchez, La Verdad de Guadalupe, Litográfica FCA, S,A. de C.V., 3ª.edición, México, 2012
[2] Miguel león Portilla, Visión de los vencidos, UNAM, México, 1982
[3] Miguel león Portilla, op.cit.
[4] Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Ed.Porrúa, México, 1999
[5] Eduardo Chávez Sánchez, op.cit.
[6] Eduardo Chávez Sánchez, op.cit.
[7] Eduardo Chávez Sánchez, op.cit.

[8] Joaquín García Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumárraga primer Obispo y Arzobispo de México, Ed.Espasa Calpe, México, 1952 
[9] Carta de fray Juan de Zumárraga al Rey de España, en Eduardo Chávez Sánchez, op.cit.
[10] Jesús Antonio de la Torre Rangel, El Reconocimiento del "Otro": Raíz de una Concepción Integral e Histórica de los Derechos Humanos, Revista Vínculo Jurídico N° 18, abril, 1994 


Jorge Pérez Uribe