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sábado, 18 de marzo de 2017

BIOARQUEOLOGÍA DEL SACRIFICIO HUMANO EN MESOAMÉRICA


LA OFRENDA DE VIDA




Por Ximena Chávez Balderas*

El tema del sacrificio humano en Mesoamérica solía abordarse a partir de las fuentes históricas y la iconografía. En las últimas décadas su estudio ha tomado una nueva dimensión a partir del análisis directo de los restos óseos. El enfoque bioarqueológico nos permite conocer detalles de esta práctica y de los tratamientos póstumos que se daban a las víctimas.

El sacrificio humano es un tema polémico que siempre ha estado en la mesa de discusión. De acuerdo con su origen etimológico, la palabra sacrificium significa hacer o convertir algo en sagrado y consiste en ofrecer una vida -humana, animal o vegetal- mediante su destrucción. En este sentido, la inmolación ritual transforma a un ser que pasa del dominio común al religioso, garantizando la comunicación con el ámbito sagrado.

Lejos de calificarlo, debemos entenderlo como un fenómeno que ha estado presente en diferentes culturas y tiempos. A lo largo de la historia de la humanidad, la violencia ha prevalecido y en el pasado se expresaba de formas ritualizadas, en espacios sagrados. En este sentido, la existencia del sacrificio humano no califica a una sociedad y tampoco es un signo del retraso cultural. Dentro de las actitudes contemporáneas hacia este fenómeno, hay quienes lo niegan y lo consideran como una invención de los conquistadores. En cambio, otro sector especula que era una práctica extendida que cobraba la vida de cientos de miles de personas al año. Gracias a la bioarqueología podemos saber que, en efecto el sacrificio existió en Mesoamérica, pero nunca involucró tal cantidad de víctimas.

Este fenómeno se estudia a partir de la evidencia directa e indirecta. La primera corresponde a las fuentes históricas –escritas y pictográficas-, la escultura y la iconografía; la segunda corresponde a los restos óseos. Identificar el sacrificio a partir de los huesos es un reto metodológico, pues generalmente la información disponible nos remite al tipo de tratamiento póstumo, pero no a la forma de muerte. Es aquí donde la bioarqueología combina diferentes líneas de evidencia: la presencia de fracturas y huellas de corte acontecidas cerca del momento de la muerte (intervalo perimortem), los patrones en la selección de las víctimas y la información contextual e histórica.

EL ORIGEN Y LA FUNCIÓN DEL SACRIFICIO


Son numerosas las teorías que buscan explicar el origen y la función de esta práctica aniquiladora. John Bowker considera que el sacrificio se gestó a partir de una exploración religiosa de la muerte. En cambio, para Louis-Vincent Thomas su origen nos remite a las sociedades agrícolas y a la búsqueda de fertilidad, a partir de la regeneración periódica de las fuerzas sagradas.

En el caso de Mesoamérica, pese a que la mayoría de los investigadores coinciden en que el sacrificio estaba encaminado a coadyuvar al buen funcionamiento del universo, existen diferentes enfoques que buscan explicar su función. Algunos autores plantean que el sacrificio trataba de conseguir una transferencia de energía, ya sea de los humanos hacia el cosmos o de la víctima hacia su captor. Para otros tenía como objetivo lograr una dominación política o encontrar un beneficio económico. También se llegó a proponer que las inmolaciones rituales y el subsecuente canibalismo servían para mitigar el hambre surgida como consecuencia de la presión demográfica. Esta teoría ha sido derribada y no se considera vigente, pues la dieta mesoamericana tenía un alto valor nutricional.

Actualmente La tendencia es considerarlo como un fenómeno polisémico, es decir, que tiene una diversidad de significados. En este sentido Michel Graulich advierte que con el sacrificio se buscaba actualizar los mitos, alimentar a entidades divinas, conciliar, obtener beneficios, consagrar, expiar o transmitir mensajes. Bajo esta lógica, la víctima sacrificada también poseía una diversidad de significados, pues representaba a la deidad, al héroe mítico, la comida, la semilla y el maíz, ya sea de manera separada o simultánea.

BIOARQUEOLOGÍA DEL SACRIFICIO HUMANO EN MESOAMÉRICA





Gracias a las narraciones de los conquistadores y frailes españoles, suele pensarse que el sacrificio humano es una invención de los mexicas o que, al menos, fueron ellos quienes lo convirtieron en un acto masivo. La evidencia osteológica de diversas temporalidades y sitios arqueológicos a lo largo del territorio nacional prueba que esta afirmación dista mucho de la realidad.

De hecho, el caso más temprano precede a la formación del área cultural conocida como Mesoamérica: se trata de la cueva de Coxcatlán (5750 a.C.). Ahí fueron encontrados dos infantes decapitados, que presentan huellas de descarnamiento, las cuales fueron cuidadosamente documentadas por Carmen Pijoan y Josefina Mancilla. Aunque es muy factible pensar que se trata de un sacrificio, la ausencia de otro tipo de evidencia no permite asegurarlo. Otros casos tempranos han sido registrados en Kaminaljuyú, Guatemala (800-600 a.C.), Tlatecomila, ciudad de México (600-400 a.C.), y Cuicatlán, Oaxaca (200 a.C. – 200 d.C.).

La evidencia de sacrificio humano es más contundente para el período Clásico, específicamente para el área ceremonial de Teotihuacan. En el templo de la Serpiente Emplumada se exploraron más de 200 entierros humanos correspondientes a víctimas sacrificiales. Fueron depositados en grupos, cuidadosamente acomodados. Atados de manos y portando pectorales hechos con maxilares humanos y de animales, o con representaciones de éstos, bellamente tallados en concha. Posteriores exploraciones en la Pirámide de la Luna revelaron la realización de más sacrificios de consagración, correspondientes a 37 individuos. Algunos podrían ser haber sido individuos de la élite, en tanto que otros fueron tratados con violencia y desdén. En el área maya también hay evidencia incontrovertible de la práctica del sacrificio humano. Destacan los hallazgos de Vera Tiesler y Andrea Cucina, quienes han documentado la extracción de corazón en esqueletos recuperados en Calakmul, Palenque y Becán.

Hacia el Epiclásico (600-400 d.C.) también se práctico la inmolación de numerosas víctimas. Por ejemplo, los hallazgos realizados en Xaltocan por el equipo de Christopher Morehart. En efecto más de 100 individuos fueron decapitados y enterrados en un paraje rural, sin clara asociación a una gran urbe. Hacia el Postclásico (900-1521 d.C.) la práctica de la decapitación se extendió en el Altiplano Central, como lo sugieren los hallazgos realizados en Cholula, Teotenango, Teopanzolco, Zultepec y, por supuesto, Tlaltelolco y Tenochtitlan.

Identificar el sacrificio a partir de los huesos es un reto metodológico, pues generalmente la información disponible remite al tipo de tratamiento póstumo, pero no a la forma de muerte. Es aquí donde la bioarqueología combina diferentes líneas de evidencia: la presencia de fracturas y huellas de corte acontecidas cerca del momento de la muerte, los patrones en la selección de las víctimas y la información contextual e histórica.

EL SACRIFICIO HUMANO EN EL TEMPLO MAYOR DE TENOCHTITLAN




Como hemos visto el sacrificio humano no fue una invención de los mexicas ni tampoco define a esta cultura. Sin embargo, es común que se les asocie con esta práctica. En buena medida esto es consecuencia de los testimonios recabados en las fuentes históricas. Como era una práctica que segaba la vida humana, encontraron una clara justificación para la conquista. Así, fray Diego Durán afirma que 80,000 individuos fueron inmolados durante la ampliación del Templo Mayor bajo el mando de Ahuízotl (1489-1502 d.C.), narración que ha sido considerada como fidedigna por algunos autores. Cabría preguntarnos: ¿cómo una ciudad con 250,000 habitantes podía manejar esa cantidad de cautivos sin que se rebelaran? Además de este tipo de consideraciones, la evidencia osteológica es contundente: el sacrificio existió, pero no a esa escala.

Entre 1948 y 2013 se han recuperado 153 víctimas sacrificiales en el Templo Mayor, correspondientes al período 1440-1502 d.C. De esta 53 son niños y 100 adultos: 109 fueron decapitados y el resto se enterraron completos. Entre los individuos cuyas cabezas fueron cercenadas se encuentran hombres y mujeres adultos, así como niños. Los estudios de ADN e isótopos de estroncio, realizados por Diana Bustos y Alan Barrera, confirmaron que las muestras analizadas corresponden a extranjeros que pasaron sus últimos años en Tenochtitlan. En conjunto, la información, la información del perfil biológico permite proponer que los personajes inmolados fueron obtenidos de diferentes maneras, entre ellas la compra de esclavos, el tributo y la guerra. También se exploraron las tumbas de cinco individuos pertenecientes a la élite, quienes fueron quemados en una pira junto con su ajuar funerario, cuya muerte no está relacionada con el sacrificio.

Si bien el Templo Mayor no fue concebido como el lugar donde se depositarían los despojos mortales de todas las víctimas de sacrificios, permite conocer con detalle aspectos de esta práctica. Gracias a los estudios osteológicos podemos saber que la extracción de corazón se realizaba haciendo una incisión en el abdomen, deslizando la mano en el interior de la caja torácica y cortando con un instrumento de piedra los paquetes vasculares circundantes al músculo cardíaco. La maniobra tomaba más tiempo de lo que se dice en las fuentes históricas, en las que se asegura que los corazones eran arrancados instantáneamente; la gran cantidad de huellas en la carta interna de las costillas corrobora nuestra afirmación. Hasta el momento contamos con cuatro casos que atestiguan la existencia de esta práctica: dos corresponden a humano y dos a jaguares. Uno de ellos es un niño de aproximadamente cinco años de edad, cuyo cuerpo se depositó en el relleno constructivo durante una amplificación del Templo Mayor y que fue excavado por el Proyecto Templo Mayor, bajo la dirección de Leonardo López Luján. El infante se encontraba ataviado con un pectoral de madera (anáhual), una rodela, ahorcas de cascabeles y caracoles, alas de gavilán (Accipiter striatus) y posiblemente una bolsa que contenía copal, aerófonos y una navajilla de obsidiana. Muy posiblemente este niño, que era parte de la Ofrenda 111, era un ixipitla o recipiente del dios Huitzilopochti.

De acuerdo con las fuentes históricas, la extracción de corazón era la forma más común de sacrificio. Contamos con poca evidencia arqueológica de ello, puesto que la decapitación fue el tratamiento póstumo que se le dio a la mayoría de los individuos. Aparentemente los cuerpos eran arrojados al remolino de Pantitlan o en algunos casos llevados a los calpulli. De tal suerte que en el recinto sagrado de Tenochtitlan sólo se depositaron las cabezas.


DECAPITACIÓN, USO Y REUTILIZACIÓN DE CRÁNEOS EN EL TEMPLO MAYOR




La cabeza fue el segmento anatómico preferido en los rituales del huey teocalli tenochca. Se creía que en esta región corporal habitaba el tonalli, entidad anímica concebida como la fuerza que daba calor, valor, vigor y que permitía el crecimiento.

La decapitación no es un indicador directo de la forma de muerte de los individuos, ya que en realidad es el tratamiento póstumo que se daba a la mayoría de las víctimas del sacrificio. Sin embargo, al combinar otras líneas de evidencia podemos inferir que los individuos fueron sacrificados. En este caso, los patrones de selección de las víctimas, el hecho de que fueron inmoladas al mismo tiempo, la información contextual y las fuentes históricas, nos permiten proponer que fueron sacrificados ritualmente.

Sin lugar a dudas la cabeza tenía una gran importancia ritual y se le daban distintos tratamientos post-sacrificiales, dependiendo de la ocasión. En el Templo Mayor fueron depositadas cabezas cercenadas y también efigies descarnadas que representaban dioses. Las primeras corresponden a individuos que fueron decapitados y se inhumaron inmediatamente en algunas ofrendas de consagración del edificio. Por eso, los cráneos preservaban varias vértebras cervicales con alteraciones culturales que revelan la forma en la que fueron desarticuladas. A partir de su análisis podemos concluir que la decapitación se llevaba a cabo después de a tercera vértebra cervical y antes de la séptima. Los cuellos eran cortados en dirección anterior a posterior, es decir, muy probablemente con el individuo bocarriba. Para desarticularlos, los sacerdotes buscaban los discos intervertebrales que son de naturaleza cartilaginosa y por lo tanto más fáciles de seccionar que el hueso; al cortarlos se emplearon instrumentos cortantes y corto-contundentes. Los primeros tienen un filo para cortar, en tanto que los últimos corresponden a un artefacto pesado y afilado a la vez, con el que se aplica una fuerza de contusión. Así, las marcas corresponden a cortes reiterativos en el cuerpo de la vértebra y en las carillas articulares, o a faltantes de tejido óseo con una sección en forma de V, respectivamente.

La mayoría de las víctimas de sacrificio tuvieron un tratamiento póstumo más complejo. En efecto, después de ser decapitadas, sus cabezas fueron desolladas y descarnadas; algunas fueron hervidas. Esto se hizo con la intención de obtener un aspecto esqueletizado. A algunos individuos se les realizaron orificios en la base del cráneo, y otros sirvieron para elaborara las llamadas máscaras cráneo. A otras víctimas se les hicieron dos perforaciones laterales mediante percusión, con el fin de exhibirlos en el tzompantli.

Gracias a los informantes de fray Bernardino de Sahagún sabemos qu existieron siete tzompantlis o empalizadas de cráneos en la ciudad de Tenochtitlan, las cuales se componían de una plataforma en la que estaban hincados postes de madera, sosteniendo vigas horizontales de este mismo material; en ellas se insertaban los cráneos. Como lo menciona fray Diego Durán, el tzompantli era una estructura dinámica donde los cráneos eran reemplazados constantemente. De hecho el estudio bioarqueológico nos permite saber que muchos fueron retirados de la empalizada cuando aún conservaban plasticidad ósea y se reutilizaron para manufacturar máscaras cráneo. Éstas corresponden a la parte facial del cráneo seccionado mediante corte, percusión o desarticulación. A pesar del nombre con el que popularmente se les conoce, ninguna se utilizó como máscara, pues todas tienen las órbitas cubiertas. A juzgar por las pictografías y las esculturas, es posible que se hubieran utilizado como pectorales, como adornos que pendían de un cinturón o que hubieran estado suspendidas de algún elemento arquitectónico. Sabemos que no fueron depositadas de forma inmediata en las ofrendas, pues algunas perdieron la mandíbula como consecuencia de la descomposición natural y esta fue sustituida por otra. Además en algunos casos hay evidencias de intemperismo, que reflejaría su exposición al ambiente.

Pocos cráneos fueron depositados en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan. Algunos fueron decorados con aplicaciones de concha y pirita que representan los ojos, cuchillos de pedernal en las cavidades oral y nasal, o bien fueron pintados. Todo esto se hizo con el fin de que representarán deidades en las ofrendas. La mayoría son de Mictlantecuhtli, señor del inframundo, aunque recientemente la arqueóloga Erika Robles Cortés identificó una efigie de la diosa Cihuacóatl.

Los huesos eran considerados semillas de vida y de alguna forma preservaban parte de la energía de las víctimas de sacrificio. Por ese motivo todos los fragmentos y los desechos de manufactura, sin importar su tamaño, eran preservados y reutilizados en rituales de clausura y consagración. Sin lugar a dudas, la mayor cantidad de evidencia sobre el sacrificio se encuentra en la Plaza Oeste y en edificios como el huey tzompantli y el Juego de Pelota, espacios que son explorados gracias al y al Programa de Arqueología Urbana. Así, la complejidad de esta práctica en Tenochtitlan aún está por develarse.

* Arqueóloga por la ENAH, Maestra en Antropología por la UNAM y en Antropología Física por la Tulane University, Bioarqueóloga del Proyecto Templo Mayor.

Fuente: Revista Arqueología Mexicana, Enero-febrero de 2017, vol.XXV, núm 145

domingo, 22 de enero de 2017

EL MITO DEL QUINTO SOL Y LOS SACRIFICIOS HUMANOS



Piedra del Sol o calendario azteca

1. Creación del Quinto Sol: Nahui Ollin. Sol del Movimiento


<<A Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, les tocó la tarea de iniciar la restauración del mundo destruido por el diluvio. Primero despejaron las aguas que habían inundado la tierra; luego trataron de levantar el cielo que se había pegado a la tierra, pero como no pudieron, llamaron en su auxilio a los otros dioses creadores y juntos abrieron cuatro caminos hacia el centro de la tierra, por los cuales entraron para levantar el cielo. Sin embargo como el cielo era grande y pesado, tuvieron que crear cuatro hombres que los ayudarán. Y aún fue preciso que Tezcatlipoca y Quetzalcóatl se convirtieran en grandes árboles para elevar y sostener el cielo, de modo que el primero se transformó en “árbol de espejos” y Quetzalcóatl en “sauce precioso”. Y así, “con los hombres y con los árboles y dioses alzaron el cielo con las estrellas, como ahora está”[1]. En recompensa por este gran esfuerzo Tonacateuctli hijo de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl señores del cielo y de las estrellas, les dio asiento en la Vía Láctea.


Quetzalcóatl y Tezcatlipoca


Cumplida esta tarea “se consultaron los dioses y dijeron: ¿Quién habitará [esta tierra], pues que se estancó el cielo y se paró el señor de la tierra? ¿Quién habitará, oh dioses?”. Luego de deliberar, los dioses decidieron encomendar a Quetzalcóatl la misión de crear nuevamente a los seres humanos y éste descendió entonces al bajo mundo, al reino de Mictlantecutli, para obtener de éste los huesos y las cenizas de las anteriores generaciones de la humnanidad y crear con ellos a los seres humanos. Al principio el regente del inframundo se negó a entregarle los huesos y las semillas preciosas. Con ardidez venció Quetzalcóatl la resistencia de Mictlantecutli, pero cuando ya tenía los huesos y regresaba con ellos cayó en un hoyo que Mictlantecutli le había preparado y ahí se le rompieron; por eso es que los nuevos seres tuvieron estaturas diferentes y no alcanzaron el tamaño de los anteriores gigantes.

Finalmente Quetzalcóatl llegó a Tamoanchan, donde estaban reunidos los dioses, y les hizo entrega de su carga. En seguida la diosa Ciuacóatl-Quilaztli molió los huesos y formó con ellos una masa que depositó en un recipiente. Entonces Quetzalcóatl se sangro el sexo y derramó su sangre divina en el recipiente, y los demás dioses hicieron también sacrificios. Así, “Dos años después, que fue el año del diluvio, los dioses crearon a los macehuales como antes los había, y hasta el cumplimiento de los trece años no pintan [en sus códices] otra cosa que aconteciese”.[2] Luego los dioses se preguntaron: ¿Qué comerán los macehuales?” Entonces Quetzalcóatl, quien sabía que la hormiga roja conocía el lugar donde estaban escondidos los alimentos preciosos, le preguntó insistentemente por ellos. Al fin la hormiga roja cedió a sus ruegos y le indicó el sitio donde se encontraba el maíz. Convertido en hormiga negra Quetzalcóatl llegó con la hormiga roja a la montaña que llaman Tonacatépetl, donde se guardaba el maíz. Lo tomó y lo llevó a Tamoanchan; allí lo mascaron los dioses y luego lo pusieron en la boca de los hombres, que así se hicieron robustos.[3]

Asimismo, para que los seres humanos se alegraran, los dioses hicieron crecer en la tierra la planta de maguey, de la que sacaron el pulque. Y aún antes de que los dioses crearan los primeros seres humanos, Tezcatlipoca había traído el fuego a la tierra, y para eso había sacado la lumbre de unos palos, y así se empezó a hacer fuego con los pedernales, “palos que tienen corazón”. Ya con el fuego hubo fiestas de muchas grandes hogueras.

Todo esto ocurrió cuando reinaba la oscuridad y aún no había sol. Pero después de 26 años de la creación de la tierra, los dioses acordaron crear un nuevo sol. En el año 13 Ácatl, en Teotihuacán, se reunieron todos los dioses y dispusieron ayunos y sacrificios para propiciar el nacimiento del sol. Luego los dioses preguntaron: “¿Quién tendrá cargo de alumbrar el mundo?” A estas palabras respondió el dios llamado Tecuciztécatl, quien dijo: “Yo tomo el cargo de alumbrara el mundo”. Otra vez hablaron los dioses y dijeron: ¿Quién será el otro” Pero esta vez los dioses se miraron entre sí y se preguntaron quien podría ser el otro que alumbrara el mundo, pero no hubo quien se ofreciera. Por fin se fijaron en un dios al que nadie tomaba en cuenta, que no hablaba, apenas se limitaba a oír, y tenía el cuerpo lleno de tumores y llagas. Dijéronle: “Se tu el que alumbres, bubosito”. Y el dios llagado y humilde, llamado Nanahuatzin, obedeció de buena voluntad.[4]


Pirámide del Sol en espectáculo nocturno

Luego los dos comenzaron a hacer penitencia y sacrificios y ofrendas durante cuatro días. Todo lo que ofrecía Tecuciztécatl era precioso. En lugar de ramos daba plumas brillantes de quetzal y bolas de oro en lugar de bolas de heno; no ofrendaba espinas de maguey, sino unas hechas de piedras preciosas, y en vez de espinas ensangrentadas, daba espinas de coral colorado y copal muy bueno. En cambio, Nanahuatzin ofrecía cañas verdes y bolas de heno y espinas de maguey cubiertas con su propia sangre, y en lugar de copal brindaba la costra de sus llagas.

A la medianoche del día señalado para crear el nuevo sol, los dioses se reunieron alrededor de un gran fuego que habían mantenido durante cuatro días y al que Tecuciztécatl y Nanahuatzin deberían arrojarse para transformarse en astros luminosos. Colocados todos frente al fuego le dijeron a Tecuciztécatl: “¡Entra tu primero al fuego!”, y éste intentó hacerlo, pero como el fuego era grande y muy vivo, tuvo miedo y se volvió atrás. Cuatro veces intentó Tecuciztécatl arrojarse al fuego y cuatro veces desistió. Entonces los dioses dijeron a Nanahuatzin: “¡Prueba tú!” este de inmediato cerró los ojos, se hechó al fuego y comenzó a arder. Al ver esto Tecuciztécatl cobró valor y se arrojó también al fuego.

Luego que ambos cayeron y se quemaron, los dioses se sentaron a esperar por donde saldría el Sol. Pasado un rato vieron que el cielo se ponía colorado y clareaba por todas partes, pero no sabían de qué lado iba a salir el sol, de manera que veían hacia todas las direcciones. Sólo Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Xipe Tótec y otros vaticinaron que Nanahuatzin, convertido en sol, aparecería por el oriente, y en efecto, por ese rumbo surgió el Sol, colorado y radiante. Era tan resplandeciente que nadie lo podía mirar sin lastimarse los ojos. Tras él salió la Luna, también luminosa y brillante, a tal punto que los dioses se preguntaron: “¿Será bien que igualmente alumbren?”. Acordaron que no podía ser así, de modo que uno de ellos arrojó un conejo a la Luna que le ofusco el resplandor, le oscureció la cara y quedó como hoy está, con su luz disminuida.

Hecho esto los dioses descubrieron consternados que el Sol y la Luna permanecían inmóviles en la orilla del cielo que da al oriente. Durante cuatro días el Sol no se movió, ni la Luna. Atemorizados dijeron los dioses: “¿Cómo podremos vivir? ¿No se menea el Sol?” Entonces decidieron hacer un sacrificio supremo para darle movimiento al Sol. Resolvieron ofrendar sus vidas para que con la sangre de los dioses el Sol tuviera fuerza e iniciará su recorrido por el universo. “Muramos todos y hagámosle que resucite por nuestra muerte”, dijeron, “y luego el [dios del] aire se encargó de matar a todos los dioses, y matólos.” Esto fue lo que se hizo, de modo que cada uno dio su sangre para darle movimiento al Sol. Luego, en los vestidos que dejaron los dioses muertos, y con sus joyas de jade y pieles de serpiente y de jaguar, sus devotos hicieron unos envoltorios a los que se puso el nombre de los dioses desaparecidos. En adelante a esos bultos mortuorios (tlaquimilolli) se les reverenció como si fueran los mismos dioses que se sacrificaron en Teotihuacán.[5]

Pero no bastó el sacrificio de los dioses para satisfacer el hambre de sangre de este nuevo sol y por eso los seres humanos siguiendo, el ejemplo de los dioses, tuvieron que sacrificarse ellos mismos. Esta necesidad divina originó la guerra, cuyo propósito era obtener víctimas para alimentar al Sol. Cuenta una crónica que aun antes de que naciera el Quinto Sol los dioses habrían instaurado la guerra para que el Sol que habría que reinar en esa era tuviera muchos corazones. Según esta crónica, cuando el mundo aún estaba en tinieblas, los dioses resolvieron hacer “un sol para que alumbrase la tierra, y éste comiese corazones y bebiese sangre, y para ello [era necesario que] hiciesen la guerra, de donde pudiesen haberse corazones y sangres”.[6]


2. Comentarios sobre la creación del Quinto Sol




Como en las cosmogonías anteriores, la creación del Quinto Sol significa una recreación total del universo, que en este caso las fuentes detallan con amplitud. Del caos y las tinieblas surge el orden: el cielo desplomado es levantado y devuelto a su lugar. La tierra y el agua resurgen otra vez del caos, dotadas de sus poderes generativos. Los dioses crean nuevamente a los seres humanos, junto con los dones necesarios (fuego, alimentos) para que se reproduzcan y pueblen la tierra.

La cosmogonía del Quinto Sol subraya que el orden, lo mismo que la creación de los seres humanos y del Sol son dones de los dioses y que el mantenimiento de la vida en el mundo requiere el sacrificio. Una y otra vez el relato cosmogónico señala el esfuerzo creativo de los dioses por imponer el orden y darle vida al mundo. El momento culminante de esta serie de esfuerzos es el sacrificio de los mismos dioses para darle movimiento al nuevo Sol. Precisamente lo que destaca el mito es que si el sentido de la creación divina fue crear la vida en el mundo, el sentido último de las criaturas terrenas es el de mantener con su propia sangre el orden creado y la vitalidad permanente del universo.

La síntesis de esta cosmovisión mexica es el monumento conocido como Piedra del Sol. En los cuadretes que rodean la cara central de monumento están representados los cuatro soles o eras anteriores del mundo, con sus fechas de creación: Sol de Tierra, Sol de Viento, Sol de Fuego y Sol de Agua, dispuestos de derecha a izquierda. Del disco central brotan rayos solares que apuntan a los cuatro rumbos del cosmos y hacia las direcciones intercardinales. En la parte superior del monumento está inscrita la fecha 13 Caña, que corresponde al año 1011, año de nacimiento del Quinto Sol. La diadema real y el glifo 1 Técpatl, colocados a ambos lados del rayo solar que apunta al este, donde nace el sol, se refieren respectivamente al poder real asentado en México-Tenochtitlán y a la fecha calendárica del nacimiento de Huitzilopochtli, el dios protector de los mexicas. En el centro del disco, donde se articulan los cuatro soles anteriores y los cuatro soles del cosmos, emerge la efigie temible del Quinto Sol, el Sol de movimiento cuyo ritmo creador debe ser alimentado con el sacrificio de los corazones humanos.[7]




La creación mexica significa un ordenamiento del universo y una definición de sus componentes, de tal manera que a partir de entonces cada una de sus partes ocupa un lugar preciso en el orden universal, con atributos y funciones definidas. La separación binaria del cielo y la tierra ubica en el mundo inferior las fuerzas generativas de la naturaleza y en el celeste las fuerzas fecundadoras: dos ámbitos situados en lados opuestos del cosmos pero complementarios.

Junto a esta división dual del universo, la cosmogonía instaura una división horizontal en el espacio terrestre, que es concebido en forma de una superficie cuadrada rodeada por las aguas marinas. En el centro de esa superficie horizontal estaba el lugar sagrado que unificaba las diversas partes del cosmos, el punto que establecía la comunicación vertical entre el cielo, la tierra y el inframundo, y enlazaba horizontalmente los cuatro rumbos del universo: el este (la dirección guía, porque ahí nace el Sol), el norte, el poniente y el sur. Según el relato cosmogónico de la “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, los caminos que hicieron los dioses en los cuatro puntos del universo convergían en el centro de la tierra, donde se fusionaban todas las partes del mundo creado. Esta división del universo en cuatro partes orientadas hacia los puntos cardinales es la que se encuentra en los códices y textos que representan la distribución del universo.[8]




En una de las versiones del relato cosmogónico Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se transforman en árboles para levantar el cielo y sostenerlo. En los códices que se refieren a la creación cosmogónica estos árboles aparecen distribuidos en las cuatro partes de la superficie terrestre, estableciendo una comunicación permanente y recíproca entre el cielo y la tierra. Junto con los cuatro ejes que conducían al centro de la tierra, los árboles cósmicos “eran los caminos por los que viajaban los dioses y sus fuerzas para llegar a la superficie de la tierra. De los cuatro árboles irradiaban hacia el punto central las influencias de los dioses de los mundos superiores e inferiores”.[9]

3. Implicaciones político-sociales del Mito del Quinto Sol


De modo que desde la creación cosmogónica la superficie de la tierra se convierte en un espacio privilegiado, dividido en partes regidas por potencias divinas, con orientaciones espaciales, colores y símbolos que le infunden a cada espacio y lugar un sentido trascendente, una significación que sobrepasa su realidad material. El espacio terreno se convierte en una réplica del orden sagrado que rige el universo, en una reproducción del arquetipo cosmogónico.

Los mexicas llevaron esta concepción al extremo, pues hicieron del espacio terreno y del orden social una réplica exacta del orden cósmico. De la misma manera que el espacio vertical mexica era una reproducción de la división vertical del espacio cósmico (cielo, tierra, inframundo, así también el espacio horizontal reflejaba como un espejo, las cuatro direcciones del cosmos, integradas a un centro que articulaba todas las direcciones, dioses y fuerzas. El espacio mayor, lo que constituía la extensión terrestre del llamado Imperio mexica, estaba dividido en cuatro regiones repartidas en los cuatro puntos cardinales y unidas por un centro o quinta región: México-Tenochtitlan. De este modo los territorios conquistados eran asimilados al orden cósmico e integrados en la concepción mexica del espacio.

La división espacial de Tenochtitlan repite también, con gran exactitud, los principios organizativos del espacio cósmico: “En el centro de lo que había de ser su ciudad se erigió el templo a Huitzilopochtli, y en él se unieron los vértices de las cuatro divisiones mayores o barrios, denominados Mayotlan, Teopan, Atzacualco y Cuepopan”,[10] distribuidos en los cuatro puntos cósmicos. La parte central de esta división del espacio urbano la ocupa el recinto sagrado de México-Tenochtitlan, en cuyo centro se levanta el Templo Mayor. Contando este centro, la urbe adoptaba la misma forma del espacio cósmico: un cuadrado seccionado en cruz en cuyo centro estaba el ombligo del mundo.[11]




El centro de la ciudad lo ocupaba el gran recinto sagrado rodeado por una muralla de serpientes, un cuadrado de 200 varas por lado donde cada uno de los 20 calpulli tenía su templo particular. En este sancta santorum los dioses principales del panteón azteca compartían el espacio con los dioses de las provincias dominadas. A cada lado del recinto sagrado se abría una puerta de la que partía una calzada que comunicaba a uno de los cuatro puntos cósmicos. En el centro mismo se había erigido el espacio sagrado por excelencia, el Templo Mayor, que de manera semejante a la posición del centro de la tierra en el mito cosmogónico, era el ombligo del mundo y la montaña divina donde se unían el cielo, la tierra y el inframundo, el lugar donde lo alto y lo bajo se articulaban con los cuatro rumbos del espacio cósmico. En este punto donde confluían las fuerzas sagradas que le infundían orden al cosmos, los mexicas ratificaban el pacto establecido en el mito cosmogónico y ofrendaban a los dioses el sacrificio humano.[12]

Esta obsesión por repetir en toda creación terrestre el arquetipo de la creación cosmogónica revela que en el pensamiento mexica y mesoamericano lo esencial no era el devenir humano, sino el acto fundador que al crear un orden en el universo establecía una armonía en el mundo y conjuraba los peligros de su destrucción. Es decir, para tener orden, fundamento y duración, las creaciones humanas tenían que repetir el acto creador por excelencia. Toda creación es entonces una repetición del origen del cosmos, y todo lo creado se convierte en un espacio sagrado, regido por las fuerzas primordiales.[13] La repetición de la creación cosmogónica en las fundaciones humanas es entonces un conjuro contra la inestabilidad del acontecer histórico, un llamado a la permanencia del orden primordial. En otras palabras una ideología, no una explicación del mundo.[14]>> [15]


Jorge Pérez Uribe

Notas:

[1] “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.36-37. En otra versión registrada en la “Histoire du Mechique”, se cuenta que los mismos Tezcatlipoca y Quetzalcóatl entraron en el cuerpo del monstruo de la tierra y con la ayuda de otros dioses formaron el cielo. Esta misma fuente proporciona una tercera versión: Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, viendo que la diosa de la tierra Tlalteuctli (la cual estaba llena por todas las coyunturas de ojos y de bocas, con las que mordía como una bestia salvaje), caminaba sobre las aguas primordiales, dijeron: Es menester hacer la Tierra; y esto diciendo se cambiaron ambos en dos grandes sierpes [y] uno asió a la diosa de la mano izquierda al pie derecho. Y la estiraron tanto, que la hicieron romperse por la mitad. De la mitad hacia las espaldas hicieron a la Tierra y la otra mitad la llevaron al cielo […] Después de hecho esto, para compensar a la dicha diosa de la Tierra de los daños que los dioses le habían infligido, todos los dioses descendieron para consolarla, y ordenaron que de ella saliera todo el fruto necesario para la vida de los hombres. Véanse ambas versiones en “Histoire du Mechique”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.151-153.

[2] Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.149-153; ver también la “Leyenda de los Soles”, en la misma obra, pp.179-181.

[3] Mitos e historias de los antiguos nahuas, “Leyenda de los Soles”, pp179-181. La “Histoire du Mechique”, p.155, contienen una versión diferente de la creación del maíz. En esta versión los dioses descienden a la caverna donde vivía Pilzintecutli, hijo de la primera pareja humanan, a quien encontraron acostado con su esposa Xochiquétzal. De esta unión nació Cintéotl, el dios joven del maíz, “el cual se metió debajo de la tierra, y de sus cabellos salió el algodón, y de una oreja una muy buena semilla que ellos comen gustosos, llamada huazontli”, y de otra oreja brotó otra semilla y “de la nariz otra más llamada chían, que es buena para beber en tiempos de verano; de los dedos nació un fruto llamado camotli, que es como los nabos, muy buen fruto. De las uñas otra suerte de maíz largo, que es el que comen ahora, y del resto del cuerpo le salieron muchas otras frutas, las cuales los hombres siembran y cosechan”.
[4] Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España. Estudio introductorio, paleografía, glosario y notas Alfredo López Austin y Josefina García QuintanA, México, Conaculta, 2000, vol.II, Libro séptimo, capítulo II, pp.694-696.

[5] Ibid., p.697.

[6] Esta versión del mito cosmogónico se basa en las siguientes fuentes: “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, “Histoire du Mechique”, “Leyenda de los soles”. Estas tres fuentes se transcriben en la obra citada, Mitos e historias de los antiguos nahuas: “Historia de los mexicanos…”, capítulos III, IV, V, VI,VII y VIII. Histoire du Mechique”, capítulos VI y VII; “Leyenda de los soles”, pp.181-185. Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España, vol.III, libro séptimo, capítulo II, pp.694-697. Para un análisis comparativo de las diferentes versiones, veáse Moreno de los Arcos, op. cit. También se consultaron las síntesis e interpretaciones de Caso, El pueblo del sol, México, FCE, 1953. Soustelle, La Pensée cosmologique des anciens mexicains, París, Hermann an C., 1940, y Nicholson, Religion in Pre-Hispanic Central Mexico.

[7] Richard F. Townsend, State and Cosmos in the Art of Tenochtitlan, Washington, D.C., Dumbarton Oaks, 1979, pp.63-70. El libro editado por Khristaan D.Villela y Mary Ellen Miller, The Aztec Calendar Stone, Los Ángeles, The Getty Research Institute, 2010, reúne una amplia colección de estudios sobre este famoso monumento.

[8] “La superficie terrestre estaba dividida en cruz en cuatro segmentos. El centro, el ombligo, se representaba como una piedra verde preciosa, horadada, en la que se unían los cuatro pétalos de una gigantesca flor, otro símbolo del plano del mundo. A cada uno de los cuatro segmentos de la superficie terrestre se le asignaba un color […] En el Altiplano Central, la división más frecuente daba al norte el color negro, blanco al oeste, azul al sur y rojo al este. El color verde estaba relacionado con el centro, con el ombligo del mundo. Otros símbolos, entre los múltiples vinculados con los cuatro rumbos del plano terrestre, fueron el pedernal al norte, la casa al occidente, el conejo al sur y la caña al oriente, lo que constituía […] una doble oposición de muerte-vida (norte-sur, con los símbolos de la materia inerte y la movilidad extrema) y hembra-macho (oeste-este, con los símbolos sexuales de la casa y de la caña)”. López Austin, Cuerpo humano e ideología, vol.1, México, UNAM, 1980, P.65.

[9] Ibid, p.68

[10] Véase Reyes García, “La visión cosmológica y la organización del Imperio mexica”, Mesoamérica. homenaje al doctor Paul Kirchhoff, Barbro Dalhgren (coord.) México, INAH, 1979, pp.34-40 y también Broda, El tributo en trajes guerreros y la estructura del sistema tributario mexica, México, CISINAH, 1978, pp.130-132, y “Relaciones políticas ritualizadas: el ritual como expresión ideológica”, Carrasco y Broda (eds.), Economía política e ideológica en el México pre-hispánico, México, Nueva Imagen/, CISINAH, 1978, p.223. Un ejemplo de esta división en el mundo maya lo ofrece Marcus, Emblem and State: in the classic maya Lowlands, Washington, D.C., Dumbarton Oaks, 1976. Ver Michael Smith, “Did the Maya Buid Architectural Cosmograms?”, Latin American Antiquity, vol. 16, 2005.

[11] López Austin, La constitución real de México-Tenochtitlán, México, UNAM/IIH, 1961, p.26

[12] Un dato más que confirma que los mexicas habían arreglado el espacio de su ciudad conforme al modelo del mito cósmico lo proporciona fray Diego Durán, quien explica así la orientación del recinto sagrado de Tenochtitlan: “Este patio tenía cuatro puertas o entradas: una hacia oriente, otra hacia poniente, y otra a mediodía y otra a la parte del norte […] También tenían los cuatro templos principales hacia las partes dichas las portadas y los cuatro dioses que en ellos estaban los rostros vueltos hacia las mismas partes. La causa de ello […] no la dejaré de contar, para que sepamos el misterio. Fingieron los antiguos que antes que el sol saliese ni fuera creado, tuvieron sus dioses entre sí muy grande contienda, porfiando entre sí a que parte sería bueno que el sol saliese […] Pretendiendo salir cada uno con su voluntad, el uno dijo que era muy necesario que saliese a la parte del norte; el otro […] que saliese a la parte del sur; el otro […] al poniente; el otro […] que al oriente […] El cual vino a salir con su parecer, y así le fue puesta la cara [del dios]que él decía saliese allí, y a los demás [dioses] pusieron las caras hacia las partes que deseaban saliese, y a esta causa había estas cuatro puertas, y así decían la puerta de tal dios, y la otra lo mismo, dando a cada puerta el nombre de su dios”. Duran, Historia de las Indias de Nueva España, México, Porrúa, 1984, pp. 30-32.

[13] Sobre la repetición del arquetipo cosmogónico en las creaciones humanas y el simbolismo del centro como punto de partida de toda creación, Veáse, Eliade, El mito del eterno retorno, Buenos Aires, Emecé, 2001, pp. 20-28, e Imágenes y símbolos. Ensayo sobre el simbolismo mágico y religioso, México, Taurus, 1995, capítulo I.

[14] El propósito implícito de esta cosmogonía es establecer una jerarquía, según la cual gracias a la intervención de los dioses se fundó el mundo y los seres humanos quedaron obligados a obedecer sus dictados y a sacrificar sus vidas para mantener la vitalidad del Quinto sol. Veáse al respecto Bruce Lincoln, Theorizing Myth, Narrative, ideology and Scholarship, Chicago, The University of Chicago Press, 1999, p. 147.

[15] Enrique Florescano, ¿Cómo se hace un dios? Creación y recreación de los dioses en Mesoamérica, 1ª Ed.: mayo de 2016, Penguin Random House Grupo Ed., México.


Anexo.- La razón de mi decir:


 
      

domingo, 15 de enero de 2017

CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LOS PRIMEROS CUATRO SOLES




Definiciones


Para entender la razón de los sacrificios humanos en Mesoamérica, necesitamos remontarnos a su Cosmogonía; palabra que según la Real Academia Española, tiene dos acepciones, una como relato mítico relativo a los orígenes del mundo y otro como teoría científica que trata del origen y la evolución del universo.

Por Mesoamérica vamos a entender lo que se ha llamado también Amerindia o América Indígena.


<<Entre 2500 a. C. y 1521 d. C. gran parte del territorio que ahora ocupan la República Mexicana y algunos países centroamericanos albergó uno de los desarrollos más originales del mundo antiguo. Esa área cultural es conocida como Mesoamérica.


El de Mesoamérica es un territorio de extraordinaria riqueza natural en el que se encuentran diversos medios ambientales, que abarcan desde extensos litorales marinos hasta altas montañas, cada uno con un gran potencial productivo y una gran disponibilidad de materias primas específicas. Esa diversidad ecológica se vio reflejada en la de las culturas que la habitaron y propició el establecimiento, desde épocas tempranas, de redes de intercambio, uno de los factores fundamentales en la integración de la zona mesoamericana. Independientemente de la configuración territorial que adoptó en distintas épocas, que sin duda se derivaba de las modalidades específicas en que se daban las relaciones entre sus distintos grupos, el área mesoamericana ha sido dividida en varias regiones, cada una de las cuales corresponde a un espacio en el que se desarrollaron culturas con rasgos particulares, si bien éste no es el único criterio utilizado en la regionalización, pues se consideran además otros factores, principalmente la asociación con condiciones geográficas determinadas.>> [1]

La cosmogonía mesoamericana que daba cuenta del origen del mundo, establecía una estructura de tres pisos verticales: inframundo, tierra y región celeste, los que confluían en un centro vinculado a los cuatro puntos cardinales. Este centro unificador era el ombligo del universo, el espacio habitado por los seres humanos y el punto hacia donde se volcaban las fuerzas que le daban vida a la máquina universal. Las principales cosmogonías correspondían a los pueblos: olmeca, maya, jaltepengo-mixteco, mixteca, nahua y mexica.




Alfredo López Austin [2], habla de un “núcleo duro”, que era una concepción común de la creación del cosmos, a lo largo de los siglos en la mayoría de los pueblos mesoaméricanos, que aunque mantenían y prolongaban su núcleo esencial, también se transformaban con el tiempo y las circunstancias históricas.

Cosmogonía mexica


Para efectos de este análisis nos concentraremos exclusivamente en la Cosmogonía mexica tratada principalmente en el Códice Borgia. No obstante existe una falta de información directa sobre las cosmogonías de los poderosos centros políticos, económicos y religiosos que constituyeron Teotihuacán, Cholula, Tula y Chichén Itzá.

Sobre la cosmogonía mexica se disponen de dos grupos de textos: uno que se refiere a la creación y destrucción de los primeros cuatro soles y otro referido a la creación del Quinto Sol.

1. Creación y destrucción de los primeros cuatro soles


<<Los mitos etiológicos sobre el origen del mundo o la fundación de tribus, ciudades, reinos o dinastías son un género universal, pues hay constancia de ellos en casi todas las antiguas civilizaciones.[3] Mesoamérica es una de las regiones donde esos mitos son relativamente abundantes antes y después de la Conquista. En las cosmogonías de otras partes del mundo es común atribuir la creación a elementos primordiales, como el agua, el aire o el fuego. La creación no se origina ex nihilo, de la nada, sino que siempre es impulsada por uno o varios de estos elementos actuando solos o conjuntamente. Una vez que esas fuerzas son liberadas y desatan la energía primordial, intervienen los dioses creadores, que casi siempre son representaciones de esas fuerzas, con el fin de constituir los bienes culturales indispensables para el desarrollo de la vida humana. Es un propósito que se cumple con la mediación de esos dioses o la intervención de héroes culturales.[4] Veamos la dinámica de la creación de los cuatro primeros soles en la cosmogonía mexica.[5]

Nahui Océlotl. Sol de Tierra. Al terminar la creación del mundo por la intervención de los dioses creadores. Tonacateuctli y Tonacacihuatl, estos dieron origen a cuatro deidades, cada una representada por un color: Tezcatlipoca (rojo), Tezcatlipoca (negro), Quetzalcóatl (blanco, y por otro nombre Yohualli Ehécatl), y Huitzilopochtli (azul). Al concluirse la creación inicial los dioses vieron que este sol estaba como inerte y sólo era alumbrado por una luz crepuscular. Discurrieron entonces que uno de ellos se transformara en sol y lo pusiera en movimiento. Tezcatlipoca, el que se disfraza de jaguar, fue el primer dios que se hizo sol y de esa manera dio comienzo a las eras del mundo, pues a partir de este primer sol empezaron a contarse los años.[6] Los seres de esa época eran gigantes que arrancaban árboles con las manos, pero no sabían cultivar la tierra. Se mantenían de bellotas y de frutos y raíces silvestres. Este sol terminó abruptamente cuando los gigantes fueron devorados por jaguares feroces y el sol desapareció. Esto ocurrió en el día llamado 4 Jaguar. Duró este primer sol 676 años.





Nahui Ehécatl. Sol de Viento. Entonces los dioses crearon el segundo sol y restauraron la vida en el mundo. Esta vez fue el dios creador Quetzalcóatl el que se transformó en sol y alumbró la tierra. Los seres de esa edad sólo comían piñones (ococentli). Pero ocurrió que Tezcatlipoca, convertido en jaguar derribó al sol de un zarpazo y provocó un vendaval que desarraigó los árboles y levantó a los seres humanos por los aires. Quienes no perecieron por el viento se convirtieron en monos. Esto sucedió el día 4 Viento. Duró este segundo sol 676 años según unos relatos, y 364 según otros.






Nahui Quiáhuitl. Sol de Fuego, encarnado por Tláloc, el dios de la lluvia y del fuego celeste: bajo este sol los seres humanos se alimentaron de una semilla llamada acecentli que era como “maíz de agua”. Pero al igual que los soles anteriores este tercero desapareció entre grandes catástrofes. Ardió el sol, llovió fuego del cielo y los seres humanos y sus casas fueron destruidos, y quienes no murieron se volvieron guajolotes (pipiltin). Esto ocurrió el día 4 Lluvia. Duró este tercer sol 312 años según unas fuentes, y 364 según otras.




Nahui Atl. Sol de Agua. Los dioses crearon entonces el cuarto sol. La diosa Chalchiuhtlicue, “la de las faldas de jade”, diosa del agua, se convirtió en sol por mandato de Quetzalcóatl. Durante esta edad los seres humanos se alimentaron de una semilla semejante al maíz, llamada cincocopi. Terminó este sol con un gran diluvio que anegó la tierra, convirtió a los hombres y mujeres en peces e hizo que el cielo se desplomara sobre la superficie terrestre. Esto ocurrió el día 4 Agua. Duró este sol 676 años según unas fuentes, y 312 según otras.





Así, “desde el nacimiento de los dioses hasta el cumplimiento de este sol hubo, según su cuenta, 2628 años”.[7] Como se advierte, estas cuatro creaciones son fracasos consecutivos porque en lugar de la unión de las fuerzas creativas cada uno de los soles termina en caos y hace perecer a los seres y los soles antes creados.

2. comentario sobre los cuatro primeros soles


Como se observa, el contenido del mito cosmogónico se refiere a cuatro creaciones iniciales que son destruidas porque sus actores principales mantienen posiciones opuestas e irreductibles. En contraste con las dos últimas creaciones, la creación primigenia del universo se hace en un momento sin tiempo. La creación del sol, de la primera pareja humana y de la tierra, el cielo y las aguas primordiales ocurren simultáneamente, “junto y sin diferencias de tiempo”, como dice el mito. La segunda parte de la creación de los cuatro soles está dominada por un movimiento incesante, cíclico y fatal, regido por la aparición y destrucción de soles antagónicos, pues cada sol supone una recreación del universo y de la vida, del mismo modo que su desaparición implica la destrucción súbita de lo antes creado.[8] Lo que es característico en la sucesión de los cuatro soles es la fatalidad de su destrucción y la certeza de que, acabado ese mundo, recomenzará otro, con otros seres y bajo distintos dioses tutelares. Cada sol nace auspiciado por un Dios que encarna a determinadas fuerzas naturales, que a su vez están en conflicto con otros dioses y fuerzas. Así, la lucha entre esas fuerzas y dioses es lo que rompe el equilibrio en el universo y trae consigo la destrucción y el caos. En la sucesión destructiva de los soles no hay fuerza mediadora que pueda conciliar o ponerle fin al conflicto.>>[9]

Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Tomado de Vela y Solanes, Arqueología Mexicana, Especial 5, Atlas del México prehispánico.

[2] Alfredo López Austin, “El núcleo duro, la cosmovisión y la tradición mesoamericana”, Cosmovisión, ritual e identidad de los pueblos indígenas de México, México, FCE-Conaculta, 2001

[3] Carmen Blacker y Michael Lowe (eds.) Ancient Cosmologies, Londres, Georges Allen and Unwin, 1975; Alan Dundes (ed.), Sacred narratives: Readings in the Theory of Myth, Berkely, University of California Press, 1984.

[4] Anne Birrell; Chinese Mythology. An Introduccion. Baltimore, John Hopkins University Press, 1993, p.40, capítulos 2 y 16.

[5] La mejor introducción a este tema y otros aspectos de la religión mexica en el estudio de Henry B. Nicholson, “Religion in Pre-Hispanic Central Mexico”, Handbook of middle American indians, vol.10, Archaelogy of Northern Mesoamerican, part 1, Austin, University of Texas, 1971, pp.395-446 […]

[6] La Historia de los mexicanos por sus pinturas claramente señala esto, pues en ella se dice: “Y porque de este primer sol comienza su cuenta, y las figuras de contar van de este sol en adelante continuadas, dejando atrás los 600 años, en cuyo principio nacieron los dioses. Véase Mitos e historias de los antiguos nahuas, p.33

[7] “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, en Mitos e historia de los antiguos nahuas, p.31

[8] A pesar de este vaivén cíclico, algunos autores han visto un sentido progresivo en la secuencia temporal de los cuatro soles. Observan que la mayoría de las fuentes registra la duración de cada sol en forma progresiva, midiendo el tiempo de atrás para adelante. Se apoyan también en Alfonso Caso, quien dice que las mismas plantas que se describen como alimento de los seres humanos (bellotas de encino, piñones, maíz de agua, cincocopi) van acercándose progresivamente al alimento superior de los pueblos de Mesoamérica, el maíz. Siguiendo un orden diferente al aquí adoptado en la secuencia de los cuatro soles. Caso concluye que en la creación de los seres humanos hay un sentido evolutivo, pues en su arreglo de los soles los hombres primero se convirtieron en peces, luego en aves, más tarde en monos y por último en gigantes. Sin embargo, esta interpretación progresiva de la cosmogonía es refutada por el carácter cíclico de esas creaciones y por la usencia de continuidad entre los acontecimientos ocurridos entre uno y otro sol. mientras la temporalidad de la sucesión de los soles es lineal y progresiva, la de cada sol en particular es cíclica. Se manifiesta así un contraste, pues mientras la primera fluye incesantemente hacia adelante, el tiempo de los soles tienen un principio y un fin precisos, una duración que se cumple inevitablemente y en forma violenta.

[9] Enrique Florescano, ¿Cómo se hace un dios? Creación y recreación de los dioses en Mesoamérica, 1ª Ed.: mayo de 2016, Penguin Random House Grupo Ed., México.


Anexo.- La razón de mi decir:


                  

viernes, 1 de abril de 2016

El CONCEPTO DE ENFERMEDAD ANTES Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA (CONTINUACIÓN)

(SEGUNDA PARTE)





Por Ruy Pérez Tamayo*


III. CONCEPTOS EUROPEOS DE ENFERMEDAD A FINES DEL SIGLO XV


Cuando Cristóbal Colón llegó a tierras de América, y lo mismo cuando 27 años más tarde Hernán cortés y sus huestes desembarcaron en las playas de México, la medicina europea llevaba ya cerca de 14 siglos sometida a una idea monolítica sobre la enfermedad. Este concepto conocido como la teoría humoral, surgió en el siglo V a. C. con Empédocles, uno de los filósofos presocráticos, quién postuló que el Universo (y por tanto también el hombre) está formado por cuatro elementos o sustancias: fuego, aire, tierra y agua. El siguiente paso lo dio otro filósofo griego de la misma época, Alcmeón de Crotona, quien sugirió que la salud es el equilibrio o isonomia de los componentes del cuerpo humano, mientras la enfermedad es consecuencia del desequilibrio o predominio (monarquía) de uno de ellos sobre los demás. La combinación de estas dos ideas es lo que se conoce como la teoría humoral de la enfermedad.[12]

El equilibrio de los humores no fue concebido como un balance puramente cuantitativo, en vista de que cada uno de los humores tenía otras propiedades cuyo equilibrio cualitativo era indispensable para conservar la salud; por ejemplo, la sangre era caliente y húmeda, la bilis amarilla era también caliente pero seca, la bilis negra era seca y fría, y el agua era fría y húmeda. A través del tiempo las propiedades de cada uno de los cuatro humores básicos se fueron modificando y las relaciones entre ellos se hicieron más complejas. Sin embargo el esquema general conservó su estructura lógica: cuando un cierto humor disminuía en su concentración, los síntomas del paciente correspondían a la ausencia de algo: sensación de vacío, mareo y pérdida de peso, en cambio el exceso o acumulación de cualquiera de los humores producía dolor y congestión. Además la teoría humoral también postulaba la existencia de un “calor interno”, localizado en el ventrículo izquierdo del corazón; este calor servía para derivar los cuatro humores de los alimentos, para mantenerlos en movimiento, para mezclarlos y conservar un equilibrio adecuado entre ellos. Con estos elementos los médicos hipocráticos tejieron una malla muy compleja de explicaciones para distintas enfermedades, pero siempre terminaban proponiendo tres tipos generales de tratamiento: sangría, purga y dieta. La sangría tenía como meta eliminar el humor que se encontraba en exceso o que había cambiado sus propiedades de manera anormal; la purga era para completar la eliminación del humor excesivo o alterado, y la dieta era para evitar que a partir de los alimentos se volviera a formar el humor responsable del desequilibrio.

La teoría humoral de la enfermedad fue acuñada en la edad de Oro de Grecia (siglo V a.C.), sobrevivió con mínimas alteraciones el ocaso del mundo helénico (siglo I a.C.), la emergencia, zenith y derrumbe del Imperio Romano (siglo I-III d. C.), las vicisitudes del Imperio Bizantino (siglos III-VI d. C.), la dolorosa y prolongada oscuridad de la edad media (siglos VI-XIII) y todavía reinaba en los albores del Renacimiento (siglos XIII a XV). A principios de la era Cristiana fue recogida y elaborada por Galeno de Pérgamo, quien se transformó en la figura médica principal durante los 14 siglos siguientes. Esto se debió en parte a la indudable maestría de sus numerosos escritos, pero también en parte a que la ortodoxia eclesiástica identificó en ciertos textos de galeno un atractivo monoteísmo (e ignoró otros que eran claramente paganos), lo que junto con su postura autoritaria e intransigente hizo fácil su adopción oficial y la exclusión de todas las otras teorías sobre la enfermedad.[13]

La teoría humoral tenía varias virtudes, pero quizás la más sobresaliente era que no juzgaba la causa o etiología de la enfermedad, sino que más bien se refería al mecanismo o patogenia del proceso morboso; de esa manera dejaba el campo libre a cualquiera otro concepto o idea que pretendiera funcionar como causa del padecimiento. Este vacío fue llenado por el concepto religioso de enfermedad, que creció en importancia desde los principios del cristianismo y a lo largo de toda la Edad Media: de acuerdo con este concepto, la enfermedad es enviada por Dios como castigo a la conducta del hombre, por sus pecados y su incumplimiento de las leyes divinas. Durante las grandes epidemias de peste bubónica en los siglos XII y XV en Europa, las catedrales se llenaban de fieles que iban a suplicar piedad y perdón a Dios, para que suspendiera su horrendo castigo (incidentalmente estas aglomeraciones favorecían todavía más el contagio y la diseminación del padecimiento). Otro ejemplo son las peregrinaciones a Santiago de Compostela, realizadas durante gran parte de la Edad Media y hasta mucho tiempo después, por enfermos y tullidos de toda Europa, que iban a postrarse a los pies del santo y a suplicarle que les devolviera la salud.

A fines del siglo XV y principios del siglo XVI en todos los países católicos de Europa (que eran la gran mayoría) el pensamiento médico general sobre la enfermedad era una combinación del concepto religioso y de la teoría humoral. En España, que entonces era el país más católico de todos, que en el mismo año en que Cristóbal Colón llego a América había expulsado a los judíos sefarditas de su recién reconquistado territorio, y que muy poco tiempo después crearía la santa Inquisición y se convertiría en el líder indiscutible de la Contrarreforma, el concepto de enfermedad estaba profundamente arraigado, y con él la teoría humoral, que merecía la aprobación de la Santa madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

El humoralismo galénico llegó a América junto con los primeros médicos españoles, en vista de que formaba la parte central de la enseñanza de la medicina en las escuelas peninsulares de fines del siglo XV.[14] En 1578, en el segundo libro de medicina publicado en América y primero en español (el primero lo publicó en latín el Dr. Francisco Bravo, en 1570, titulado “Suma y Recopilación de Cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa”, Alonso López de Hinojosos presenta un resumen de sus conocimientos sobre los humores, que ilustra muy bien las ideas medievales sobre el tema:


  • La sangre es un humor caliente y húmedo de la más templada parte del quilo engendrada y en su color pura y de color colorada.
  • Cólera es un humor caliente y seco de la más templada parte del quilo engendrada y es de color cítrico tirante al amarillo.
  • Flema natural es un humor frío y húmedo de la menos cocida parte del quilo engendrado, y es de color blanco y sin sabor alguno.
  • Melancolía es un humor frío y seco de la más gruesa parte del quilo engendrado, de color es algo morado y oscuro, o como ollín…
Las semejanzas que estos cuatro humores tienen con los cuatro elementos son éstas: la sangre tiene su semejanza al aire, el cual es caliente y húmedo: la cólera es semejante al fuego, el cual es caliente y seco. La flema al agua, la cual es fría y húmeda y la melancolía se compara a la tierra, la cual es fría y seca…[15]

En el mismo volumen en la discusión de pestilencia o cocolistle, Alonso López de Hinojosos suscribe el concepto religioso de enfermedad de la manera siguiente:

Para que conociésemos que no era la causa de esta enfermedad la conjunción de las estrellas como los astrólogos dijeron, ni corrupción de los elementos como los médicos pensaron, sino que era propia voluntad de Dios, para que más claro lo viésemos ordenó Dios que en tiempo blando que no teníamos sospecha de corrupción de elementos porque llovía cada día, no hacía frío ni calor en un día que anochecía y amanecía lloviendo, en ese propio tiempo se murieron muchos negros e indios chichimecos, que quedó México y las minas y toda la Nueva España casi sin servicio.[16]




IV. CONCEPTOS DE ENFERMEDAD EN LA NUEVA ESPAÑA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI





Hasta aquí hemos visto que, en la víspera de la conquista, los conceptos de enfermedad mesoamericano y español no eran muy diferentes: ambos eran mágico-religiosos, ambos concebían a las enfermedades como castigos divinos enviados para expiar culpas y pecados, ambos aceptaban que el destino del hombre estaba regido por los astros, y aunque cada uno tenía ideas distintas acerca de los mecanismos por los que se producían los padecimientos (introducción de objetos o pérdida del alma, los mesoamericanos, versus desequilibrio de los humores, los españoles), los dos eran iguales en la falta completa de relación de tales ideas con la realidad . Si acaso, la medicina indígena era un poco más compleja que la europea, gracias a la gran riqueza de su herbolaria, aunque en este renglón los españoles contaban con Dioscórides y con Galeno. las diferencias entre los dos conceptos de enfermedad eran más bien de nomenclatura y de detalle: los dioses respectivos tenían nombres funciones y mitologías diferentes, muchos de los pecados y varias de las violaciones a las reglas morales y religiosas eran de distintos tipos, algunos de los ritos propiciatorios para apaciguar a los dioses ofendidos eran muy diferentes, y ciertos procedimientos terapéuticos utilizados por los ticitl se apartaban por completo de los tratamientos favorecidos por los médicos europeos. Sin embargo, también en los detalles de la práctica médica había paralelismo entre los mesoamericanos y los españoles, como los rezos y los encantamientos, la quema de copal u del incienso, la confesión y las promesas de enmienda, el uso de purgantes y sangrías, los baños de vapor (el temazcal de los nahuas no era muy distinto a la famosa cura “española” de la sífilis), el uso sistemático de terapia múltiple, así como la cirugía traumatológica y de las heridas de guerra, que eran muy semejantes. Por lo tanto, no debe sorprender que durante la conquista y hasta algún tiempo después los españoles, que no tenían médicos o barberos suficientes para su atención, aceptaron y hasta prefirieron los cuidados y siguieron los tratamientos que les indicaban los ticitl nahuas.

Con la llegada de los evangelizadores y de más médicos y cirujanos españoles se inició la supresión de la medicina mesoamericana y su sustitución por la española: desde luego se proscribió, bajo las penas más severas, la práctica de las idolatrías, o sea que se sustituyeron los dioses nahuas por el Dios de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, junto con la Virgen María y todos los santos. la causa de la enfermedad siguió siendo el enojo divino por el comportamiento inmoral o sacrílego de los hombres, pero ahora ya no eran Tezcatlipoca, Tláloc, XipeTotec, Xochipilli o las Cihuateteo los dioses ofendidos, sino Dios Nuestro Señor, el Espíritu Santo, Jesús, la Virgen, el Santo Niño y otros santos más. También se prohibió la hechicería, no porque fuera ineficiente (desde luego no lo era), sino todo lo contrario, basada como estaba en la psicoterapia más efectiva) sino porque se consideró como conectada con el demonio. Junto con sus dioses y sus hechiceros, los indios también perdieron gran parte de sus recursos terapéuticos rituales, que fueron sustituidos por los correspondientes españoles, pero conservaron su herbolaria, la cual fue adoptada casi en su totalidad por los españoles.



El resultado del intento de eliminar la medicina mesoamericana y de reemplazarla por la española fue doble: por un lado, y gracias a las grandes similitudes de concepto y de estructura básica entre los dos sistemas médicos en pugna, en apariencia los indígenas aceptaron el cambio de forma y adoptaron la nomenclatura y los rituales del conquistador, que en el fondo no eran tan diferentes de los suyos, pero por el otro lado, de manera encubierta y subversiva, continuaron practicando su antigua medicina mágico-religiosa en todos sus detalles, lo que dio origen a lo que hoy se conoce como medicina “tradicional”. Además la propia medicina europea sufrió lo que se ha llamado aculturación inversa, al incorporar muchas plantas, algunos animales y hasta piedras en sus tratamientos, como puede verse en las obras de Agustín Farfán (1579), de Juan de Barros (1607), de Gregorio López (1672), de fray Agustín de Vetancurt (1698), de Juan de Esteyneffer (1712) y de otros más[17].


V. MEDICINA TRADICIONAL Y MEDICINA CIENTÍFICA EN MÉXICO


Como hace 500 años, hoy también coexisten en México dos medicinas, heredadas de la mesoamericana y de la europea, que se encontraron por primera vez cuando los dos mundos se descubrieron mutuamente. Sin embargo, en los cinco siglos transcurridos desde entonces, los conceptos de enfermedad que inicialmente se enfrentaron, y que como hemos visto no eran en esencia muy diferentes, se han ido transformando progresivamente. La medicina indígena, que como consecuencia de su mestizaje incorporó muchos elementos de la medicina europea del siglo XVI, es la que ha cambiado menos, aunque la modernización general de la vida, los medios de comunicación, la movilidad social, la educación y la difusión de los productos farmacéuticos han dejado su huella. De todos modos, conserva su rico y extenso patrimonio de plantas, animales y minerales que usa en sus tratamientos, junto con antiguas indicaciones y recetas para prepararlos y administrarlos; también persisten los curanderos, yerberos, comadronas y otros personajes más, que son los encargados de diagnosticar, de recetar y aplicar los tratamientos y que gozan del respeto de la comunidad, junto con los brujos o hechiceros, que son capaces de causar padecimientos, accidentes o problemas sociales y económicos, y que, si no son respetados, si son temidos por el grupo con el que conviven (es frecuente que el curandero también pueda actuar como brujo y viceversa); el concepto de enfermedad sigue siendo mágico-religiosos y el sujeto afectado sufre su padecimiento como un castigo divino, aunque los antiguos dioses mesoamericanos han casi desaparecido y el panteón teológico es el de la Iglesia católica; también se conservan los mecanismo de producción de los síntomas o las enfermedades, como introducción de objetos, pérdida del alma, el mal aire, la ingestión de alimentos “calientes”, y otros más.[18]

En cambio la medicina europea del siglo XVI, que también se transformó con el mestizaje incorporando sobre todo elementos de la terapéutica herbolaria indígena, ha cambiado radicalmente y ya no se parece prácticamente en nada a lo que era hace cinco siglos. El factor más importante en este cambio fue el desarrollo de la ciencia y la tecnología a partir del renacimiento. La medicina se hizo científica en forma progresiva, pero su transformación se aceleró a partir de la publicación del libro de Vesalio, De humani corpori fabrica, en 1543, y del libro de Harvey, De motu cordis, en 1628. Estos libros inauguraron un nuevo espíritu dentro de la medicina: la necesidad de plantear e intentar resolver los problemas de las enfermedades y sus tratamientos dentro del mundo de la naturaleza y con apego al método experimental. También la ciencia en general se apartó poco a poco de las explicaciones teológicas, hasta que en 1859 Darwin publicó su Origen de las especies, con lo que la separación fue completa.[19] Al desaparecer el mundo sobrenatural de la medicina también se eliminó la idea del pecado o de culpa como causa de las enfermedades, con lo que los padecimientos pasaron a ser fenómenos naturales y morales neutros (aunque todavía quedan resabios de los viejos tiempos, como cuando se señala que el sida es un “castigo de Dios”.) El mismo rigor científico se aplicó al análisis de los tratamientos, con lo que muchos de ellos, que habían sido utilizados por los siglos, se descartaron cuando se demostró o que no servían para nada, o que causaban tanto o más daño que la misma enfermedad; un ejemplo muy conocido de esto fue la impecable demostración estadística (le méthode numérique) por Louis, en el primer tercio del siglo XIX, de que las sangrías eran inútiles o hasta peligrosas en el tratamiento de las neumonías.[20] De modo que en la introducción del espíritu científico en la medicina esta ciencia sufrió una transformación profunda, que la hizo radicalmente distinta de lo que era antes en Europa, cuando por primera vez se encontró con la medicina mesoamericana.

Aunque la medicina “tradicional” y la medicina “científica” difieren hoy en muchos aspectos, como el concepto de enfermedad, la naturaleza moral de los padecimientos, los criterios diagnósticos y de tratamiento, hay algo que siguen conservando en común, no sólo entre sí sino con todos los otros sistemas médicos con los que coexisten, como la homeopatía, la “ciencia cristiana”, la “medicina espiritualista”, la osteopatía y otras más. Todas las medicinas coinciden hoy, como lo han hecho siempre, en que la relación médico: paciente más efectiva es aquella en que ambos comparten las mismas creencias sobre lo que son las enfermedades y sobre la eficiencia de sus tratamientos, cualquiera que estos sean, y esas creencias son también aceptadas por el núcleo familiar y social en que se da consulta. El elemento psicosomático positivo implícito en una relación basada en la confianza dada por la comunidad de ideas y costumbres tiene una puerta terapéutica enorme; de hecho, es muchas veces la única explicación que existe para la mejoría o hasta la curación de ciertos pacientes a los que ni las yerbas tradicionales, ni las medicinas de patente moderna les sirven para nada.[21]

Médico patólogo e inmunólogo, investigador, divulgador de la ciencia y académico mexicano.


Notas:

[12] Pérez Tamayo, R.: La teoría humoral de la enfermedad, en El Concepto de Enfermedad. México, UNAM, CONACyT y Fondo de Cultura Económica, 1988, tomo I, pp. 93-151
[13] Magno, G.. Galen-and into the night, en The Healing Hand. Man and Wound in the Ancient World. Cambridge, Harvard University Press, 1975, pp. 396-422
[14] Somolinos d Árdois, G.: El fenómeno de fusión cultural y su trascendencia médica, en nota 2, 1979, pp. 99-173.
[15] López de Hinojosos A.: Suma y Recopilación de Cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa. México, Acad.Nac.de Medicina, 1977, 3ª.ed., pp. 96-97.
[16] Nota 15, p. 210.

[17] Comas J.: La influencia indígena en la medicina hipocrática en la Nueva España. Amer. Indig. 14: 327-361, 1954. Del mismo autor, ver también. Un caso de aculturación farmacológica en la Nueva España del S.XVI: el “Tesoro de Medicinas” de Gregorio López. An Antropol. 1:147-173, 1964. La medicina aborigen mexicana en la obra de Fr. Agustín de Vetancurt. An Antropol. 5: 129-162, 1968. Influencias de la farmacopea y terapéutica indígena de la Nueva España en la obra de Juan Barrios. An Antropol. 7:125-150, 1971.
[18] Anzures y Bolaños, M. C.: La medicina tradicional hoy: sincretismos y conflictos, en La Medicina Tradicional en México, México, UNAM, 1989, 2ª. ed.
[19] Mayr, E.: One Long Argument. Charles Darwin and the Genesis of Modern Evolucionary Thought. Cambridge, Harvard University Press, 1991, passim.
[20] Pérez Tamayo, R.: ¿Qué es y en dónde está la enfermedad?, en nota 15, Tomo II, pp. 57-139
[21] Pérez Tamayo, R.: La medicina alopática y las otras medicinas, en Notas Sobre la Ignorancia Médica y Otros Ensayos. México, El colegio nacional, 1991, 99.225-235. 






Fuente: Raíces Indígenas Presencia Hispánica, Editor Miguel León Portilla, El Colegio Nacional, México, 1993.