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sábado, 18 de agosto de 2018

NECESIDAD DE ESCRIBIR


Obra del pintor suizo Albert Anker, "El escritor"

Por Teo Revilla Bravo 


Cómo escribir y no morir en el intento. Esta frase, algo redicha, me ha venido a la mente al pensar en la dificultad que tenemos quienes nos dedicamos a esta actividad por un motivo u otro. Aunque dicen que se escribe o se ha de escribir porque sí, sin pretender nada concreto como no sea el propio desahogo, algo éticamente loable que puede ayudarnos a conocernos mejor. Escribir con fines preestablecidos, o de lucro, es otra cosa bien diferente, las más de las veces ligada a una forma de trabajo convertida en obligación; en tal caso, si se escribe desde la honestidad, puede ser también es una catarsis por decirlo de manera prosaica, limpieza que aligera el alma del peso con que nos vamos cargando por unas causas o por otras a lo largo de la existencia. 

Escribir es también un intento de crear una realidad alternativa, un generoso desprendimiento de lo propio, una necesidad imperiosa por descomponernos y a la vez compensarnos a fuerza de fabular creando embustes, manipulaciones o fantasías, como pretextos de una supuesta verdad propia que no nos acaba de convencer. Fabular es dejarse ir, es descubrir delirios que nos fascinan, y que a la vez pueden hacerlo a un posible lector. 

Escribimos, sentimos la necesidad. A veces contando verdades sobre nuestras vidas, o quizás sobre la visión que quisiéramos tuvieran esas vidas y los movimientos que pudieran darse en ellas, algo no siempre fácil. Para lograrlo tenemos que valernos de la experiencia y de la aptitud que creemos poseer para tergiversar o no la realidad propia o ajena y poder crear contextos alternativos en un acto de desesperación, de metamorfosis, o de imperiosa necesidad de escupir en escabroso ejercicio angustias y desaciertos, sentimientos que por dentro nos arañan o nos hacen sufrir. Hay que lograr, en todo caso, no caer en el sentimentalismo ni en decoros absurdos y engañosos. Sí escribir sin piedad ni compasión, latiendo y vibrando con cada palabra, sinceros hurgadores en lo crudo del laberinto personal, pero evitando cualquier demostración banal del ego. 

Permanecemos ante lo escrito. Lo releemos, lo revisamos, y al cabo continuamos ufanos sabiendo que será difícil llegar a un punto final que nos complazca. Sabemos que nada se acaba, que todo escrito puede continuarse, que es un proceso siempre abierto a algo, pues cada instante que llega, aún siendo los mismos, somos otros. Quizás por eso sea difícil detenerse en un punto al que darle final, pues va cambiando con la edad el conocimiento, el estilo, y el riesgo que en ello ponemos. 

Escribir, revisar, corregir. Y a medida que se escribe, más preguntas surgen, más cuestionamientos se nos plantean, más ganas de desertar –tachar, romper, eliminar-, sintiendo a la vez la necesidad de continuar. 

Se gana en seguridad. Pero dentro de la innegable incertidumbre que nos acompaña, sabedores de que los retos son cada vez mayores, que nos vamos convirtiendo en prisioneros de nosotros mismos: no queremos promover o estimular algo, que al cabo nos disminuya o minimice: el ego se revela. ¿Le falta humildad al escritor? No exactamente, pienso, pues vive dentro de una marea que lo arrastra e impulsa irreprimiblemente, mientras va intentando descubrir complejos procesos morales a los que dar respuesta, de ahí esa aparente osadía que puede cuestionar su naturalidad. 

Cuando comenzamos a escribir, a veces sabemos a dónde pretendemos llegar; otras, escribimos compulsivamente de manera aparentemente improvisada. Mientras avanzamos en la escritura todo va cambiando como en un paisaje, a menudo hasta la idea primigenia que nos impulsó a hacerlo. Disfrutamos poniendo el dedo en la herida, hurgando en lo que nos duele o preocupa, sea personal, social o de índole político. Somos observadores sensibles de cuanto pasa por dentro de nosotros, y por fuera también curiosos de lo cotidiano en ese intento por analizar lo complejo del comportamiento humano. Y lo hacemos por unas vías o por otras, con acierto o sin él, llevados de la mano impulsiva de una imparable inquietud. 

Introspección y ambigüedad son nuestras compañías. Nadie está en posesión de la verdad. La verdad quizás sea solamente una palabra para defendernos de la propia mentira. ¿Cómo hacer un juicio moral? ¿Qué consideramos moral? ¿Aquello que se establece como tal? En tal caso, estructurándolo desde nuestra particular percepción, al escribir lo añadimos a un debate general. No podremos explicar, por mucho empeño que pongamos, la clave para lograr una sociedad feliz, conscientes de que es imposible que exista. ¿Para qué escribir entonces? ¿Qué nos arrastra a ello? ¿Hallar una armonía, una compensación al pensamiento que nos aflige, dar sentido a nuestras vidas? Hay, pues, que escribir, desde la modestia. Cuando ponemos alma, vamos y venimos desde lugares de interrogación y dolor, haciéndolo desde la interpelación constante, desde el dilema que supone vivir intentando hallar tranquilidad para nuestros ánimos. En todo caso, hay que escribir desde la convicción y la sinceridad, traspasando ambigüedades, liberándonos de modas, de críticas interesadas, de porfías, de la posibilidad o imposibilidad de ser publicados o permanecer inéditos.


Barcelona.-24.-04.-2009.

©Teo Revilla Bravo.

Fuente: https://entrepalabrasysilencios.blogspot.com/2018/03/oficio-de-escribir.html?spref=fb

domingo, 15 de abril de 2018

ESCRIBIR II


(El poeta Juan Ramón Jiménez visto por Joaquín Sorolla)


Por Teo Revilla Bravo

Escribir es explorar. Es una manera de alentar estímulos, de inhalar aire, de crecer y sobrevivir a las catástrofes diarias que acontecen en nuestro interior intentando extraer inteligencia y agudeza a través de la intuición y de las sensaciones. No conformándonos, huyendo de la realidad más próxima para aventurarnos -gran desafío- en regiones inexploradas y detenidas en un intento por removerlas. Un canto a la luz es, un reflejo de músicas, un arañar y quitar las esquirlas que deja al paso día a día la muerte lenta.

El punto formal de la escritura ha de ser libre, ha de ser transgresor. No hace falta guardar fidelidad a la métrica clásica ni a parámetros establecidos, ha de tener voz personal ajena a cualquier tipo de formalidad, siendo autobiográfica en su estructura y con señales propias suficientes como para llamar poderosamente la atención. Escribir exige consignar razones insondables, casi siempre subyacentes. Es un proceso de necesario desbarate de todo aquello que incomoda y estorba como son las tensiones y ansiedades del momento, desnudando la elipsis que nos aprieta y confunde, de tal forma que se replanteen nuevos y constantes amaneceres. La escritura ha de sondear en las circunstancias que vive el poeta o el escritor, antes de conceptuarlas. Un poema es literatura, cuando concibe o expresa de nuevo la realidad y ayuda a su innovación replanteando el mundo -sentimiento profundo- de quien lo lee o escribe.

Escribir es otra adicción más a la existencia. Una vez iniciados, no podemos dejar de concebir este hecho como realidad propia. Escribir es plasmar un diálogo, desde lo personal transferible, para hacerlo extensible a los otros, descubriendo nuevos espacios con arresto imaginativo desde la ecuanimidad y la experiencia. Escribir una estrategia para profundizar en lo íntimo del ser humano, renovando el pasado agobiante a través de filtros vertidos como versos, de tal manera que conviertan el hecho de escribir en un análisis profundo sobre la sociedad y la vida. Escribir es reconocerse en la duda, en la indecisión acosadora, en la incertidumbre del devenir, transitando por el vacío aparente que se abre ante nuestros ojos y sentir que el mayor precipicio que nos amenaza está dentro.

Escribir es emprender un viaje, intentando atrapar lo inasible recorriendo espacios asombrosos con dificultades y sorpresas, con cansancios y fatigas, abarcando territorios, inaugurando paisajes con una terquedad sin límites, la mayoría de las veces ejercida en batallas baldías aparentemente, pero que nos van posicionando mientras vamos ganando terreno a esos parajes inexplorados que invaden la imaginación; ir tras edenes intuidos, partiendo desde una soledad que siempre invoca a la vida y a la muerte como constantes irrenunciables. Ahí el hecho poético, como larga afinación del raciocinio; ahí la creencia en el poder comunicador de la palabra, como reflejo de vida
.
Escribir es ir cifrando un mundo de emociones con rigor estético a través de un aprendizaje continuo, itinerario de un viaje cuyos puntos de partida y de llegada son con frecuencia un espejismo que nos puede dejar detenidos en un limbo de nadie, cerco que incluye el ansia de lo posible junto al desencanto de lo que ya no puede ser. A veces intentar escribir es como estar ante un tiempo suspendido, donde creemos imposible tomar contacto con lo anhelado excepto si volvemos al camino e iniciamos un viraje donde sea posible, de alguna sorprendente manera, recuperar lo perdido aunque solamente sea para volverlo a extraviar. Hemos de ir cifrando leras, hasta que las palabras nos lleven a un hecho sorprendente que se habrá de identificar con plenitud e interioridad. Sin disfraces; sin tecnicismos cargantes; sin estorbos ni falacias; libre y sincero, en regresión necesaria a través de un catártico remedio que obre el milagro de llegar a lo verdaderamente literario. Escribir poesía por ejemplo, es dejar constancia de que al hacerlo nos vamos descubriendo humanamente en los otros. Así, en cada circunstancia significativa que se da, en cada magnificencia de vocablo, desafiaremos el sentido del verso asentándonos en la soledad como si estuviéramos ante un relámpago deslumbrante de imaginarios efectos, halo que nos ronda siempre, pero que sólo a veces, muy pocas veces, se nos revela de verdad.

©Teo Revilla Bravo.

Barcelona.-02.-02.-2011.

lunes, 27 de febrero de 2017

LA NARRACIÓN


Pintura de Albert Anker

Teo Revilla Bravo











El ser humano tiene una gran necesidad de manifestar, de expresar, de comunicar, de exponer y revelar impresiones y sentimientos, tanto a sí mismo como a los demás. Narrar es querer contar o exponer ese algo, a quien quiera interesarse por él. Narrar con habilidad literaria es haber conseguido hacer, tras muchos escritos previos, numerosas hojas desechadas y cuantiosas correcciones, buena literatura. Pero a la vez, es ir más allá del mero hecho de contar una historia cualquiera por contarla; es exponer con tino, magia, seguridad y buen ritmo, hechos o argumentos –reales o imaginarios- que contagien y asombren por su calidad. Ahí es donde descubrimos al buen escritor, al literato nato que nos agrada y que posiblemente seguiremos. Para que esto suceda, el escritor ha de saber entusiasmarnos; ha de llenarnos de bellas obras literarias, se cuente lo que se cuente en ellas, ya que de lo que se trata en literatura es el cómo se cuenta, más que el qué se cuenta. Para que esto sea así, se ha de narrar desde el corazón y desde la vivacidad; se ha de saber contagiar ilusiones y novedades, a través de historias que nos envuelvan y nos sumerjan en refulgentes universos.


Cuando hablamos de narrativa como género literario, lo asociamos inmediatamente al cuento y a la novela, pero el género incluye también la leyenda y el mito. Sólo cuando intentamos definir qué es un cuento, qué una novela, qué leyenda o mito, empezamos a comprender la complejidad y la dificultad que encierra el término en sí y su realización. No es fácil ser buen comunicador, ni mediante la letra escrita ni mediante otra forma de arte… La narrativa es un proceso de transmisión de imágenes, mediante el cual el autor crea personajes, a veces complejos y difíciles, con el fin de expresar ideas e impresiones, describiendo aconteceres objetivos o subjetivos, externos o internos, que han de hallarse envueltos en una serie de sucesos, desde donde se va profundizando en sus complejidades y laberintos ojalá que con mucho acierto. Para que esto sea posible, se requiere un principio, un fin, y una secuencia bien calibrada de las acciones a desarrollar en el tiempo en que esos hechos transcurren. Todo ello constituye el complejo hilo narrativo. Y es, a través de esta sutil serie de secuencias, que seguimos el curso y acontecer de uno o varios personajes, dependiendo del contexto y del lugar concreto donde queramos ubicarle o ubicarlos. Todo esto ha de gozar de un orden bien organizado, a través de capítulos o de pausas que den lugar a los diferentes momentos o respiros de los que ha de beneficiar la narración. Este cuento o novela que escribimos con entusiasmo cobrará relevancia, cuando esté realizada de manera atractiva y se haya transferido un mensaje que, al tocar temas de interés universal, permanezca en el tiempo. Si todo esto coincide adecuadamente, el hecho puede suponer haber logrado una buena obra literaria.

El género narrativo es uno de los grandes géneros literarios que existen. Lo podríamos definir como un conjunto de obras que cuentan acontecimientos. El escritor es la persona que exterioriza esa narración, el encargado de dar a conocer un peculiar, prodigioso y atrayente universo creativo. 


Barcelona.Noviembre. 2014.



©Teo Revilla Bravo.

https://www.facebook.com/groups/173539573078204/?fref=ts

domingo, 25 de septiembre de 2016

EL IMPULSO DE ESCRIBIR


Retrato de Fernando Pessoa” pintado por el artista José de Almada Negreiros


Por Teo Revilla Bravo


" (...) Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren."

Julio Cortázar



Escribir es un impulso de libertad creadora; una necesidad de intentar hacer trascender lo que se siente dentro, darlo voz y aliento, manifestarlo pese a la dificultad dándole forma de escrito. Para ello hay que encontrar la manera de hallar el enfoque oportuno, de tener la concentración y perseverancia necesarias. La dificultad que sentimos, las dudas, los grandes o pequeños problemas que en cada línea pueden ir apareciendo deben de quedar transformados en estímulos que nos permitan seguir participando en la singular carrera por alcanzar el máximo acierto. Del temperamento propio, del concepto artístico que cada uno posea, de la constancia y la superación, nacerá el milagro de saber crear una novela, relato, o poesía. En ese acierto, resolviendo espacios, perspectivas y matices, estará impresa, con mayor o menor fortaleza, la personalidad, el contraste entre otros escritores y nosotros, la diferenciación, el sello personal.

Saber redactar un escrito literario no es nada fácil, ya que hay que poder superar un profundo escollo que a menudo se hace complicado y difícil. Siempre nos falta y faltará un plus de conocimientos generales y otro plus, quizás más grande, sobre la propia lengua, pues ésta no nos alcanza con escribir sin faltas de ortografía, es algo mucho más complejo. Sólo la experiencia, el estudio, la lectura, el haber redactado mucho y durante tiempo, llevan al ágil y certero manejo del lenguaje. Leer libros, prestar atención a la manera en que se expresan las oraciones en sus textos, es uno de los mejores procederes que tenemos para aprender a mejorar como escritores.

En todo el proceso ha de haber una expectativa que nos emocione, algo, un monólogo interior, un deseo indefinido que nos impulse a escribir y trasmitir con verdadera pasión lo que sentimos. Cuando este algo está decidido, cuando tenemos una razón previa que nos induce a ponernos en marcha, es menester sentir con intensidad ese estímulo. Las cosas están ahí, y nosotros tenemos la palabra para interpretarlas; el mundo, la vida, nos sale constantemente al paso. Debemos penetrar en él, poseerle e interpretarle. Para ello dependemos de la palabra, y ésta llegará si escribimos sobre algo que verdaderamente deseamos. Es importante saber qué decir, cómo decirlo, por qué lo queremos decir. Luego irán llegando a la mente ideas o frases sueltas que conviene anotar y ordenar cronológicamente, lo que facilitará el curso de la escritura.

Inicio, desarrollo y final, son las tres fases por las que pasa todo escrito, algo que tendremos que tener en cuenta en todo momento sin queremos tener aciertos. La escritura, como el arte en general, es, aplicando nuestro intelecto, un medio maravilloso que recoge las manifestaciones más puras y libres del deseo infinito del hombre por alcanzar la gran ilusión de la libertad. 



Barcelona, julio de 2016.

©Teo Revilla Bravo.

jueves, 28 de enero de 2016

LABOR DE AUTOR


(Algunas consideraciones).





Teo Revilla Bravo


La amplitud de la labor literaria es consecuencia de la dedicación del autor a una continua “Obra en marcha”, especialmente en el género de la poesía y en el marco de una vida en constante creación. Una vida y una poesía que configuran un extenso episodio de la historia de la cultura personal -siempre en proyección abierta al otro-, bajo el prisma inconfundible de lo íntimo. Por eso la obra poética –en realidad cualquier honesta obra artística- es un sincero esfuerzo, un logrado y entusiasta resultado que ha de ser realizado sin complejos y con cierto conocimiento e intuiciones de las claves a seguir. El poeta o creador debe cautivar y apasionar al lector o espectador mientras efectúa una labor sintética, sólida y encomiable: la “Pasión perfecta”, esa obsesión en la elaboración de su obra en constante disputa con su propio temperamento.

Indagar desde dentro es como desbloquearse poco a poco, es ir puliendo y limando esos sedimentos que nos va dejando la vida; penetrar, dar con ellos, discernir, meditar, estudiarlos y contemplarlos con rigor, con el fin de ir entendiéndolos en un hallazgo propio a través de una práctica de autoanálisis, poetizando esas huellas que nos dejó la vida, transparentándolas en lo posible como una labor arqueológica, creando de esa suerte una obra artístico-literaria que sea un reflejo más de lo que compone nuestro universo y bagaje personal. Catarsis lo llaman, limpieza, sensación de libertad al dejar libres miasmas y desarreglos acallando los gritos interiores hasta esos momentos irresolutos. Pero ha de hacerse silenciosa y honestamente, sin tremendismos ni fatuos lirismos, con voz auténtica y sincera; porque a al final, lo que le interesa de verdad al poeta no es la poesía, que sí, sino la vida: entender la vida, su vida. En ese contexto ha de expresar al hombre antes que al literato o al artista. Este punto es importante. Por tanto, al interesarnos la vida como algo que hay que lograr comprender, el arte se ha de concebir como algo vital, no como un producto enlatado de laboratorio donde se discriminan los contenidos suscitados por la intuición y el sentimiento. Enseguida, al leer, ver o escuchar, comprobamos quien llega con sus versos o sus obras de un sitio –de la vida- o del otro –del laboratorio-. Yo, personalmente, me quedo con la emoción liberada del primero, puesto que el poeta –si retomamos la poesía- no debe emplear tanto los vocablos para evocarnos representaciones intelectuales y utilitarias, sino para trasmitirnos un estado de ánimo traducido en sentimientos.


Introspección, búsqueda de oscuros intereses en las subterráneas galerías interiores. Emociones que hemos de libertar trasformadas para la luz. Comprometernos con nosotros mismos en esa traslación de dentro a fuera -creación personalísima-, para ir ganando en escritura u obra orgánica y sincera. Es una cuestión de tiempo, de sedimentación y de poda de la frondosidad arbórea de nuestros recuerdos. En este sentido, el escritor –o artista en general- es un asceta, un contemplativo, un virtuoso de la penitencia y del pensamiento cuyo fin es elevarse hacia la paz ya que con frecuencia sufre de las iras del espíritu. Todo lo demás está subordinado a esta conquista. El poeta tiene que buscar lo inasible, luchar para retenerlo y dar así razón a la existencia, asegurándose la posibilidad de pervivir, ya que se encuentra solo en torno al mundo y al poderoso silencio interior. Y asumir que hay que llamarlo a gritos, despertarlo, sacudirlo, movilizarlo a golpe de cincel, pluma, pincel, tomas de imágenes, notas musicales…, lo que sea y como sea, desplegando, voluntarioso, las alas de los anhelos.



 Barcelona, 16 de febrero de 2011.


©Teo Revilla Bravo.

viernes, 22 de mayo de 2015

LA PALABRA Y EL SILENCIO

(A propósito y coincidente con día del libro)


Pintura Orig. Marcelo Neira Tiempo deshow




Teo Revilla Bravo*

Jorge Luis Borges está considerado como una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX.Su consolidada reputación, a base de ficciones que mezclan el más puro discurso poético con los juegos de la palabra, le hacen sin duda único. Él mismo se autodefine en uno de sus poemas “Soy” igualando su figura a la de cualquier otro hombre, como “el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo del hermano”. No obstante, el escritor es mucho más que un mero observador del mundo o la realidad ya que va hacia el transfondo de todo lo que late...

Desde el silencio se crea, se piensa, se intenta conocerse y reconocerse uno mismo. Las grandes ideas van acompañadas de grandes silencios; por tanto, hay que alejarse a menudo del ruido y hasta del mismo murmullo, para sentir y poder crear. Saber hablar y saber callar, es signo de inteligencia; lo uno y lo otro, son inseparables. Carlyle señalaba la grandeza de la Palabra, pero nos advertía, así, ambas con mayúsculas, de que es más grande el Silencio. Y no obstante, qué difícil se vuelve todo esto en nuestro latir y sentir cotidiano en que vamos cargándonos de ruidos, temores, dudas y recelos. Sólo el artista, el creador, el místico, la persona sensible lo entienden y saben amarlo de verdad aunque aparezca a veces, entre silencio y silencio, la pesadilla, ese tremendo desorden mental que a una persona normal puede provocarle un grito de angustia, pero que puede transformarse en genial poesía si llega a alguien que sabe transmutarlo (ansias de desahogo) en frágil y admirable tejido verbal. El problema es que cada vez hay menos traductores de silencios, menos artistas o místicos genuinos, menos poetas que alienten auténticos versos o admirables obras de arte, siendo la obscura sombra la que se pasea por la tierra, la que se hace cargo de recoger y depositar en vano ese legado que se escapa inútilmente, sobre todo a los supuestos eruditos sin alma que andan sumidos en la simple pesadilla grandilocuente que provoca el ruido mediático.

Grande es la palabra que nace del silencio y germina; grande, porque cobra sentido máximo al sacarnos de las sombras, al ir trazando e iluminando el camino que hemos de seguir. Las sombras temen callar y desvanecerse; las sombras huyen de la soledad y del silencio, son ajenas al sentido máximo, corren hacia el bullicio alarmante; la sombras vuelan a olvidarse de sí mismas, generando jactancia y mucha vana presunción artística. Hay que respetar el silencio y recibir de él la luz. Hay que tener esto muy en cuenta, ya que es una falta de respeto para con el lenguaje pretender abolirlo como acertadamente señala en algún ensayo, creo recordar, Octavio Paz, ya que curiosamente la palabra del poeta no puede ser de otra forma, nace de ese silencio clarificador. Debemos aprender a enmudecer, a escuchar los sonidos naturales de la vida, a sentir los prodigios de ese silencio haciendo el esfuerzo de ir hacia su encuentro con la verdadera poesía, lejos del consumismo impersonal que tanto, en supuesta cultura, abunda inundando librerías, museos y salas de exposiciones. Cada vez hay más gritos y alborotos sobre el poeta, la cultura del incesante banal consumo es un verdadero problema.
Yo recomendaría leer a esos escritores que escriben silenciosamente musitando y reinventando palabras sobre el cuaderno, respetándolas y mimándolas tanto como al mismo silencio prodigiador; alejémonos de supuestos eruditos sin alma y de los hombres llamados prácticos que con tanto ruido nos distraen. La lectura verdadera, así como la escritura y la práctica de toda actividad artística sincera, necesita de exclusivo silencio.

Barcelona, 23 de abril de 2015.

©Teo Revilla Bravo.

*Artista, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria: lugar de encuentro de artistas, poetas y escritores de la lengua hispana y sobre todo, de buenos amigos.


http://orbitaliteraria.spruz.com/blog.htm?cat_id=BE479393-16EB-4B32-80F9-F1D141917062


miércoles, 19 de marzo de 2014

ESCRIBIR


      


Teo Revilla Bravo*


Se escribe, se habla, se repite monótonamente tanto… Pero, ¿qué permanece? La mayoría de las palabras se las lleva el viento una vez pronunciadas, las barre la insignificancia una vez escritas, las anonada el olvido… Por eso hay que escribir y sentir la poesía libremente con una intuición especial: la de mantener el equilibrio, la armonía y la medida, sabiendo que hay algo que merece la pena ser dicho y que al decirlo nos libera, desde la propia sensibilidad, de aspectos ásperos de la vida, sin preocuparnos de si otros serán receptivos, que lo serán si el poema es sincero y cabal. La poesía no es un medio para abrumar al lector sino para lanzar emociones y agitarlo; denunciar injusticias, concienciar, abrir el corazón en una celebración de lo cotidiano, de lo que sucede en nuestro interior como canto a la vida y al amor, haciendo prevalecer versos directos con lenguaje preciso, que lleguen al alma desde la propia sensibilidad -alejándonos del realismo más plano-, entre evocaciones íntimas y emociones constantes, que han de revelarse capaces de captar lo poético en la sencillez de lo elemental, como una verdad de lo frecuente simbolizado, de lo que se ve y casi se palpa, de lo que parece escapar pero que logra retener comunicar y transcender: locución, poema, meditación... La poesía se lo debe todo al silencio y a la reflexión.

Poemas de la metafísica personal y de la duda. Experiencias y memorias que se interrelacionan dando lugar a una poesía que medita sobre el paso del tiempo, sobre el acceso a la madurez, sobre la pérdida de la inocencia, sobre el amor y el desamor, sobre los límites de la vida, sobre la muerte -esa muerte de donde se desprende el rayo de la vida- y sus consecuencias ante el misterio o lo existencial incomprendido, bordeando el escepticismo pero sin dejarse caer en él. Ha de ser, en tal caso, una mística de la lucidez; una reflexión personal en un acto de fusionar poemas e imágenes en la memoria, con emoción y contenida vehemencia; con compromiso, experiencia y hasta tensión dramática; y con cierta melancolía como lustre estético, reflejo y vigor de la experiencia...

El peor destino que le cabe en suerte a toda poesía, es ser, a lo largo del tiempo, previsible, monótona, repetitiva. Ha de alterar o tocar las fibras sensibles propias y de quien la leyere. Estando y sintiendo en presente, ha que avanzar sobre el tiempo real, porque parte de su esencia es la intuición y el reflejo de una sociedad siempre en movimiento y creación; ha de impulsar novedad y frescura; ha de abrir cauces y ritmos literarios, saliendo de su asfixia; ha de respirar como alternativa libre y novedosa; ser germen creativo en constante movimiento y expansión…

Cada poema escrito abre un nuevo interrogante, una deliberación o entresijo, un dilema. Quizás por eso estamos impulsados a rehacerlo constantemente, a sentirlo fallido, porque, como en toda obra de arte, esa idea inicial que empuja a su creación, jamás logra significarse del todo: siempre nos falta algo, siempre queda inconclusa e insegura, ya que la palabra poética está oculta tras la voz convencional y hay que averiguarla, hay que liberarla, como nos decía muy bien Vicente Huidobro hablando de la poesía. Ahí nos sentimos rotos, decepcionados e impulsados a indagar más: “Sólo lo permanente cambia”, decía Kant, dándonos cuenta de que el Ahora ya se encuentra adelante, que es un ahora avanzado;“ Un vertiginoso fuera de sí mismo”, como dijo en una reflexión sobre “La palabra en el tiempo”, Manuel Ballestero.

Para un escritor, para un lector posible, la poesía siempre ha de ser novedosa, atrayente, mágica, necesaria para ordenar la propia experiencia y darle sentido a nuestra existencia; ha de ser diferente, inefable, indefinible, un poco ambigua también; a veces indescifrable –lector y escritor han de indagar, pelear con la palabra, acomodarla en el mejor sentir-; ha de ser realista, misteriosa, onírica, mágica, abstracta o surrealista, pero nunca acomodaticia…

Simplemente hemos de dejarla manar y surgir fresca desde el fontanal libre del sentimiento, y beber y dejar beber copiosamente de sus aguas.



* Escritor, poeta y pintor catalán. Autor de varios libros. Fundador y director de Órbita Literaria, círculo de escritores, artistas y buenos amigos.



Barcelona, 17.-04.-2009





ESCRIBIR II



Teo Revilla Bravo


Escribir es explorar. Es una manera de alentar estímulos, de inhalar aire, de crecer y sobrevivir a las catástrofes diarias que acontecen en nuestro interior, intentando extraer inteligencia y agudeza a través de la intuición y de las sensaciones. No conformándonos, huyendo de la realidad más próxima para aventurarnos -gran desafío- solícitos, en regiones inexploradas y detenidas, en un intento de removerlas. Un canto a la luz, un reflejo de músicas. Un arañar y quitar las esquirlas que deja al paso, día a día, la muerte lenta.

El punto formal de la escritura ha de ser libre, transgresor. No hace falta guardar fidelidad a la métrica clásica ni a parámetros establecidos, pero siempre ha de ser con voz personal, ajena a cualquier tipo de formalidad, y autobiográfica en su estructura, con señales propias suficientes como para llamar poderosamente la atención del lector. Escribir exige consignar razones insondables, casi siempre subyacentes. Es un proceso de necesario desbarate de todo aquello que incomoda y estorba, como son las tensiones y ansiedades del momento, desnudando la elipsis que nos aprieta y confunde, replanteando nuevos y constantes amaneceres. La escritura ha de sondear en las circunstancias que vive el poeta antes de conceptuarlas. Un poema es literatura cuando concibe o expresa de nuevo la realidad y ayuda a su innovación replanteando el mundo -desde el sentimiento profundo- de quien lo lee o escribe.

Escribir es otra adicción más a la existencia ya que una vez iniciados, no podemos dejar de concebir este hecho como realidad propia; es plasmar un diálogo, desde lo personal transferible, para hacerlo extensible a los otros; es descubrir nuevos espacios con arresto imaginativo, desde la ecuanimidad y la experiencia; una estrategia para profundizar en lo íntimo del ser humano renovando el pasado agobiante a través de filtros vertidos como versos, que conviertan el hecho de escribir en un análisis profundo sobre la sociedad y la vida; es reconocerse en la duda, en la indecisión acosadora, en la incertidumbre del devenir, transitando por el vacío aparente que se abre ante nuestros ojos, para sentir que el mayor precipicio que nos amenaza está dentro.

Escribir es emprender un largo viaje intentando atrapar lo inasible recorriendo espacios asombrosos con dificultades y sorpresas, con cansancios y fatigas, abarcando territorios, inaugurando paisajes con una terquedad sin límites, la mayoría de las veces ejercida en batallas baldías aparentemente, pero que nos van posicionando, mientras vamos ganando terreno a esos parajes inexplorados que invaden la imaginación; es ir tras edenes intuidos partiendo desde una soledad que siempre invoca a la vida y a la muerte como constantes irrenunciables. Ahí el hecho poético como una larga afinación del raciocinio; ahí la creencia en el poder comunicador de la palabra como reflejo de vida.

Hemos de ir cifrando ese mundo de emociones a través de un aprendizaje continuo, con rigor estético, en un itinerario cuyos puntos de partida y de llegada siempre son un espejismo que dejan al viajero detenido en un limbo de nadie; limbo que incluye el ansia de lo posible junto al desencanto de lo que ya no queda: como en un tiempo suspendido donde es imposible tomar contacto, excepto, tal vez, a través de ese otro viaje inmóvil de la escritura, donde sí es posible de alguna manera recuperar lo perdido, aunque solamente sea para volverlo a extraviar. Hemos de ir cifrando, decía, Hasta que las palabras nos lleven a un hecho sorprendente, que se habrá de saber identificar con sensible plenitud. Todo se ha de ir haciendo con rigurosa interioridad, sin disfraces, sin tecnicismos cargantes, sin estorbos ni falacias, libre y sincero, construyendo un mundo como regresión necesaria a través de un catártico o remedio que obre el milagro de la salud. Escribir poesía es dejar constancia de que, al hacerlo, nos vamos descubriendo únicos en los otros. Así, en cada circunstancia significativa o magnificencia de vocablo, desafiaremos el sentido de cada frase asentándonos en medio de la soledad, como ante un relámpago deslumbrante de versátiles efectos. Un halo que nos ronda desde siempre, pero que sólo a veces, muy pocas veces, se nos revela de verdad.



Barcelona.-02.-02.-2011.


Fuente: http://orbitaliteraria.spruz.com/

miércoles, 6 de noviembre de 2013

ALGUNAS CONDICIONES PARA SER BUEN ESCRITOR



HORACE PIPPIN (1888-1946) Pintor afroamericano  


Por Teo Revilla Bravo



Vocación, tenacidad, entusiasmo en ver y sentir, mucho arresto, mirada axiomática y sentido muy crítico ante lo que se escribe, cómo se escribe y para quién se escribe, redactando sin faltas de ortografía ni errores de puntuación graves; dejándose inundar por un humor secreto, personal, oculto y exquisito; ese humor que después se ha de dejar traslucir en las letras con fina ironía y apacible sutileza. El escritor, ha de lograr, ante todo y sobre todo, un estilo fluido y eficaz, poniendo especial ahínco en cómo narra o cuenta aquello que desea expresar o exponer ante los otros, seleccionando cuidadosamente el elemento o tema a tratar, de tal manera que llegue preciso a la conciencia lectora con notables ideas y amplias imaginaciones -sin machacona insistencia ni llamadas a la atención-, siendo capaz de hacer que ese escrito aparezca como una suave brisa acariciadora, que se impulsa vehemente entregada hacia el leedor. ¿Cómo? Entre otros factores, con un estilo favorablemente desarrollado, favorecido por las proverbiales metáforas que hacen posible la formación de los bellos atributos que toda expresión literaria ha de tener sin que el posible lector, absorto en lo que se le cuenta, lo note como exceso mientras le va inundando de verdad la historia o el relato. Por tanto, lo principal que ha de tener todo aquel que desea ponerse a contar algo mediante la escritura, es hallar ese modo conveniente que lo defina e identifique, que le de seguridad y equilibrio: esa voz inequívoca tan esencial en el mundo del arte, ya que es, sin duda, junto a las cualidades intrínsecas del manejo lingüístico y gramatical que se haya adquirido, el objetivo prioritario. El escritor ha de ilusionar e interesar, o no será; ha de lograr maravillar sabiendo mantener la atención, al crear proposiciones y mundos atrevidos, originales y sobre todo atractivos, a la vez que va perfeccionando, el esfuerzo en el trabajo y el poder de inventiva, capaces de generar riqueza y aciertos; algo esencial en quien desee trasmitir registros artísticos que ayuden a introducir, sensibles, hábiles y novedosas aportaciones al rico universo literario, bien sea mediante lo novelado, relatado o poetizado.

Escribir es como pintar un bello cuadro. La narración ha de poseer justa dosificación y buen temple, reflejando en ese lienzo pasiones, esperanzas, ilusiones, amores, y también todo aquello que nos resulte inquietante, como la injusticia incrustada en casi todos los compendios sociales que nos rodean. Esto, que no es nada fácil de lograr como todos sabemos, se consigue a través del atrevimiento y la constancia, con ese tesón necesario que nos lleve a lograr hallar la debida contención y prudencia como normas básicas, alejando tendencias a lo ampuloso y barroco que siempre cansa, desagrada y aleja, y en lo que caemos con cierta incauta facilidad si no estamos alertas. Hay que corregir el propio estilo, realizar retoques dando el valor adecuado a cada línea escrita, de tal manera que se limen malezas y vicios, fáciles de adquirir cegados por la ilusión y el imparable pálpito aventurero que toda ansiedad artística provoca. La obra literaria, como arte que es, no acaba nunca de realizarse del todo; se va agrandando y alargando mediante la práctica, obligando a actuar sobre ella permanentemente para engrandecerla: todo lo que escribimos, lo que esculpimos o pintamos, etc., forma una global labor artística de índole personal que proyectamos a los otros; aunque, inevitablemente, la vayamos, al menos aparentemente, finalizando en cada entrega, a modo de parcial conclusión. A través de la escritura, nos ejercitarnos en esa tarea de investigación, extraída del contexto en que existimos, labrándola o puliéndola en la medida de nuestras posibilidades. El esfuerzo va indicando el grado de sensibilidad personal que poseemos, la dicha de poder describir el amor por ejemplo y el mismo odio, dándole vías diferentes, reflejando una manera de sentir el aire, la claridad del astro sol, el reflejo de la bella luna en las aguas tranquilas de un lago o sinuosidad de un río a su paso por el apacible llano… Pintar lo visible y lo que está oculto, la ternura intuida de una mirada o la mayor de las tristezas… Todo eso tiene la literatura como posibilidad abierta, el hecho de escribir-describir mediante la perseverancia y la firmeza. Por supuesto que en ese camino de perfeccionamiento de la obra, al cuestionarse por iniciativa propia la realidad que se vive e inquieta, surgen los grandes aprietos, las interminables dudas, las desazones e inevitables conflictos personales; también la observancia, el estudio, y todo aquello que se pretende decir y no se logra expresar con el ímpetu y la certeza que uno, empecinado y porfiado en dejar constancia, quisiera.

Olvidarse de los delirios de grandeza es esencial: ser humildes, adaptables, sencillos y trabajadores flexibles; aparcar en lo posible el ego, y luchar por lograr esos grandes o pequeños sueños con tesón, es algo necesario si queremos obtener esa fuente de claros progresos, como personas y escritores, que nos guíen con gozo hacia la obra honestamente realizada.


Barcelona.-octubre.-2013.


©Teo Revilla Bravo.

miércoles, 16 de octubre de 2013

"SOBRE EL HECHO DE ESCRIBIR..."


por Teo Revilla Bravo

<<Teo, nació en Barruelo de Santullán, Palencia, España. La atmósfera norteña, los colores del campo y de la sierra, la naturaleza siempre esplendorosa de los contornos cántabros, unido al ambiente rudamente minero, vidas marcadas entre la esperanza y la angustia, hicieron brotar en el la sensibilidad que muy temprano le llevaría a la poesía y a la pintura como forma de expresión y sentimiento. Más tarde llegaría la posibilidad de que alguno de esos poemas fueran editados en revistas literarias y en algunos libros de antología poética.

En el 2008 pudo por fin editar su primer libro de poesías "LUCES Y SOMBRAS" que podría definirse como la formación de un concepto de la estética poética a través de recuerdos, semblanzas, sentimientos aún vivos, el hecho de la memoria entre simbologías y signos más allá de la mera anécdota o incluso de la dispersión. Recientemente acaba de aparecer en librerías "CALLADO SILENCIOS">>  
Hay que decir que Teo, además de poeta, es un magnífico escritor y un excelente pintor, que actualmente radica con su familia en Barcelona, España.

Su curriculum es muy amplio y largo de nombrar; sin embargo hay que mencionar que es el fundador, mecenas y director de un grupo de artistas y amigos: Órbita Literaria, en donde -aún los más novatos- hemos recibido una calurosa acogida. 
Teo, ha escrito sobre diversos tópicos de la escritura y el arte, que indudablemente deben ser difundidos, por su claro lenguaje, su profundidad y su actualidad. Éste es uno de ellos:


“Lo primero que tendríamos que saber es el valor intrínseco de la misma escritura como arma cultural. Qué se ha de escribir y para quién, por qué nos tenemos que interesar, cómo hacerlo sin caer en el ridículo de lo factible. Deberíamos reflexionar dos horas antes de ponernos a escribir una sola letra. La proposición no es nada fácil. Todo escritor comienza de verdad a serlo cuando ha entrado en el desespero personal, cuando ha sobrevivido al fracaso, a la intensa búsqueda de un estilo personal y ha aprendido a simplificar y a ser conciso por sencilla que sea su exposición.

No hace falta ser un intelectual ni conocer el ochenta por ciento de las palabras del diccionario, sino poseer un cierto sentido común. Hay que perder el miedo, la obsesión, el orgullo, para convertirnos, ante y con la palabra, en personas espontáneas. Se comienza a ser escritor cuando se ha dejado de rellenar huecos de insatisfacción personal, todo eso que comporta un aprendizaje, ceguera que se va disipando, esquematizaciones previas, básicas ideas filosóficas, producto todo ello de una ansiedad..., y que si bien al comienzo parece lanzarnos entusiastas, al cabo estorba y nubla. Uno ha de ir hacia la escritura lo más limpio posible de todo lastre, sin intencionalidades psicológicas expresas o de conveniencias profundas que atenazan. Luego, todo va dependiendo de las exigencias innatas de cada cual, de los impulsos frenéticos que devienen de la misma necesidad de expresión.

Lo primero que uno se ha de cuestionar es cómo hacerlo, cómo hallar la fórmula mágica. El parabién o la crítica mordaz de los otros, ayudan... Las cosas hay que decirlas con precisión y belleza, que nada falte, pero que tampoco agobie. La mayoría cae en el vicio fácil de ser barrocos y enrevesados en el idioma. Creemos que por buscar y rebuscar hallamos la quinta esencia de la literatura.

Un buen escritor sabe cuándo prescindir de palabras, de adjetivos o de frases enteras y cuando ha de entrar en una sintaxis que transcurra clara como las aguas de un manantial. La retórica y lo reiterativo, abruman al lector. ¿Cómo expresarse sin ambigüedades, cómo hallar el camino más corto y seguro?, ¿cómo hacerlo a sabiendas que hemos de mantener una calidad estética y estilística por encima de otras consideraciones?

Hay otra cuestión en la que centrarse y es en la de las influencias, tan perniciosas a veces como buenas otras, en las que nos dejamos sumisos caer. Si queremos ir hacia un estilo personal, debemos evitar el contagio de lo enfático aunque sea difícil librarse de él ya que lo normal es que mamemos de las directrices al uso o de guías procedentes de lecturas y más lecturas a lo largo de nuestra vida en un compendio casi espiritual de autores preferidos. Cuando estás en los comienzos, tomas referencias cercanas, te centras en quien admiras y acabas cayendo inevitablemente en su influjo. Este es el principal escollo una vez que se domina cierto manejo de la escritura. Hay que huir precipitadamente de las imitaciones que nos son conscientes y, sobretodo cómodas, porque corremos el peligro serio de que esos remedos acaben anulándonos estrepitosamente.

Otra cuestión nada fácil a veces: ¿estilo o contenido? No hay una respuesta en un sentido u otro ya que deben ir parejos. Hay quien por tendencia se mostrará como un estilista y, por el contrario, para otros, será más fundamental el contenido.

Escribir es complejo, es difícil. No es solamente sentarse y dar rienda suelta a la imaginación; es más arduo, entraña una mecánica, una dedicación permanente de disciplina, dosis grande de sensibilidad que es decir de arte. Si detectamos algún error más vale romperlo y comenzar de nuevo: hemos de estar al menos seguros y medianamente satisfechos con lo hecho. Hay que ser exigentes si lo que intentamos es mejorar, alejando la idea premeditada de obsesionarnos con la perfección, esa gran quimera. Las formas literarias han de permanecer, pero a la vez han de ser cambiantes, vivas, ya que corremos el peligro de envejecer con ellas.

El oficio de escritor como cualquier otro oficio salido de las profundidades del alma, para ser lo más libre posible, ha de ser anarquizante bajo control, espontáneo, fluido, utópico o mágico, dejar que las fronteras acaben de abrirse definitivamente, tender hacia ese horizonte lejano donde no se vislumbra final y recorrer el camino, siempre dificultoso, con optimismo. No se han de poner trabas al concepto creador o no seremos nadie. en este sentido De nada nos servirá dominar más o menos un leguaje, unas técnicas, si nos encerramos en unos clichés aprendidos, con férrea disciplina orientativa, en cualquier taller de literatura tan en boga. La obra de arte es una obra abierta donde todo se renueva; a la planta le salen brotes: es el estilo, el contenido, las mismas expresiones, la palabra, la sintaxis. Cuestión de hallar tono, musicalidad -sobre todo en poesía-, pero también en cualquier otro texto literario. Si el contexto no es poético e imaginario, ha dejado de conmover. Musicalidad gutural llevada al papel. Así componían los grandes músicos sus más bellas obras. El escritor ha de ser, por encima de toda norma académica, lingüística o filóloga, en general, libre. Como se vaya colocando amarres por temores propios o críticas ajenas, al quedar coartado, perderá lo mejor que lleva dentro.

Todo llega de una manera gradual, hay que dejarlo fluir simplemente, a través del ejercicio continuado y las lecturas. Así se adquiere experiencia, reflejos, madurez y, aún y todo, siempre estaremos lejos de nuestras posibilidades ingénitas. La mayoría de nuestros esfuerzos, sobre todo los insistentes, son un derroche de tiempo que acaba por dejarnos un poco más lejos del objetivo. Mientras vamos elaborando temas, en el subconsciente asoma y desarrolla, a la vez que se escribe la obra sin ataduras. Brota como una solución a tanto esfuerzo, como lo hace la flor más bella ante la cegadora claridad de la luz.
Colocarse a escribir es una aventura que ha de ser revelación, un desvelamiento en el sentido de que siempre ha de nacer de una manera espontánea a través de un propósito previo. Ser sensible observador, mirón empedernido, estar en el ajo de los acontecimientos en el día a día, con todos los sentidos bien despiertos...


Fuente: http://orbitaliteraria.spruz.com/