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sábado, 19 de noviembre de 2022

LA SOCIEDAD DESVINCULADA (36). LA RUPTURA GENERACIONAL


Cuando el número de hijos por mujer en edad fértil desciende rotundamente por debajo de dos, significa que algo muy profundo sucede.

18 noviembre, 2022

ForumLibertas.com | Sociedad y Familia

La cuestión es esta: ¿tenemos alguna responsabilidad hacia las generaciones futuras, es decir, hacia nuestros hijos y nietos, y más allá de ellos? En primera instancia la respuesta es un clamor abrumador. ¡Claro que sí! ¿Cómo vamos a olvidarnos de los hijos, del futuro? Pero en la cultura desvinculada, tal perspectiva o no existe, o es muy débil, porque la pulsión del deseo como mecanismo realizador no conoce dilaciones. Determinados y grandes problemas de nuestro tiempo tienen esta raíz.

Uno es el declive demográfico y sus consecuencias económicas y sociales. Pero no es el único. La elevada deuda pública y privada de gran parte de Europa, Estados Unidos y Japón es, con todos los matices que se quieran, una losa sobre nuestros descendientes y una forma de apropiarnos de una parte sustancial de sus rentas. Y esta referencia nos conduce a otro gran deterioro provocado porque devoramos el futuro. La crisis ambiental generada por un aporte excesivo de contaminantes de todo tipo y una voracidad sin límites de los recursos naturales. Y aun podríamos introducir otro elemento como es la idolatría tecnológica, el probarlo casi todo sin medir a fondo sus efectos a largo plazo.

Detengámonos un momento en este último punto. El filósofo alemán Hans Jonas plantea que la tecnología moderna es tan avasalladora, que resulta peligrosa y vive una vida propia, en gran medida independiente del control hombre. Una vez más, los impulsos del deseo y el mercado alimentado por el afán irresponsable de lucro actúan como potente combustible de esta dinámica. Pero lo peor de todo es que esto sucede sabiendo que es así desde hace tiempo: productos tan aparentemente inocuos y beneficiosos como el DDT y el refrigerante para neveras, hasta la energía nuclear pacífica (Chernóbil en 1986 y Fukushima en 2011) nos señalan el riesgo. No se trata de convertirnos en neoluditas, sino de actuar con responsabilidad hacia el futuro. Y en todo esto emerge con fuerza la caja de pandora de la biotecnología de las intervenciones sobre la vida a los cambios genéticos en plantas y animales sin mesurar la consecuencia a largo plazo.

Una de sus propuestas consiste en promover el miedo hacia nuestro potencial tecnológico


A Jonas la situación le parece tan grave que una de sus propuestas consiste en promover el miedo hacia nuestro potencial tecnológico. Miedo como contrafuego al deseo, aunque sin duda es mejor impulsar la responsabilidad para con nuestros hijos y sus hijos. Una respuesta en línea con la ética que el filósofo alemán también propugna de la responsabilidad, avalada por su obra más reconocida El Principio de Responsabilidad.

Desde una perspectiva teológica, el Papa Benedicto XVI lo afirmaba en estos términos: «El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad» (Caritas in veritate 2010 n. 48).

Sin hijos


Este podría ser el lema de Europa, con contadas excepciones y con la decidida participación española liderando su cumplimiento. En el trasfondo de esta situación habita un trágico cambio de paradigma. Hasta bien entrado el siglo pasado, el nacimiento de un ser humano era sentido como un hecho extraordinariamente positivo ligado a la felicidad de sus procreadores en lo individual, y como un factor de riqueza en lo colectivo. Hoy, a inicios del segundo milenio, la percepción se ha invertido. El hijo es visto como una carga, que en el mejor de los casos hay que posponer porque es un obstáculo para la prosperidad, a pesar de que nuestro conocimiento científico, antaño inexistente, nos dice de la importancia del capital social, del capital humano y de la tasa del progreso técnico ligados a una adecuada tasa de reposición humana.

La razón fundamental del porqué no se ha cumplido la afirmación de Malthus sobre la incapacidad de la humanidad para alimentarse a sí misma no solo tiene que ver con los errores de apreciación propios del autor y de las limitaciones de la teoría económica de su época, sino con la causa del capital humano. Este resulta decisivo para evitar los rendimientos decrecientes ha permitido que la producción agraria aumentara más que las exigencias alimentarias de la población mundial, a pesar de que su expansión se ha visto favorecida por la caída de la mortalidad y la prolongación de la esperanza de vida, en una medida impensable en tiempos de Malthus. Lo que consideraba el problema, la natalidad, en realidad formaba parte de la solución.

A lo largo de la historia los hijos siempre han sido percibidos como un premio, una bendición. Pero a partir de los años sesenta del siglo XX todo esto empezó a cambiar.


El hijo pasaba a ser una limitación a la propia vida. Cierto es que, en este cambio, que forma parte de lo que podríamos llamar la Gran Desvinculación, intervienen diversos componentes. Uno es la radical reducción de la mortalidad infantil. Ya no era necesario tener siete, ocho o más hijos para garantizar que un par o tres llegaran a la edad adulta. A partir de un momento histórico determinado, que en el contexto europeo puede situarse en el siglo XVIII, la mortalidad, sobre todo la infantil, empezó a reducirse más y más. Las diferencias entre países fueron notables, pero la tendencia global resultó inexorable.

En España, el cambio en su plenitud puede observarse en el siglo XIX. A partir de esa fecha el progreso generalizado se multiplica y, si en el año 1900 solo llegaban a los veinte años 570 de cada mil nacidos vivos, cincuenta años más tarde son ya casi todos los nacidos, el 947 por mil. Pero este fenómeno demográfico, fruto del progreso médico, higiénico y, en general, de las mejores condiciones de vida, solo explicaría la disminución del número de hijos por mujer, pero por sí solo no sirve para dar razón de la actual extinción demográfica, cuando una proporción creciente de parejas no tienen hijos o se limitan al hijo único.

Cuando el número de hijos por mujer en edad fértil desciende rotundamente por debajo de dos, significa que algo muy profundo sucede. Porque nada en nuestra herencia cultural apuntaba en tal sentido, sino todo lo contrario: la voluntad de tener hijos como algo grande más allá de las penurias económicas. Sabemos, como civilización y como personas, que el amor materno y paterno constituye una columna central de la compresión que nuestra sociedad tiene de sí misma. Pues bien, este gran amor en unos casos ha desaparecido, y en otros ha quedado reducido a la mínima expresión.

Que ahora el aborto signifique en muchos países de Europa entre el 20 y el 25 por ciento de los nacimientos, incluso un tercio de ellos significa una ruptura antropológica de grandes dimensiones asumida con excesiva facilidad por la mayoría de la gente.

Existe otro factor mucho más explicativo de la caída demográfica relacionado con la propensión al hijo único. Se trata de la edad en la que la mujer tiene el primero y que la evolución de las costumbres ha llevado a que se sitúe en torno a los 30 años. En la mayoría de los países de Europa, la edad media para ser madre rebasa la frontera de los 30 años. En España, se sitúa en los 31,1 años (2017) y el número medio de hijos es de 1,24, cada vez más lejos de la tasa de equilibrio de 2,1.

El retraso en la maternidad es también el aspecto más relevante en Alemania. En 1990, la franja de los 23 años era la que más nacimientos registraba, frente a la de los 30 años en 2010. Hoy es el país con el menor número de niños de Europa: solo el 16,5% de los más de 81 millones de ciudadanos alemanes son menores de 18 años.

En Italia la edad media de la mujer para tener el primer hijo está en los 31 años, y en Austria ha pasado de 25,1 años en 1991 a 28,5 años en 2010, mientras que la tasa de fertilidad se situaba en 1,44 hijos.

En Japón, uno de los países, junto con España, que con mayor crudeza experimenta el invierno demográfico, la edad media de las mujeres que dan a luz por primera vez se ha incrementado en las últimas décadas hasta la treintena. Sin embargo, en países como la India la edad de la primera maternidad apenas ha variado en los últimos veinte años y oscila entre los 19 y 20 años.

El avance de la edad en que se tiene el primer hijo resulta decisivo para el repunte demográfico puesto que, con las cifras actuales, se reduce mucho el tiempo disponible para tener el segundo hijo. La mujer debería tener su primer parto antes de los 26 años para conseguir situarnos en torno a la tasa de remplazo, es decir, de equilibrio. Una de las consecuencias del retraso en la maternidad es el aumento de la infertilidad femenina. Es evidente que a partir de una determinada edad el paso de los años afecta negativamente a la capacidad reproductiva de la mujer, de manera que cuando la mujer desea tener un hijo ya no es capaz de ello. Esto explica la demanda creciente de tratamientos para la infertilidad en España, el país que registró antes de la crisis la mayor expansión en este tipo de actuaciones. De acuerdo con cifras de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), el 60% de ciclos de fecundación in vitro eran de mujeres mayores de 35 años. La tasa de éxito era baja, del 35% en mujeres de 30 años, que aun tiende a reducirse más con el paso del tiempo.

Existe un desorden demográfico consistente en mujeres jóvenes que no desean tener el hijo, y un número creciente que busca tenerlo cuando las condiciones naturales lo hacen muy difícil.


Es ilustrativo recordar a un precursor interesante de la crisis demográfica y destacado sociólogo, Kingsley Davis, que ya sostenía en 1937 que existía una contradicción esencial entre la familia y el «industrialismo» que acabaría con aquella e iría mermando indefinidamente los niveles de fecundidad. El posterior e imprevisto baby boom secuela de la II Guerra Mundial hizo olvidar este tipo de previsiones, y el foco de las preocupaciones demográficas se desplazó hacia el acelerado crecimiento poblacional del mundo en vías de desarrollo. Davis sostenía que la modernidad facilita «intimidades no convencionales» y el matrimonio contemporáneo acabaría pareciendo «una aventura amorosa», concluyendo que el ocaso de la familia y el derrumbamiento de la fecundidad iban juntos.

Solo con el concepto clásico de la familia, los individuos tenían realmente motivos y marco adecuado para engendrar, mantener y socializar a los niños, porque ella supone en sí misma una organización completa de la vida. No se encajaba en ella a menos que se contribuyera a su continuidad, y sin ella no se encajaba en la sociedad.

Por el contrario, en la sociedad de la «movilidad», los niños serían, a cualquier nivel, un estorbo para el ascenso social, por implicar costes sustanciales, directos de oportunidad, para sus padres. La situación llegaría a ser tan grave que Davis llegó a afirmar que la fecundidad solo podría sostenerse con mujeres «casadas» con el Estado; un sistema en que el rol del padre sería asumido por este, y en el que las madres serían mujeres profesionales pagadas por sus servicios natalicios. La visión de Davis ha resultado correcta en una medida muy sustancial. El hijo es percibido como una carga y el matrimonio, en términos de vínculo fuerte, el amor, está siendo substituido por el atractivo o la pasión amorosa, fugaz e inestable.

Si observamos en el contexto mundial el número de hijos por mujer en edad fértil, podemos disponer de un escenario sugerente, que expresa muy bien la complejidad del fenómeno de la caída de la natalidad.


Ciertamente, hay una relación entre menor desarrollo y el elevado número de hijos por mujer. Pero esto solo no explica la situación de países muy desarrollados como Australia, Noruega, Suecia, Francia, Estados Unidos e Irlanda situados en la tasa de reemplazo o muy próximos a ella. Por otra parte, estados como Kuwait, Arabia Saudita o Bahréin detentan también una renta por persona de privilegio en el contexto mundial y, al mismo tiempo, una elevada fertilidad. Bosnia-Herzegovina, de predominio musulmán, tiene, por el contrario, una tasa no ya baja sino simplemente de extinción acelerada.

Por su parte España, Alemania y Japón responden a la ecuación de a más desarrollo número insuficiente de nacimientos. Lo más evidente es que no existe una causa unívoca y que hay diversos factores que interactúan. Religiosos, como en los países árabes, Irlanda y Estados Unidos; de políticas a favor de la natalidad, como en Francia y los países nórdicos; de ausencia de esperanza en el futuro, como Bosnia y, en general, en el Occidente de la desvinculación, que parece no encontrar sentido a la vida más allá del propio yo porque carece de un marco de referencia que le proporcione trascendencia.

En este contexto, la incorporación de la mujer a la actividad laboral es un factor que puede contribuir al descenso de la natalidad, pero no de forma inevitable. Países con una alta actividad laboral femenina, como los del norte de Europa, presentan un número mayor de hijos por mujer que otros, como España e Italia, en los que acaece justo lo contrario.


La conclusión a la que podemos llegar es que, si bien existe una cultura de rechazo en Europa, y en sectores del resto de la sociedad Occidental, ligado a la idea de realización de la mujer y a la del propio hombre escasamente comprometido con su paternidad, no puede interpretarse en términos mecanicistas y simples. Las políticas familiares, las ayudas a la familia y de conciliación entre vida profesional y maternidad parece que aportan resultados, como lo hace la legislación que fomente una cultura provida.

Las creencias religiosas poseen una incidencia personal extraordinaria, aunque después este axioma no pueda trasladarse a países enteros, como lo constata la situación antitética que ofrecen Irlanda e Italia, dos sociedades fuertemente católicas y con una natalidad contrapuesta. Pero esto es así porque observamos la media. Si nos fijáramos en el comportamiento de los distintos grupos de población de acuerdo con sus creencias, el resultado confirmaría la correlación positiva entre fe religiosa y natalidad. Es el caso de España, uno de los países europeos con peores registros, pero que, si descendemos al detalle, podremos constatar que las mujeres católicas practicantes se sitúan claramente por encima de la media, un insuficiente 1,4 hijos por mujer en edad fértil, mientras que las agnósticas y ateas alcanzan mínimos de hundimiento con un número de hijos por mujer que no alcanza ni tan siquiera la unidad.

La idea que la crisis dificulta el tener hijos no se ajusta a los hechos, como tampoco lo hace la creencia generalizada que establece una relación entre crecimiento de la renta y menor natalidad


La idea que la crisis dificulta el tener hijos no se ajusta a los hechos, como tampoco lo hace la creencia generalizada que establece una relación entre crecimiento de la renta y menor natalidad. Si cuando se crece en términos económicos cae la tasa de fertilidad, y en recesión también ocurre lo mismo, significa que la causa está en otro lado, en el trasfondo de la razón económica, y no en ella misma. El motivo se encuentra en el sentido de la vida que cada uno posea, y en este caso es del todo evidente que la razón instrumental de la sociedad desvinculada tiende a negar la bondad de la maternidad y la paternidad, aunque después se vea que se trata de un error, porque, como afirmaba una mujer de cuarenta años: «Lo de tener los hijos tarde es una estafa. Se enseñan cosas diferentes de joven que cuando se es más mayor. Lo del crecimiento profesional y el anteponerlo al personal, la hiperprecaución y la necesidad de tener todo seleccionadísimo antes de tener un hijo (tener casa con piscina y garaje y trabajo fijo) se ha demostrado que es falso: solo quieren esclavos jóvenes y sin obligaciones que les separen del horario de trabajo, que no tengan la fuerza y firmeza que da el tener que defender lo verdaderamente tuyo».

Porque a la hora de la verdad, esto es el tiempo cercano a la muerte, te das cuenta de que lo único tuyo que además pervivirá son los hijos.


Fuente:https://www.forumlibertas.com/ruptura-generacional-hijos-por-mujer/?fbclid=IwAR1Cwn4k0-2wcOFL8VnO6VS4XuEcg25grxnpbsko3K_fmnEGUbo0FBHMVyc

lunes, 19 de agosto de 2019

EUROPA, MUSULMANA EN TRES DÉCADAS SI NADIE LO PARA


Musulmanes del Reino Unido en una manifestación a favor de la sharia.

Los líderes europeos aceptan la transformación de distintas ciudades y barrios de sus países en territorios enemigos. Pero sí hay muchas cosas que se pueden hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes. Y ese es precisamente su talón de Aquiles.

Por Actuall | 03/10/2017

El islam lleva años con alfombra roja en Occidente pero especialmente en Europa. El aumento incontrolado de inmigración desde el inicio del tercer milenio ha servido para que millones de musulmanes de primera, segunda y tercera generación tengan una presencia constante en la vida pública de un continente cristiano pero que ha dado la vuelta a sus valores.

A aquellos que osan levantar la voz contra estas políticas o contra lo establecido por el sistema, señalando los problemas que existen -y muchos, aunque se oculten deliberadamente por los medios generalistas-, son tachados de ‘ultras’, ‘radicales’, ‘xenófobos’, ’islamófobos’ o ‘racistas’.

Los políticos europeos parecen hacer oídos sordos a una gran parte del electorado que les piden más dureza contra el terrorismo islámico y el islam, mientras que siembran de oro y mirra a los progresistas que aplauden como lacayos toda política encaminada a la destrucción del continente.

El ataque terrorista de Barcelona obtuvo las mismas reacciones que todos los grandes atentados en Europa: lágrimas, oraciones, flores, velas, ositos de peluche y quejas de que «el islam significa la paz». Cuando la gente se congregó para exigir medidas más duras contra la creciente influencia del islamismo en todo el continente, se encontraron con una contramanifestación «antifascista».

Los musulmanes organizaron una manifestación para defender el islam; afirmaban que los musulmanes que viven en España son «las principales víctimas» del terrorismo, según el análisis de Gatestone Institute:

El presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, Munir Benyelún El Andalusí, habló de una «conspiración contra el islam» y dijo que los terroristas eran «instrumentos» del odio islamófobo. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, lloró delante las cámaras y dijo que su ciudad seguiría siendo una «ciudad abierta» a todos los inmigrantes. El presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, usó casi el mismo lenguaje. El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, conservador, fue el único que se atrevió a llamar al terrorismo por su nombre. Casi todos los periodistas europeos dijeron que las palabras de Rajoy habían sido demasiado duras.

Los grandes periódicos europeos que describían el horror intentaron una vez más buscar explicaciones a lo que seguían llamando «inexplicable». El primer diario español, El Paísescribió en un editorial que la «radicalización» es el fruto amargo de la «exclusión» de ciertas «comunidades», y añadía que la respuesta era más «justicia social». En Francia, Le Monde dijo que los terroristas querían «incitar al odio» e insistió en que los europeos debían evitar los «prejuicios». En el Reino Unido, The Telegraph explicó que «los asesinos atacan a Occidente porque Occidente es Occidente; no por lo que hace», pero hablaba de «asesinos», no de «terroristas» o «islamistas».

Los especialistas repetían como loros que los europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza yihadista.


Varios especialistas en antiterrorismo, entrevistados en la televisión, dijeron que los ataques, perpetrados en todo el continente a un ritmo cada vez más rápido, se volverán más mortíferos. Señalaron que el plan original de los yihadistas de Barcelona había sido destruir la catedral de la Sagrada Familia y matar a miles de personas.

Los especialistas repetían como loros que los europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza de las matanzas indiscriminadas. No ofrecían ninguna solución. Otra vez más, muchos dijeron que los terroristas no eran verdaderamente musulmanes, y que los atentados «no tenían nada que ver con el islam».

Muchos líderes de los países europeos occidentales tratan el terrorismo islámico como una ley de vida a la que los europeos deben acostumbrarse, como una especie de aberración sin vínculos con el islam. A menudo evitan hablar de «terrorismo», directamente. Tras el atentado en Barcelona, la canciller alemana, Angela Merkel, condenó brevemente el «repugnante» suceso. Expresó su «solidaridad» con el pueblo español, y después pasó a otra cosa. El presidente francés, Emmanuel Macron, tuiteó un mensaje de condolencia y se refirió al «trágico atentado».

Musulmanes en Holanda a favor de la sharia y de que el islam domine el mundo.
En toda Europa, las expresiones de ira son marginadas a conciencia. Las llamadas a la movilización, o a cualquier cambio importante en la política migratoria, sólo vienen de políticos denigrantemente tildados de «populistas».

Incluso la más leve crítica al islam levanta inmediatamente una indignación casi unánime. En la Europa occidental, los libros sobre el islam que se encuentran por todas partes están escritos por personas cercanas a los Hermanos Musulmanes, como Tariq Ramadán. También existen libros que son «políticamente incorrectos», pero se venden por debajo del mostrador como si fuesen de contrabando. Las librerías islámicas venden folletos incitando a la violencia sin ni siquiera esconderse.

Decenas de imanes, parecidos a Abdelbaki Es Saty, el sospechoso de ser el cerebro del atentado en Barcelona, sigue predicando con impunidad. Si los detienen, son rápidamente puestos en libertad.

Impera la sumisión. El discurso omnipresente es que, a pesar del aumento de las amenazas, los europeos deben seguir viviendo con la mayor normalidad posible. Pero los europeos ven que la amenaza existe. Ven que la vida no es ni ligeramente normal. Ven a policías y soldados en la calle, que proliferan los protocolos de seguridad, y los controles en la entrada de teatros y tiendas. Ven la inseguridad por todas partes.

Se les dice que ignoren sin más la fuente de las amenazas, pero saben cuál es la fuente. Dicen que no tienen miedo. Miles de personas gritaron en Barcelona: «No tinc por» («No tenemos miedo»). En realidad están muertos de miedo.

Los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda otra opción


Las encuestas demuestran que los europeos son pesimistas, y que piensan que el futuro será desolador. Las encuestas también revelan que los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda otra opción.

Este cambio en sus vidas se ha producido en muy poco tiempo, en menos de medio siglo. Antes, en la Europa occidental, sólo había unos pocos miles de musulmanes, la mayoría obreros inmigrantes de las antiguas colonias europeas. Se suponía que iban a estar en Europa temporalmente, así que nunca se les pidió que se integraran.

Pronto empezaron a contarse por cientos de miles, y después por millones. Su presencia se volvió permanente. Muchos adquirieron la ciudadanía. Pedirles que se integraran se hizo cada vez más impensable: la mayoría parecía considerarse en primer lugar musulmanes.

Los líderes europeos dejaron de defender su propia civilización. Empezaron a decir que todas las culturas debían tener la misma consideración. Parecían haberse rendido.

Musulmanas en Francia en una manifestación a favor de la UE, que paga las ayudas.
Se cambiaron los currículos escolares. A los niños se les enseñaba que Europa y Occidente habían saqueado el mundo musulmán, y no que, en realidad, los musulmanes habían conquistado el Imperio cristiano bizantino, el norte de África y Oriente Medio, la mayor parte de Europa oriental, Grecia, el norte de Chipre y España.

A los niños se les enseñaba que la civilización islámica había sido espléndida y opulenta antes de que supuestamente la colonización llegara para devastarla.

Los países ricos, establecidos en el periodo de postguerra, empezaron a crear una gran subclase de personas permanentemente atrapadas en la dependencia, justo cuando el número de musulmanes en Europa se multiplicó. El aumento del desempleo masivo —que afectaba sobre todo a los trabajadores menos cualificados— transformó los barrios musulmanes en barrios de parados.

Los barrios musulmanes se convirtieron en barrios con una alta tasa delictiva


Los organizadores de las comunidades venían a decirles a los musulmanes en paro que después de haber saqueado a propósito sus países de origen, los europeos habían utilizado a los musulmanes para reconstruir Europa y que ahora los estaban tratando como herramientas que habían perdido su utilidad.

El crimen arraigó. Los barrios musulmanes se convirtieron en barrios con una alta tasa delictiva.

Llegaron los predicadores musulmanes extremistas; reforzaron el odio hacia Europa. Dijeron que los musulmanes tenían que recordar quiénes eran; que el islam debía cobrarse venganza. Explicaron a los jóvenes delincuentes musulmanes encarcelados que la violencia se podía utilizar para una causa noble: la yihad.

La policía recibió órdenes de no intervenir para no agravar la tensión. Las áreas de alto nivel delictivo se convirtieron en zonas de exclusión, en semilleros para el reclutamiento de terroristas islámicos.

Los líderes europeos aceptaron la transformación de varias partes de sus países en territorios enemigos.
Se produjeron disturbios, y los líderes hicieron más concesiones todavía. Aprobaron leyes que limitaban la libertad de expresión.

Cuando el terrorismo islámico golpeó por primera vez Europa, sus líderes no sabían qué hacer. Siguen sin saber qué hacer. Son prisioneros de una situación que han creado ellos y que ya no pueden controlar. Parecen sentirse impotentes.

No pueden incriminar al islam: según las leyes que ellos han aprobado, es ilegal hacerlo. En la mayoría de los países europeos, cuestionar siquiera el islam se tacha de «islamofobia». Acarrea fuertes multas, si no juicios o sentencias de cárcel (como les pasó a Lars HedegaardElisabeth Sabaditsch-WolffGeert Wilders o George Bensoussan).

No pueden reestablecer la ley y el orden en las zonas de exclusión: eso requeriría la intervención del ejército y un giro hacia la ley marcial. No pueden adoptar las soluciones propuestas por partidos que han empujado a la oposición en los márgenes de la vida política europea.

El Iman Anjem Choudary no se corta, quiere la sharia para Europa.regar leyenda
No pueden ni siquiera cerrar sus fronteras, abolidas en 1995 con el acuerdo Schengen. Reestablecer los controles fronterizos costaría tiempo y dinero.

Los líderes europeos no parecen tener ni la voluntad ni los medios de oponerse a las nuevas olas de millones de migrantes musulmanes que provienen de África y Oriente Medio. Saben que los terroristas se están escondiendo entre los migrantes, pero siguen sin vetarles la entrada. En su lugar, recurren a subterfugios y mentiras. Crean programas de «desrradicalización» que no funcionan: los «radicales», por lo visto, no quieren ser «desrradicalizados».

Los líderes de Europa intentan definir «radicalización» como un síntoma de «enfermedad mental»; se plantean pedirles a los psiquiatras que resuelvan el caos. Después, hablan de crear un «islam europeo», totalmente diferente del islam en todos los demás lugares del planeta.

Adoptan una actitud altanera para crear la ilusión de superioridad moral, como hicieron Ada Colau y Carles Puigdemont en Barcelona: dicen que tienen unos principios elevados; que Barcelona seguirá estando «abierta» a los inmigrantesAngela Merkel se niega a afrontar las consecuencias de su decisión política de importar a innumerables inmigrantes. Reprende a los países de Europa Central que se niegan a adoptar sus medidas políticas.

Los líderes europeos se dan cuenta de que se está produciendo un desastre demográfico


Los líderes europeos se dan cuenta de que se está produciendo un desastre demográfico. Saben que en dos o tres décadas, Europa estará regida por el islam. Intentan anestesiar a las poblaciones no musulmanas con sueños sobre un futuro idílico que nunca existirá. Dicen que Europa tendrá que aprender a vivir con el terrorismo, que no hay nada que se pueda hacer al respecto.

Pero sí hay muchas cosas que se pueden hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes.

Winston Churchill le dijo a Neville Chamberlain: «Pudisteis elegir entre la guerra y la deshonra. Elegisteis la deshonra y ahora tendréis la guerra». Lo mismo ocurre hoy.

Winston Churchill
Hace diez años, describiendo lo que llamó «los últimos días de Europa», el historiador Walter Laqueur dijo que la civilización europea estaba muriendo y que sólo sobrevivirían los monumentos y museos antiguos. Su diagnóstico era demasiado optimista. Los monumentos y museos antiguos también podrían saltar por los aires. No hay más que ver lo que los seguidores encapuchados de «Antifa» —un movimiento «antifascista» que es totalmente fascistoide— están haciendo con las estatuas de Estados Unidos.

La catedral de la Sagrada Familia de Barcelona se libró únicamente gracias a la torpeza de un terrorista que no sabía cómo manejar explosivos. Otros lugares podrían no tener la misma suerte.

La muerte de Europa será casi indudablemente violenta y dolorosa: nadie parece estar dispuesto a frenarla. Los votantes aún podrían hacerlo, pero tendrán que hacerlo ahora, rápidamente, antes de que sea demasiado tarde.

domingo, 28 de abril de 2019

NOTRE DAME: LA TRAGEDIA




Antonio Maza Pereda | 25 abril 2019

“La belleza salvará al mundo” Fiodor Dostoyevsky



A días del incendio de la catedral de Notre Dame, vale la pena reflexionar sobre el papel de una época donde se creó una gran herencia para la humanidad, no solo para los franceses, y cómo esa belleza sigue dando frutos hoy en día.

Hubo en un momento una primera reacción en los medios, sobre todo en los digitales, recordando otros eventos de profanación de iglesias francesas y el incendio del templo de San Sulpicio en París. La investigación aún está en curso, pero se dice que no hay indicios de que el de Notre Dame haya sido un incendio intencional. Ahora viene otra campaña mediática con el tema de que, aprovechando el incendio, pretende convertirse a esta catedral en un templo a la ecología, con el pretexto de que ya no refleja los sentimientos de los franceses.


La catedral fue construida entre los años 1163 al 1345. Renovada en varias ocasiones, profanada y abandonada durante la Revolución Francesa, es un ejemplo del estilo gótico medieval. Un tesoro de la humanidad, un ejemplo de un concepto de belleza que sigue resonando en los corazones de la población de nuestros días. Uno de los monumentos más visitados por turistas de todo el mundo, por razones culturales más que religiosas.


Algunas de las imágenes más impactantes del siniestro, fueron las de los franceses en las calles cercanas a la catedral, rezando por su amado templo. Ello en un país donde, como en muchas partes de Europa, se cierran templos por falta de asistencia de los bautizados. Otro momento impresionante: la noticia del capellán de los bomberos arriesgando su vida para poner a salvo el sagrado sacramento del altar y algunas de las reliquias más representativas conservadas en el templo.


Porque el templo es mucho más que las piedras. Mucho más que una historia de incontable número de fieles a lo largo de siglos elevando su alma a Dios desde este lugar. Los templos católicos, a diferencia de los de otras religiones, tienen la presencia del Cuerpo de Cristo. Solo en el templo de Jerusalén hubo la presencia misma de Dios. No la hay en las mezquitas, en las sinagogas, en los templos budistas o en la mayoría de las demás confesiones cristianas.


El estilo gótico, en particular, con sus agujas, sus torres y sus arcos representan a las oraciones que se elevan al cielo desde ese templo. Una estética que es catequesis y que contribuye a propiciar la piedad de los asistentes. El malogrado místico norteamericano, Thomas Merton, en su libro autobiográfico “La montaña de los siete círculos”, narra cómo su conversión al catolicismo se debió en buena parte a su contemplación de la estética de las grandes catedrales europeas.


¿Apreciamos a nuestras catedrales? ¿Apreciamos a nuestros templos? Siendo muy importantes, no son imprescindibles. En los primeros siglos de la Iglesia no había templos. En las persecuciones, la reunión de los fieles se hacía en las catacumbas, que eran cementerios. Y de ahí salió la conversión de Europa y del cercano oriente. Al final, lo importante es el pueblo fiel que se reúne a orar. De poco sirven los hermosos templos vacíos, para los efectos a los que fueron construidos. Aprendamos a apreciar esa belleza que según Dostoievski y el Cardenal Ratzinger salvarán al mundo. Esa belleza que, junto con la verdad y el bien son los valores supremos de la humanidad.


Ojalá esta tragedia nos permita hacer aumentar nuestro aprecio por nuestros templos, sus catequesis en piedra, sus campanas que nos llaman: “Ven, ven…”. El lugar desde donde elevamos nuestra alma a Dios como comunidad, el sitio de encuentro con otros bautizados. Nuestra casa común.



@mazapereda


domingo, 7 de abril de 2019

FRANCISCO, OPERACIÓN EUROPA

Francisco con el presidente de Sudán del Sur Salva Kiir Mayardit

Felipe Monroy | 01 abril 2019 

Si acaso algo ha logrado el papa Francisco en los primeros días de su séptimo año de pontificado es la vuelta a los titulares políticos. La primavera le sienta bien y Jorge Bergoglio ha regresado al interés de los medios de comunicación por sus gestos y declaraciones; pero, sobre todo, por el impacto que parece tomar en la trama internacional. 

El papa Francisco sostuvo tres audiencias con líderes políticos muy relevantes: los presidentes de Sudán del Sur, Malta y Lituania. El primero, con el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir Mayardit, a quien le confirmó sus deseos por visitar la joven república. Hay que recordar que en 2017 se canceló esta visita por un conflicto de la tribu del presidente con la tribu del vicepresidente; obviamente, no se podía garantizar la seguridad del pontífice. 

Días más tarde se reunió con la presidente de Malta, Marie-Louise Coleiro Preca, con quien habló sobre el fenómeno migratorio tan urgente en el mar Mediterráneo. El mensaje fue para el resto de Europa que sostiene una tensión ideológica y económica negativa contra la migración africana y del medio oriente. Por si fuera poco, el Papa dio audiencia a otra mujer presidente: Dalia Grybauskaitė de Lituania, una muy activa política que ha hecho sentir su liderazgo en la Unión Europea y que seguramente jugará un papel importante en las definiciones de los europeos respecto al Reino Unido el próximo 12 de abril. 

Antes de concluir marzo, el Papa realizó una rápida pero efectiva visita a Marruecos; se publicó la agenda de la visita pontificia a Rumanía en mayo; y se hizo el anuncio de su viaje a Madagascar, Mozambique y Mauricio en septiembre próximo. Es decir, más conexiones África-Europa con un mensaje evidente: el Papa quiere estar en las fronteras complejas de la migración humana. 


Por si fuera poco, Francisco entró de lleno a la política internacional europea (y muy particularmente en las campañas políticas de España) con una entrevista al periodista Jordi Évole. En el encuentro, el Papa fue radical en su posicionamiento desde el Evangelio a favor de los migrantes. Un tema que, se insiste, ha creado una tensión ideológica y humanitaria en todo el viejo continente. 

En los últimos meses, los partidos antiinmigrantes europeos vieron crecer sus números en las encuestas. Favorecidos principalmente por su discurso proteccionista y el fenómeno de popularidad del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En España, el partido Vox por ejemplo, que no se ruboriza en denunciar ‘una invasión migratoria dirigida por oligarquías globalistas en connivencia con la ultraizquierda’ y proponer el retiro de ciudadanía a inmigrantes y su consecuente expulsión, avanzó sólidamente en el sur y se coloca como el único partido español que sube en las encuestas electorales. 

Hay que decir que el fenómeno antiinmigrante español sería anecdótico si no coincidieran estas elecciones nacionales con la elección del Parlamento Europeo y los entuertos por la definición del Brexit, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Por ello, Francisco se ha implicado de una manera absoluta. Le dijo al periodista español: “La madre Europa envejeció de golpe. Europa se olvidó que, después de las guerras, sus hijos fueron a golpear las puertas de América… Lo importante en el tema de la migración es recibir, acompañar e integrar”. 

En la entrevista, Francisco critica a las autoridades que obligan a organizaciones a permanecer en puerto y evitar la obra humanitaria que rescata embarcaciones de migrantes en el Mediterráneo: “¿Para qué lo hacen? ¡Para que se ahoguen!” El pontífice ha sido radical en su posicionamiento y manda señales claras al máximo exponente político de esta ideología antiinmigrante: “Quien levanta el muro queda prisionero del muro que levantó. Es una ley universal”. 

Hay una última frase de la entrevista del Papa a Évole: “El miedo es el material sobre el cual se edifican las dictaduras”. Hay suficiente evidencia en los discursos del papa Francisco para intuir que Bergoglio no se refiere a dictaduras nacionalistas o militares sino a dictaduras ideológicas. Francisco inició su Operación Europa desmontando el miedo al otro, al migrante, a reconocer la humanidad compartida y a comprender que su papel es un puente entre estas tensiones globales. Veremos qué sucede en las próximas elecciones españolas y las elecciones europeas; pero que conste que el Papa ha hecho su apuesta. 

Todo esto sucedió mientras el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, intentó una inmersión en los espacios vaticanos para lograr saludar al Papa; fue un encuentro apresurado, trastabillante. Obtuvo, en todo caso, un saludo cordial y una bendición al pueblo mexicano. 

@monroyfelipe 

viernes, 15 de marzo de 2019

DOUGLAS MURRAY Y LA EXTRAÑA MUERTE DE EUROPA



Las argucias desplegadas para demostrar que Europa no puede sino resignarse a la inmigración masiva son muy variadas. El villano oficial seguirá siendo “la ultraderecha”, y el euro-progresismo seguirá entonando “We are the world, we are the children” hasta el final.

Francisco José Contreras - 15/03/2019 

Douglas S. Murray ha pintado en The Strange Death of Europe un cuadro dolorosamente lúcido sobre una Europa resignada a su desaparición (que tendrá lugar por “gran sustitución” migratoria, por suicidio demográfico, o por una combinación de ambas cosas). La exposición de Murray es sistemática y bien armada, pero aquí sólo tenemos espacio para unas pinceladas impresionistas, recordando algunos hechos que adquieren el valor de categoría: 

– En julio de 2015, el gobierno alemán todavía intenta afrontar con racionalidad la avalancha de “refugiados sirios” (en realidad, gran parte de ellos procedían de otros países, y eran simplemente inmigrantes económicos). Angela Merkel asiste a un encuentro televisado con “refugiados” en Rostock, y una chica palestina le transmite su temor de que su familia sea expulsada del país. La canciller contesta que “la responsabilidad política es una cosa dura”, que Alemania no puede acoger a todos los que quieran venir, y que tendrán que aplicarse filtros para determinar quiénes llegan huyendo realmente de la guerra; y sí, eso implica que algunos serán devueltos. Mientras Merkel se prepara para otra pregunta, un rumor inconfundible llega a las cámaras: la chica está sollozando. Game over. Al día siguiente, los medios criticarán a la canciller por “la frialdad de su respuesta”. Unas semanas después, la foto del cadáver del niño Aylan Kurdi en una playa griega zanja definitivamente el asunto: quien ponga cualquier objeción a la acogida indiscriminada es un monstruo que desea que los pequeñuelos se ahoguen. A finales de agosto, la canciller abandona las cautelas iniciales y pronuncia su famoso “Wir schaffen das” (“Lo conseguiremos”): Alemania está dispuesta a acoger un millón de “refugiados”. 

Los europeos sabemos que nunca podríamos llegar a ser árabes, africanos o japoneses, aunque permaneciéramos décadas en los países respectivos 


– La ministra sueca de Inmigración, Mona Sahlin, habla en una mezquita de inmigrantes kurdos en 2004. Les dice que los suecos les tienen envidia, pues los kurdos poseen una cultura rica y unitaria, mientras que Suecia no tiene otra cosa que “banalidades, como el festival de la noche del solsticio de verano”. En 2005, un periodista pregunta a Lise Bergh, secretaria parlamentaria del gobierno sueco, si cree que hay algo en la cultura sueca que merezca ser preservado. Contesta: “Bueno, ¿qué es la cultura sueca?”. En febrero de 2017, el candidato presidencial Emmanuel Macron afirma en Lyon: “No existe la cultura francesa. Existe la cultura en Francia, y es una cultura diversa”. 

– Andrew Hawkins, director teatral británico, descubrió que era descendiente de un John Hawkins que fue traficante de esclavos en el siglo XVI. En 2006 se incorporó –junto a otros 26 descendientes de tratantes, de nacionalidad alemana, británica y francesa- a un “sorry trip” por Gambia. Desfilaron con grilletes en el cuello y los pies por las calles de Banjul. Así llegaron al estadio, donde pidieron perdón de rodillas ante un público de 25.000 personas. Y entonces, el vicepresidente de Gambia, Isatou Njie-Saidy, les liberó ritualmente de sus cadenas. (Históricamente, el volumen del tráfico de esclavos intra-africano –con los países árabes o de las propias tribus africanas entre sí- excedió en mucho al tráfico transoceánico desarrollado por portugueses, británicos o franceses). 

– El noruego Karsten Nordal Hauken –que se define como “heterosexual, feminista y antirracista”- fue violado en su casa por un refugiado somalí. Su agresor fue capturado, identificado por medio de un test de ADN, y condenado a prisión de cuatro años y posterior expulsión a su país. Hauken declaró a los medios noruegos: “Tengo un fuerte sentimiento de culpa y responsabilidad. Yo soy la razón por la que él ya no podrá quedarse en Noruega, y será enviado a un futuro oscuro e incierto en Somalia”. 

– En enero de 2016 fue violada en Mannheim una alemana de 24 años. En la denuncia policial inicial, declaró que sus agresores parecían alemanes. Sólo en una declaración posterior reconoció que se trataba de extranjeros, y que había mentido para “no hacerles el juego a los racistas”. En una carta abierta a sus violadores, se disculpó y afirmó: “Yo quiero una Europa abierta y amable. Una en la que pueda vivir con alegría, y en la que ambos nos sintamos seguros. Lo siento. Lo siento muchísimo por vosotros y por mí. Vosotros no estáis seguros aquí, porque vivimos en una sociedad racista. Yo no estoy segura aquí, porque vivimos en una sociedad sexista”. 

¿De verdad es necesario importar mano de obra extranjera en países –como España- con tasas de paro superiores al 10%?; ¿no será porque los inmigrantes aceptan salarios más bajos? 


Lean a Murray para entender cómo hemos llegado hasta aquí. Los europeos sabemos que nunca podríamos llegar a ser árabes, africanos o japoneses, aunque permaneciéramos décadas en los países respectivos: sin embargo, nos obligamos a creer –so pena de racismo y xenofobia- que cualquier árabe o africano se convertirá mágicamente en europeo apenas ponga el pie en el continente. O bien, que no se europeizará, pero que da igual, y que tiene derecho a permanecer aquí de todas formas. O que quizás no tiene derecho, pero en cualquier caso es inevitable, pues no se pueden poner puertas al campo. 

Las argucias desplegadas para demostrar que Europa no puede sino resignarse a la inmigración masiva son muy variadas. Se explica que “los inmigrantes vienen a pagarnos las pensiones”, obviando los estudios –por ejemplo, “El coste de la emigración extranjera en España”, del GEES- que muestran que extraen del sistema asistencial más de lo que contribuyen a su sostenimiento. Se manipula el pasado para hacer creer que “siempre fuimos una tierra de inmigración” o que “en realidad, todos somos extranjeros”. Se insiste en que “vienen a hacer los trabajos que los europeos ya no quieren hacer”, soslayando la pregunta evidente: ¿de verdad es necesario importar mano de obra extranjera en países –como España- con tasas de paro superiores al 10%?; ¿no será porque los inmigrantes aceptan salarios más bajos?, y ¿no se podría negar el subsidio de desempleo al español que no esté dispuesto a recoger fresas? 

En Möllenbeck o Bradford es difícil encontrar cerveza, por la sencilla razón de que los pubs –y las iglesias- han cerrado: no ha tenido lugar una europeización de los inmigrantes, sino una islamización de ciertas zonas urbanas 


La doctrina pro-inmigración ha ido viendo desmentidas todas sus predicciones. Se dijo que los “trabajadores invitados” (Gastarbeiter, guest workers) estarían en Europa unos años y volverían satisfechos a sus países: en realidad, casi nadie volvió; al contrario, a partir de los años 70 trajeron a sus familias, y comenzaron a llegar otros muchos sin contrato de trabajo, atraídos por el generoso sistema asistencial y por la certeza de que quien pone pie en Europa termina siempre quedándose. Se dijo que los pakistaníes, argelinos o nigerianos establecidos en Francia o Inglaterra al cabo de una generación beberían pastís o cerveza tibia, y serían tan europeos como los demás; en realidad, en Möllenbeck o Bradford es difícil encontrar cerveza, por la sencilla razón de que los pubs –y las iglesias- han cerrado: no ha tenido lugar una europeización de los inmigrantes, sino una islamización de ciertas zonas urbanas. Quien visite la tumba de Carlos Martel en Saint Denis podrá preguntarse si su victoria sobre los musulmanes en Poitiers (732) sirvió de algo. Pues la abadía necesita constante protección militar; y el visitante, al salir, atravesará calles que se parecen mucho más a las de la Argel que a las de París. 

En lugar de reconocer estos fracasos, el pro-inmigracionismo ha arremetido furiosamente contra quien los pusiese de manifiesto. Quien discrepe de la ortodoxia inmigracionista es tildado de racista, xenófobo, fascistoide, nacionalista estrecho… Quien señale la específica inasimilabilidad de la inmigración musulmana será tachado de “islamófobo”. Y sí, es cierto que algunos musulmanes están en peligro en Europa. Pero no son los salafistas, sino los moderados como Hamed Abdel-Samad o Kenan Malik, o los “apóstatas” que se pasaron al cristianismo (Magdi Allam) o al ateísmo (Ayaan Hirsi Ali). Son Rushdie, Hirsi Ali o Allam los que tienen que vivir bajo protección policial. Amenazados, no por “islamófobos” de ultraderecha, sino por musulmanes radicales que campan por sus respetos en París o Londres. (El caso de Ayaan Hirsi Ali es revelador: una inmigrante modelo, una verdadera refugiada, que sufrió mutilación genital en su Somalia natal y llegó a Europa huyendo de un matrimonio forzoso; que trabajó y estudió con aprovechamiento, licenciándose en Ciencia Política en la Universidad de Leiden y colaborando con Theo Van Gogh –asesinado por un islamista- en el documental “Sumisión”, que pretendía denunciar la opresión de las mujeres en el mundo islámico. Ali, que llegó a ser diputada del Parlamento holandés, tuvo al final que emigrar a EE.UU.: Holanda era incapaz de garantizar su seguridad. Y su discurso de denuncia del Islam radical resultaba incómodo: chocaba demasiado con la ortodoxia buenista del multiculturalismo y la diversidad). 

El imán de Neukölln (Berlín) pidió en 2014 que Alá “destruya a todos los judíos sionistas, que mate hasta al último de ellos” 


Tampoco corren buenos tiempos para los judíos en Europa. Miles de judíos franceses están emigrando a Israel, como reflejó la novela “Sumisión” de Michel Houellebecq (otro que tiene que vivir escondido por desafiar lo políticamente correcto). La prensa progresista insiste en atribuir antisemitismo a partidos como Alternativa por Alemania o el Fidesz de Viktor Orban: en realidad, el primero es nítidamente pro-israelí, y el gobierno húngaro ha recibido reiteradas felicitaciones de Israel por su modélica política de protección de los judíos. Sí, en las calles alemanas vuelven a oírse gritos de “¡judíos a la cámara de gas!” (“Hamas, Hamas, Juden ins Gas”). Pero no vienen de neonazis, sino de manifestaciones pro-palestinas protagonizadas por inmigrantes musulmanes. El imán de Neukölln (Berlín) pidió en 2014 que Alá “destruya a todos los judíos sionistas, que mate hasta al último de ellos”. Los supermercados kosher en Francia necesitan protección: no frente a los lepenistas, sino frente a islamistas como Amedy Coulibaly, que en 2015 mató a cuatro rehenes en uno de ellos (en Toulouse, Bruselas o Copenhague se han producido también en los últimos años atentados antisemitas, siempre de autoría islámica). 

Da igual: el villano oficial seguirá siendo “la ultraderecha”, y el euro-progresismo seguirá entonando “We are the world, we are the children” hasta el final, profetiza Murray. Europa está poseída por un Zeitgeist suicida: se desprecia más o menos conscientemente a sí misma, y desea ser sustituida por otros (el alcalde de Londres Ken Livingstone celebró el censo de 2012 que indicaba por primera vez que los “británicos blancos” habían pasado a ser minoría en su propia capital). Y se desprecia porque se ha quedado sin su cosmovisión, que era el cristianismo. La mezquina filosofía de “disfruta mientras puedas, pero debes saber que la tuya es una vida sin sentido en un universo absurdo” no puede inspirar nada grande, ni siquiera una voluntad seria de supervivencia colectiva. 

Fuente: https://www.actuall.com/criterio/democracia/douglas-murray-y-la-extrana-muerte-de-europa/