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viernes, 14 de abril de 2017

EN AGONÍA HASTA EL FIN DEL MUNDO





Isaías 50, 4-7;
Filipenses 2, 6-11;
Mateo 26, 14-27,66

El Domingo de Ramos es la única ocasión, aparte del Viernes Santo, en que se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo en el curso de todo el año litúrgico. Como no es posible comentar el largo relato por completo, detengámonos en dos de sus momentos: Getsemaní y el Calvario.

De Jesús en el huerto de los olivos está escrito: «Comenzó a sentir tristeza y angustia. Les dijo: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo"». ¡Un Jesús irreconocible! Él, que daba órdenes a los vientos y a los mares y le obedecían, que decía a todos que no tuvieran miedo, ahora es presa de la tristeza y la angustia. ¿Cuál es la causa? Se contiene toda en una palabra, el cáliz. «¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz!». El cáliz indica toda la mole de sufrimiento que está a punto de caer sobre Él. Pero no sólo. Indica sobre todo la medida de la justicia divina que los hombres han colmado con sus pecados y transgresiones. Es «el pecado del mundo» que Él tomó sobre sí y que pesa sobre su corazón como una piedra.

El filósofo Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, en una situación sin salida como Él aquel día. No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos hacer algo por el Jesús que agoniza hoy. Oímos a diario tragedias que se consuman, a veces en nuestro propio vecindario, en la puerta de enfrente, sin que nadie se percate de nada. ¡Cuántos huertos de los olivos, cuántos Getsemaní en el corazón de nuestras ciudades! No dejemos solos a los que están dentro.

Trasladémonos ahora al Calvario. «Clamó Jesús con fuerte voz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Dando un fuerte grito, expiró». Estoy a punto de decir ahora casi una blasfemia, pero me explicaré enseguida. Jesús en la cruz pasó a ser ateo, el «sin Dios». Hay dos formas de ateísmo. El ateísmo activo, o voluntario, de quien rechaza a Dios, y el ateísmo pasivo, o padecido, de quien es rechazado (o se siente rechazado) por Dios. En uno y en otro existen los «sin Dios». El primero es un ateísmo de culpa, el segundo un ateísmo de pena y de expiación. A esta última categoría pertenece el «ateísmo» de la Madre Teresa de Calcuta, de quien tanto se ha hablado con ocasión de la publicación de sus escritos personales.
En la cruz Jesús expió anticipadamente todo el ateísmo que existe en el mundo. No sólo el de los ateos declarados, sino también el de los ateos prácticos, aquellos que viven «como si Dios no existiera», relegándole al último lugar en la propia vida. «Nuestro» ateísmo, porque, en este sentido, todos somos -quien más, quien menos- ateos, «indiferentes» de Dios. Dios es también hoy un «marginado», marginado de la vida de la mayoría de los hombres.

Igualmente aquí hay que decir: «Jesús está en la cruz hasta el fin del mundo». Lo está en todos los inocentes que sufren. Está clavado a la cruz en los enfermos graves. Los clavos que le tienen aún cosido a la cruz son las injusticias que se cometen con los pobres. En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó iracundo a un creyente que tenía al lado: « ¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió-. Está ahí, en la horca».

En todas las «deposiciones de la cruz» sobresale la figura de José de Arimatea. Representan a cuantos también hoy desafían el régimen o la opinión pública para acercarse a los condenados, a los excluidos, a los enfermos de sida, y se empeñan en ayudar a alguno de ellos a descender de la cruz. Para alguno de estos «crucificados» de hoy, el «José de Arimatea» designado y esperado bien podría ser yo, o podrías ser tú.

Raniero Cantalamessa, ofcap | 8 abril 2017



Fuente: http://www.religionenlibertad.com/agonia-hasta-fin-del-mundo-53687.htm

jueves, 24 de marzo de 2016

¡ECCE HOMO!


Ecce Homo de Jan Mostaert (1475-1555)

Padre Raniero Cantalamessa | 3 de abril de 2015



Acabamos de escuchar la historia del proceso de Jesús frente a Pilato. Hay un momento sobre el que debemos detenernos.

“Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: ‘¡Salve, rey de los judíos!’, y lo abofeteaban. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: ¡Ecce homo! ¡Aquí tienen al hombre! (Jn 19, 1-5).

Entre los numerosos cuadros que tienen por tema el Ecce Homo, hay uno que siempre me ha impresionado. Es del pintor flamenco del siglo XVI, Jan Mostaert, y se encuentra en la National Gallery de Londres. Trato de describirlo. Servirá para una mejor impresión en la mente del episodio, ya que el pintor describe fielmente con los colores los datos del relato evangélico, sobre todo el de Marco (Mc 15,16-20).

Jesús tiene en la cabeza una corona de espinas. Un haz de arbustos espinosos que se encontraba en el patio, preparado quizá para encender el fuego, dio a los soldados la idea de esta cruel parodia de su realeza. De la cabeza de Jesús descienden gotas de sangre. Tiene la boca medio abierta, como cuando cuesta respirar. Sobre los hombres ya tiene puesto el manto pesado y desgastado, más parecido al estaño que a una tela. ¡Y son hombros atravesados recientemente por los golpes de la flagelación! Tiene las muñecas unidas por una cuerda gruesa; en una mano le han puesto una caña en forma de cetro y en la otra un haz de varas, burlándose de los símbolos de su realeza. Jesús ya no puede ni mover un dedo, es el hombre reducido a la impotencia más total, el prototipo de todos los esposados de la historia.

Meditando sobre la Pasión, el filósofo Blaise Pascal escribió un día estas palabras: “Cristo agoniza hasta el final del mundo: no hay que dormir durante este tiempo” . Hay un sentido en el que estas palabras se aplican a la persona misma de Jesús, es decir a la cabeza del cuerpo místico, no solo a sus miembros. No, a pesar de que ahora está resucitado y vivo, sino precisamente porque está resucitado y vivo. Pero dejemos a parte este significado demasiado misteriosos para nosotros y hablemos del sentido más seguro de estas palabras. Jesús agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y mujer sometido a sus mismos tormentos. “¡Lo habéis hecho a mí!” (Mt, 25, 40): esta palabra suya, no la ha dicho solo por los que creen en Él; la ha dicho por cada hombre y mujer hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado.

Por una vez no pensamos en las llagas sociales, colectivas: el hambre, la pobreza, la injusticia, la explotación de los débiles. De estas se habla a menudo –aunque si nunca suficiente–, pero existe el riesgo de que se conviertan en abstracto. Categorías, no personas. Pensamos más bien en el sufrimiento de los individuos, en las personas con un nombre y una identidad precisa; además de las torturas decididas a sangre fría y realizadas voluntariamente, en este mismo momento, por seres humanos a otros seres humanos, incluso a niños.

¡Cuántos “Ecce homo” en el mundo! ¡Dios mío, cuántos “Ecce homo”! Cuántos prisioneros que se encuentran en las mismas condiciones de Jesús en el pretorio de Pilato: solos, esposados, torturados, a merced de militares ásperos y llenos de odios, que se abandonan a todo tipo de crueldad física y psicológica, divirtiéndose al ver sufrir. “¡No hay que dormir, no hay que dejarles solos!”

La exclamación “¡Ecce homo!” no se aplica solo a las víctimas, sino también a los verdugos. Quiere decir: ¡de esto es capaz el hombre! Con temor y temblor, decimos también: ¡de esto somos capaces los hombres! Qué lejos estamos de la marcha inagotable del homo sapiens, el hombre que, según algunos, debía nacer de la muerte de Dios y tomar su lugar.

* * *

Ciertamente, los cristianos no son las únicas víctimas de la violencia homicida que hay en el mundo, pero no se puede ignorar que en muchos países ellos son las víctimas designadas y más frecuentes. Jesús dijo un día a sus discípulos: “Llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios” (Jn 16, 2). Quizá nunca estas palabras han encontrado, en la historia, un cumplimiento tan puntual como hoy.
Un obispo del siglo III, Dionisio de Alejandría, nos dejó el testimonio de una Pascua celebrada por los cristianos durante la feroz persecución del emperador romano Decio: “Nos exiliaron y, solos entre todos, fuimos perseguido y asesinados. Pero también entonces celebramos la Pascua. Todo lugar donde se sufría se convertía para nosotros en un lugar para celebrar la fiesta: ya fuera un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisión. Los mártires perfectos celebraron la fiestas pascuales más espléndidas, al ser admitidos a la fiesta celestial”. Será así para muchos cristianos también la Pascua de este año, el 2015 después de Cristo.

Ha habido alguno que ha tenido la valentía de denunciar, en la prensa laica, la inquietante indiferencia de las instituciones mundiales y de la opinión pública frente a todo esto, recordando a qué ha llevado tal indiferencia en el pasado. Corremos el riesgo de ser todos, instituciones y personas del mundo occidental, el Pilato que se lava las manos.

A nosotros, sin embargo, en este día no se nos consiente hacer ninguna denuncia. Traicionaríamos el misterio que estamos celebrando. Jesús murió gritando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Esta oración no es simplemente murmurada en voz baja; se grita para que se oiga bien. Es más, no es ni siquiera una oración, es una petición perentoria, hecha con la autoridad que le viene del ser el Hijo: “¡Padre, perdónalos!” Y ya que Él mismo ha dicho que el Padre escuchaba cada una de sus oraciones (Jn 11, 42), debemos creer que ha escuchado también esta última oración de la cruz, y que por tanto los que crucificaron a Cristo han sido perdonados por Dios (por supuesto, no sin antes haber tenido, de alguna manera, un arrepentimiento) y están con Él en el paraíso, testimoniando por la eternidad hasta donde ha sido capaz de llegar el amor de Dios.

La ignorancia se verificaba, de por sí, exclusivamente en los soldados. Pero la oración de Jesús no se limita a ellos. La grandeza divina de su perdón consiste en que es ofrecida también a sus más encarnizados enemigos. Justamente en favor de ellos aduce la disculpa de la ignorancia. Aunque hayan obrado con astucia y malicia, en realidad no sabían lo que hacían, ¡no pensaban que estaban poniendo en la cruz a un hombre que era realmente el Mesías e Hijo de Dios! En lugar de acusar a sus adversarios o de perdonar confiando al Padre Celeste la tarea de vengarlo, él los defiende.

Su ejemplo propone a los discípulos una generosidad infinita. Perdonar con su misma grandeza de ánimo no puede comportar simplemente una actitud negativa, con la que se renuncia a querer el mal para quien hace el mal; tiene que entenderse en cambio como una voluntad positiva de hacerles el bien, como mínimo con una oración hacia Dios, en favor de ellos. “Rezad por aquellos que os persiguen” (Mt 5, 44). Este perdón no puede encontrar ni siquiera una consolación en la esperanza de un castigo divino. Tiene que estar inspirado por una caridad que perdona al prójimo, sin cerrar entretanto los ojos delante a la verdad, mas bien intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros y a si mismos.

Nos viene ganas de decir: “¡Señor, nos pides lo imposible!”. Nos respondería: “Lo sé, pero yo he muerto para poder dar lo que os pido. No os he dado solo el mandamiento de perdonar y tampoco solo un ejemplo heroico de perdón; con mi muerte os he procurado la gracia que os vuelve capaces de perdonar. Yo no he dejado al mundo solo una enseñanza sobre la misericordia, como han hecho muchos otros. Yo soy también Dios y desde mi muerte he hecho partir para vosotros ríos de misericordia. De ellos pueden llenarse las manos en el año jubilar de la misericordia que está a punto de abrirse”.

* * *

¿Entonces -dirá alguno- seguir a Cristo es un volverse pasivo hacia la derrota y la muerte? ¡Al contrario! “Tengan coraje”, él le dijo a sus apóstoles antes de ir hacia la Pasión: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Cristo ha vencido al mundo, venciendo el mal del mundo. La victoria definitiva del bien sobre el mal, que se manifestará al final de los tiempos, ya vino, de derecho y de hecho, sobre la cruz de Cristo. Ahora -decía- es el juicio de este mundo”. (Jn 12, 31). Desde aquél día el mal pierde; y más pierde cuanto más parece triunfar. 

Está ya juzgado y condenado en última instancia, con una sentencia inapelable.

Jesús le ha ganado a la violencia no oponiendo a esa una violencia más grande, pero sufriéndola y poniendo al desnudo toda su injusticia y su inutilidad. Ha inaugurado un nuevo género de victoria que san Agustín ha encerrado en tres palabras: “Victor quia victima – Vencedor porque víctima” . Fue “viéndolo morir así”, que el centurión romano exclamó: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15,39). Los otros se preguntaban qué significaba el fuerte grito que Jesús emitió muriendo (Mc 15,37). Él que era experto en combatientes y combates, reconoció en seguida que era un grito de victoria.

El problema de la violencia nos acecha, nos escandaliza, hoy que esta ha inventado formas nuevas y horribles de crueldad y de barbarie. Nosotros los cristianos reaccionamos horrorizados a la idea que se pueda matar en nombre de Dios. Alguno entretanto objeta: ¿pero la Biblia no está ella misma llena de violencia? ¿Dios no es llamado “el Señor de los ejércitos?” No le es atribuida la orden de enviar al exterminio ciudades enteras? ¿No es él quien ordena en la Ley mosaica numerosos casos de pena de muerte?

Si se hubiera dirigido a Jesús durante su vida, la misma objeción, él habría respondido lo que respondió sobre el divorcio: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés les ha permitido de repudiar a vuestras esposas, pero en el principio no era así” (Mt 19, 8). También a propósito de la violencia “al principio no era así”. El primer capítulo del Génesis nos presenta un mundo en el que no es ni siquiera pensable la violencia, ni entre los humanos, ni entre los hombres y los animales. Ni siquiera para vengar la muerte de Abel, o sea ni para castigar a un asesino, es lícito asesinar (Jn 4, 15).

El genuino pensamiento de Dios está expresado por el mandamiento “No asesinar”, más que por las excepciones hechas a esto en la Ley, que son concesiones a la “dureza del corazón” y a las costumbres de los hombres. La violencia, después del pecado hace parte lamentablemente de la vida y el Antiguo Testamento, que refleja la vida y que tiene que servir a la vida, busca al menos con su legislación y con la pena de muerte, canalizar y contener a la violencia para que no degenere en arbitrio personal y no se destruyan mutuamente.

Pablo habla de un tiempo caracterizado por la ‘tolerancia’ de Dios (Rm 3, 25). Dios tolera la violencia como tolera la poligamia, el divorcio y otras cosas, pero viene educando al pueblo hacia un tiempo en el que su plan originario será ‘recapitulado’ y puesto nuevamente en honor, como para una nueva creación. Este tiempo ha llegado con Jesús que, en el monte proclama: “Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’; pero yo os digo no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra… Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’; pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5, 38-39; 43-44).

El verdadero “Discurso de la montaña” que ha cambiado el mundo no es entretanto el que Jesús pronunció un día en una colina de Galilea, sino aquel que proclama ahora, silenciosamente desde la cruz. En el Calvario él pronuncia un definitivo “¡no!” a la violencia, oponiendo a ella no simplemente la no-violencia, sino aún más el perdón, la mansedumbre y el amor. Si habrá aún violencia esta no podrá, ni siquiera remotamente, invocar a Dios y valerse de su autoridad. Hacerlo significa hacer retroceder la idea de Dios a situaciones primitivas y groseras, superadas por la conciencia religiosa y civil de la humanidad.

* * *

Los verdaderos mártires de Cristo no mueren con los puños cerrados, sino con las manos unidas. Hemos visto tantos ejemplos. Es Dios quien a los 21 cristianos cóptos asesinados por el ISIS en Libia el 22 de febrero pasado, les ha dado la fuerza de morir bajo los golpes, murmurando el nombre de Jesús. Y también nosotros recemos: Señor Jesucristo te pedimos por nuestros hermanos en la fe perseguidos, y por todos los Ecce homo que hay en este momento en la faz de la tierra, cristianos y no cristianos. María, a los pies de la cruz tu te has unido al Hijo y has murmurado detrás de él: “¡Padre perdónalos!”: ayúdanos a vencer el mal con el bien, no solo en el escenario grande del mundo, sino también en la vida cotidiana, dentro de las mismas paredes de nuestra casa. Tú que “sufriendo con el Hijo tuyo que moría en la cruz, has cooperado de una manera toda especial a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad”, inspira a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo pensamientos de paz, de misericordia y de perdón. Que así sea”.

Traduccion de Zenit



1. Blaise Pascal, “El mistero de Jesús” (Pensamientos, ed. Brunschvicg, n. 553).
2.F. Nietzsche, La gaya ciencia, III, 125.
3.Dionisio de Alejandría, en Eusebio, Historia eclesiástica, VII, 22, 4.
4.Ernesto Galli della Loggia, “La indiferencia que mata”, en “Corriere della sera” 28 de julio de 2014, p. 1.
5.S. Agustín, Confesiones, X, 43.
6.Cfr. F. Topping “An impossible God”.
7.Cfr. R. Girard, Des choses cachées depuis la fondation du monde, 1978.
8.Lumen gentium, n. 61.

martes, 8 de marzo de 2016

EL MESÍAS, LA PELÍCULA




El pasado 3 de marzo fui invitado a la premier de la película que en español se conocerá como “El Mesías” por el grupo de Comunicadores Católicos, con la finalidad de conocer y debatir sobre este film. Al efecto comparto con ustedes información del material de prensa que me fue proporcionado.



Preámbulo


Se han realizado muchas películas sobre la vida de Jesús en torno a su edad adulta, pero pocas acerca de su vida como un niño. ¿Qué clase de niño era? ¿Cómo era la relación con su familia? ¿Qué clase de padres eran José y María? ¿Cómo podrían guiar y proteger al hijo de Dios?

Sobre las películas de la infancia de Jesús recuerdo una que pasó hace unos años, en la que Jesús niño tenía frecuentes visiones sobre la pasión de su edad adulta y lógicamente se desmayaba. Me pareció una versión fantasiosa y sádica, ya que con esta “preparación” que clase de adulto podía ser Jesús, porque si era el hijo de Dios, también era un niño humano con una psique que podía ser afectada por estas terribles visiones.

El niño Jesús –como todos nosotros- fue descubriendo poco a poco quien era y para que nació, en especial que era lo que su Padre Celestial esperaba de él.


Notas del Director (Cyrus Nowrasteh)


<<Es obvio que hay grandes desafíos porque sabemos muy poco acerca de la infancia de Jesús. Esta película trata de presentar un retrato realista de Jesús arraigada en la fe. La novela de Anne Rice fue parte de la inspiración para poder escribir acerca de las emociones y acciones del niño Jesús. Haciéndolo con respeto y reverencia para imaginar a un niño en armonía y sabiduría como se revela en la Biblia. 

Nuestra historia se lleva a cabo durante un año en la vida de Jesús cuando tenía tan sólo siete años de edad. Cuando el niño Jesús y su familia salen de Egipto para regresar a su hogar en Israel. José y María están plenamente conscientes de los peligros en el mundo: un corrupto rey Herodes, el malestar social, y una brutal fuerza romana ocupante. Vemos a una familia de verdad, conviviendo con amor, fidelidad y sobre todo fe. 

Los espectadores conocedores verán en la película una representación que prefigura la vida de Jesús tal como se representa en los evangelios. Su compasión y la comprensión son muy superiores a sus años, sin embargo, con el tiempo crecerá. "Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres.” - Lucas 2:52 

Si bien esperamos que nuestra película se encuentre en un lugar junto a otros clásicos sobre la vida de Jesús. Lo más importante para nosotros es que inspire a la gente a ver, o volver a ver la historia de Jesús desde un ángulo nuevo. Como creyentes, esperamos que los niños se sientan atraídos por la historia de otro niño, la historia de Jesús, y que pueda ser una película para toda la familia. Aunque esperamos que, de alguna manera, nuestra película lleve a los espectadores a reafirmar su fe, en la misma gracia que Jesús extiende su mensaje de amor y fe a todos nosotros.>>

Sobre la producción 



<<En el 2005, Anne Rice escribió un relato sobre la infancia de un joven Jesucristo, titulada ‘El Mesías: El niño judío’. Que rápidamente se posicionó en la lista de Best Sellers del New York Times de ese año. 

La guionista Betsy Giffen Nowrasteh leyó el libro cuando fue lanzado por primera vez. "Yo era fan de las novelas de Anne Rice y estaba muy interesada en ver cómo contaría una historia sobre el niño Jesús, y me encantó". “La novela fue todo un éxito que inmediatamente pensé en el libro como una adaptación cinematográfica.” Pero no fue hasta que el director y co-guionista Cyrus Nowrasteh (marido de Betsy) recibió una llamada del agente de Anne Rice sobre el proyecto, varios años después la adaptación cinematográfica comenzó a producirse. Resulta que Anne Rice ya estaba familiarizada con las películas anteriores de los Nowrasteh. Rice se preguntó si Cyrus Nowrasteh estaría interesado en echar un vistazo a su libro. Cyrus al terminar de leer la novela, al igual que su esposa, respondió de inmediato a la inquietud por realizar una historia de Jesús como un niño y cómo su familia llega a tener una comprensión más completa de su naturaleza y propósito. "Pensé en que se podría hacer una hermosa película", recuerda. 

El corazón de la historia de El Mesías es un relato fácil de identificar, es sobre una familia tratando de hacer frente a las preguntas de un niño que se está dando cuenta de quién es. "Anne dijo que eligió este período de tiempo para escribir sobre Jesús, porque en el desarrollo humano a los siete años, un niño comienza a mirar hacia adentro y a hacer preguntas. Es la primera vez que un niño dice, "¿Quién soy yo?" y "¿Qué voy a ser cuando sea grande?" En lugar de "Tengo hambre" o "tengo frío". Es su primera mirada al interior, y esto coincide con el año en el que muere el primer rey Herodes. Así que ella se alineó a esos dos elementos de la historia.">>

El rodaje en Italia 


Con la enorme actuación de Sean Bean (El señor de los anillos, Juego de tronos)


<<Cuando los realizadores comenzaron a discutir sobre los posibles lugares de rodaje de esta historia, la preocupación central era si se podía ser capaz de reproducir el aspecto de la antigua Jerusalén y Nazaret. Se convirtió en uno de los mayores desafíos para la película. Se exploraron diferentes lugares en Jordania, Marruecos, e Israel antes de establecerse en Italia. "Sabíamos que una serie de películas con temas de la Biblia se habían filmado en Italia", señala el director Cyrus Nowrasteh. 

La producción se inició en la ciudad de Matera, Italia. El productor Michael Barnathan inmediatamente logró encontrar la ciudad muy parecida a los lugares históricos que se relatan en la Biblia, para El Mesías. Matera es una ciudad antigua que tiene un aspecto muy bien conservado, una piedra blanca que se parece mucho a la piedra de Jerusalén”. Después de que ‘La pasión de Cristo’ había sido filmada allí más de una década antes, la ciudad experimentó un resurgimiento y floreció el turismo. 

Para los actores, Matera fue un lugar muy especial que ayudaba en sus actuaciones. Sara Lazzaro, quien interpreta a María, señala "Nunca había estado en Matera, a pesar de ser italiana, y me quedé bastante impresionada. Había visto imágenes en Internet, pero una vez que estás ahí creo que es un lugar muy diferente. Creo que el lugar fue un personaje en sí mismo. Esta especie de ciudad te hace recordar la historia que se está contando con estas cuevas que se encuentran desde hace 3000 años antes de Cristo. Vicent Walsh, quien interpreta a José, está de acuerdo "Cuando se pone de pie en un acantilado o en la cima de la colina se pueden ver las cuevas de Matera... si le quitan los detalles modernos de la ciudad, es como estar de vuelta en los tiempos antiguos.>>


El Diseño del antiguo Jerusalén 



<<"Todo lo que ves en la película básicamente se tuvo que construir", dice Nowrasteh. "Fue un gran desafío recrear todas las locaciones. Yo quería que el público experimentara el viaje de la sagrada familia como si ellos fueran parte del recorrido. Yo quería que todo fuera completamente real. 

Nowrasteh eligió trabajar una vez más con el director de fotografía Joel Ransom, quien había colaborado anteriormente con él en varios proyectos. Ransom es muy meticuloso en cada detalle de la escena que se está filmando. "Leyó el guión con mucho cuidado y hablamos sobre ello. Reaccionó maravillosamente y propuso un número increíble de ideas. "Las conversaciones iniciales entre Nowrasteh y Ransom se centraron en la necesidad de filmar todo de una manera que demostrara que El Mesías se percibiera como una película histórica. Para los actores, esta estrecha relación era evidente y muy valiosa cada día de la sesión. "Es una verdadera colaboración", dice Sara Lazzaro. 

Cuando se trata de diseñar los conjuntos históricos más importantes de Alejandría, Nazareth, el templo y el palacio de Herodes, Nowrasteh tenía sólo un diseñador de producción en mente. "Lo que me atrajo de trabajar en Italia era la idea de trabajar con los mejores diseñadores, artesanos y directores de arte. El primero en mi lista fue Francesco Frigeri, quien fue el encargado del diseño de producción de La Pasión de Cristo y de una serie de grandes películas. He aquí un hombre que recrea un mundo para ti. Él no habla Inglés y no hablan italiano, sin embargo, fuimos realmente hablando el mismo idioma desde el primer día. Él es muy apasionado y quiere que las cosas se hagan de una manera determinada”. Nowrasteh dice, "Él construyó el templo, construyó la plaza de la ciudad de Nazaret, construyo Alejandría. También aumentó las ubicaciones en las que filmamos en Matera”. En última instancia, el diseñador de producción no es un arqueólogo, pero es un artista que crea e inventa".>>


El estreno mundial de la película será el próximo día 11 de marzo. A continuación les presento un tráiler:




Jorge Pérez Uribe

viernes, 20 de marzo de 2015

ORIENTE Y OCCIDENTE FRENTE A LA PERSONA DE CRISTO



13 de marzo de 2015

1. Pablo y Juan: Cristo visto desde dos ángulos



En nuestro esfuerzo por poner en común los tesoros espirituales de Oriente y Occidente, reflexionamos hoy sobre la fe común en Jesucristo. Tratamos de hacerlo como quien sabe hablar de uno que está presente, no de un ausente. Si no fuera por nuestra pesadez humana que lo impide, cada vez que pronunciamos el nombre de Jesús, debemos pensar que hay uno que se siente llamar por el nombre y se vuelve a mirar. También esta mañana Él está aquí con nosotros y escucha, esperemos con indulgencia, lo que diremos de Él.

Partimos de las raíces bíblicas en el discurso de Jesús. Ya en el Nuevo Testamento vemos delinearse dos caminos distintos para expresar el misterio de Cristo. El primero de ellos es el de san Pablo. Resumimos los pasajes peculiares de este camino, esos por los que se convertirá en un modelo o arquetipo cristológico, en el desarrollo del pensamiento cristiano. Este camino,
  • primero, parte de la humanidad para alcanzar la divinidad de Cristo, de la historia para llegar a la preexistencia; es por tanto un camino ascendente; sigue la orden de manifestarse de Cristo, la orden con la que los hombres lo han conocido, no la orden del ser; 
  • segundo, parte de la dualidad de Cristo (carne y Espíritu) para llegar a la unidad del sujeto “Jesucristo nuestro Señor”; 
  • tercero, tiene en su centro el misterio pascual, es decir la obra, antes incluso que la persona, de Cristo. La gran curva entre las dos fases de la existencia de Cristo es la resurrección de los muertos. 
Para convencerse de la rectitud de esta reconstrucción, basta releer el denso pasaje – una especie de credo embrional – con la que el apóstol inicia la Carta a los Romanos. El misterio de Cristo es resumido así:


“nacido de la estirpe de David según la carne,
y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador
por su resurrección de entre los muertos,
Jesucristo, nuestro Señor,” (Rm 1, 3-4).

También en el himno cristológico de Filipenses 2, se habla antes de Cristo en la condición de siervo y después, a partir de la resurrección, de Cristo exaltado como Señor. El sujeto concreto, también cuando define a Cristo como “imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), para Pablo es siempre el Cristo de la historia, también si la idea de la preexistencia no está ausente en sus escritos.

Una mirada rápida hacia adelante permite ver cómo serán acogidos y desarrollados estos pasajes paulinos de Jesús, en las generaciones sub-apostólicas. Carne y Espíritu, que en el origen indicaban dos fases udos tiempos de la vida de Cristo – antes y después de la resurrección -, pasarán a indicar, ya en san Ignacio de Antioquía, los dos nacimientos de Jesús, “de María y de Dios”, y finalmente las dos naturalezas de Cristo. Escribe Tertuliano:

“El apóstol enseña aquí las dos naturalezas de Cristo. Con las palabras ‘nacido de la estirpe de David según la carne’, él diseña la humanidad; con las palabras ‘constituido Hijo de Dios según el Espíritu’, él indica la divinidad” [1].

A este camino ascendente del misterio de Cristo, se une, con Juan, un camino descendente. Podemos sintetizar así las características de este segundo camino.

  • primero, parte de la divinidad, para llegar a la humanidad; el esquema está al revés: no más “carne – Espíritu”, sino “Logos – carne”; no antes lo humano, lo visible, y después lo divino y lo invisible, sino al contrario; Juan se coloca desde el punto de vista del ser, no del manifestarse a nosotros de Cristo, y según el ser está claro que la divinidad precede en él a la humanidad;
  • segundo, es un camino que parte de la unidad y alcanza una dualidad de elementos: Logos y carne, divinidad y humanidad; en el lenguaje posterior: parte de las persona para alcanzar a las naturalezas.
  • tercero, la gran división, el eje sobre el que gira todo, es la encarnación, no la resurrección o el misterio pascual.
De Cristo, interesa más la persona que la obra, el ser más que el actuar, comprendido el misterio pascual de muerte y resurrección. Este último sirve esencialmente para revelar quién es Jesús: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo Soy” (Jn 8, 28). La existencia ante el Padre es constantemente antepuesta a su venida al mundo. Basta recordar las dos grandes afirmaciones del inicio del cuarto Evangelio para mostrar la validez de esta reconstrucción resumida:


“Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios […].
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros”.

Se trazan así dos raíles en los que caminará toda la reflexión sucesiva de la Iglesia sobre Cristo. A pesar de las diferencias, hay una afinidad profunda y una comunicabilidad recíproca entre estos dos caminos, que se pueden recorrer en un sentido y en el otro. Para ambos, Pablo y Juan, en Jesucristo hay un elemento divino y un elemento humano, aún siendo el único sujeto. Para ambos él es el revelador y el redentor universal, aunque Juan insiste más sobre el revelador y Pablo más sobre el redentor. Para ambos, nuestra relación con Cristo está mediada y es posible por el Espíritu Santo. Es creyendo en Cristo, dicen ambos, que se recibe al Espíritu (Ga 3, 2; Jn 7, 39) y es recibiendo al Espíritu que se es capaz de creer en Cristo (1 Co 12, 3; Jn 6, 63).

Apenas se pasa a la época sucesiva, estos dos caminos tienden a consolidarse, dando lugar a dos modelos o arquetipos, y finalmente, en los siglos IV y V, a dos escuelas cristológicas. Las escuelas a las que me refiero son, una, la que por su mayor centro, Alejandría en Egipto, se llama Alejandrina y la otra la que, por la ciudad de Antioquía en Siria, es llamada Antioquena. La razón principal de su diferencia no es, como se ha pensado a veces, que los unos, los alejandrinos, se inspiran en Platón y los otros en Aristóteles, sino que los unos se inspiran preferentemente en Juan y los otros en Pablo.

Ninguno de los seguidores de uno u otro camino es consciente de elegir entre Pablo y Juan. Cada uno está seguro de estar de la parte de ambos, y esto es verdad. Sin embargo, el hecho es que las dos influencias son visibles y distinguibles, como dos ríos que, aún fluyendo juntos, continúan distinguiéndose por el color diferente de sus aguas. La diferencia entre las dos escuelas no es tanto que unos siguen a Pablo y otros a Juan, sino que algunos interpretaron a Juan a la luz de Pablo y otros interpretan a Pablo a la luz de Juan. La diferencia está en el esquema, o en la perspectiva de fondo que se adopta para ilustrar el misterio de Cristo.

En el debate entre estas dos escuelas, se puede decir que se han formado las líneas portadoras del dogma cristológico. La síntesis entre las dos instancias sucede, como se sabe, en el concilio ecuménico de Calcedonia en el 451, con la aportación determinante de Occidente, representado por san León Magno. Aquí la verdad de fondo, llevada adelante en Alejandría y reconocida en el concilio de Éfeso sobre la unidad de la persona de Cristo, es conjugada con la instancia fundamental de los antioquenos de la integra naturaleza humana de Cristo. Los dos caminos tradicionales son ambos reconocidos como válidos, para permanecer abiertas la una y la otra y comunicadas entre ellas.

La misma forma en la que se formula la definición de Calcedonia implementa este principio. El misterio de Cristo es formulado, en ella, dos veces y de dos formas distintas: primero, en la forma juaniana y alejandrina, partiendo de la afirmación de la unidad y alcanzando la afirmación de la distinción (“uno e idéntico Cristo, Señor e Hijo unigénito, en dos naturalezas”); después, de la forma paulina y antioquena, partiendo de la distinción de las naturalezas para alcanzar la afirmación de la unidad (“salvando las propiedades de cada una, las dos naturalezas se combinan para formar una sola persona e hipóstasis”). El mismo camino es recorrido sucesivamente en dos sentidos.


2. El rostro de Cristo en Oriente y Occidente


Nos preguntamos: ¿qué ha pasado después de Calcedonia, con las dos vías o los dos modelos fundamentales cristológicos elaborados por la Tradición? ¿Han desaparecido, nivelados, por la definición dogmática? A nivel teológico, desde entonces ha habido ciertamente una única fe en Cristo, común tanto en Oriente como en Occidente. San Juan Damasceno en Oriente [2] y santo Tomás de Aquino en Occidente han construido ambos su síntesis cristológica sobre Calcedonia. No ha habido, como sucedió con la Trinidad y el Espíritu Santo, diferencias doctrinales significativas entre la Ortodoxia y la Iglesia latina en la doctrina sobre Cristo.

Sin embargo, si ampliamos la mirada a otros aspectos de la vida de la Iglesia más allá de la teología dogmática, observamos que los dos modelos o arquetipos cristológicos de ningún modo se han perdido. Se han conservado y han dejado su huella, el primero en la espiritualidad ortodoxa y el segundo en la latina. En otras palabras, la Iglesia oriental ha privilegiado al Cristo juaniano y alejandrino y con él la centralidad de la encarnación, la divinidad de Cristo y la idea de la divinización; la Iglesia occidental ha privilegiado al Cristo paulino y antioqueno y con él la humanidad de Cristo y el misterio pascual.


No se trata evidentemente de una división rígida. Las influencias se han entrelazado y varían de un autor a otro, de una época a otra y de un ambiente a otro. Ambas Iglesias han creído – y con razón – valorizar de forma conjunta tanto a Juan como a Pablo, a pesar de que es admitido por todos que el Cristo de la tradición bizantina presenta rasgos diferentes al de la tradición latina.
Observemos algunos hechos que ponen de relieve esta diversidad, a partir del Cristo oriental. En el arte, la imagen más característica del Cristo ortodoxo es el Pantocrátor, el Cristo glorioso. Es el que la asamblea contempla frente a ella, en el ábside de las grandes basílicas. Está claro que incluso el arte bizantino conoce al crucificado, pero es también un crucificado con rasgos gloriosos y regios, donde el realismo de la pasión ya está transfigurado por la luz de la resurrección. Es por lo tanto el Cristo juaniano, para el que la cruz representa el momento de la “exaltación” (Jn 12, 32).

Del misterio de Cristo, sigue siendo colocado en primer plano el momento de la encarnación. Coherentemente, la salvación se concibe como una divinización del hombre gracias al contacto con la carne vivificante del Verbo. San Simeón el Nuevo Teólogo, por ejemplo, dice en una oración suya a Cristo:

“Bajando de tu excelso santuario, sin separarte del seno del Padre, encarnado y nacido de la Virgen María, ya entonces me has remodelado y dado la vida, liberado de la culpa de nuestros primeros padres y preparado para subir al cielo”[3].

Lo esencial ya ha sucedido con la encarnación del Verbo. La idea de la divinización regresa al primer plano, por el impulso de Gregorio Palamas y caracterizará “la cristología del último Bizancio” [4]. ¿Es ignorado tal vez el misterio pascual? Al revés, todo el mundo sabe la importancia excepcional que tiene la celebración de la Pascua en los ortodoxos. Pero he aquí, de nuevo, un signo revelador: del misterio pascual, el momento más valorado no es tanto el abajamiento cuanto la gloria; no es el Viernes Santo, sino el Domingo de Resurrección. Desde todos los punto de vista, prevalece la atención al Cristo glorioso y al Cristo “Dios”.

Estas características se encuentran en el ideal de la santidad que predomina en esta espiritualidad. La cumbre de la santidad se ve aquí en la transformación del santo en la imagen del Cristo glorioso. En la vida de dos de los santos más típicos de la Ortodoxia, san Simeón el Nuevo Teólogo y san Serafín de Sarov, nos encontramos con el fenómeno místico de la conformación al Cristo luminoso del Tabor y de la resurrección. El santo aparece casi transformado en luz.

Ahora demos un vistazo a algunos aspectos de la espiritualidad occidental. San Agustín escribe que, de los tres días que constituyen el Triduo Pascual, “el primer día, que significa la cruz, transcurre en la presente vida; los que significan la sepultura y la resurrección los vivimos en fe y en esperanza” [5]. Es decir: mientras estamos en esta vida, el Cristo crucificado nos es más cercano e inmediato que el resucitado.

De hecho, en el arte, la imagen característica de Cristo, en Occidente, es el crucificado. Es el que sobresale o se cuelga sobre el altar en las iglesias. La misma representación del crucificado, en un cierto momento, se separa del modelo glorioso, regio, y asume trazos realistas de verdadero dolor, e incluso espasmo. Es el crucificado paulino, que en la cruz se convirtió en “pecado” y “maldición” para nosotros (cf. Gal 3, 13).

Asume una gran relevancia, a partir de san Bernardo y luego con el franciscanismo, la devoción y la atención a la humanidad de Cristo y a los distintos “misterios” de su vida. La kénosis, o abajamiento, de Cristo ocupa un lugar prominente y con él el misterio pascual. En este contexto, encuentra su aplicación práctica el principio de la “imitación de Cristo”, que había estado en el centro de la teología antioquena. No en vano, el libro más famoso de espiritualidad, producido en la Edad Media latina, será precisamente La imitación de Cristo. En contra de cualquier intento de anular la humanidad de Cristo, para tender directamente a la unión con Dios, santa Teresa de Ávila afirmará que no hay una etapa de la vida espiritual en la que se puede prescindir de la humanidad de Cristo [6].

Los santos proporcionan, también aquí, una especie de respuesta práctica. ¿Cuál es, en Occidente, el signo de haber alcanzado la plenitud de la santidad? No es la conformación al Cristo glorioso de la Transfiguración, sino la conformación al Crucificado. La Ortodoxia no conoce casos de santos estigmatizados, mientras sí conoce, hemos visto, casos de santos transfigurados.
La Reforma protestante, en cierto modo, ha llevado al extremo algunos rasgos de este Cristo occidental, paulino, y de su misterio pascual. Ha elevado la “teología de la cruz” como criterio de toda teología, en controversia, a veces, con la “teología de la gloria”. Kierkegaard llegará a afirmar que, en esta vida, no podemos conocer a Cristo, si no en su abajamiento [7].

Es cierto que Lutero y los protestantes, en oposición a los excesos medievales de la imitación de Cristo, han afirmado que Cristo es ante todo un don que debe ser acogido con fe, más que un modelo a seguir con la imitación. Pero, incluso en este caso, ¿qué Cristo es visto como el “don” que debe ser acogido mediante la fe? No es el Logos que desciende y se hace carne, sino el Cristo pascual paulino, el Cristo “para mí”, no el Cristo “en sí mismo”.

Repito: cuidado con rigidizar estas distinciones; se convertirían en falsas y no históricas. Por ejemplo, la espiritualidad bizantina conoce todo un filón de santidad, llamado de los “locos por Dios”, en el que la asimilación a Cristo en su kénosis, está fuertemente acentuado. Con estas reservas, sin embargo, sigue habiendo una diferencia de énfasis innegable. Oriente ha caminado preferentemente sobre la vía inaugurada por Juan; Occidente sobre la inaugurada por Pablo. Pero ambos, fieles a Calcedonia, han sido capaces de abrazar, con su mirada, también al otro polo del misterio, manteniendo las dos vías comunicadas entre sí.

La gracia del momento presente es que se comienza a percibir la diversidad como una riqueza y no más como una amenaza. Un teólogo ortodoxo ha expresado este juicio: del Cristo latino, tomado aisladamente, puede derivar una concepción demasiado histórica, terrena y humana de la Iglesia, y del Cristo ortodoxo una concepción demasiado escatológica, desencarnada y no suficientemente atenta a su tarea histórica. Por ello concluía, “la auténtica catolicidad de la Iglesia no puede que englobar sea al Oriente que al Occidente”[8].
No es necesario, por lo tanto, eliminar o nivelar las diferencias que hemos indicado. Una vez reconocida la legitimidad y el carácter bíblico de los dos diversos enfoques, lo que es necesario es más bien el intercambio de dones, el respeto y la estima de la tradición de los otros. Es como si Dios hubiera hecho dos llaves para acceder a la plenitud del misterio cristiano y hubiera dado una a la cristiandad oriental, y otra a aquella occidental, de tal manera que ninguna de las dos pueda acceder a tal plenitud sin la otra.

En la ciudad de Colmar, en Alsacia, existe un famoso tríptico de Matthias Grünewald. En este cuando las dos alas del tríptico están cerradas, se ve representada la crucifixión; cuando están abiertas se ve, en el lado opuesto, la resurrección. La crucifixión es de un realismo impresionante: se ve a un Cristo espasmódico, con los dedos de las manos y de los pies retorcidos y extendidos como las ramas de un árbol seco; el cuerpo está como si hubiera sido arado, y tiene clavados espinas y clavos en cada parte. Es uno de esos cuadros de Cristo de los cuales Dostoevskij decía que, mirándolos durante mucho tiempo, “se puede incluso perder la fe” [9].


En la otra parte, el Resucitado aparece, en aquella pintura, sumergido en una luz fulgurante que apenas deja entrever los rasgos de un rostro humano. Si uno se detiene en este, corre el riesgo si no de perder la fe, seguramente de perder la confianza, porque este Cristo aparece lejos de su experiencia del dolor. Cuidado, por lo tanto, al dividir este tríptico, o al observarlo solamente por un lado. Es un símbolo eficaz de lo que debería suceder, a una escala más amplia, con el Cristo ortodoxo y el Cristo occidental. Estos deben mantenerse juntos.


3. Unidos por el amor a Cristo


Hasta aquí hemos procedido en lo indicado por los Padres y los testigos del pasado. Hemos recorrido, sobre todo, la historia de las respectivas posiciones en torno a la persona de Cristo. Pero no es esto lo que nos hará realmente progresar en la vía de la unidad; no será, en otras palabras, la sustancial unidad doctrinal y de fe en Cristo, por indispensable que sea; ¡será la unidad en el amor por Cristo! Lo que une en profundidad a ortodoxos y católicos y que puede hacer pasar a un segundo plano cada diferenciación, es un común, renovado amor por la persona de Jesús de Nazaret. No pero el Jesús del dogma, de la teología y de las respectivas tradiciones, sino Jesús resucitado y viviente hoy. El Jesús que es para nosotros un “tú” y no un “él”. Para usar una distinción querida por un teólogo ortodoxo contemporáneo, no el Jesús personaje, sino el Jesús persona [10].

En el cuerpo humano hay dos pulmones, dos ojos, dos pies, dos manos (todas metáforas usadas con frecuencia para describir las relaciones de sinergia entre Oriente y Occidente), ¡pero hay un solo corazón! También el corazón de la Iglesia tiene un solo corazón y este corazón tiene que ser el amor por Cristo. Escribe uno de los autores espirituales más queridos, y no solo por la Ortodoxia, Nicolás Cabasilas:


“Al Salvador le ha sido ordenado el amor humano desde el principio, como su modelo y fin, casi un cofre tan grande y ancho que es capaz de acoger a Dios. (…). El deseo del alma va únicamente al Cristo. Aquí que es el lugar de su reposo, porque él solo es el bien, la verdad, y todo lo que inspira el amor (eros)” [11].

Igualmente, en toda la espiritualidad monástica occidental, ha resonado la máxima de san Benito: “No anteponer absolutamente nada al amor por Cristo” [12]. Esto no significa restringir al horizonte del amor cristiano de Dios a Cristo; sino amar a Dios en la manera en la cual él quiere ser amado. No se trata de un amor mediado, casi por un poder, por el cual quien ama a Jesús “es como si” amara al Padre. No, Jesús es un mediador inmediato; amando a él se ama, ipso facto, también al Padre, porque él es “una cosa sola con el Padre” (Jn 10, 30). El cristiano puede, con todo derecho, aplicar a Cristo resucitado y vivo en el Espíritu, lo que Pablo decía de Dios a los atenienses: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

Ya que estamos en el Año de la Vida Consagrada, querría dedicar a esta un pensamiento particular. Me permito de retomar a propósito algunas reflexiones que hacía, hace algún tiempo atrás, en esta misma sede, comentando la encíclica de Benedicto XVI “Deus caritas est”. En ella el entonces Sumo Pontífice afirma que amor de donación y amor de búsqueda, ágape y eros (este último entendido en su sentido noble, no en el vulgar) son dos componentes inseparables en el amor de Dios por nosotros y de nuestro amor a Dios. En este reconocimiento, Oriente se ha adelantado a Occidente [13], que ha permanecido por mucho tiempo prisionero de la tesis contraria, es decir sobre la incompatibilidad entre ágape y eros [14].

El amor sufre aún, en este campo, de una nefasta separación, no solo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también en el lado opuesto, entre los creyentes y en particular entre las almas consagradas. En el mundo encontramos, muchas veces, un eros sin ágape; entre los creyentes muchas veces un ágape sin eros. El eros sin ágape es un amor romántico, a menudo pasional, hasta la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente al otro en objeto del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de donación de sí, en otras palabras el ágape.

El ágape sin eros nos parece como un “amor frío”, un amar “con la cabeza”, sin participación de todo el ser, más por imposición de la voluntad que por impulso íntimo del corazón. Un ajustarse a un molde preconstituido, en lugar de crear uno propio e irrepetible, como irrepetible es todo ser humano ante Dios. Los actos de amor dirigidos a Dios se parecen, en este caso, a aquellos de ciertos enamorados inexpertos que escriben a la amada cartas copiadas de un prontuario.

El amor verdadero e integral es como una perla escondida dentro las dos valvas de una concha que son eros y ágape. No se pueden separar estas dos dimensiones del amor sin destruirlo. Así se presenta el amor de Dios hacia nosotros, revelado por la Biblia. Este no es solo perdón, misericordia, donación de sí; es también pasión, deseo, celos; no es solo amor paterno y materno, sino también esponsal. Dios nos desea, parece casi que no pueda vivir sin nosotros. Así quiere Cristo que sea también el amor de los consagrados por él.

La belleza y la plenitud de la vida consagrada depende de la calidad de nuestro amor por Cristo. Sólo éste es capaz de defender de los bandazos del corazón. Jesús es el hombre perfecto; en él se encuentran, en un grado infinitamente superior, todas esas cualidades y atenciones que un hombre busca en una mujer y una mujer en un hombre. El voto de castidad no consiste en la renuncia a casarse, sino en preferir un tipo de esponsalicio a otro, en casarse con “el más bello entre los hijos del hombre”. “Casto – escribe san Juan Clímaco – es aquel que expulsa al eros con el eros” [15], el amor de un hombre o de una mujer con el amor de Cristo.

Concluyamos escuchando el himno más antiguo a Cristo, conocido fuera de la Biblia, todavía en uso en las vísperas de liturgia ortodoxa, y en las liturgias católica, anglicana y luterana. Se utiliza en el momento de encender las luces vespertinas y por lo tanto se llama “lucernario”:

¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre inmortal,
celeste, santo, bienaventurado, Jesucristo!
Al llegar al ocaso del sol y, viendo la luz vespertina,
alabamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es digno cantarte en todo tiempo con voces armoniosas,
oh Hijo de Dios, que nos das la vida:
el universo proclama tu gloria.



P. Raniero Cantalamessa, de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos


Notas:

[1] Tertuliano, Adv. Praxean, 27,11 (CCL 2, p.1199).
[2] Cfr. Juan Damasceno, De fide Orthodoxa III, (PG 94, 881 ss.) (trad. ital. Roma, Città Nuova 1998, pp.159-241).
[3] Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos y oraciones (SCh 196, p.332).

[4] Cfr. J. Meyendorff, Cristología ortodoxa, Roma 1974, pp. 225.242.
[5] Agustín, Cartas, 55, 14, 24 (CSEL 34,1, p.195).
[6] Teresa de Ávila, Autobiografía, 22, 1 ss.
[7] Cfr. Kierkegaard, El ejercicio del cristianismo I-II (en Obras, editado por C. Fabro, Florencia 1972, pp.703 s.)
[8] P. B. Vasiliadis, en Ver a Dios. Encuentro entre Oriente y Occidente, EDB, Bolonia 1994, p.97.
[9] F. Dostoevskij, El idiota II, 4 (Garzanti, Milán 1982, I, p.269).
[10] J. D. Zizioulas, Du personnage à la personne, en L’etre ecclesial, Ginebra 1981, pp.23-56.
[11] N. Cabasilas, La vida en Cristo, II, 9 (PG 88, 560-561).
[12] Regla de S. Benito, 4 Prólogo.
[13] P. Evdokimov, La Ortodoxia, Bolonia 1965, p.161.
[14] Anders Nygren, Eros y ágape, Gütersloh 1937 (ed. ital. Bolonia, Il Mulino, 1971).
[15] San Juan Clímaco, La escalera del Paraíso, XV, 98 (PG 88, 880).

jueves, 5 de marzo de 2015

¡ESCUCHADLE!

La Transfiguración, Anónimo, Benaki Museum



Génesis 22, 1-2. 9a. 10-13.15-18;
Romanos 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10

El pasaje evangélico nos habla de la Transfiguración de Jesús. Un día Jesús tomó consigo a tres de sus discípulos y subió con ellos a lo alto de un monte (según la tradición, el Tabor). En un cierto momento, el rostro de Jesús comenzó a brillar con una luz fulgurante; y aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con él. Por un instante, la realidad divina del Hijo de Dios, escondida bajo su humanidad, fue como liberada y Jesús apareció, también al exterior, como lo que era en realidad: la luz del mundo. Había una tal atmósfera de paz y de felicidad que Pedro no pudo dejar de exclamar: “Maestro, ¡qué bien se está aquí; hagamos tres tiendas…” Pero, en aquel instante se formó una nube que los envolvió y de la nube salió una voz que decía:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo”.

Con estas palabras, Dios Padre entregaba a Jesús como su único y definitivo Maestro a la humanidad. Aquel imperativo “¡escuchadlo!” está cargado de toda la autoridad de Dios; pero, asimismo de todo el amor de Dios para con el hombre. Escuchar a Jesús, en efecto, no es sólo un deber y una obediencia, sino también una gracia, un privilegio, un don. Él es la verdad: siguiéndole, no podremos equivocarnos; es el amor: no busca más que nuestra felicidad.

Mas, ahora, como de costumbre, vengamos a lo práctico. La palabra “¡escuchadlo!” evidentemente no está sólo dirigida a los tres discípulos, que estaban en el Tabor, sino a los discípulos de Cristo de todos los tiempos. Es necesario por ello que nos planteemos la pregunta: “Hoy, ¿dónde habla Jesús para poderlo escuchar?”

Jesús nos habla, ante todo, a través de nuestra conciencia. Cada vez que la conciencia nos echa en cara algo del mal que hemos hecho, o nos anima a hacer algo de bueno, es Jesús el que nos habla mediante su Espíritu. La voz de la conciencia es una especie de “repetidor”, instalado dentro de nosotros, de la misma voz de Dios.

Pero, de sólo ella no basta. Es fácil hacerla decir lo que nos gusta escuchar. Puede ser deformada o efectivamente puesta a callar por nuestro egoísmo. Tiene necesidad por ello de ser iluminada y sostenida por el Evangelio y por la enseñanza de la Iglesia. El Evangelio es el lugar por excelencia en el que Jesús nos habla hoy. Son innumerables las personas que han hecho experiencia de ello en su vida. La gente ama distraerse, no pensar; por esto los programas de variedades, de juegos y concursos tienen tanta escucha. Sin embargo, cuando la familia se encuentra para tener que afrontar una crisis, un gran disgusto, entonces nos damos cuenta que sólo las palabras del Evangelio están a la altura de nuestro problema y tienen algo que decirnos. Todas las demás palabras suenan a vacías y nos dejan solos, presos de nuestros problemas.

Gracias a su Evangelio, Jesús habla y, a veces, es escuchado también fuera del círculo de sus discípulos. El ideal de la “no violencia”, por ejemplo, fue inspirado por Gandhi más que por su cultura hindú, por la lectura de las Bienaventuranzas evangélicas, como sabemos por su correspondencia con el escritor ruso Tolstoi. Los fundadores mismos del marxismo, especialmente Engels, reconocían en el Evangelio la fuente inspiradora de algunos de los principios más válidos de su doctrina social. Jesús habla “muchas veces y de distintos modos” (Hebreos 1, 1) y a veces su voz llega a nosotros, los cristianos, como de rebote, desde los de fuera de la Iglesia.

Pero, es claro que ello es la excepción. El lugar ordinario en donde Jesús nos habla hoy es precisamente la Iglesia, a través de su tradición y el magisterio de los sucesores de los apóstoles. A estos, Cristo les ha dicho: “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha” (Lucas 10, 16). Sabemos por experiencia que las palabras del Evangelio pueden ser interpretadas frecuentemente de modos diversos, pueden venir sometidas a decir lo que los hombres de un cierto ambiente quieren hacerles decir. ¿Quién nos asegura una interpretación auténtica, si no es la Iglesia, instituida por Cristo precisamente para tal fin? Por esto, es importante que busquemos conocer la doctrina de la Iglesia y conocerla de primera mano, como ella la entiende y la propone; no según la interpretación, frecuentemente distorsionada y reductora, de las mass-media.

Pero, ahora debo cambiar de registro. Casi tan importante como saber dónde habla Jesús hoy es saber dónde no habla. Él no habla ciertamente a través de los magos, los adivinos, los nigromantes, los que dicen horóscopos, los que expresan mensajes extraterrestres; no habla en las sesiones espiritistas, ni en el ocultismo. En la Escritura leemos esta advertencia al respecto:

“No ha de haber dentro de ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique la adivinación, la astrología, la hechicería o la magia, ningún encantador, ni quien consulte espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahvé tu Dios y por causa de estas abominaciones desaloja Yahvé tu Dios a esas naciones a tu llegada” (Deuteronomio 18, 10-12).

Éstos eran los modos típicos de referirse a la divinidad por los paganos, que acarreaban auspicios consultando a los astros, o las vísceras de animales, o el vuelo de los pájaros. Había entre ellos dos clases expresas de sacerdotes, que sólo hacían esto; se llamaban los Augures (de ahí procede nuestro augurar y augurio) y los Auspicios o Protectores (de ahí nuestro auspiciar y auspicio). La relación con la divinidad no estaba basada en la obediencia, la confianza y el amor, sino en la astucia. Era importante arrebatar a la divinidad sus secretos y sus poderes.

Con aquella palabra de Dios: “¡Escuchadlo!” todo esto ha terminado. Hay un solo mediador entre Dios y los hombres; no estamos obligados ya más a ir “a tientas” para conocer el querer divino, para consultar esto o aquello. En Cristo tenemos toda respuesta.

Hoy desdichadamente aquellos ritos paganos han vuelto a estar de moda. Como siempre, cuando disminuye la fe verdadera, aumenta la superstición. Tomemos la cosa más inocua de entre todas, el horóscopo. No existe, se puede decir, periódico o estación de radio que no ofrezca diariamente a sus lectores u oyentes el horóscopo. Para las personas maduras, dotadas de una mínima capacidad crítica o de ironía, eso no es más que una inocua tomadura de pelo recíproca, una especie de juego y de pasatiempo. Pero, mientras tanto miremos los efectos a largo caminar. ¿Qué mentalidad se forma, especialmente entre los muchachos y los adolescentes? Aquella según la cual el éxito en la vida no depende del esfuerzo, de la aplicación en el estudio y la constancia en el trabajo, sino de factores externos, imponderables; del conseguir doblegarse en propia ventaja a ciertos poderes, propios o de otros. Peor aún, todo esto induce a pensar que en el bien y en el mal la responsabilidad no es nuestra, sino de las estrellas. Vuelve a la mente la figura de don Ferrante. Convencido que la peste no fuese debida al contagio, sino “a la fatal unión de Saturno con Júpiter” él –dice Manzoni– no tomó ninguna precaución en contra de ella y así murió “tomándosela con las estrellas” (I Promessi Sposi, cap. 37).

Es en verdad desconcertante ver cómo órganos de prensa de glorioso pasado o medios de comunicación públicos, que debieran desarrollar una función educativa, se presten a una obra tan claramente poco educativa y en la que ellos son los primeros en no creer.

Debo apuntar hacia otro ambiente en el que Jesús no habla y en donde por el contrario se le hace hablar todo el tiempo. El de las revelaciones privadas, mensajes celestiales, apariciones y voces de variada naturaleza. No digo que Cristo o la Virgen no puedan hablar incluso a través de estos medios. Lo han hecho en el pasado y lo pueden hacer, evidentemente, también hoy. Sólo que antes de dar por descontado que se trate de Jesús o de la Virgen que habla y no de la fantasía de alguien o, peor, de astutos que especulan en la buena fe de la gente, importa tener garantías. Es necesario, en este campo, esperar el juicio de la Iglesia, no precederle. No nos perdemos nunca con esperar, porque en el entretiempo tenemos ya todo lo que nos es necesario para conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica, si lo queremos. Dante decía bien a los cristianos de su tiempo:

“Cristianos, moveos de forma más grave:no seáis como plumas a todo viento,y no creáis que cada agua os lave.Tenéis el nuevo y el antiguo Testamento,y al pastor de la Iglesia que os guía:Esto os baste para vuestra salvación” (Paraíso V, 73-78).

San Juan de la Cruz decía que desde el Tabor se ha dicho a Jesús: “¡Escuchadlo!”, Dios en un cierto sentido ha llegado a estar mudo. Lo ha dicho todo, ya no tiene más cosas nuevas para revelar. Quien le pide nuevas revelaciones o respuestas le ofende, como si no se hubiese explicado claramente. Dios continúa diciendo a todos la misma palabra: “¡Escuchadlo! Leed el Evangelio: encontraréis más, no menos, lo que buscáis”.

El Evangelio de hoy nos ha puesto delante con toda su majestad a Cristo como Maestro de la Iglesia y de la humanidad. Descendamos también nosotros de nuestro pequeño Tabor llevando en el corazón el eco fuerte de aquella invitación del Padre: “Éste es mi Hijo amado; ¡escuchadlo!”



P. Raniero Cantalamessa, de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos


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