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jueves, 5 de diciembre de 2013

JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN





Biografía


Nació alrededor de 1474, en el barrio de Tlayácac, Cuauhtitlán, perteneciente al reino de Texcoco. Por ser de la etnia chichimeca, fue formado en la cultura tolteca y no en la cultura mexica (mal conocida como "azteca").

Haciendo un símil con el pueblo griego, podríamos considerar a los mexicas como los espartanos de la meseta del Anáhuac y a los toltecas como a los atenienses, es decir, en tanto los mexicas eran un pueblo fundamentalmente guerrero y eran educados para la guerra, con excepción de los gobernantes, que gozaban de una educación más amplia, los toltecas apreciaban las bellas artes, las ciencias y su educación era más humanista.

No fue noble sino macehual, es decir, una "persona común y corriente".

Cuauhtitlán, fue de los primeros pueblos que recibieron la evangelización de los misioneros franciscanos. Fray Toribio de Benavente “Motolinia”[1] afirmaba que “entre los pueblos ya dichos de la laguna dulce, el que más diligencia puso para llevar frailes que los enseñasen y en ayuntar más gente y en destruir los templos del demonio, fue Cuauhtitlán”

Entra en los registros históricos a partir del año de 1524, en que fue bautizado, a los 48 años, recibiendo después el sacramento matrimonial con su pareja María Lucía. Dos años después realizaron la promesa de castidad conociendo que la castidad y la virginidad eran agradables a Dios. María Lucía murió en 1529, dos años antes de las apariciones del Tepeyac.

Juan Diego acudía todos los sábados y domingos a Tlatelolco, un barrio de la Ciudad de México, en donde había doctrina y se celebraba Misa. Para ello tenía que salir muy temprano del pueblo de Tulpetlac, donde vivía y caminar hacia el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac.

El documento que narra las apariciones de la Virgen de Guadalupe al vidente Juan Diego es el Nican Mopohua, pero también se le menciona en el Nican Motecpana y muy especialmente en las Informaciones Jurídicas de 1666.

Después de las apariciones, se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, lo que lo llevó a solicitar al obispo fray Juan de Zumárraga que le permitiera construir una choza pegada a la ermita construida a Santa María de Guadalupe. Los indios de Cuauhtitlán fueron los que construyeron la ermita a la Virgen y después edificaron una humilde choza al lado de la ermita.

Murió en 1548 a la edad de 74 años, hay que agregar que ese mismo año murió el obispo fray Juan de Zumárraga, a quien le tocó vivir y certificar el hecho de las apariciones Guadalupanas. Fue enterrado, igual que su tío Bernardino en la choza junto a la ermita. 

Si bien en vida fue reconocido como un varón santo y recibió la veneración especialmente de los indígenas, no fue sino hasta el 9 de abril de 1990, que Juan Pablo II reconoció la santidad de vida mediante un Decreto de Beatificación.




El milagro que le valió el reconocimiento de santidad


Posteriormente, se inició la Causa de Canonización para la cual se exigía un milagro. Si bien había un ramillete de milagros documentados a lo largo de los siglos, se escogió, el más documentado y actual, mismo que transcribo: <<… el 3 de mayo de 1990, el joven Juan José Barragán desesperado por su situación familiar y personal, en un momento de tremenda depresión, lágrimas y frustración, protagonizó una acalorada discusión con su madre; en esa difícil mañana fue cuando el joven Juan José corrió a la cocina del departamento ubicado en la Ciudad de México y tomando entre sus manos un cuchillo quiso quitarse la vida. Entre forcejeos la madre pudo arrebatarle el cuchillo, pero el joven de apenas 19 años de edad estaba decidido, no quería seguir viviendo, así que corrió hacia la terraza y quiso lanzarse al vacío, diez metros en caída libre, era la altura entre la vida y la muerte; la madre quien corrió detrás de él, como pudo lo sujetó de las piernas. La gente que pasaba por la calle miraba atónita la dramática escena, escuchaban aterrados los gritos que lanzaba la madre del joven, gritos de auxilio pero también de plegaria: “¡Juan Diego, Juan Diego, mi hijo, mi hijo!”; no faltó la persona que trató de abrir la puerta del edificio para subir a auxiliar a la desesperada madre; otro trató de ponerse debajo con los brazos en posición para una posible caída del muchacho y así, eventualmente, tratar de atajar su caída; tanto los que estaban expectantes, como los que querían ayudar fueron importantes testimonios de todo este evento dentro del proceso que posteriormente se llevaría a cabo. La madre no pudo sujetar más a su hijo, ya que éste movía bruscamente las piernas, finalmente se zafó y, de cabeza, cayo esos diez metros hasta que su cráneo dio contra el suelo de cemento; caída libre en la cual no pudo ser atajado o amortiguar el golpe con otra parte de su cuerpo, nada se pudo hacer; el joven yacía como muerto.

La madre, gritando a los cuatro vientos por su hijo, bajo rápidamente por las escaleras los dos pisos que la separaban de su hijo. Persona caritativas cubrieron el cuerpo con una sábana y una veladora iluminaba débilmente la escena; otra persona más llamó a la ambulancia y antes que llegarán los paramédicos, ante el asombro de todos, Juan José se quitó la sábana, la gente no daba crédito a lo que estaba viendo: un muchacho con el rostro deformado, la sangre que le brotaba por los oídos, boca, nariz y ojos, y que reconociendo a su madre, le decía: “madre, ¡qué golpazo me di!”; esto fue un punto interesante pues, a pesar del tremendo golpe, pudo reconocer a su madre; desde este momento se inicia con un reconocimiento del mencionado “ramillete de milagros”. Por fin llegaron los paramédicos, con extremo cuidado fue auxiliado el joven y trasladado al Sanatorio Durango, en la Colonia Roma, donde fue atendido inmediatamente por el doctor Juan Homero Hernández Illescas, quien trato de suministrarle un calmante, pero el joven Juan José pataleaba y manoteaba y no había forma de ser inyectado; esto también forma parte de lo asombroso del hecho, ya que Juan José no perdió la movilidad, o la capacidad motora, a pesar de la gravedad que en un momento más iba a descubrirse con exactitud gracias a los exámenes y radiografías. Los doctores no daban crédito, ¿cómo es posible que éste joven hubiera reconocido a su madre y haya conservado la capacidad motriz, cuando su cráneo estaba totalmente roto y, además de haber perdido mucha sangre, el líquido encéfalo-raquídeo se había salido? ¡Simplemente era inexplicable, como el joven Juan José Barragán siguiera vivo!

Los doctores no salían de su asombro, sin embargo, pensaban que sólo era cuestión de tiempo para que Juan José muriera. Desde que habían conocido la gravedad del caso, el doctor Hernández le había dicho a la madre que si creía en Dios rezara por el restablecimiento de su hijo; la madre inmediatamente le confirmó que ya había elevado su plegaria a Dios, a la Virgen de Guadalupe y a Juan Diego, pues lo tenía muy presente en la mente desde que los medios de comunicación anunciaban la llegada del Papa Juan Pablo II a México para la beatificación del humilde indígena, así que fue en las manos de este indio humilde en donde puso la salud de su hijo. El día 5 de mayo, los doctores tuvieron que decirle a la mamá de Juan José, que no había nada que hacer, simplemente, no sabían cómo todavía seguía vivo, y determinaron que fuera la misma naturaleza del cuerpo de Juan José la que determinará cuándo sería el fin.

El 6 de mayo, exactamente cuando el Papa Juan Pablo II estaba en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la celebración de la beatificación de Juan Diego, justo en el momento de la consagración, en el Sanatorio Durango algo estaba sucediendo… el joven Juan José se despertó, poco a poco se incorporó, tenía hambre; vio a un enfermo que estaba en la cama contigua, le habían traído una charola de comida, observó que él estaba totalmente dormido, así que aprovecho el momento para acercarse la charola y comer; en ese momento pasó por ahí la enfermera que vio la escena y casi se desmaya, corrió por el doctor, y con la respiración entrecortada le gritó: “¡doctor, doctor, su muerto está comiendo!” ¿qué? -respondió el doctor- “qué dices?; sí, sí, doctor: ¡el joven que debería estar muerto está comiendo Corrieron los dos y al llegar al cuarto se sorprendieron tanto que tardaron algunos momentos para poder coordinar alguna idea… Juan José me comentó tiempo después que él se había asustado por la cara que pusieron tanto el doctor como la enfermera, y de momento pensó que estarían enojados porque ¡estaba comiendo algo que no era suyo! Obviamente los especialistas trataban de responderse que había pasado, Juan José fue sometido a varios exámenes, veían el hueso, sí veían la fractura pero estaba totalmente soldada y ahí estaban las arterias y venas, todo en su lugar. Estaban los signos de las roturas, pero sanas, ¡todo funcionaba perfectamente bien!, ¡el joven no tenía ni siquiera dolor de cabeza! Los doctores no se contentaron con sus propios exámenes, pidieron más y más análisis de otros especialistas, algunos, sin saber que el joven estaba ya perfectamente bien de salud, escribían preguntas, una de ellas es muy singular, pues el especialista escribía: “interesante caso ¿dónde está el cadáver?” Además no hubo secuelas, ninguna, no quedó en estado vegetativo o con alguna discapacidad, como todavía algunos pronosticaban, nada, absolutamente nada. Juan José abandonó el sanatorio el 12 de mayo, por lo que estuvo apenas unos cuantos días en el hospital.

Once años después, en diciembre, en diciembre de 2001, se realizó la certificación del milagro que realizó Dios por medio de Juan Diego, como lo requirió la Congregación para la Causa de los Santos y lo corroboró como un verdadero “ramillete de milagros”. Se confirmó una vez más, no sólo la existencia de Juan Diego, sino sus grandes virtudes como cristiano, su veracidad en la transmisión de toda su experiencia y, ahora, su gran intercesión a favor del necesitado y del que sufre.

Así pues, el 18 de diciembre de 2001 se anunció que se realizaría la Proclamación del Decreto sobre el milagro que, por intercesión de Juan Diego realizó Dios; esto significaba la aprobación de todo el proyecto de canonización de este humilde indígena celebrado por varios años hasta ese momento.>>


Canonización


El 20 de diciembre de 2001 fue proclamado el Decreto del milagro delante del Papa Juan Pablo II. Se invitó al Santo Padre a que efectuara la ceremonia de canonización en México, accediendo a hacerlo el 31 de julio de 2002 -a pesar de lo avanzado de su enfermedad y/o delicado de su salud-.

Y así, en esa memorable fecha, el Papa que se había autodeclarado “mexicano”, que había comentado que en la visita al Tepeyac, había encontrado el camino de su magisterio, que había reconocido a Santa María de Guadalupe, el título de: “Estrella Luminosa de la primera y de la nueva evangelización”, definió e inscribió en el catálogo de los santos a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin [2], como primer santo indígena del Continente Americano.

Su fiesta se celebra el 9 de diciembre, fecha de inicio de las apariciones.


Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] En náhuatl: pobre
[2] En náhuatl: Águila que habla cosas divinas

Bibliografía: Eduardo Chávez, La Verdad de Guadalupe, Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, 3a.Edición, México, 2012