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viernes, 25 de octubre de 2013

PREOCUPACIÓN Y DESCONCIERTO: ¿POR QUÉ EL DESAPEGO SOCIAL EN LA JUVENTUD ACTUAL?


La "sociedad global" está generando personas cada vez más individualistas



Por Juan Mª González-Anleo Sánchez, sociólogo español

Hace tiempo que los jóvenes se han convertido en una preocupación nacional, casi en un agobio. Se suceden las encuestas, se publican estudios de toda índole, se reúnen comisiones, se elaboran planes –contra la droga, contra el embarazo de adolescentes, para reducir el fracaso y la violencia escolar, con vistas a eliminar o, al menos, atenuar el vandalismo callejero…–.

Desapego juvenil

Y, a medida que no cesa de crecer esta preocupación por los jóvenes, cada vez son más los adultos, incluso algunos de los que se dedican al estudio de la juventud, que no salen de su desconcierto frente a unos jóvenes que se les antojan cada vez más complejos, más herméticos.

Existen varias razones para explicar este fenómeno:

Desconcierto, en primer lugar, por la imagen esquizofrénica que recibimos de los medios de comunicación: por un lado, el tratamiento de los jóvenes y de sus problemas en numerosos programas de televisión y en los periódicos, que suelen tender a un claro negativismo, e incluso al catastrofismo; y, por otro, el tratamiento comercial del joven, en la publicidad, por ejemplo, en la que se insiste en una imagen feliz, bella, optimista, mostrando un joven despreocupado, sin problemas, en éxtasis de felicidad permanente y como modelo para el resto de la población.

Desconcierto, en segundo lugar, por la imagen distorsionada que se transmite desde numerosos círculos del joven como permanente amenaza. Los jóvenes hoy, afirma con aterradores datos en su mano el sociólogo norteamericano Mike Males, no son sino el chivo expiatorio, el scapegoat [1] de la sociedad adulta. Desde esta perspectiva, los jóvenes son los portadores de todas las plagas y todas las grandes catástrofes sociales, creando una permanente angustia en la sociedad adulta, que termina por mirarles con recelo.

Desconcierto, en tercer lugar, y en parte como reacción a la anterior imagen, por la concepción del joven como víctima, especialmente difundida desde los círculos académicos. Víctimas del orden social, de los adultos en general y, en particular, de los políticos, los mercadólogos, los periodistas, los padres, los profesores… Víctimas de la economía, del mercado de trabajo o la vivienda… Víctimas hasta de su propia juventud.

Y, por último, desconcierto por la gran ausencia de los propios jóvenes, que se retiran a su propio mundo, coto vedado para la gran mayoría de los adultos.

De este último punto trata este artículo: de la desaparición de los jóvenes, de su alejamiento social, de su desinterés y apatía por todo lo que no sea su propio mundo.

Trataré de hacerlo sin caer, en la medida de mis posibilidades, en ninguna de las trampas que acabo de citar, explorado una por una las esferas sociales fundamentales: la confianza social básica, la confianza y participación institucional, los ideales y la acción colectiva, incluyendo su concienciación ecológica y su actitud ante la nueva comunidad plural y multiétnica. Hasta llegar a su madriguera, a la calidez de su refugio íntimo, allí donde el joven, como veremos, parece refugiarse de un mundo que no le gusta y que parece temer.

¿El fin de la sociedad?

Comencemos con una breve reflexión sobre las dimensiones y la trascendencia del tema que nos ha traído hoy aquí. La expresión “el fin de la sociedad” no es ni mucho menos nueva. Sin embargo, nunca hasta los últimos decenios sale este augurio del ostracismo reservado en las ciencias humanas actuales a las visiones cargadas de cierto cariz apocalíptico.

El paso de una sociedad industrial a una posindustrial, junto con la paralela transformación cultural de la posmodernidad, es acompañado por un deterioro acelerado de las condiciones sociales. Es, en la expresión acuñada por Fukuyama, “la gran ruptura” social: se debilitan los lazos sociales, los valores comunitarios se deshacen y comienza a emerger un nuevo orden social basado en el individualismo instrumentalista, que empapa con su lógica gran parte del tejido social.

Los protagonistas indiscutibles de esta gran ruptura son las generaciones más jóvenes, ciudadanos privilegiados de la posmodernidad e hijos, o incluso nietos, de los pioneros en soltar las amarras sociales. Así, en los últimos años, debido en parte al impulso del autor Francis Fukuyama, el miedo casi tribal a la desintegración social se ha visto transformado en hipótesis de trabajo por gran número de académicos.

En el caso concreto de los jóvenes, vivir fuera de lo social no implica un individualismo radical en el que todas las formaciones sociales queden barridas de un plumazo. Por el contrario, el grupo pequeño, las comunidades de sangre, de lugar y espíritu, como las denominó Tönnies a finales del siglo XIX, recuperan vitalidad entre ellos en una estrategia de enroque dentro del grupo primario.

Y esto frente a una sociedad que, a la vista de cómo se está desarrollando el proceso de globalización y neocapitalización de las relaciones en ella, parece corresponder más que nunca con la idea que Tönnies tenía en mente a la hora de acuñar el término.

La tendencia a la proxemia [2] y el pragmatismo apreciable en la juventud actual hace pensar en un retorno al tribalismo en el sentido amplio expuesto por Michel Maffesoli a finales de los 80. El nuevo espíritu tribal parece haber extendido su significado en el mundo juvenil más allá del neotribalismo de determinadas subculturas, y engendrado en torno a símbolos, gustos y afinidades estéticas, englobando ahora a todos aquellos que están próximos, incluida la familia.

Hoy día, enrocado sentimental e instrumentalmente en su pequeña tribu, el joven vive y convive en la más vasta sociedad como turista social, moviéndose a través de los espacios en los que otros viven, arropado siempre por su pequeño círculo, su familia y sus amigos, fortaleza que le hará posible su incursión turística en la sociedad y que, como veremos, no implica la desaparición del individualismo, sino su nido más cálido.





[1] El que paga los platos rotos (nota del blogger)
[2] Es el uso que hacemos de nuestro espacio personal.Término no incorporado aún a la R.A.E. (nota del blogger)


Publicado en el nº 2.867 de Vida Nueva. Del 19 al 25 de octubre de 2013