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viernes, 26 de diciembre de 2014

J.R.R.TOLKIEN EN LAS TRINCHERAS DE LA GRAN GUERRA





María Martínez López* | 22 de diciembre de 2014


Si J.R.R. Tolkien no hubiera vivido la batalla del Somme, los primeros esbozos de su mitología tal vez nunca habrían dado lugar a la Tierra Media que conocemos. Como él, muchos otros escritores se vieron obligados a empuñar las armas. En el frente, algunos encontraron a Dios o dieron testimonio de Él. La guerra truncó la búsqueda espiritual de otros…

«En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango». Así comienza El Hobbit, de J.R.R. Tolkien. Estamos en la Tierra Media, pero ese agujero con el que no quiere que confundan la casa del protagonista bien podría ser una de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en las que el autor pasó casi cuatro meses de 1916, antes de volver a casa, aquejado de fiebre de las trincheras.

Tolkien fue oficial de señales en la batalla del Somme, y su experiencia fue «tanto un catalizador para su escritura creativa, como el marco sobre el que ésta se construyó», explica John Garth, autor de Tolkien y la Gran Guerra (ed. Minotauro).

En palabras del propio escritor, «mi gusto verdadero por los cuentos lo despertó la filología en el umbral de la edad adulta, y fue llevado a su culmen por la guerra». En 1914, John Ronald Reuel tenía 22 años, estudiaba Inglés en Oxford, y sólo había escrito algunas piezas humorísticas. Pero ya estaba fascinado por el nombre de Earendel, estrella de la mañana, que había descubierto en el poema anglosajón Crist (siglo IX). De esta chispa nació la Tierra Media.

Tolkien consiguió retrasar su llegada al frente a junio de 1916. Hasta entonces, terminó sus estudios, hizo el adiestramiento militar y se casó con la mujer de la que estaba enamorado desde la adolescencia, Edith. Pero también empezó a desarrollar una lengua élfica, y escribió los primeros poemas sobre el mundo fantástico al que este idioma le trasladaba. Eru (Dios), los árboles de Valinor, la Isla Solitaria o la araña Ungwë, familiares para sus lectores, nacieron entonces.

Al igual que los protagonistas de sus historias, Tolkien fue al frente como quien «se introduce en un mundo oscuro y peligroso», según Garth. Durante este tiempo, no pudo escribir, pero su universo fue tomando forma, a fuego lento, en su mente. A la vuelta, mientras se recuperaba en el hospital militar, se puso manos a la obra y comenzó a escribir los Cuentos perdidos, un primer conjunto de relatos en los que seguiría trabajando durante toda su vida y que, tras muchas transformaciones, dieron pie a El Silmarillion.

El primero de ellos, La caída de Gondolin, recoge la impresión imborrable del frente. Los elfos ya no son pequeñas hadas, sino personajes capaces de ir a la guerra. «Representan -explica Garth- la sabiduría tradicional, la belleza y el arte en consonancia con la naturaleza. Son atacados por las fuerzas del materialismo ciego y el afán de dominación, los mismos males que habían zambullido a su generación en el baño de sangre de las trincheras. Esto marcó el patrón para el resto de los escritos de Tolkien sobre la Tierra Media, donde la guerra entre esos dos extremos morales nunca acaba».

La decadencia y el mal están muy presentes en este mundo fantástico, pero también el consuelo. Con el tiempo, acuñaría el término eucatástrofe, un «repentino giro gozoso (…) que proporciona un fugaz atisbo de la Alegría más allá de los límites del mundo».


La fe, más que un ideal que se lleva el viento


Esta presencia de la esperanza en sus obras ha hecho que Tolkien sea acusado de escapismo. Pero su único pecado es no haberse dejado llevar por el desencanto que embargó a otros escritores tras la guerra. De hecho, para él, la verdadera enfermedad de su tiempo era precisamente el desencanto; la guerra, sólo un síntoma.

«La amarga realidad de las trincheras», donde perdió a dos amigos íntimos, «le golpeó tan duro como a cualquiera. Pero su particular bagaje imaginativo y moral pudo sobrevivir, no aplastado por la guerra, sino templado por ella».

Su fe fue fundamental. Tras morir su padre, su madre se había hecho católica, algo que la hizo sufrir mucho. Ella también murió cuando Tolkien tenía 12 años. Esto hizo que «su catolicismo nunca fuera un simple ideal que el viento de la guerra pudiera llevarse volando». Cuando compartió con un profesor católico que el estallido de la guerra era «el colapso de todo mi mundo», éste le replicó que sólo «había vuelto a la normalidad. Así, Tolkien pudo reconocer que la pérdida trágica y la guerra, tanto real como moral, eran aspectos inevitables de la vida»; y que había una esperanza más allá.

A lo largo de toda su vida, Tolkien logró destilar su experiencia hasta convertirla en mito; un intento «de rescatar el sentido de la ruina, de ver el heroísmo y la esperanza entre la oscuridad y el horror, y de devolver el encantamiento al mundo ante el desencanto» de la Gran Guerra.

Recuerdos del Somme



En La caída de Gondolin, Tolkien presenta a unos dragones mitad máquina, mitad monstruo. Se trata de un relato escrito justo después de la batalla del Somme, una de las primeras en las que se usaron tanques.

En su relato de la Creación, afirma que la caída del diablo trajo «la crueldad y la rabia, y la oscuridad y el lodo detestable, y toda putrefacción, las nieblas inmundas y la llama violenta y el frío sin piedad».

Tolkien volvió de la guerra con «una profunda simpatía y sentimiento hacia el tommy», el soldado raso. Una personalidad sencilla, capaz de actuar heroicamente, que trasladó a los hobbit, en especial a Sam Gamyi (que debe su nombre en inglés al inventor del esparadrapo de cirugía). En su mitología, «los héroes son los que logran encontrar dentro de sí mismos -con el apoyo de sus compañeros- la fortaleza para continuar cuando la desesperación y el miedo destruyen a otros».

Una de las imágenes más expresivas del mal en el universo de Tolkien, y de las que más le impresionaban a él, son los bosques arrasados. Una imagen característica también de la tierra de nadie de la Gran Guerra.


Un inglés sin odio a Alemania


En sus primeros bocetos del élfico, escritos durante los albores de la guerra, Tolkien utilizó palabras con la misma raíz, kalimba, tanto para alemán como para bárbaro, monstruo, trol. Este ataque juvenil de maniqueísmo nacionalista acabó pronto: tras la guerra, todo rastro de esta equiparación desapareció.

«Quizá lo borró -explica John Garth- al darse cuenta de que el soldado alemán no era ni más ni menos malvado que el británico». Los orcos «simplemente representaban lo peor de la naturaleza humana tal como Tolkien la veía, al margen de la nacionalidad. De hecho, Tolkien siempre se había resistido al patrioterismo. Su apellido y sus ancestros paternos salieron de Alemania, y su interés como investigador» se centraba en las raíces germánicas del inglés, «así que no podía rechazar a los alemanes como raza aparte».




* Periodista y escritora española.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

8 DE SEPTIEMBRE DE 1914, “EL MILAGRO DEL MARNE”





Con los pasajes de la Historia, ocurre lo mismo que con muchas ramas de conocimiento humano: a medida que las va uno entendiendo adquieren mayor interés. Esto me ha pasado con La Gran Guerra (1914-1918), de la que poco había leído e investigado. Al leer sobre la batallas de Marne, me encontré que la primera de ellas es conocida como el “Milagro del Marne”, por lo que me puse a investigar, porqué se le apodó así. He aquí el resultado:



Participación de Francia en La Gran Guerra


Al inicio de la La Gran Guerra, el uniforme de guerra francés, era colorido como en la época napoleónica (sus pantalones rojos hacían visibles a los soldados de infantería a kilómetros de distancia), su casaca, era la azul tradicional y en vez de casco se usaba la gorra del siglo XIX. No eran de ninguna manera los uniformes de una nación moderna e industrializada, ni los que usarían las tropas francesas hacia el final de la guerra.

Existen dos famosas batallas del Marne en La Gran Guerra. La primera tuvo lugar del 5 al 12 de septiembre de 1914, la segunda del 15 de julio al 6 de agosto de 1918.

<<Hay pocas batallas que han cambiado el curso de la historia de manera tan dramática y decisiva como la Batalla del Marne en 1914. Para muchos, fue la batalla que salvó a Francia del colapso total durante la Primera Guerra Mundial—la primera victoria aliada tras una serie de derrotas y retiradas al hilo.>>

Curiosamente muchas cónicas relativas a la primera batalla del Marne se refieren a ella como el “Milagro del Marne”, pero no hay nada extraordinario en el resultado final de la batalla, tal como la plantean, sencillamente fueron decisiones de estrategia. Alguna de estas crónicas, si nos brinda una información interesante para rastrear: <<El 9 de septiembre, el General Helmuth von Moltke, comandante en jefe del ejército alemán, sufrió una crisis nerviosa y ordenó una retirada general para consolidar el frente y así salvar a su ala derecha de la destrucción total.>>

<<Alemania declaró la guerra a Francia el 3 de agosto de 1914, un día después de haber invadido Bélgica de acuerdo con los dictados del Plan Schlieffen, con el que los alemanes pensaban conquistar París en seis semanas antes de girarse sobre el gigante ruso. Durante el primer mes, los acontecimientos parecían sonreírles, a pesar de la resistencia belga y de las numerosas bajas. Desde las batallas de Mons y Charleroi, británicos y franceses se batían en retirada perseguidos por los 1º, 2º y 3er Ejércitos alemanes a cargo de los generales von Kluck, von Bülow y von Hausen respectivamente, quienes creyeron que dicho repliegue significaba que el enemigo estaba derrotado. Esa opinión distaba mucho de la realidad, pues a pesar de que los aliados sí habían cedido mucho terreno y corrían para salvarse, la Gran Retirada se estaba llevando a cabo con gran orden, manteniendo a los ejércitos prácticamente intactos y preparados para el contraataque. El mismo Comandante en Jefe alemán, Helmuth von Moltke, dudaba que la supuesta victoria fuese tan contundente, lo que le llevó a preguntar a finales de agosto ¿dónde están los prisioneros?

Al mismo tiempo, el Mariscal Joffre insistía en continuar la retirada hasta poder despegarse completamente de sus perseguidores para reorganizar sus ejércitos y prepararlos para volver a la ofensiva, pero no tenía claro ni cuándo ni dónde llegaría ese momento, hasta que la suerte le sonrió […] Los aliados no lo tenían todo de su parte. A la inherente extenuada condición de los hombres después de un repliegue de casi 200 km en diez días, se sumaba la baja moral de las tropas. El Plan XVII había fracasado, los alemanes habían conquistado diez ciudades en tantos días y no parecía que nada pudiese detenerlos. Los mandos tampoco habían salido ilesos. Solamente en las primeras cinco semanas, Joffre había sustituido a dos comandantes de ejército, diez comandantes de cuerpo y a treinta y ocho generales de división, aunque como opina Margaret Tuchman en Los Cañones de Agosto, con los sustitutos, entre ellos tres futuros mariscales, Foch, Petain y d’Esperey, Francia salió ganando. Peor aún era la situación del Cuerpo Expedicionario Británico, cuyo comandante en jefe, el General Sir John French, parecía haber desaparecido en los momentos cruciales, y cuyo segundo dio la orden el 3 de septiembre de continuar la retirada. Tres veces tuvo que ir Joffre a su cuartel general entre el 3 y el 4 de septiembre, y no fue sino hasta la segunda noche que logró encontrar a French y convencerlo, después de muchos ruegos, de que frenara a sus hombres y los sumara a la batalla el día 6.

Cuando todo parecía estar listo, las tropas en su sitio, las órdenes enviadas y el aliado convencido, la madrugada del 5 de septiembre de 1914, Joffre reunió a su estado mayor y les anunció –Caballeros, lucharemos en el Marne. >> [1]


La primera batalla del Marne



<<Los alemanes, por segunda vez en menos de medio siglo, marchaban hacia Paris persiguiendo a un ejército que estaba en la víspera de una humillación aún peor que la de 1870. El Plan Schlieffen original contemplaba un cerco enorme que atraparía al ejército francés entre París y la frontera pero todo dependía de la fortuna del ala derecha del ejército teutón. La punta de esta enorme hoz era el I Ejército al mando del General von Kluck: con un cuarto de millón de hombres, era la unidad alemana más poderosa del ejército (por no decir de cualquier ejército), la mejor equipada y había arrasado con todo en su camino desde que sus soldados entraron a Bélgica.

Aunque el camino había sido duro y los soldados estaban ya al límite de su aguante físico, el premio mayor de todo conquistador de Francia estaba tan solo unos pocos kilómetros a la distancia: París. Entre ellos y la gloria de capturar la capital más majestuosa de Europa estaba un ejército desmoralizado, derrotado, incapaz de ofrecer más resistencia para defender su propio suelo.

Pero es en ese momento que el plan alemán cambió: París tendría que esperar. La prioridad no sería una ciudad sino acabar de una vez por todas con lo que quedaba de los ejércitos aliados que se retiraban hacia el sur. Por lo tanto, la hoz se tendría que achicar y el ejército de von Kluck marcharía al sur también, pasando por la derecha de la capital francesa. A principios de septiembre y tan cerca de París que desde lejos incluso se podía observar la Torre Eiffel, los alemanes cruzaron el rio Marne (que corre de Paris hacia el este) para perseguir al enemigo y derrotarlo de una vez por todas.>>[2]

La pregunta es porque ese súbito cambio de táctica, de no seguir adelante 40 kilómetros y adueñarse de París, en donde se encontraba el alto mando de ejército y el gobierno francés.

También surge la duda de cuál fue la razón para que un hombre tan templado como era el General Helmuth von Moltke, comandante en jefe del ejército alemán, sufriera una crisis nerviosa el día 9 de septiembre, y ordenara una retirada general.



El auténtico “Milagro del Marne”



<<Una de las devociones del Sagrado Corazón es el Detente: una pequeña insignia con la leyenda ¡Detente! El corazón de Jesús está aquí, que santa Margarita María de Alacoque recibió en visiones místicas como encargo del Señor. Pío IX, en 1848, fue testigo de cómo un joven soldado salvó su vida gracias a que un Detente de tela frenó un disparo mortal, y le otorgó la bendición pontificia para avalar la promesa de Cristo a santa Margarita, de proteger a quien lo portase. Algo que confirmaron, en 1914, los soldados en la batalla más decisiva de la Gran Guerra. La del Milagro del Marne

Antes de sumergirse en el ostracismo por perder una batalla decisiva para su patria, el general alemán Von Klück se desahogaba en sus Memorias: «Que unos hombres que han retrocedido durante diez jornadas, postrados y medio muertos por la fatiga, puedan retomar el fusil y atacar al toque de corneta, es una posibilidad que jamás ha sido estudiada en nuestras escuelas de guerra». Se refería a la actitud con que, en septiembre de 1914, a orillas del río Marne, los soldados franceses y británicos, diezmados, malheridos, famélicos y en retirada, giraron sobre sus talones para atacar y derrotar al ejército alemán que los había destrozado durante una semana y que los triplicaba en número. Lo que Von Klück no quiso desvelar fueron los sucesos que propiciaron el desenlace de un choque que cambió el rumbo de la Gran Guerra, y que él mismo ordenó silenciar a más de cien mil soldados alemanes bajo amenaza de fusilar a quien los revelase. 




Los sucesos de la batalla del Milagro del Marne.


Estamos en los primeros meses de la contienda y la acometida alemana parece imparable: a finales de agosto, las tropas del Kaiser se han plantado a 60 kilómetros de París y el miedo a morir es cada vez más evidente en el ejército franco-británico, sobre todo por dejar sin amparo a la población, o sea, a las mujeres, hijos y padres de los soldados. Entre el temor y la desesperanza, los sacerdotes galos obligados a alistarse -las leyes anticlericales de Francia no hacen distingos entre varones a la hora de ir al frente- se multiplican para recordar a la tropa que los destinos del mundo no son ajenos a la Providencia de Dios, y comienzan a promover la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, tan ligado a la historia del pueblo francés. Los capellanes militares, como el célebre jesuita Louis Lenoir (que morirá en 1917 por rescatar a un soldado herido), y los presbíteros obligados a combatir, reparten entre los soldados oraciones al Corazón de Cristo y pequeñas estampas del ¡Detente! No son amuletos, son instrumentos para grabar en el pecho la certeza de que la muerte no tiene la última palabra; que la misericordia de Dios abraza a quien entrega su vida por los demás; que el sacrificio merece la pena; que se puede confiar la vida de los seres queridos al cuidado infinito del Señor; y que el enemigo, aquel que ha jurado a Dios odio sin tregua y quiere perder el alma y el cuerpo de quienes se saben hijos del Padre, ese que seduce con tentaciones de éxito y dominio, retrocede ante un alma que se atrinchera en el Corazón traspasado por la lanza de Longinos.


El 8 de septiembre, día de la Natividad de la Virgen, las tropas galas se retiran hacia París y Von Klück da la orden de perseguirlos para aplastarlos por la espalda. Abre así una brecha de 50 kilómetros con el ejército alemán de la retaguardia, pero está seguro de su victoria. Sin embargo, algo inesperado ocurre. Algo que no se sabrá hasta que, en 1917, varios soldados, capellanes y oficiales alemanes lo confiesen a los galos: en la carretera que va a París, mientras en la recién acabada basílica del Sacré-Coeur de Montmartre se mantiene la adoración eucarística y se pide al Sagrado Corazón el fin de la guerra, la imagen celestial de una Mujer vestida de blanco y azul cierra el paso a la tropa alemana. Cien mil soldados son testigos del suceso y caen de rodillas espantados al ver que la Mujer les da la espalda, se inclina sobre París y parece frenar su acometida con una mano. El ejército teutón es incapaz de avanzar, Von Klück ordena la retirada e impone pena de muerte a quien revele el suceso. En 1917, un soldado alemán en agonía será recogido por unas monjas francesas y, al entrar en el hospital de campaña y ver una imagen del Corazón Inmaculado de María, gritará: ¡Es la Mujer del Marne! Cuando desde la antena de comunicación de la Torre Eiffel los franceses interceptan un mensaje alemán que habla de una inexplicable retirada, desafían las prohibiciones anticlericales del Gobierno, consagran sus batallones al Corazón de Jesús y dan la orden de atacar >>[3]




Y he aquí el texto sacado del diario "Le Courrier", de Saint-Lo, del 8 de enero de 1917. Es una carta fechada en 3 de enero de 1915.

<<"Un sacerdote alemán, herido y hecho prisionero en la batalla del Marne, murió en una ambulancia francesa en la que se hallaban religiosas. El les dijo: "Como soldado, debería callarme; como sacerdote creo mi deber decir lo que he visto. Durante la batalla del Marne, estábamos sorprendidos de ser rechazados, pues éramos legión, comparados a los franceses, y esperábamos llegar a París.

"Pero vimos a la Santísima Virgen toda vestida de blanco con una cintura celeste, inclinada hacia París... Nos daba la espalda y con la mano derecha parecía repelernos".

En los días en que este sacerdote hablaba así, dos oficiales alemanes también prisioneros y heridos, entraban en una ambulancia francesa de la Cruz Roja. Una señora enfermera que hablaba alemán los acompañaba.

Cuando entraron en una sala donde se hallaba una estatua de Nuestra Señora de Lourdes, se miraron y dijeron: "Oh! la Virgen del Marne".

La mejor prueba de autenticidad del relato anterior es la siguiente, relacionada con el mismo hecho: Una religiosa que atiende a los heridos en Issy-les-Moulineaux (arrabal de Paris) escribe:

"Erase después de la batalla del Marne. Entre los heridos atendidos en la ambulancia de Issy, se encontraba un alemán muy gravemente herido y considerado como perdido. Gracias a los cuidados recibidos, vivió todavía más de un mes. Era católico y manifestaba grandes sentimientos de fe. Los enfermeros todos eran sacerdotes. El recibió los auxilios de la religión y no sabía cómo demostrar su gratitud. Decía con frecuencia: "Quisiera hacer algo para agradecerles". En fin, el día que recibió la extrema-unción, dijo a los enfermeros: "Vos me habéis atendido con gran caridad, quiero hacer algo para vosotros contándoos lo que no es provecho nuestro pero que os hará placer. Pagaré así algo de mi deuda.

Si estuviera en el frente, me fusilarían, pues nos fue prohibido, so pena de muerte, de contar lo que voy a deciros.

Habéis quedado asombrados con nuestro retroceso tan repentino cuando habíamos llegado a las puertas de Paris. No hemos podido avanzar, una Virgen estaba delante de nosotros, con los brazos extendidos, empujándonos cada vez que nos mandaban avanzar. Durante varios días no sabíamos si era una de vuestras santas nacionales, Genoveva o Juana de Arco. Después, hemos comprendido que era la Santísima Virgen la que nos clavaba al suelo. El 8 de septiembre, nos rechazó con tanta fuerza que todos como un solo hombre, nos fugamos. Esto que os estoy diciendo, lo escucharéis decir más tarde sin duda, pues somos quizá 100.000 hombres que lo hemos visto".>> [4]

Con el paso del tiempo y la mentalidad laicista-racionalista, han caído en el olvido estos testimonios históricos, pero si ha perseverado la idea de que la victoria en el Marne, fue un milagro.


Jorge Pérez Uribe



[1] http://cienciahistorica.com/2014/09/06/d-41-el-milagro-del-marne/comment-page-1/
[2] http://www.ecured.cu/index.php/Batalla_del_Marne
[3] http://www.carifilii.es/articulo.asp?idarticulo=116
[4] http://devociones.blogspot.mx/2007/04/el-milagro-de-marne-milagro-de-la.html





jueves, 24 de julio de 2014

LA GRAN GUERRA Y FÁTIMA




La Gran Guerra


El 25 de julio de 1914, dio inicio la que por muchos años fue conocida como La Gran Guerra, que duraría más de cuatro años, ya que concluyó hasta el 11 de noviembre de 1918 y en la que murieron cerca de diez millones de personas. Con este nombre fue conocida hasta 1940, en que otra guerra mundial, haría que se le conociera como la I Guerra Mundial

Inconcebible por las estrechas relaciones familiares entre tres de los líderes europeos, ya que el rey Jorge V del Reino Unido era primo del Kaiser Guillermo II de Alemania y del Zar Nicolás II de Rusia. Inconcebible porque los principales líderes europeos eran todos cristianos, aunque bajo distintas denominaciones: Jorge V y Guillermo II eran protestantes, Nicolás II era Ortodoxo y el emperador Francisco José I de Austria-Hungría era católico, así como el rey Víctor Manuel III de Italia.

En especial llama la atención la rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania, ya que uno era del otro, el principal socio comercial. Guillermo II odiaba a su tío el rey Eduardo VII a quién calificaba como “el archiintigante y vándalo de Europa”, y éste a su vez lo despreciaba por bravucón y jactancioso. Gran Bretaña era la potencial naval por excelencia y Alemania la gran potencia terrestre. Pero Alemania decidió competir por el poder naval y colonial con su socio, iniciando una carrera de armamentismo naval. 

Los europeos dudaban de la posibilidad de un conflicto como el que ocurrió ya que las conferencias de la haya de 1899 y 1907 y el creciente arbitraje entre naciones los tranquilizaban. Los banqueros y economistas consideraban que una guerra a gran escala no duraría mucho, ya que no habría como pagarla.

Un antecedente importante, es el sistema de alianzas que imperaba, y dentro del cual, Rusia decidió convertirse en protectora de Serbia, en nombre del paneslavismo, en los años previos a la guerra. Esto para extender su influencia hasta Estambul y asegurar su salida al mar Negro.

Más reciente aún era el hecho de 1908, cuando el Imperio Austro-Húngaro se anexionó a Bosnia, donde cerca del 44% de la población era serbia. Entonces Alemania obligó a Rusia a no intervenir, el zar Nicolás expresó que no lo olvidarían.

La Gran Guerra marcaría el fin de los imperios y de las monarquías europeas y cambiaría sensiblemente el mapa de Europa, ya que el gran Imperio Austro-Húngaro desaparecería para siempre y en su lugar aparecerían países como Austria, Hungría, Checoeslovaquia y Yugoeslavia, el Imperio Alemán sería drásticamente disminuido territorialmente asignando territorios a Checoeslovaquia y Polonia. Del imperio Ruso se desprenderían Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania.

Para 1917 la Gran Guerra se extendía ya por toda Europa, parte de África, la Península Arábiga, y el lejano Oriente (Indochina, Honk Kong, etc). Los hogares destrozados, la economía maltrecha, la escasez, la carestía y las enfermedades asolaban a la población y no se veía para cuando terminara la conflagración.


Las apariciones de Fátima


Ante la angustiosa situación de la población, el Papa Benedicto XV escribió una súplica por la paz a la Santísima Virgen María, el 5 de mayo de 1917. El Papa pidió urgentemente a todos los cristianos rogar a la Virgen María para obtener la paz del mundo, y encomendar solemnemente la empresa solo a Ella.

“Nuestra ardiente voz suplicante, implorando el fin del vasto conflicto, el suicidio de la Europa civilizada, fue entonces y permanece aún desoída. En verdad, parece que la oscura marea del odio crece más y más entre las naciones beligerantes y arrastra a otros países en su espantoso avance, multiplicando las ruinas y la masacre. Sin embargo, Nuestra confianza no disminuyó...Y puesto que todas las gracias que el Autor de todo bien se digna concedernos son, por un designio amoroso de su Divina Providencia, otorgadas por las manos de la Santísima Virgen, Nos queremos que, ahora más que nunca, en esta hora espantosa, esta petición de Sus hijos más afligidos, se vuelva viva y confiada hacia la augusta Madre de Dios”

El Papa quiso que el mundo “recurriera al Corazón de Jesús, trono de gracias, y a ese trono por intermedio de María”, y ordenó que se agregara en forma permanente a las Letanías Lauretanas (del Rosario), la invocación “Reina de la Paz, ruega por nosotros”. Luego, poniendo confiadamente la paz del mundo en Sus manos, el Papa hizo otro llamado:

“A María, entonces, quien es Madre de Misericordia y omnipotente por la gracia, suba este amoroso y devoto llamado desde todos los rincones de la tierra—desde los nobles templos y las más pequeñas capillas, desde los palacios reales y las mansiones de los ricos como desde las más pobres casuchas — desde las llanuras bañadas de sangre y de los mares, se dirija a Ella el llanto angustiado de las madres y las viudas, el gemido de los pequeños inocentes, los suspiros de todos los corazones generosos: que Su más tierna y benigna solicitud se conmueva, y la paz que Nos pedimos se alcance para nuestro mundo agitado.” 
La Madre, misericordiosa, respondió prestamente a la súplica agonizante del Papa y del pueblo cristiano: apenas ocho días más tarde -el 13 de mayo de 1917-, Ella se apareció en Fátima y dio al Papa y a la humanidad un plan para la paz. Sin embargo, ese plan requería en primer lugar de la obediencia de los hombres y especialmente la del Vicario de Cristo en la tierra, el Papa. 



El mensaje de la Virgen de Fátima






Se ha malinterpretado el mensaje de la Virgen de Fátima como “amenazante” y “apocalíptico”. La realidad es que desde el principio fue un mensaje de esperanza. Ha sido una hoja de ruta hacia la paz en el siglo XX y también para el siglo XXI, al que desafortunadamente no se ha correspondido como debiera, por lo que se han vivido consecuencias nefastas.

Finalmente el 13 de Octubre de 1917, después de una serie de apariciones, la Virgen Santísima se presentó por última vez a los pastorcillos de Fátima: Lucía, Jacinta y Francisco y les reveló un mensaje que se ha conocido como “el secreto de Fátima” y que se ha dividido en tres partes. Para no desviarnos a otros temas no comentaremos ni la primera parte que se refiere a la visión del infierno, ni la tercera parte que se refiere a sucesos que pueden o no haber ocurrido aún.



Segunda parte del mensaje: "la guerra está por terminar…"



<<Habéis visto el Infierno donde caen las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Corazón Inmaculado. Si hacen lo que os diré, muchas almas llegarán a salvarse y tendrán paz. La guerra está por terminar; pero si no dejan de ofender a Dios, durante el pontificado de Pío XI [1] comenzará otra aún peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida [2], sabed que es el gran signo que Dios os da de que está por castigar al mundo por sus crímenes a través de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla he suplicado la consagración de Rusia a Mi Corazón Inmaculado y a la comunión reparadora de los primeros sábados. Si aceptan Mi requerimiento, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, desparramará sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho por sufrir, varias naciones serán destruidas. Finalmente, Mi Corazón Inmaculado triunfará, el Santo Padre Me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo un período de paz>>. 

Por regla general, la Iglesia Católica tarda un buen tiempo en reconocer la validez de las apariciones, ya que es conciente de que pueden ser fruto de alucinaciones, sugestión del vidente o provenientes de un desajuste mental; pero en este caso la aprobación fue rapidísima y se constató, en que, el Papa Benedicto XV restableció la antigua diócesis de Leiria el 17 de enero de 1918, y en que una carta del 29 de abril de 1918 a los obispos portugueses, se refirió a los acontecimientos de Fátima como “un auxilio extraordinario de la Madre de Dios” Bien sabía que era la respuesta a su invocación. 


El camino hacia la paz en 1918


Francisco José I murió el 21 de noviembre de 1916. Previamente su único hijo varón el Archiduque Rodolfo, se había suicidado sin dejar descendencia. De sus hermanos, Maximiliano había sido fusilado en México, Carlos Luis había muerto de tifus en 1896 y Luis Víctor, había sido exiliado por pederasta, lo que llevó a buscar sucesor entre los descendientes de su hermano Carlos Luis, ninguno de los cuáles era elegible por carácter o situación moral. Por tanto el nombramiento recayó en uno de los nietos: Carlos Francisco, hijo de su sobrino Otto. Para evitar el vacío de poder en una situación de guerra, Carlos Francisco fue rápidamente coronado el 29 de diciembre de 1916 con el título de Emperador Carlos I de Austria y Rey Carlos IV de Hungría. 

Él, era el hombre de la Providencia para conseguir la paz, ya que era un hombre creyente y piadoso. Como primer acto nombró al pacifista Ottokar Von Czermin, Ministro del Exterior. Contactó a los aliados a través de su cuñado, el príncipe Sixto de Borbón-Parma enrolado en el ejército belga, aunque el intento fracasó. Con posterioridad lo intento nuevamente en Ginebra, pero sus intentos chocaron con la intransigencia de George Clemenceau, Primer ministro de Francia y de Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos que ya tenían decidida la desaparición del Imperio Austro Húngaro. 

Independientemente de lo anterior buscó la austeridad de los gastos de la corte y en su política social destaca la creación del primer ministerio de asuntos sociales. 

Finalmente Austria-Hungría y Alemania pidieron el armisticio el 1° de octubre de 1918. Su piadosa vida y su lucha por la paz le hicieron merecedor de la beatificación por parte de Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004.


Sembrando de minas el Tratado de Versalles


El Tratado de Versalles fue firmado el 28 de junio de 1919, exactamente a cinco años del inicio de la guerra, y entró en vigor el 10 de enero de 1920. Establecía entre otras cosas la Sociedad de Naciones promovida por Estados Unidos y humillaba a Alemania y sus aliados obligándolos a adjudicarse toda la responsabilidad de la guerra, realizando importantes concesiones territoriales y pagando fuertes indemnizaciones a los países vencedores. He aquí algunos datos:

De izquierda a derecha, el Primer Ministro David Lloyd George del Reino Unido, el Primer Ministro Vittorio Emanuele Orlando de Italia, el Primer Ministro Georges Clemenceau de Francia, y el Presidente Woodrow Wilson de los Estados Unidos.

Cláusulas territoriales
  • Francia recupera Alsacia y Lorena. 
  • Eupen y Malmedy pasan a manos de Bélgica. 
  • El pasillo polaco (Posnania y otras regiones) y el sur de la Alta Silesia se anexionan a la recién nacida Polonia. Esto significaba el aislamiento territorial del resto de Prusia Oriental. 
  • Danzig y Memel, poblaciones germanas del Báltico, fueron declaradas ciudades libres 
  • Dinamarca se anexiona el norte de Schleswig-Holstein. 
  • El conjunto de las pérdidas territoriales de Alemania ascendió a 76.000 kilómetros cuadrados (13% de su territorio), donde vivían 6.5 millones de habitantes (10% de su población) 
  • La cuenca carbonífera del Sarre pasa a ser administrada por la Sociedad de Naciones y explotada económicamente por Francia durante 15 años 
  • Alemania pierde todas sus colonias, que son repartidas como mandatos de la Sociedad de Naciones entre el Imperio Británico y Francia. Bélgica y Japón se anexionaron territorios muy pequeños. 
Cláusulas militares
  • Drástica limitación de la Armada (el grueso de la Armada de guerra fue confiscado y confinado en la base británica de Scapa Flow) y el Ejército (100.000 efectivos, no tanques, aviones, artillería pesada...) 
  • Desmilitarización de Renania (zona occidental y franja de 50 km. al este del Rin) 
  • Ocupación temporal de la orilla occidental del Rin. Las tropas aliadas se retirarían escalonadamente en plazos que concluirían en 1935. 
Reparaciones de guerra
  • Como responsable de una guerra iniciada por su agresión, Alemania quedó obligada a pagar reparaciones o indemnizaciones de guerra a los vencedores. 
  • Conferencia de Spa (1920) fija el porcentaje que recibiría cada país del total: Francia 52%, Gran Bretaña 22%, Italia 10%, Bélgica 8% 
  • En la Conferencia de Londres (1920) se fija el monto total de las reparaciones: 140.000 millones de marcos-oro, una enorme cantidad. 
Otras cláusulas
  • Alemania reconoce su responsabilidad por la guerra y todos los daños que trajo consigo. Fue la agresión alemana la que desencadenó el conflicto. 
  • Prohibición de ingreso en la Sociedad de Naciones. 
  • Prohibición del Anschluss (unión Alemania y Austria) 
  • Establecimiento del Pacto de la Sociedad de Naciones, como un anexo al Tratado.

Epílogo


Así pues se había dispuesto el camino para la siguiente Gran Guerra, que pudo haber sido iniciada no necesariamente por un Adolf (Hitler), sino por un Hans, un Otto o cualquier otro alemán o austro-húngaro que encarnara el gran resentimiento de estos pueblos contra los soberbios y victoriosos aliados.
Las cartas, exhortaciones apostólicas y encíclicas de Benedicto XV, durante estos años fueron numerosas. Para concluir agrego unos párrafos de la Carta Encíclica Pacem Dei Munus del 23 de mayo de 1920.

<<Porque, si bien la guerra ha cesado de alguna manera en casi todos los pueblos y se han firmado algunos tratados de paz, subsisten, sin embargo, todavía las semillas del antiguo odio. Y, como sabéis muy bien, venerables hermanos, no hay paz estable, no hay tratados firmes, por muy laboriosas y prolongadas que hayan sido las negociaciones y por muy solemne que haya sido la promulgación de esa paz y de esos tratados, si al mismo tiempo no cesan el odio y la enemistad mediante una reconciliación basada en la mutua caridad. De este asunto, que es de extraordinaria importancia para el bien común, queremos hablaros, venerables hermanos, advirtiendo al mismo tiempo a los pueblos que están confiados a vuestros cuidados. […]

Entre tanto, confiados en el patrocinio de la Inmaculada Virgen María, que hace poco hemos ordenado fuese invocada universalmente como Reina de la Paz, […] suplicamos con humildad al Espíritu consolador que "conceda propicio a la Iglesia el don de la unidad y de la paz" y renueve la faz de la tierra con una nueva efusión de su amor para la común salvación de todos.>>



Jorge Pérez Uribe


[1] Su Pontificado fue del 13 de junio de 1921 a 10 de febrero de 1939 
[2] Lucía consideró que la “extraordinaria” aurora boreal en la noche del 25 de Enero de 1938 era la señal de Dios para el inicio de la guerra. 





Bibliografía para consulta:

  • Historia de los tres pastorcitos que vieron a la Virgen, Apostolado Biblíco Católico, 9 Edición, 2007, Bógota, D.C, Colombia
  • http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xv/encyclicals/documents/hf_ben-xv_enc_01121918_quod-iam-diu_sp.html
  • http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xv/encyclicals/documents/hf_ben-xv_enc_23051920_pacem-dei-munus-pulcherrimum_sp.html

viernes, 18 de julio de 2014

SARAZHEVO 1914





“La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable.”

Bertrand Arthur William Russell




La historia es la ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad y como método el propio de las ciencias sociales. Su objeto son los hechos históricos acontecidos y registrados. Para la historia el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo del verbo haber (hubiera o hubiese) no existe. Sin embargo, no podemos ignorar que en este pretérito pluscuamperfecto está reflejada la libertad del hombre.

Es de notar que es un gran Doctor en Historia, nada menos que Jean Meyer, quien se atreve a considerar el efecto de una serie de hechos y decisiones erróneas en los sucesos ocurridos en junio de 1914, que llevaron al desencadenamiento de "La Gran Guerra”



Jean Meyer | 29 de junio de 2014


Ayer, 28 de junio, hace cien años, el príncipe heredero del Imperio austro-húngaro, Franz Ferdinand y su esposa Sophie, iban a celebrar su cumpleaños de matrimonio. No alcanzaron a festejar porque habían ido a Sarazhevo[1], polvorosa y pequeña ciudad de provincia, capital de Bosnia Herzegovina, a la periferia del imperio. Y en Sarazhevo les esperaba la muerte. La muerte se presentó a la cita. 

No me gustan las conmemoraciones pero aprovecho la oportunidad para explicar que el accidente existe en la historia, como en la vida. ¿Qué hubiera pasado si el archiduque no va a Sarazhevo? No cae bajo las balas del pobre, joven y tuberculoso estudiante Gavrilo Prinzip y no hay guerra, esa que los sobrevivientes llamaron La Gran Guerra y que nosotros llamamos Primera Guerra Mundial, porque después vino otra, las dos consecuencias de los balazos que mataron al archiduque… Pero ahí en Sarazhevo, está la placa que reza: “Desde este punto el 28 de junio de 1914 Gavrilo Prinzip asesino al heredero del trono austro-húngaro Franz Ferdinand y su esposa Sophie” El asesino se llamaba Prinzip ¿principio o príncipe? El principio que guió su mano era el nacionalismo exaltado de los serbios que soñaban con una Gran Serbia que incluiría todos los territorios donde vivían serbios, pocos o muchos.

La fatalidad no existe en Historia, la guerra aquella no era inevitable, como no era inevitable el suicidio de Europa. Para empezar el archiduque nunca debió ir a Sarazhevo. Todos sabían que el lugar era peligrosísimo y que los terroristas, apoyados por los servicios secretos de Serbia, estaban al acecho. La lista de atentados cometidos por ellos desde 1908 era muy larga. Franz Ferdinand no era ningún cobarde, pero la víspera preguntó todavía a su tío, el emperador Francisco José, hermano de nuestro Maximiliano, si de veras su presencia en Sarazhevo era indispensable. Este le dijo que sí. El príncipe contestó que no le gustaría dejar tres huerfanitos.

Su presentimiento resultó certero, por más que, posiblemente, no haya sabido que el 28 de junio era, es todavía, para los serbios una fecha inolvidable, la de la batalla de Kosovo Polié en 1389, cuando los turcos derrotaron al príncipe mártir Lazar: aquel mismo día un héroe serbio entró bajo la tienda del sultán victorioso y lo mató. Era el ídolo de Gavrilo Prinzip.



¿Qué hubiera pasado si hubiesen proporcionado verdadera seguridad a la pareja? No se la dieron, sino mínima, porque la pobre Sophie ni era del agrado de la familia Habsburgo y de la Corte, porque pertenecía a la pequeña nobleza. Les contaré como eso peso incluso después de su muerte. Publicaron en la prensa local el itinerario que iba a seguir, en coche descubierto, el archiduque y su esposa. Así los seis miembros del comando serbio pudieron tomar posición y lanzar sus granadas; no alcanzaron su blanco pero hirieron a los pasajeros del coche siguiente. El archiduque no se inmutó y mantuvo el programa. Al terminar la ceremonia en el Ayuntamiento pudo salir directamente de la ciudad y escapar al destino. No. Quiso ir al hospital para visitar a los heridos. En lugar de tomar el Libramiento, el chofer se metió en las callecitas de un centro que se parece al de Guanajuato. Para colmo se metió en la calle equivocada; al darse cuenta, se echó de reversa y quedo atorado con la banqueta. Gavrilo Prinzip (el comando se había dispersado) no podía creerlo: justo enfrente, a pocos metros, Franz Ferdinand. No podía fallar, no falló. 



De haber sido Sophie una princesa, una duquesa, Viena hubiera organizado grandes funerales a los cuales hubieran asistido todos los monarcas europeos. El zar, el emperador alemán y el rey de Inglaterra (Tres primos), y el presidente francés. Y se hubieran puesto de acuerdo. Sin guerra. 


[1] Sarajevo, más castellanizado (nota del blogger)


Fuente: El universal, 29 de junio de 2014, México