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jueves, 28 de abril de 2016

MIGUEL DE CERVANTES BUSCA TRABAJO EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA


Doce son los documentos autógrafos de Miguel de Cervantes que se conservan en la actualidad. De ellos, dos son las cartas dirigidas a la corona española en demanda de un empleo en los reinos americanos. Ninguna tuvo respuesta positiva.




Bertha Hernández* 


Era mayo de 1590. El día 21, don Miguel de Cervantes Saavedra, antiguo soldado de los tercios de Felipe II, veterano de la batalla de Lepanto, espía de la corona en el frente turco-berberisco, apeló a la gratitud de las testas coronadas. Los 500 ducados que una década antes pagaron su libertad no fueron aportados por el monarca al que servía: provenían de los esfuerzos y sacrificios de su familia. Así, en ese mayo de hace 426 años, las expectativas de tener una mejor existencia eran más bien pocas para el antiguo soldado. 

Entonces miró al otro lado del mar: los reinos de la América Española. ¿Acaso allí estaría la respuesta a sus necesidades? ¿Recibiría una respuesta positiva si se animaba a escribir al Consejo de Indias? Don Miguel se movía en dos mundos desde 1567, cuando, apenas con veinte años, había publicado su primer poema. Ahora, esa circunstancia permite entenderlo como hombre de letras antes que hombre de armas. 

Pero, hombre de acción como tantos otros de su tiempo, se incorporó a los tercios que operaban en Italia en 1570, cuando algunos de sus versos ya habían circulado en Madrid. Su carrera militar lo había llevado a la condición de preso en Argel, donde se le consideró personaje de calidad, condición que fijó en 500 ducados su rescate. Cervantes no se quedó con los brazos cruzados aquellos cinco años de cautiverio: intentó fugarse, infructuosamente, nada menos que en cuatro ocasiones, y en el último complot, ocurrido en 1579, había involucrado en el proyecto a más de sesenta prisioneros. 



Años duros, muy duros



Liberado por fin, a costa del patrimonio familiar en 1580, todavía le fue tan leal al rey Felipe II, que aceptó una misión de espionaje en Orán, entre mayo y junio de 1581. Pero nada de esto le valió cuando, al año siguiente, en 1582, le escribió a Antonio de Eraso, secretario del rey, pidiéndole “una merced” (un empleo), ya fuera en España o en alguna de las vacantes que había en los reinos americanos. Ese, el autógrafo más antiguo que conocemos de Cervantes, nunca fue atendido. 

Sabemos que entre 1582 y 1585 aparecieron algunas de las obras literarias de Miguel de Cervantes. En 1586 trabajaba de Comisario General de Abastos para la flota que sería conocida como La Armada Invencible. Era un título muy rimbombante para las tareas que implicaba: Cervantes era responsable de requisar aceite y trigo para sostener al ejército naval. 

No deja de insistir ante el aparato burocrático español: necesita un empleo más sólido, y eso de andar quitándole el trigo a los súbditos del rey no es precisamente la mejor de las ocupaciones, ni por tranquilidad ni por fama pública. Bonita ocupación para un hombre cuya poesía y obras de teatro son ya distintivos en su vida pública. 



Sueños americanos



En ese mayo de 1590 se resuelve nuevamente a demandar un empleo que compense tantos sufrimientos. Se dirige al Consejo de Indias. A su carta adjunta una relación de sus méritos y, a fuerza de insistencia, ya conoce un poco de las tripas de la burocracia imperial. Se anima a solicitar alguna de las cuatro plazas vacantes, que implican algún nivel interesante, que existen en ese mundo inmenso que son los reinos americanos. 

“Pide y suplica humildemente, cuanto puede a vuestra Majestad, sea servido de hacerle merced de un oficio en las Indias de los tres o cuatro que al presente están vacos [vacíos], que es el uno la Contaduría del Nuevo Reino de Granada, o la Gobernación de la provincia del Soconusco en Guatimala [Guatemala], o contador de las Galeras de Cartagena, o Corregidor de la ciudad de La Paz, que con cualquiera de estos oficios que Vuestra Majestad le haga Merced, le recibirá, porque es hombre hábil, y suficiente y benemérito para que Vuestra Majestad le haga merced; porque su deseo es acontinar [continuar] siempre en el servicio de Vuestra Majestad y acabar su vida como lo han hecho sus antepasados, que en ello recibirá muy gran bien a merced. En Madrid, a 21 de mayo de 1590”. 

La carta da cuenta de la urgencia y de la necesidad de Cervantes: no sólo quiere un buen empleo; está seguro de merecérselo, después de tantos años de encarguitos ingratos. ¿A dónde lo llevaría la carta en caso de que funcionara? A cualquier parte: gobernar el Soconusco lo llevaría nada menos que al actual estado de Chiapas; los empleos en el Nuevo Reino de Granada o en Cartagena, hoy llamada de Indias, lo habrían llevado a la ahora Colombia. Y el puesto de Corregidor lo hubiera llevado aún más lejos, hasta Bolivia. En suma: a Cervantes le urgía, y mucho, un trabajo honrado y de buen nivel, pero no se ponía remilgoso: dentro de su sentido de la honra y del mérito propio, estaba dispuesto a aceptar el trabajo que hubiera disponible, y en donde estuviera disponible. En 1590, plantearse como asunto serio ir a dar a la selva chiapaneca o a las lejanías colombianas y bolivianas, suponía emprender viajes azarosos y no exentos de peligro; dejar todo cuando quedase en España para renacer en otras tierras. Así de extrema era la necesidad de Miguel de Cervantes Saavedra. 



La mala respuesta de la corona



Acaso, de haber tenido una respuesta favorable, Cervantes habría pisado el puerto de Veracruz, y por unos días podría haber caminado la ciudad de México, antes de emprender camino a Chiapas, o habría cruzado el mar hacia Cartagena y hecho de la actual América del Sur el sitio donde sus huesos reposaran. Acaso su obra literaria se habría teñido con los colores y las voces de la América española. Pero nada de esto fue posible. La corona le negó la posibilidad de cruzar el mar y labrarse otro destino. 

“Busque por acá donde se le haga merced”, dice la respuesta, más bien majadera. A fuerza de porfía, en 1595 le dan una plaza de recaudador de impuestos con base en Granada. La tarea es, apenas, un poco menos ingrata que sus labores como requisador de grano. La puerta para América se había cerrado definitivamente y Cervantes ya no hizo más intentos por obtener su anhelada merced en las tierras lejanas. 

Pero si Cervantes permaneció en España y allá hizo destino y obra, su hijo más famoso, El Ingenioso Hidalgo, don Quijote de la Mancha, llegó a la Nueva España, por Veracruz, el mismo año, 1605, en que se imprimió en Europa: los primeros ejemplares venían a bordo de la goleta “Encarnación”, y su fama se haría larga y grande, para compensar a su sufrido padre, de todas las mezquindades que los reyes españoles le habían prodigado. 


* Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Maestra en Historia (U.N.A.M.)



Fuente: http://www.cronica.com.mx/notas/2016/957143.html