Mostrando entradas con la etiqueta Teo Revilla. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Teo Revilla. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de febrero de 2020

HACIA DÓNDE VA EL ARTE

"La mesa", obra cubista de Georges Braque
(Algunas consideraciones) 

La pregunta, siempre relevante, de hacia dónde se dirige el arte como camino que se abre paso constantemente y se proyecta como corriente incesante y necesaria, es una gran incógnita. Parte de la percepción del presente con todo su legado, avanzando hacia un futuro incierto y desconocido.

La obra de arte, como tal, no debería significar, sino ser por sí misma creciendo en la sensibilidad, magia y conciencia, de las personas que le son receptoras, con arraigo, sutileza, y evidente deseo de trasformación. El arte es una manera de sentir y, como tal, de pensar, remover, engranar; de alguna manera, de concienciar y sensibilizar mientras nos va gratificando con su poder de asombro. El arte no es un mero objeto estético; el arte es un vehículo emotivo, necesario para sensibilizar las necesidades del espíritu humano de cada época. 

El artista vive para su obra. Intenta darle vida propia, e interpretarla como algo superior a sí mismo y a su realidad. De esta manera, emerge libre, se sitúa e involucra- más allá de la idea y de su interpretación- en una dimensión luminosa -casi podríamos decir que sagrada-, incorporándose y revelándose tenazmente de revolucionaria forma.

Vivimos un momento de debate constante. Un período confuso en el que en apariencia cualquier objeto o cosa puede presentarse ante el espectador como obra de arte, pudiendo estar hecha de cualquier tipo de material no importa mucho qué. Un momento confuso, decía, donde no existen criterios claros en virtud de que sean o no sean obras de arte, sino montajes que tienden más hacia el espectáculo o la provocación; sabemos que hoy triunfa lo “feo”.

La definición entre obras de arte y meros objetos, es decisiva y compleja, ya que no reside en algo que el ojo pueda ver y controlar: esos objetos u obras que nos agradan unas veces y nos desconciertan otras, montados y observados dentro de una galería de arte, nos hacen detenernos un momento, quizás para reflexionar; o simplemente para desconcertarnos por imprecisos, con la sensación de que nos han tomado el pelo o se han reído de nosotros quienes como arte lo han considerado, pues cuando esos objetos se desmontan, se sacan del contexto expositivo en que están y se dejan en la calle al lado del contenedor de basuras más cercano como algo inservible, han dejado de ser supuestos objetos de arte para pasar a ser simples desechos sin ningún interés especial. La discusión entre significar y ser, es un punto de partida para intentar definir todo esto y desarrollar una perspectiva crítica: hay que preguntarse de qué manera el significado está incorporado –si es que hemos logrado tomar conciencia de ello- en la obra u objeto, ya que hay un problema a la hora de distinguir entre no ser nada y ser sobre nada. Quizás se pueda entender mejor esto, cuando las imágenes van más allá de las defensas y prejuicios del conocimiento golpeando en las almas del espectador.

Hay que mirar la verdad en el arte, como algo que hay que descubrir; hay que interactuar en él con él; sentir una verdad desnuda y sin tópicos que podamos hacer nuestra y signifique deslumbramiento, revelación, transformación. El arte muestra la relación entre la sociedad y el espíritu global que la atraviesa. Esa verdad es una suerte de interface, a través de las muestras sensibles que produce. Por tanto, es una entidad compleja, necesaria en un mundo donde la cultura evoluciona constantemente.

Hegel sostiene que “El arte comparte con la filosofía las más profundas verdades del espíritu”. En este sentido obraría como una presentación de la verdad que intentamos hallar -como la tradicional metáfora del espejo de la mente-, surgiendo y relumbrando con gran velocidad y urgencia, rodando como una gran ola de brillantez, agudeza, sabiduría y entretenimiento, volteando en el vacío mental sin límites, cambiando y trascendiendo para alcanzar una expresividad que produzca trance contemplativo…

¿Hacia dónde va el arte? Creo que no hay respuesta, que camina y da pasos transformándose poco a poco con la misma humanidad, de la que no deja de ser reflejo.


Barcelona.-2011.

©Teo Revilla Bravo.

lunes, 29 de julio de 2019

LA OBRA DE ARTE Y SU MISTERIO


Fragmento del cuadro de Velázquez "las Meninas" 


¿Qué está dibujando Velázquez en ese lienzo siempre sorprendente y misterioso? No pueden ser los monarcas, porque acaban de llegar, y no pueden ser las meninas, porque están justo al lado del pintor... 

La realidad del cuadro, aunque esté titulado como Las Meninas, es que no está dibujándolas a ellas; tampoco a los reyes que entran por la puerta... Aquí llegan algunas suposiciones interesantes: ¿acaso nos está pintando a nosotros, los espectadores, que nos situamos frente a su pincel y nos toma como modelos? Esto sería tan inquietante como asombroso. En realidad nadie sabe qué esconde este lienzo...

Velázquez nos dejó un asombro con su pincel, quizás un mensaje. Disfrutemos tratando de entenderlo, o simplemente admirémoslo complacidos.

«No hay nada sobre la tierra que tienda con tanta fuerza a la belleza y se embellezca con mayor facilidad que el alma. Por eso muy pocas almas resisten en la tierra a un alma que se entrega a la belleza».” Nos lo dice Maeterlinck, dramaturgo y ensayista belga.

La obra de arte y su misterio


Toda obra de arte, innegable e indiscutible, es global, no puede ser una creación inútil solo válida para alegrar la vista y adornar paredes. La obra de arte innegable e indiscutible ha de aparecer cargada de sensaciones, de inquietudes que se atemperan, de imágenes que atrapan el alma y la abducen conduciéndola más allá de lo crudamente razonable. Toda obra de arte tiene una vida propia que no admite alteraciones una vez dada por concluida, posiblemente porque iniciada nunca tiene fin concreto, algo que sabe muy bien el artista cuando decide lanzar ese: “Ya está, déjalo así, no marees más la perdiz”, dándolo por finalizado. La obra de arte indudable, es siempre contemplativa; es mística o espiritual, pues está llena de sentimientos y sensaciones, algo frágil siempre pero que sirve para el desarrollo y a la sensibilización humana. La obra de arte deja una huella secreta, necesaria, y libre. 

No hay poder que pueda sustituir al arte ni acabar con él, por mucho que se haya intentado y manipulado desde altas esferas del poder preponderantemente políticas. La obra de arte nace del artista, y éste tiene el deber de intentar transformar a través de ella la situación de la realidad que respira, reconociendo ese deber como algo grande y sagrado que orbita en torno al arte y en torno a sí mismo. Para ello el artista debe ahondar en su propia alma y educarla; debe cuidarla y desarrollarla para que su talento pueda manar con absoluta autonomía libre de elementos tóxicos; y lo ha de hacer adecuando la forma ideada a un contenido atmosférico íntimo, subjetivo y vital, algo que con frecuencia se convierte en su propia cruz por la dificultad que existe de poder lograrlo. 

Pensamiento y sentimiento, son los principales materiales que posee el artista para realizar sus creaciones; luego vendrán los otros elementos palpables y oportunos que harán posible poder llevar la obra a la práctica. Alma y arte están íntimamente relacionados, por vía reveladora -como diría Kandinsky-, al utilizar el artista líneas, formas, notas o colores, todo eso que le es necesario para lograr sus fines, que nos son otros que lograr independencia y singular existencia artística en cada obra; ambos sujetos, artista y obra, quedan independientes una vez acabada la obra, han de respirar libertad ya que viven y actúan, uno devenido del otro, como fuerzas creativas singulares. La obra de arte indiscutible e innegable, no deja indiferente: atrae poderosamente la atención del espectador cuando existen puntos de encuentro entre ambos. Decía Claude Debussy con respecto a la música: La belleza debe apelar a los sentidos, nos debe proporcionar un goce inmediato, nos debe impresionar e insinuar sin ningún esfuerzo de nuestra parte. 

En tal caso, tras ponemos ante una supuesta obra de arte, solo se puede discutir si es buena (deja vibraciones), mala (provoca rechazo), o simplemente nos es indiferente. Pero esto, como dar con esa obra especial que nos deslumbra como ninguna otra sin saber bien por qué sucede, es también una cuestión particular. 


Barcelona, julio de 2017. 

©Teo Revilla Bravo.

domingo, 23 de junio de 2019

ALGO MÁS SOBRE LA OBRA ARTÍSTICA. “CRITERIOS DE CALIDAD”


"Estudio para composición VII", obra del pintor ruso Wassily Kandinsky 


Las pinturas de Kandinsky muestran una tendencia hacia la plenitud, por la equivalencia en intensidad de las áreas de color y la superficie reluciente que destruye toda ilusión de profundidad.


ALGO MÁS SOBRE LA OBRA ARTÍSTICA- “CRITERIOS DE CALIDAD”


Los criterios de calidad en toda obra artístico-literaria, devienen en gran parte del momento en que ésta aparece dentro de un contexto determinado, considerándosela útil en la afinación de un estilo al que se quiere beneficiar por supuestos valores previamente concertados o preestablecidos desde sombras controladoras dominantes. Valores –llámenseles de estilo, tendencia, agrupación, escuela, etc.- puestos en boga por quienes se proclaman responsables intelectuales a la hora de decidir sobre el arte y su destino, valorando contenidos y tendencias sin admisión de réplicas ya que todo -y todos- está comprado y hábilmente retribuido por soportes especulativos de la oferta y la demanda. Hablo de quienes dictaminan, enjuician, favorecen, discriminan (con respaldo académico o político a menudo), a capricho, dando por sentadas unas opciones sobre otras al hilo de intereses concretos sin importarles realmente hallar lo esencial comunicativo, valores necesarios que van surgiendo y transformando el arte desde la soledad y sinceridad sin hacer mucho ruido.

Cualquier supuesta obra de arte que pudiera marcar directrices o tendencias novedosas a considerar, han de venir avaladas por esos importantes señores, o simplemente no ser salvo en milagrosas excepciones. Esto da idea del daño que puede ocasionar, en la historia del arte y en su desarrollo a lo largo de los siglos, la manipulación y el interés de los que poseen el poder de decidir y la potestad de influir, creando cátedra y abriendo espacios al público. A mi modo de entender, el hecho artístico no tiene más credibilidad en estos juicios que la que deviene de círculos determinados con fuertes intereses en esquemas elegidos en todo momento bien protegidos por las redes que dominan el comercio. Provechos e intereses económicos que subyugan al arte espontáneo en un intento por anularlo. Intereses y provechos que varían según la época y criterios del momento, pero que incitan a entrar y persistir, casi por obligación, en una corriente determinada, lo que no deja de ser una cuestión de prácticas amparadas y protegidas, lanzadas con mucho ruido o boato, volátiles y arbitrarias como para atribuirles respeto como determinantes en el hacer cultural.

Lo vemos en ferias de arte, en galerías, en exposiciones más o menos rimbombantes, a través de sorprendentes anuncios, o en medios donde aparecen críticas influyentes. Todo es subjetivo en el arte. La mayoría de lo que hoy son aparentes relumbres cegadores, acaban al cabo en oscuras naderías. Estamos condicionados por el consumo rápido, por efecto del camelo; estamos atraídos por la publicidad, quizás sin habernos detenido realmente en la obra señalada para poder vivirla desde la necesaria emoción o desinterés. Nada puede considerarse de validez universal ni llegar a todo tipo de público, ya que afortunadamente siempre hay quien sabe elegir por sí mismo huyendo de engaño fácil o de la ortodoxia impuesta por ímprobas academias o escuelas condicionadas por intereses especulativos. Huir de los convencionalismos que genera lo mediático a bombo y platillo, ayuda a saber elegir y encontrar valores más allá de los que intentan meternos a toda costa por los ojos como si fuéramos estúpidas esponjas.

Es esencial, ese aparte que hacemos al mirar una obra, el silencio revelador, la distancia necesaria de observación, no sólo para valorar lo notable creíble que nos impresiona y fascina, sino que también para ayudarnos en la propia creación particular si a ello nos dedicamos, fuera de influencias perniciosas. Hay que saber apartar (esto es lo difícil como todo en la vida) el trigo de la paja, y sobre todo saber descubrir la maléfica cizaña protegiéndonos de cicutas o perejiles de los marjales que embellece caminos pero que ingeridos matan. 

Un análisis desapasionado, dejándonos mecer por la melodía del instante, nos pondrá en alerta inmediata del farsante, acercándonos mejor a la obra de calidad, al autor, al artista. Y aprender a seguir avanzando.


Barcelona.-29.-07.-2012.

©Teo Revilla Bravo.



sábado, 18 de mayo de 2019

LO NOVEDOSO EN ARTE



Arte, grafiti, escultura, todo mezclado en perfecta armonía.




Teo Revilla Bravo | 17 de mayo de 2019

Lo novedoso, aquello que va rubricado por un marcado carácter presentándose desde unas coordenadas artísticas distintas a las habituales, enseguida atraen poderosamente la atención, pues somos seres por encima de otras consideraciones curiosos. Investigar, descubrir, topar con la sorpresa e indagar, es parte de la riqueza de la vida. Cuando es así, cuando nos encontramos ante una obra altamente centrada, de gran poder de inventiva, bien resuelta a nuestros ojos, sentimos que el hombre y con él la sociedad avanzan un poquito más por el buen camino contrarrestando aspectos sombríos. El artista intenta crear con su obra, el acercamiento a la comprensión de su realidad esencial, llegar a sus últimos elementos integradores, tocar el alma virtuosa e inquieta, ir en búsqueda constante de la realización y de la mejora. Esa obra que se va generando poco a poco sin mucho ruido, a veces con toques iconoclastas ojalá con acierto y valentía, sabe que es parte de la respuesta.




Somos curiosos, sí, pero también debemos ser aventureros viajeros que prescinden de lo asombroso aparencial, así como de lo repetitivo y aburrido que roza o cae directamente en lo superficial o en el engaño. Quizás por eso el artista vocacional es inconformista, un inadaptado que lo pasa mal en el intento por pretender aclarar los estímulos que salen de su alma a borbotones, pues tiene una meta a la que llegar, una idea entre ceja y ceja que desarrollar, un objetivo inmediato por cumplir, un mandato metal que obedecer, una obra nada o poco entendida que emprender. Y lo intenta, obsesivo, a través de la motivación, del trabajo y de la exigencia. Si esto falla, decae, deja de obrar como tal, entra en crisis, muere. Para que esto no suceda, hay que desprenderse constantemente de lo banal y de lo postizo, de todo aquello inservible a lo que nos enganchamos sin darnos cuenta y que tiran de nosotros de una manera poderosa y cruel limitándonos, entorpeciéndonos, impidiendo que avancemos. Debemos prescindir de todo lo que resulte artificial, fingido, interpuesto, o de algún modo manejado o manipulado desde esferas de poder, cualquier poder.





Hay que mutar, extender el radio de acción, contemplar todo el vasto dominio de la situación que se nos presenta; hay que penetrar en esa realidad que pretendemos transformar en algo mejor y sublime que dé sentido a la existencia, para oírnos y olernos vivir y amar, para oírnos y olernos morir tal vez. ¿Cómo lograrlo? Existe en todo ser perceptivo y concienciado una alquimia personal, unos efectos mágicos que trasmutan, unos valores que con poca frecuencia se ponen -por comodidad o descreencia- en práctica. El artista ha de asumir su labor con ilusión, rompiendo esa opacidad y rigidez que se nos echa encima a cada instante que respiramos: la sociedad envenena, ata, va en contra con frecuencia de los intereses netamente humanos que necesita el artista para sobrevivir, ya que tiende a esclavizar, a convertirnos en miembros vigilados, mecanismos fieles colocados en el engranaje que mejor cuadre en cada momento a sus fines. Es el artista, precisamente, quien tiene la facultad de romper ese estado de cosas, esa dinámica machacona, mecánica y dictatorial que nos anula en lo fundamental, para intentar hacer de la realidad algo más traslúcido, más libre y solidario, más expansivo, sorprendente, descontaminado y por supuesto creativo. Así avanzamos, a contracorriente, con mucho esfuerzo y poco ruido, abriéndonos a los sueños que alientan novedades y expanden espacios. El artista es el mago que nos abre los ojos a la luz. No lo entorpezcamos, dejemos que entre esa luz a raudales y nos envuelva en ella.



Barcelona.-20012. 

©Teo Revilla Bravo.



Fuente: https://entrepalabrasysilencios.blogspot.com/2019/05/lo-novedoso-en-arte.html?spref=fb&fbclid=IwAR3mOopPe7vcnkXQksogwCqbxDkjX4CVdikELlGiDTpyh5837ONeNAvihHA

sábado, 18 de agosto de 2018

NECESIDAD DE ESCRIBIR


Obra del pintor suizo Albert Anker, "El escritor"

Por Teo Revilla Bravo 


Cómo escribir y no morir en el intento. Esta frase, algo redicha, me ha venido a la mente al pensar en la dificultad que tenemos quienes nos dedicamos a esta actividad por un motivo u otro. Aunque dicen que se escribe o se ha de escribir porque sí, sin pretender nada concreto como no sea el propio desahogo, algo éticamente loable que puede ayudarnos a conocernos mejor. Escribir con fines preestablecidos, o de lucro, es otra cosa bien diferente, las más de las veces ligada a una forma de trabajo convertida en obligación; en tal caso, si se escribe desde la honestidad, puede ser también es una catarsis por decirlo de manera prosaica, limpieza que aligera el alma del peso con que nos vamos cargando por unas causas o por otras a lo largo de la existencia. 

Escribir es también un intento de crear una realidad alternativa, un generoso desprendimiento de lo propio, una necesidad imperiosa por descomponernos y a la vez compensarnos a fuerza de fabular creando embustes, manipulaciones o fantasías, como pretextos de una supuesta verdad propia que no nos acaba de convencer. Fabular es dejarse ir, es descubrir delirios que nos fascinan, y que a la vez pueden hacerlo a un posible lector. 

Escribimos, sentimos la necesidad. A veces contando verdades sobre nuestras vidas, o quizás sobre la visión que quisiéramos tuvieran esas vidas y los movimientos que pudieran darse en ellas, algo no siempre fácil. Para lograrlo tenemos que valernos de la experiencia y de la aptitud que creemos poseer para tergiversar o no la realidad propia o ajena y poder crear contextos alternativos en un acto de desesperación, de metamorfosis, o de imperiosa necesidad de escupir en escabroso ejercicio angustias y desaciertos, sentimientos que por dentro nos arañan o nos hacen sufrir. Hay que lograr, en todo caso, no caer en el sentimentalismo ni en decoros absurdos y engañosos. Sí escribir sin piedad ni compasión, latiendo y vibrando con cada palabra, sinceros hurgadores en lo crudo del laberinto personal, pero evitando cualquier demostración banal del ego. 

Permanecemos ante lo escrito. Lo releemos, lo revisamos, y al cabo continuamos ufanos sabiendo que será difícil llegar a un punto final que nos complazca. Sabemos que nada se acaba, que todo escrito puede continuarse, que es un proceso siempre abierto a algo, pues cada instante que llega, aún siendo los mismos, somos otros. Quizás por eso sea difícil detenerse en un punto al que darle final, pues va cambiando con la edad el conocimiento, el estilo, y el riesgo que en ello ponemos. 

Escribir, revisar, corregir. Y a medida que se escribe, más preguntas surgen, más cuestionamientos se nos plantean, más ganas de desertar –tachar, romper, eliminar-, sintiendo a la vez la necesidad de continuar. 

Se gana en seguridad. Pero dentro de la innegable incertidumbre que nos acompaña, sabedores de que los retos son cada vez mayores, que nos vamos convirtiendo en prisioneros de nosotros mismos: no queremos promover o estimular algo, que al cabo nos disminuya o minimice: el ego se revela. ¿Le falta humildad al escritor? No exactamente, pienso, pues vive dentro de una marea que lo arrastra e impulsa irreprimiblemente, mientras va intentando descubrir complejos procesos morales a los que dar respuesta, de ahí esa aparente osadía que puede cuestionar su naturalidad. 

Cuando comenzamos a escribir, a veces sabemos a dónde pretendemos llegar; otras, escribimos compulsivamente de manera aparentemente improvisada. Mientras avanzamos en la escritura todo va cambiando como en un paisaje, a menudo hasta la idea primigenia que nos impulsó a hacerlo. Disfrutamos poniendo el dedo en la herida, hurgando en lo que nos duele o preocupa, sea personal, social o de índole político. Somos observadores sensibles de cuanto pasa por dentro de nosotros, y por fuera también curiosos de lo cotidiano en ese intento por analizar lo complejo del comportamiento humano. Y lo hacemos por unas vías o por otras, con acierto o sin él, llevados de la mano impulsiva de una imparable inquietud. 

Introspección y ambigüedad son nuestras compañías. Nadie está en posesión de la verdad. La verdad quizás sea solamente una palabra para defendernos de la propia mentira. ¿Cómo hacer un juicio moral? ¿Qué consideramos moral? ¿Aquello que se establece como tal? En tal caso, estructurándolo desde nuestra particular percepción, al escribir lo añadimos a un debate general. No podremos explicar, por mucho empeño que pongamos, la clave para lograr una sociedad feliz, conscientes de que es imposible que exista. ¿Para qué escribir entonces? ¿Qué nos arrastra a ello? ¿Hallar una armonía, una compensación al pensamiento que nos aflige, dar sentido a nuestras vidas? Hay, pues, que escribir, desde la modestia. Cuando ponemos alma, vamos y venimos desde lugares de interrogación y dolor, haciéndolo desde la interpelación constante, desde el dilema que supone vivir intentando hallar tranquilidad para nuestros ánimos. En todo caso, hay que escribir desde la convicción y la sinceridad, traspasando ambigüedades, liberándonos de modas, de críticas interesadas, de porfías, de la posibilidad o imposibilidad de ser publicados o permanecer inéditos.


Barcelona.-24.-04.-2009.

©Teo Revilla Bravo.

Fuente: https://entrepalabrasysilencios.blogspot.com/2018/03/oficio-de-escribir.html?spref=fb

sábado, 18 de noviembre de 2017

LA PERCEPCIÓN DEL ARTE


Obra, "Ejercicio de pintura, Limonero" Teo Revilla Bravo. 2012
                            “Lo que parece no siempre es lo que es, y lo que es no siempre es lo que                          parece; la percepción crea nuestra propia realidad” Rob McBride.

El arte ha de ser el lenguaje que trasmita al espectador lo sublime, todo aquello que sensibiliza, altera para bien, y colma el espíritu haciendo que cada vez que el espectador observe una determinada obra el sentimiento percibido sea idéntico o incluso mayor, acompañándolo en el crecimiento, evolución y maduración. El arte, si realmente satisface, ha de producir un efecto efectivo que se acomode con facilidad al júbilo intelectual del espectador.

El arte, tras pasar una etapa de investigación, de informalismo, novedad y duda, como ha sido su desarrollo a lo largo del siglo XX, parece entrar ahora en una etapa de regreso a la sensibilidad, a la belleza formal, a lo elevado, al talento. Quizás porque el momento actual, pleno de desgarros vicisitudes y temores, nos lo demanda sin tanta ansia de originalidad y novedad como en otros periodos. El arte no es más que un reflejo del tiempo social, cultural y emocional, en que se desarrolla. Lo importante es que esté siempre presente, como fanal de atracción sensitiva sea del estilo que sea, alejado de la manipulación constante de intereses comerciales y políticos que deberían estar, sobre todo, por la dedicación y empeño en educar a los niños en las escuelas para que un día logren saber distinguir una obra común -por buena que sea- de otra simplemente genial.

Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿Cómo saber realmente que una obra en concreto es realmente del agrado axiomático de uno, que no existan fuertes condicionamientos para aceptarla tal como nos la presentan? Porque puede muy bien ser que esa obra concreta esté diseñada, con calculada destreza, precisamente para agradar (ya los interesados en imponer gustos artísticos y sus manipuladores se afanarán mediante los medios de comunicación de masas que controlan espacios de audiencias de que esto sea así) y, cuando uno la intente interiorizar compruebe que no queda recogida emocionalmente, que es puro humo y nada más. Las obras que interesan y llegan, han de estar plenas de energía y eficacia, han de llegar directas al corazón como bellos acordes, texturas, tramas, colores, formas, etc., invadiéndolo sin que uno se dé cuenta. La obra de arte, sea del estilo o movimiento que sea, ha de sacudir el ánimo, y también las entrañas.

En este amplio panorama de belleza artística contemporánea, no podemos olvidarnos del trabajo interactivo creador de mundos virtuales que engrandecen el concepto del arte y que poseen un gran potencial. Obras llegadas con gran expectación e intensidad, trabajadas con todo detalle y esmero seguro que para quedarse, transformarse, y engrandecerse: aerografía, videojuegos, películas, arte digital, hologramas, arte conceptual… Aspectos artísticos donde el que escribe, ha de reconocerlo, es un neófito que no ha logrado llegar del todo, admirándolo en ocasiones, pero descaminándose y perdiéndose todavía con harta frecuencia.


Barcelona, noviembre, 2017.

©Teo Revilla Bravo


Fuente: https://entrepalabrasysilencios.blogspot.mx/2017/11/la-percepcion-del-arte.html?spref=fb

lunes, 27 de febrero de 2017

LA NARRACIÓN


Pintura de Albert Anker

Teo Revilla Bravo











El ser humano tiene una gran necesidad de manifestar, de expresar, de comunicar, de exponer y revelar impresiones y sentimientos, tanto a sí mismo como a los demás. Narrar es querer contar o exponer ese algo, a quien quiera interesarse por él. Narrar con habilidad literaria es haber conseguido hacer, tras muchos escritos previos, numerosas hojas desechadas y cuantiosas correcciones, buena literatura. Pero a la vez, es ir más allá del mero hecho de contar una historia cualquiera por contarla; es exponer con tino, magia, seguridad y buen ritmo, hechos o argumentos –reales o imaginarios- que contagien y asombren por su calidad. Ahí es donde descubrimos al buen escritor, al literato nato que nos agrada y que posiblemente seguiremos. Para que esto suceda, el escritor ha de saber entusiasmarnos; ha de llenarnos de bellas obras literarias, se cuente lo que se cuente en ellas, ya que de lo que se trata en literatura es el cómo se cuenta, más que el qué se cuenta. Para que esto sea así, se ha de narrar desde el corazón y desde la vivacidad; se ha de saber contagiar ilusiones y novedades, a través de historias que nos envuelvan y nos sumerjan en refulgentes universos.


Cuando hablamos de narrativa como género literario, lo asociamos inmediatamente al cuento y a la novela, pero el género incluye también la leyenda y el mito. Sólo cuando intentamos definir qué es un cuento, qué una novela, qué leyenda o mito, empezamos a comprender la complejidad y la dificultad que encierra el término en sí y su realización. No es fácil ser buen comunicador, ni mediante la letra escrita ni mediante otra forma de arte… La narrativa es un proceso de transmisión de imágenes, mediante el cual el autor crea personajes, a veces complejos y difíciles, con el fin de expresar ideas e impresiones, describiendo aconteceres objetivos o subjetivos, externos o internos, que han de hallarse envueltos en una serie de sucesos, desde donde se va profundizando en sus complejidades y laberintos ojalá que con mucho acierto. Para que esto sea posible, se requiere un principio, un fin, y una secuencia bien calibrada de las acciones a desarrollar en el tiempo en que esos hechos transcurren. Todo ello constituye el complejo hilo narrativo. Y es, a través de esta sutil serie de secuencias, que seguimos el curso y acontecer de uno o varios personajes, dependiendo del contexto y del lugar concreto donde queramos ubicarle o ubicarlos. Todo esto ha de gozar de un orden bien organizado, a través de capítulos o de pausas que den lugar a los diferentes momentos o respiros de los que ha de beneficiar la narración. Este cuento o novela que escribimos con entusiasmo cobrará relevancia, cuando esté realizada de manera atractiva y se haya transferido un mensaje que, al tocar temas de interés universal, permanezca en el tiempo. Si todo esto coincide adecuadamente, el hecho puede suponer haber logrado una buena obra literaria.

El género narrativo es uno de los grandes géneros literarios que existen. Lo podríamos definir como un conjunto de obras que cuentan acontecimientos. El escritor es la persona que exterioriza esa narración, el encargado de dar a conocer un peculiar, prodigioso y atrayente universo creativo. 


Barcelona.Noviembre. 2014.



©Teo Revilla Bravo.

https://www.facebook.com/groups/173539573078204/?fref=ts

domingo, 25 de septiembre de 2016

EL IMPULSO DE ESCRIBIR


Retrato de Fernando Pessoa” pintado por el artista José de Almada Negreiros


Por Teo Revilla Bravo


" (...) Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren."

Julio Cortázar



Escribir es un impulso de libertad creadora; una necesidad de intentar hacer trascender lo que se siente dentro, darlo voz y aliento, manifestarlo pese a la dificultad dándole forma de escrito. Para ello hay que encontrar la manera de hallar el enfoque oportuno, de tener la concentración y perseverancia necesarias. La dificultad que sentimos, las dudas, los grandes o pequeños problemas que en cada línea pueden ir apareciendo deben de quedar transformados en estímulos que nos permitan seguir participando en la singular carrera por alcanzar el máximo acierto. Del temperamento propio, del concepto artístico que cada uno posea, de la constancia y la superación, nacerá el milagro de saber crear una novela, relato, o poesía. En ese acierto, resolviendo espacios, perspectivas y matices, estará impresa, con mayor o menor fortaleza, la personalidad, el contraste entre otros escritores y nosotros, la diferenciación, el sello personal.

Saber redactar un escrito literario no es nada fácil, ya que hay que poder superar un profundo escollo que a menudo se hace complicado y difícil. Siempre nos falta y faltará un plus de conocimientos generales y otro plus, quizás más grande, sobre la propia lengua, pues ésta no nos alcanza con escribir sin faltas de ortografía, es algo mucho más complejo. Sólo la experiencia, el estudio, la lectura, el haber redactado mucho y durante tiempo, llevan al ágil y certero manejo del lenguaje. Leer libros, prestar atención a la manera en que se expresan las oraciones en sus textos, es uno de los mejores procederes que tenemos para aprender a mejorar como escritores.

En todo el proceso ha de haber una expectativa que nos emocione, algo, un monólogo interior, un deseo indefinido que nos impulse a escribir y trasmitir con verdadera pasión lo que sentimos. Cuando este algo está decidido, cuando tenemos una razón previa que nos induce a ponernos en marcha, es menester sentir con intensidad ese estímulo. Las cosas están ahí, y nosotros tenemos la palabra para interpretarlas; el mundo, la vida, nos sale constantemente al paso. Debemos penetrar en él, poseerle e interpretarle. Para ello dependemos de la palabra, y ésta llegará si escribimos sobre algo que verdaderamente deseamos. Es importante saber qué decir, cómo decirlo, por qué lo queremos decir. Luego irán llegando a la mente ideas o frases sueltas que conviene anotar y ordenar cronológicamente, lo que facilitará el curso de la escritura.

Inicio, desarrollo y final, son las tres fases por las que pasa todo escrito, algo que tendremos que tener en cuenta en todo momento sin queremos tener aciertos. La escritura, como el arte en general, es, aplicando nuestro intelecto, un medio maravilloso que recoge las manifestaciones más puras y libres del deseo infinito del hombre por alcanzar la gran ilusión de la libertad. 



Barcelona, julio de 2016.

©Teo Revilla Bravo.

jueves, 19 de mayo de 2016

EL COMPONENTE EMOCIONAL EN EL ARTE


Obra del escultor tinerfeño Román Hernández. Tenerife 1963.



Teo Revilla Bravo*


EL COMPONENTE EMOCIONAL



El hombre ante sus propios misterios. El hombre situado ante un espejo que le restablezca la propia efigie emocional más humana y en lo posible más desnuda; el hombre interrogándose, buscando eternales explicaciones y respuestas; gravitando sobre una suerte de anexo o reflejo fiel que le ayude a comprender la magnitud o significancia del existir, mediante expresiones más o menos gratificantes. Cuando estos enunciados se convierten en obras de arte, nos permiten anhelar la perfección latente a través de la misma mirada, en un acto afortunado proveniente de lo que sentimos como inspiración o transfiguración estética, filtrada desde esa identidad emocional interior donde nace y se hace necesaria. La mirada ha de ser fotográfica, no tanto en la forma de captación vehemente como en la de la misma esencia; ha de recoger, como lo hace la lente de la máquina, esa especie de serenidad que capte la aparición de la idea, del objeto o la obra idealizada a crear, sin artilugios ni engaños, lo más fiel a nosotros mismos. El arte, aún inconscientemente, nace como una búsqueda necesaria, un poner a prueba o analizar la realidad que nos pueda ayudar a canalizar la propia vida y situarnos ante ella. Su función es llegar, es transformar, es ser reflejo de continuado avance, y sobre todo es desahogar y es conmover. Cuando nos impresionamos o emocionamos, todo se revoluciona dentro de uno. Así nace o cobra valor el arte -que está en las obras del hombre, pero sobre todo en la naturaleza de donde recogemos sus fuentes esenciales-. Para ello, ha de tocar las fibras más sensibles del artista al realizar su obra y por ende las del potencial receptor cuando la contempla. Como si uno y otro lo hicieran a través de una trascendente respiración comunicativa, producida milagrosamente en las entrañas vitales del hermoso pulmonar del alma, ese propulsor que junto al corazón nos mantiene vivos. 

La herramienta del arte pictórico, la produce esencialmente la luz (capítulo anterior). La luz sirve como medio para la omisión de significados en su revelación experimental, formando el lenguaje universal que permite conocer los aspectos más positivos del alma humana. En las obras teóricas, es la expresión lo que funciona como filtro simbólico del pensamiento y es el acto de fe –poesía- lo que permite rendir culto a los más altos valores. En arte, los personajes, sus rostros, los paisajes, las formas abstractas, el barro, la palabra, la nota musical, etc., son proyectados hacia una luminiscencia que les es inherente; son violentamente iluminados en el exterior –acto creativo proveniente de lo interno-, bañados por una luz que anuncia el evento inesperado, aquello sutilmente recogido que de otra forma inevitablemente se perdería –esto se da muy bien en fotografía, pero también en toda obra artística, musical o literaria-. Todo ello queda aislado en una especie de aura, que es al mismo tiempo un hálito extremadamente fluido y sensible. Sin arte, la humanidad, espiritualmente, se asfixiaría. O como diría el genio de Nietzsche: “sin el arte –música- la vida sería un error”. El hombre ha de experimentar –crear- para intentar comprenderse y entender el entorno en que vive, a través de la callada tortura o goce que es obrar y es existir. Nada, nadie responde claramente a esa llamada de auxilio vital que lanzamos desde bien temprano. Lo creado debe de sobrevivir y establecer una situación poética de transferencia, pócima, elixir, cura, que nos ayude a situarnos ante la savia emocional de la vida, y comprenderla. En esa correspondencia, uno podría encontrar, quizás, el principio a la solución del problema que se genera con la ansiedad que el hombre tiene de avanzar: las obras han de tender a no significar más allá que el propio momento que vive el artista en su creación y luego del mismo momento que siente el espectador cuando las contempla, sin tener que crearse esa sensación de ansiedad que generalmente trata de conjurarse forzando significados –crítica-, que debieran permanecer libres y sin condicionantes hasta del propio creador. Quizás todo sea más simple y nos compliquemos más de lo necesario perdiéndonos en valoraciones. La ansiedad es mala compañera, genera siempre exigencia, rápidas expectativas y posiblemente malos resultados y por ende malas referencias y peores explicaciones.

Es a través de las obras de arte que se puede uno avenir con la existencia, atravesando órbitas, abriendo caminos, confinando pesadumbres, aliviando ansiedades, liberándonos en lo posible mientras sondeamos ese viaje interminable. EL anhelo del artista es crear ámbitos atemporales que sean integradores; es lograr la comunión con los otros; producir la armonía en la personalidad; es el placer de reflejar la vida y la realidad estructurando –a su modo- la moral de cada época; expresar conflictos internos y externos, denunciar; es ayudar a satisfacer y mejorar la subsistencia, desplegando las imágenes o las sensaciones, dejando sus silencios guardados en esos universos, yendo tras lo mitológico donde el presente transformado se convierta en un todo o absoluto integrador, eternidad habitable real y soñada. Y todo, a través de una obra bruñida con esa luz dirigida directamente al corazón, a los procesos comunicativos, a fortalecer los valores de la humanidad y sus necesidades estéticas y de conocimientos, estableciendo una visión novedosa de la realidad y optimizando en lo posible sus procesos de comunicación y de integración en lo social transformable.

El componente afectivo en el arte, ha de estar explícito e implícito, coronando la obra con una poderosa carga emotiva de la índole que sea; ha de convertirse en un sonoro grito de libertad, rabia, gozo o expectativa. Sin corazón, no hay obra. En tal caso, es una necesidad esencial para la propia marcha de la existencia; es un grito libertario, desgarrador, emocional, turbador, que nace de las fibras más sublimes de la conciencia transgresora y sensible. Si esto no se produce, la obra es obra muerta, obra ya realizada o simplemente no es. El arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin hombre pero tampoco habría hombre sin arte. Es así de sencillo desde que la humanidad comenzó a utilizar las manos y generar un complejo lenguaje. Todos sabemos que el mundo se hace más inteligible a través de las distintas facetas artísticas desarrolladas a lo largo de los tiempos. Aún la labor provocadora en arte, ha de tener un lirismo innato, un latigazo esclarecedor, una alerta o emoción poética que impulse sensaciones, aunque éstas sean encontradas. La obra de arte, cualquier obra (englobándolo todo: pintura, escultura, música, literatura, etc., etc., ha de convencer, ha de hacernos descubrir el soplo de la creación, el Aleph, el deseo de partir desde el mismo origen tras la exploración de los ricos enigmas que atesora el universo que encierra la grandeza del propio ser. La obra de arte (verdadero lujo de la existencia), es el logro, es la bondad de sentir lo asequible necesario desafiado y desafiando, investigándose, deteniéndose a escuchar el murmullo de los pensamientos, el rumor de los pasos y el susurro del aire, el latir de la sangre, el hálito vital enriquecedor, la vida, la muerte, los ritmos cardíacos y circulares... 


* Artista plástico, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria, red de artistas, escritores y amigos de habla hispana, http://orbitaliteraria.spruz.com/.


Agosto del 2012.

jueves, 28 de enero de 2016

LABOR DE AUTOR


(Algunas consideraciones).





Teo Revilla Bravo


La amplitud de la labor literaria es consecuencia de la dedicación del autor a una continua “Obra en marcha”, especialmente en el género de la poesía y en el marco de una vida en constante creación. Una vida y una poesía que configuran un extenso episodio de la historia de la cultura personal -siempre en proyección abierta al otro-, bajo el prisma inconfundible de lo íntimo. Por eso la obra poética –en realidad cualquier honesta obra artística- es un sincero esfuerzo, un logrado y entusiasta resultado que ha de ser realizado sin complejos y con cierto conocimiento e intuiciones de las claves a seguir. El poeta o creador debe cautivar y apasionar al lector o espectador mientras efectúa una labor sintética, sólida y encomiable: la “Pasión perfecta”, esa obsesión en la elaboración de su obra en constante disputa con su propio temperamento.

Indagar desde dentro es como desbloquearse poco a poco, es ir puliendo y limando esos sedimentos que nos va dejando la vida; penetrar, dar con ellos, discernir, meditar, estudiarlos y contemplarlos con rigor, con el fin de ir entendiéndolos en un hallazgo propio a través de una práctica de autoanálisis, poetizando esas huellas que nos dejó la vida, transparentándolas en lo posible como una labor arqueológica, creando de esa suerte una obra artístico-literaria que sea un reflejo más de lo que compone nuestro universo y bagaje personal. Catarsis lo llaman, limpieza, sensación de libertad al dejar libres miasmas y desarreglos acallando los gritos interiores hasta esos momentos irresolutos. Pero ha de hacerse silenciosa y honestamente, sin tremendismos ni fatuos lirismos, con voz auténtica y sincera; porque a al final, lo que le interesa de verdad al poeta no es la poesía, que sí, sino la vida: entender la vida, su vida. En ese contexto ha de expresar al hombre antes que al literato o al artista. Este punto es importante. Por tanto, al interesarnos la vida como algo que hay que lograr comprender, el arte se ha de concebir como algo vital, no como un producto enlatado de laboratorio donde se discriminan los contenidos suscitados por la intuición y el sentimiento. Enseguida, al leer, ver o escuchar, comprobamos quien llega con sus versos o sus obras de un sitio –de la vida- o del otro –del laboratorio-. Yo, personalmente, me quedo con la emoción liberada del primero, puesto que el poeta –si retomamos la poesía- no debe emplear tanto los vocablos para evocarnos representaciones intelectuales y utilitarias, sino para trasmitirnos un estado de ánimo traducido en sentimientos.


Introspección, búsqueda de oscuros intereses en las subterráneas galerías interiores. Emociones que hemos de libertar trasformadas para la luz. Comprometernos con nosotros mismos en esa traslación de dentro a fuera -creación personalísima-, para ir ganando en escritura u obra orgánica y sincera. Es una cuestión de tiempo, de sedimentación y de poda de la frondosidad arbórea de nuestros recuerdos. En este sentido, el escritor –o artista en general- es un asceta, un contemplativo, un virtuoso de la penitencia y del pensamiento cuyo fin es elevarse hacia la paz ya que con frecuencia sufre de las iras del espíritu. Todo lo demás está subordinado a esta conquista. El poeta tiene que buscar lo inasible, luchar para retenerlo y dar así razón a la existencia, asegurándose la posibilidad de pervivir, ya que se encuentra solo en torno al mundo y al poderoso silencio interior. Y asumir que hay que llamarlo a gritos, despertarlo, sacudirlo, movilizarlo a golpe de cincel, pluma, pincel, tomas de imágenes, notas musicales…, lo que sea y como sea, desplegando, voluntarioso, las alas de los anhelos.



 Barcelona, 16 de febrero de 2011.


©Teo Revilla Bravo.

viernes, 22 de mayo de 2015

LA PALABRA Y EL SILENCIO

(A propósito y coincidente con día del libro)


Pintura Orig. Marcelo Neira Tiempo deshow




Teo Revilla Bravo*

Jorge Luis Borges está considerado como una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX.Su consolidada reputación, a base de ficciones que mezclan el más puro discurso poético con los juegos de la palabra, le hacen sin duda único. Él mismo se autodefine en uno de sus poemas “Soy” igualando su figura a la de cualquier otro hombre, como “el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo del hermano”. No obstante, el escritor es mucho más que un mero observador del mundo o la realidad ya que va hacia el transfondo de todo lo que late...

Desde el silencio se crea, se piensa, se intenta conocerse y reconocerse uno mismo. Las grandes ideas van acompañadas de grandes silencios; por tanto, hay que alejarse a menudo del ruido y hasta del mismo murmullo, para sentir y poder crear. Saber hablar y saber callar, es signo de inteligencia; lo uno y lo otro, son inseparables. Carlyle señalaba la grandeza de la Palabra, pero nos advertía, así, ambas con mayúsculas, de que es más grande el Silencio. Y no obstante, qué difícil se vuelve todo esto en nuestro latir y sentir cotidiano en que vamos cargándonos de ruidos, temores, dudas y recelos. Sólo el artista, el creador, el místico, la persona sensible lo entienden y saben amarlo de verdad aunque aparezca a veces, entre silencio y silencio, la pesadilla, ese tremendo desorden mental que a una persona normal puede provocarle un grito de angustia, pero que puede transformarse en genial poesía si llega a alguien que sabe transmutarlo (ansias de desahogo) en frágil y admirable tejido verbal. El problema es que cada vez hay menos traductores de silencios, menos artistas o místicos genuinos, menos poetas que alienten auténticos versos o admirables obras de arte, siendo la obscura sombra la que se pasea por la tierra, la que se hace cargo de recoger y depositar en vano ese legado que se escapa inútilmente, sobre todo a los supuestos eruditos sin alma que andan sumidos en la simple pesadilla grandilocuente que provoca el ruido mediático.

Grande es la palabra que nace del silencio y germina; grande, porque cobra sentido máximo al sacarnos de las sombras, al ir trazando e iluminando el camino que hemos de seguir. Las sombras temen callar y desvanecerse; las sombras huyen de la soledad y del silencio, son ajenas al sentido máximo, corren hacia el bullicio alarmante; la sombras vuelan a olvidarse de sí mismas, generando jactancia y mucha vana presunción artística. Hay que respetar el silencio y recibir de él la luz. Hay que tener esto muy en cuenta, ya que es una falta de respeto para con el lenguaje pretender abolirlo como acertadamente señala en algún ensayo, creo recordar, Octavio Paz, ya que curiosamente la palabra del poeta no puede ser de otra forma, nace de ese silencio clarificador. Debemos aprender a enmudecer, a escuchar los sonidos naturales de la vida, a sentir los prodigios de ese silencio haciendo el esfuerzo de ir hacia su encuentro con la verdadera poesía, lejos del consumismo impersonal que tanto, en supuesta cultura, abunda inundando librerías, museos y salas de exposiciones. Cada vez hay más gritos y alborotos sobre el poeta, la cultura del incesante banal consumo es un verdadero problema.
Yo recomendaría leer a esos escritores que escriben silenciosamente musitando y reinventando palabras sobre el cuaderno, respetándolas y mimándolas tanto como al mismo silencio prodigiador; alejémonos de supuestos eruditos sin alma y de los hombres llamados prácticos que con tanto ruido nos distraen. La lectura verdadera, así como la escritura y la práctica de toda actividad artística sincera, necesita de exclusivo silencio.

Barcelona, 23 de abril de 2015.

©Teo Revilla Bravo.

*Artista, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria: lugar de encuentro de artistas, poetas y escritores de la lengua hispana y sobre todo, de buenos amigos.


http://orbitaliteraria.spruz.com/blog.htm?cat_id=BE479393-16EB-4B32-80F9-F1D141917062


viernes, 30 de enero de 2015

“EL GRAN EQUÍVOCO DEL ARTE CONTEMPORÁNEO: IGNORAR TÉCNICA Y OFICIO” (Continuación)


(La primera parte se puede consultar en el post del 19 de junio de 2014) 

"Laoconte" El greco. Renacimiento español.
Laoconte es una pintura de estilo Manierista. Tiene inspiración clásica y cambios contemporáneos que le dan el misterio de tener muchas interpretaciones, Parece ser que El Greco se inspiró en la escultura de mármol del mismo nombre que representa a Laoconte -mito troyano- y sus dos hijos, descubierta en Roma en el año 1506. Enigmática desnudez de los cuerpos. Impresionante.




Teo Revilla Bravo


Hay una gran desconexión entre los intereses creados por los poderes políticos y o financieros, y la realidad de lo que se presupone es el gusto artístico de la gente. Algo que no solamente pasa en artes plásticas, sino que también en todas las artes. Lo que es cierto es que cuando aparece una obra que cala en la sensibilidad de la gente, ésta acude a contemplarla entusiasmada, formando grandes colas. Por tanto, habrá que ver de qué obra se habla, el valor del montaje que se ha hecho, la facilidad económica para que pueda acceder el público, el gancho del artista, o el intento de conservar un status quo, algo que supone un alejamiento, de facto, entre élites artísticas y público en general, prerrogativas o privilegios nunca bien aceptados. Nos encontramos, pues, ante aspectos valorativos del arte bien diferenciados. De todo ello sacamos la conclusión, de que la vuelta a la figuración en las grandes exposiciones, conecta muy bien con la gente y llena salas; el claro ejemplo lo tenemos en las grandes retrospectivas que se han hecho últimamente sobre artistas muy conocidos, como son las que se realizaron sobre Antonio López o Sorolla, por nombrar dos de las más significativas. Ese entusiasmo que despertaron y despiertan estos pintores, significa una reacción lógica contra el caos que se impuso, décadas atrás, al privilegiar el arte conceptual -y demás modernidades- por encima de otras valoraciones, algo que no acabó de calar en la conciencia ni en los gustos del gran público. Habría que crear cánones claros y tomar decisiones, que mantengan enlazados ambos aspectos necesarios y complementarios, que en arte, para su engrandecimiento y desarrollo, han de hallar cabida y continuidad.

Se cuestiona también a menudo, el otro lado de la cara... Me refiero al hiperrealismo. Hay quien opina que ampliando la fotografía e imprimiéndola sin más, tendríamos prácticamente el mismo efecto que pintándola con tanta minuciosidad… El hecho de llamar a estas obras hiperrealismo desagrada a algunos -entre los que me encuentro-, ya que la definición debería ser la de arte figurativo sin más paliativos, ya que posiblemente sea la máxima reacción que existe contra o ante la abstracción absorbente y avasalladora durante algunos períodos. El llamado hiperrealismo consiste, como todos sabemos, en exagerar la figura, hasta llegar a términos realistas casi perfectos, demostrando así que se puede pintar la figura mejor de lo que se ha pintado nunca. La fotografía, en este caso, es un medio del que puede valerse el artista plástico para llegar a ese fin. El reto que se impone y se le exige, no es que la pintura se parezca mucho a la fotografía, sino que logre superarla en todas las percepciones posibles. El resultado, en una u otra forma artística –fotografía o pintura-, siempre es, ni mejor ni peor a priori, indiscutiblemente diferente. En pintura puede resultar más cálido y matizado el efecto al contener una inspiración más sugerente, más íntima y o artesanal, ya que se realiza, no con los ojos y la pulsación de la máquina, sino con los dedos de la mano y sobre todo con los del corazón.

Hay falsos revolucionarios del arte que niegan la asistencia a la academia o al taller compartido por incómodos o trasnochados, pero, al conducirse así, están demostrando simplemente que son unos oportunos ignorantes: los verdaderos revolucionarios respetan y admiran el pasado, ya que saben que es una fuente de información constante, de donde se aprende; saben que nos conmueven las obras de los grandes artista por su estética, por su magistral influencia, elogiando con ello la misma ética legada, y sabiendo que sobre esa base han de aprender, han de saber volar, han de construir un futuro lleno de descubrimientos y de nuevos valores.

Si no tienes base ni práctica de navegación, eres el guía de una barcaza a la deriva, perdida en el océano de un gran despropósito.


Barcelona.-mayo.-2014.


©Teo Revilla Bravo.

jueves, 16 de octubre de 2014

LA CREATIVIDAD



Wright Refracted (Cyan) de Robin Eley




Por Teo Revilla Bravo *



La creatividad aparece siempre, desde la asociación novedosa de acontecimientos artísticos previos y legítimos que se dan en todo autor, con la idea y el efecto de conseguir nuevos propósitos a través del desarrollo de las propias inquietudes. Es un estado especial de conciencia, que permite generar, a través del magnetismo producido por un don inherente, una red asombrosa y compleja de conexiones e interrelaciones sensitivas, que permiten al artista identificar, plantear, plasmar y resolver, problemas o inquietudes propias o del medio en el que vive de manera relevante y divergente. Según Venturini, la creatividad, sería la capacidad humana de modificar la visión que se tiene del entorno a partir de la conexión con el yo esencial. Eso permite al hombre generar nuevas maneras de relacionarse en ese contexto en el que coexiste, y a partir de él crear nuevos objetos, nuevas aventuras o desarrollos culturales a través estructuras habilidosas y composiciones esmeradas y sutiles, necesarias en toda sociedad que evolucione bien. Esta actitud o poder de transformación mediante el arte, tendría un componente genético establecido, que conllevaría un posible desarrollo posterior a través del esfuerzo y del tesón del artista en obrarlo como individuo comprometido consigo mismo y con su tiempo. Sea como sea, la idea primigenia ha sido interferida en cuanto aparece este impulso asombroso, esta disposición originalidad que se va convirtiendo en algo preciso, necesario. 


El boceto latente de la obra a crear, se genera y crece en la mente -punto de partida de toda labor de creación, sea plástica, musical, de arquitectura o literatura…-, en esa masa craneana que delimita todo comportamiento existencial y nos hace seres únicos y personales. Ese germen ahí encerrado, en evolución y a la espera de realización, puede fundamentarse en un sueño, en una fuerte inquietud, en una imagen asombrosa, en una idea recogida al azar, en un pensamiento o razonamiento oportuno sobre lo divino o humano; puede fundamentarse en lo poético existencial y personal, como es la visión de un horizonte, la estructura de una flor, la textura de una hoja, el relieve de una montaña o cordillera, la línea divisoria entre el mar y el cielo... Esa energía retenida (que no es otra que la que nace de vivir con intensidad los acontecimientos), comienza a ponerse en marcha con espíritu de adaptación, desde que somos conscientes de los estímulos provocados. Si apreciamos la necesidad, creyendo que es para bien, sentimos que hemos de obrar de inmediato, desde nuestras posibilidades, desde nuestras capacidades sensitivas e intelectuales, haciéndolo avanzar e intentando contribuir con un granito de arena más, a la acción benefactora global… 



El arte, lo imaginado o soñado, el signo o las señales que nos proporciona este sentimiento magnánimo, debe de tocarnos directamente las fibras más impresionables, haciéndonos reaccionar; debe devolvernos a la meditación, al momento interior de donde surge toda idea sensible y transformable, imponiendo su anhelo y arresto, iniciando un diálogo, creando juicios de valores con fuertes connotaciones simbólicas y conceptuales; ha de hablarnos, con su lenguaje único, propiciando las potencialidades más perceptivas, de manera que seamos conmovidos positivamente -afecto-efecto-, generándose, esa emoción del artista, como un elemento de inquietud y sensibilidad hacia la realidad transformable, exigiendo actuar en consecuencia. No debemos olvidar que la creatividad se relaciona con nuestras habilidades, con nuestras aptitudes y enfoques sobre una situación que tiene lugar, ineluctablemente, dentro de nuestros propios límites personales, sociales y culturales. 



La técnica adquirida para realizar cualquier tipo de obra ha de estar al servicio de lo poético, ser parte del lúcido y mágico engranaje del sentimiento: obra sin poesía, es obra muerta, se dice con acierto. La obra ha de ser desnudada de su originalidad para pasar a ser subordinada a actos de complicidad con el espectador, con el lector, con el admirador. A veces todo en uno. Lo que convenga en cada caso concreto, ya que se revela a través de un diálogo con el espacio, atendiendo siempre a estados anímicos por lo que es y en cuanto se es, al activarse sorprendentemente la imaginación, ese campo o zona donde se alberga la primitiva idea, el discernimiento y la percepción, y desde donde comienza a ser surgida la obra artística, a ser bienintencionada, a ser posible mediante la inspiración y el esfuerzo creativo que deviene a veces como sin apenas darnos cuenta. Cualquier estímulo puede hacer que florezca como una evidencia clara, lo más pura posible y sin interferencias ni contraataques, ahí donde lo incorpóreo se hace corpóreo; ahí donde lo perceptible expresado, lo onírico simbólico, lo imaginario poético, se abrazan a través de una necesidad humana de transformación y provocación, que lo harán sin duda emerger y prevalecer a través de esa corriente o magma, eternamente cambiante, que llamamos arte. 



Elemento de altos grados de lo llamado poético o bello, forman vida al momento, a través de este mágico desarrollo que como verdadero procedimiento o método ha de plantear requerimientos, interrogantes e inquietudes emocionales, recurriendo siempre a la interioridad del alma, al estado de necesidad, al desahogo emocional inmediato. Ahí donde se forma ese bucle hermoso que ha de entrar en contacto con los propios sentimientos -ahora ya a través de lo hecho compartido- aún sin ser a veces conscientes de cuánto mantenemos y de cuánto aparentemente olvidamos, pero que permanece latente. El arte se revela, acaba revelándose en todo ello como necesaria convulsión y se acomoda. Como nos diría Antonio Gamoneda, «La memoria también está hecha de olvidos». Todo parece estar de alguna manera expresado, pero la verdad es que a la vez todo resta por hacer. El arte intensifica, da razón de ser a la vida, es absolutamente necesario para contrarrestar su parte o lado considerado como oscuro, contradictorio, perverso o negativo. Y ahí queda: como tributo fundamental para el desarrollo y equilibrio emocional de la misma humanidad que lo necesita y alienta… 





Octubre 2012. 



©Teo Revilla Bravo.






* Artista plástico, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria, red de artistas, escritores y amigos de habla hispana, http://orbitaliteraria.spruz.com/


(Otras realidades, óleo sobre lienzo, 130 x9 7 cm., obra del autor español Modesto Trigo Trigo)