miércoles, 3 de octubre de 2012

¿TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR?




Probablemente, todos hemos recibido esta respuesta especialmente de nuestros abuelos, padres o de gente de cierta edad; cuando al referirse a la situación espiritual, moral, social o de costumbres, se compara el momento actual con “sus tiempos”.

Y así nos encontramos con que, “antes”, la gente era creyente, bien educada, responsable, y bueno, ¡hasta puntual!; y ahora es todo lo contrario. Inmediatamente se pasa a la posible causa: “es que se han perdido los valores”, se afirma. Entonces cabría preguntarse, ¿a dónde se han ido? ¿qué ha sido de ellos?

¿Acaso un concepto tan intangible como son los valores, puede perderse? ¿Acaso no es el mundo de los valores como el mundo del conocimiento científico y tecnológico, un proceso continuo de acumulación y superación?

La respuesta aunque nos parezca rara, es que no ocurre así en el mundo de los valores. “Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros, en este caso, en efecto, ya no seríamos libres”.[1]

¿Cabría entonces suponer que si otras generaciones hicieron su tarea en la cuestión de infundir valores, ello, no habrá solucionado la responsabilidad de la nuestra, que también tendrá que hacer lo suyo, y la de nuestro hijos a su vez también, y por consiguiente la de nuestro nietos, y así, sucesivamente? 

Estamos frente a una cuestión vital de autodeterminación, ya que “La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella. Pero esto significa que:

  • a) El recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean. Dichas estructuras no sólo son importantes, sino necesarias; sin embargo, no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo.
  • b) Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada –buena- condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas”. [2]
“Una consecuencia de lo dicho es que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por concluida. No obstante, cada generación tiene que ofrecer también su propia aportación para establecer ordenamientos convincentes de libertad y de bien, que ayuden a la generación sucesiva, como orientación al recto uso de la libertad humana y den también así, siempre dentro de los límites humanos, una cierta garantía también para el futuro. Con otras palabras: las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan”. [3]


Hacia un renacimiento moral


Habiendo analizado que el problema de la existencia de valores es generacional ¿acaso no podríamos pensar en un resurgimiento moral que iniciara en nuestra generación y continuará en la de nuestros hijos?

Renacimiento que sacará a nuestra Patria de la postración en que se encuentra, sumida en la depresión y el pesimismo, en el “estado fallido“, que vaticinan periodistas y líderes de opinión sensacionalistas.
Basta con estar plenamente convencidos de que es posible, tener la fe, la convicción y el entusiasmo, para transmitirlo a otros.

Aunque bien se que muchos de ustedes luchan desde hace años por este ideal, es necesario, darle nuevos bríos y agregar a más compatriotas. Y empezar no mañana, o pasado mañana, sino hoy mismo...


Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Carta encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI, 2007, párrafo 24
[2] Ibíd., párrafo 24
[3] Ibíd., párrafo 25