miércoles, 6 de noviembre de 2013

ALGUNAS CONDICIONES PARA SER BUEN ESCRITOR



HORACE PIPPIN (1888-1946) Pintor afroamericano  


Por Teo Revilla Bravo



Vocación, tenacidad, entusiasmo en ver y sentir, mucho arresto, mirada axiomática y sentido muy crítico ante lo que se escribe, cómo se escribe y para quién se escribe, redactando sin faltas de ortografía ni errores de puntuación graves; dejándose inundar por un humor secreto, personal, oculto y exquisito; ese humor que después se ha de dejar traslucir en las letras con fina ironía y apacible sutileza. El escritor, ha de lograr, ante todo y sobre todo, un estilo fluido y eficaz, poniendo especial ahínco en cómo narra o cuenta aquello que desea expresar o exponer ante los otros, seleccionando cuidadosamente el elemento o tema a tratar, de tal manera que llegue preciso a la conciencia lectora con notables ideas y amplias imaginaciones -sin machacona insistencia ni llamadas a la atención-, siendo capaz de hacer que ese escrito aparezca como una suave brisa acariciadora, que se impulsa vehemente entregada hacia el leedor. ¿Cómo? Entre otros factores, con un estilo favorablemente desarrollado, favorecido por las proverbiales metáforas que hacen posible la formación de los bellos atributos que toda expresión literaria ha de tener sin que el posible lector, absorto en lo que se le cuenta, lo note como exceso mientras le va inundando de verdad la historia o el relato. Por tanto, lo principal que ha de tener todo aquel que desea ponerse a contar algo mediante la escritura, es hallar ese modo conveniente que lo defina e identifique, que le de seguridad y equilibrio: esa voz inequívoca tan esencial en el mundo del arte, ya que es, sin duda, junto a las cualidades intrínsecas del manejo lingüístico y gramatical que se haya adquirido, el objetivo prioritario. El escritor ha de ilusionar e interesar, o no será; ha de lograr maravillar sabiendo mantener la atención, al crear proposiciones y mundos atrevidos, originales y sobre todo atractivos, a la vez que va perfeccionando, el esfuerzo en el trabajo y el poder de inventiva, capaces de generar riqueza y aciertos; algo esencial en quien desee trasmitir registros artísticos que ayuden a introducir, sensibles, hábiles y novedosas aportaciones al rico universo literario, bien sea mediante lo novelado, relatado o poetizado.

Escribir es como pintar un bello cuadro. La narración ha de poseer justa dosificación y buen temple, reflejando en ese lienzo pasiones, esperanzas, ilusiones, amores, y también todo aquello que nos resulte inquietante, como la injusticia incrustada en casi todos los compendios sociales que nos rodean. Esto, que no es nada fácil de lograr como todos sabemos, se consigue a través del atrevimiento y la constancia, con ese tesón necesario que nos lleve a lograr hallar la debida contención y prudencia como normas básicas, alejando tendencias a lo ampuloso y barroco que siempre cansa, desagrada y aleja, y en lo que caemos con cierta incauta facilidad si no estamos alertas. Hay que corregir el propio estilo, realizar retoques dando el valor adecuado a cada línea escrita, de tal manera que se limen malezas y vicios, fáciles de adquirir cegados por la ilusión y el imparable pálpito aventurero que toda ansiedad artística provoca. La obra literaria, como arte que es, no acaba nunca de realizarse del todo; se va agrandando y alargando mediante la práctica, obligando a actuar sobre ella permanentemente para engrandecerla: todo lo que escribimos, lo que esculpimos o pintamos, etc., forma una global labor artística de índole personal que proyectamos a los otros; aunque, inevitablemente, la vayamos, al menos aparentemente, finalizando en cada entrega, a modo de parcial conclusión. A través de la escritura, nos ejercitarnos en esa tarea de investigación, extraída del contexto en que existimos, labrándola o puliéndola en la medida de nuestras posibilidades. El esfuerzo va indicando el grado de sensibilidad personal que poseemos, la dicha de poder describir el amor por ejemplo y el mismo odio, dándole vías diferentes, reflejando una manera de sentir el aire, la claridad del astro sol, el reflejo de la bella luna en las aguas tranquilas de un lago o sinuosidad de un río a su paso por el apacible llano… Pintar lo visible y lo que está oculto, la ternura intuida de una mirada o la mayor de las tristezas… Todo eso tiene la literatura como posibilidad abierta, el hecho de escribir-describir mediante la perseverancia y la firmeza. Por supuesto que en ese camino de perfeccionamiento de la obra, al cuestionarse por iniciativa propia la realidad que se vive e inquieta, surgen los grandes aprietos, las interminables dudas, las desazones e inevitables conflictos personales; también la observancia, el estudio, y todo aquello que se pretende decir y no se logra expresar con el ímpetu y la certeza que uno, empecinado y porfiado en dejar constancia, quisiera.

Olvidarse de los delirios de grandeza es esencial: ser humildes, adaptables, sencillos y trabajadores flexibles; aparcar en lo posible el ego, y luchar por lograr esos grandes o pequeños sueños con tesón, es algo necesario si queremos obtener esa fuente de claros progresos, como personas y escritores, que nos guíen con gozo hacia la obra honestamente realizada.


Barcelona.-octubre.-2013.


©Teo Revilla Bravo.