viernes, 6 de junio de 2014

DE PÍO XII A FRANCISCO, UN LARGO CAMINO EN EL ECUMENISMO

(Primera parte)


Una imagen de la infancia 



Mi primera visión del mundo, era conjuntamente con las caricaturas de Disney, la de ciertos eventos reportados a través del noticiero Movietone (en blanco y negro), como la coronación de Isabel II (¡Aún reina de Inglaterra!), el 2 de junio de 1953. Incluso el Papa Pío XII, impartiendo bendiciones en su silla gestatoria, lucía como aquellos soberanos. 

Poco podía entender, que los reyes, emperadores y zares que en muchos casos habían tomado las decisiones de sus pueblos hasta la I Guerra Mundial. A partir de entonces, serían sustituidos definitivamente por los presidentes, primeros ministros y un führer, cargos que en muchos casos, y pese a un tinte electoral democrático resultarían vitalicios, igual que en las monarquías. Solo que las casas reinantes, ahora eran sustituidas por los partidos o movimientos políticos.



Juan XXIII y el Concilio Vaticano II



Ese gran historiados de las religiones que es Paul Johnson nos refiere de Pío XII: <<El aislamiento no era meramente personal. Afectaba también al credo y la actitud política. Pío era un Papa tridentino. A su juicio los ortodoxos griegos eran sencillamente cismáticos y los protestantes herejes. No había nada más que decir o discutir. No le importaba el movimiento ecuménico: la Iglesia católica ya era ecuménica en sí misma. No podía cambiar, porque tenía razón y siempre la había tenido. […] Ciertamente, todo el análisis que hacía Pío del cristianismo y el mundo implicaba un prolongado período de espera. Se necesitaba tiempo antes de que los herejes y los cismáticos recuperasen la sensatez y los materialistas abandonarán su materialismo ateo. La Iglesia podía esperar, como había esperado antes […]


La política cambió en casi todos sus aspectos a partir de fines de 1958, cuando Angelo Roncalli sucedió a Pío con el nombre de Juan XXIII. Roncalli estaba cerca de los ochenta años […] Era historiador y no teólogo, y por lo tanto no temía al cambio, sino que más bien lo acogió de buen grado como signo de crecimiento y mayor iluminación. Sus palabras favoritas eran aggiornamiento (“actualización”) y convivenza (“convivencia”). No sólo abrió inmediatamente las ventanas y permitió la entrada de aire fresco en la corte mohosa y antigua de Pío sino que modificó la política papal en tres aspectos básicos. Primero, inauguró un movimiento ecuménico centrado en Roma y lo puso bajo la dirección de un secretariado encabezado por el jesuita y diplomático alemán cardenal Bea. Segundo, abrió líneas de comunicación con el mundo comunista y terminó con la política del “santo aislamiento”. Tercero, inició un proceso de democratización en el seno de la Iglesia mediante la convocatoria de un concilio general […]>> [1]

Además cultivaba una amistad con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras I, la cual fructificaría en el pontificado de su sucesor.

Desafortunadamente Juan XXIII, murió sin ver el fruto del Concilio Vaticano II, pero había cumplido su trascendental misión de echarlo a andar.


Pablo VI, un Papa relegado


Fue Pablo VI, su sucesor. Un pontífice sin el carisma del papa Roncalli o del papa Wojtyla. Para más tenía una prominente nariz de tipo semítico, lo que aprovechaban los ultraconservadores tridentinos para declararlo un encubierto del sionismo. Pero Pablo VI, tenía que lidiar además con el clero y teólogos convencidos del materialismo histórico, que buscaban popularizar la “teología de la liberación”. Esta teología sustituía la tradicional redención o liberación del pecado cristológica, por la liberación de las “estructuras” y de los sistemas opresores, con lo que los sacerdotes y religiosos pasaban de ser pastores y predicadores a agentes del cambio social.

Pablo VI, aparentemente era un “Papa gris”, pero la verdad es que supo mantener la dirección de la “barca de Pedro” sosteniendo firmemente el timón en medio de las olas de los “ultras tridentinos” y de los “ultras progresistas y marxistas”. Llevó a un buen fin el Concilio Vaticano II y supo preservar la enseñanza católica en materia de matrimonio y control de la natalidad, en contra de la fuerte corriente mundial a favor del control natal, del aborto y del libertinaje sexual.


Hacia un nuevo encuentro con los ortodoxos


Fiel a los lineamientos del Vaticano II, rompió con el aislamiento del Vaticano, y se propuso viajar a Tierra Santa con el pretexto de peregrinar a los lugares santos. Era el primer viaje internacional de un Pontífice; pero además de Pedro, ningún pontífice había regresado a los lugares santos. No se descarta su intención de honrar dichos lugares, pero la realidad es que iba al encuentro de los “hermanos mayores” (los judíos) y de los “hermanos ortodoxos”.

En aquél entonces no había relaciones diplomáticas entre la Santa Sede e Israel y el viaje era algo inusitado. Sería la primera vez que un Papa visitará Tierra Santa y a pesar de que aún no había concluido el Concilio, Paulo VI decidió poner en marcha el Ecumenismo. La fecha designada fueron los días 4 y 5 de enero de 1964. El Papa entró a Tierra Santa por Amman, Jordania. Se reunió con el rey Husseín de Jordania y con el presidente de Israel, Zalman Shazar.

Ante el Santo Sepulcro, sorprendió al pedir perdón con humildad, por los errores del pasado, exhortando a "tomar conciencia de nuestros pecados, de los pecados de nuestros padres, de los pecados de la historia pasada, de los pecados de nuestra época".

Y vinieron los encuentros ecuménicos del Papa con el Patriarca Armenio y el Patriarca Ecuménico de Jerusalén. Pero sin duda el encuentro más significativo del viaje del Pablo VI a Tierra Santa, fue el encuentro con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras I. 

La memoria que privaba era la del Cisma de Oriente, en que León IX y el patriarca Miguel I Cerulario, se extendieron sendas excomuniones en el año de 1054. Aunque ambas iglesias se reunieron en 1274, en el Segundo Concilio de Lyon y en 1439, en el Concilio de Basilea, no prosperaron los intentos de reconciliación.
Ahora después de más de 500 años del Cisma de Oriente, se encontraban cara a cara el papa Pablo VI y el patriarca de Constantinopla Atenágoras. El encuentro inició con un fraternal abrazo y luego vendría la declaración conjunta en donde se declaraban por rehacer "las relaciones fraternales" entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, lamentaban les palabras ofensivas, los reproches y los gestos condenables, y borraban "de la memoria de la Iglesia les sentencias de excomunión". En una declaración conjunta, el 7 de diciembre de 1965, decidieron «cancelar de la memoria de la Iglesia la sentencia de excomunión que había sido pronunciada». 

Hay que reconocer que Atenágoras I, también era un promotor de la unidad en el dividido mundo ortodoxo y creyente del ecumenismo. Así se preocupó de la preparación y reunión de diversas asambleas pan-ortodoxas, como las de Rodas en 1961 y 1963, para tratar sobre los observadores que se enviaron al Concilio Vaticano II.

Pablo VI creó ese mismo año, de 1964, el Secretariado para las religiones no cristianas, y en 1976, el Consejo Pontificio Justicia y Paz.

Visitó Turquía en 1967, para corresponder a la visita del patriarca Atenágoras I a Roma.



Jorge Pérez Uribe



[1] Paul Johnson, La historia del cristianismo, Ediciones B, S. A., 2010, España