sábado, 26 de septiembre de 2015

EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO Y "LOS GUADALUPES"


Logo usado por Los Guadalupes para identificarse

Preámbulo



De la sociedad secreta de Los Guadalupes, puede no ser mucho lo que se conoce, sin embargo su huella es visible en el proceso de la Independencia de México. Podría en las siete cuartillas de este trabajo haber resumido su actuación con algunos nombres y fechas, pero no habrían quedado claros ni su origen, ni su participación.

La historia de México se enseña a saltos, destacando sus batallas o a ciertos personajes. Así hay enormes huecos entre el movimiento autonomista de 1808 y el movimiento armado de 1810, encabezado por Hidalgo, y de ahí brincamos a la figura de Morelos. En mi post “El mando insurgente tras la captura de Miguel Hidalgo” quise subsanar el hueco dejado entre Hidalgo y Morelos y reivindicar el liderazgo de Ignacio López Rayón, en cuya época se manifiesta plenamente ésta sociedad secreta. Ahora busco subsanar el hueco existente entre los movimientos de 1808 y 1810 y principalmente ofrecer a ustedes como se reescribe la historia de la Independencia bajo la pluma de la doctora Virginia Guedea, investigadora por excelencia de Los Guadalupes. Serán testigos de cómo el proceso de la independencia se dio de una manera natural y lógica, evolucionando de acuerdo a las circunstancias y sin ninguna interferencia externa.

Este trabajo se referirá exclusivamente al proceso de gestación de esta sociedad, y en posterior análisis expondré ya su actuación durante la lucha de Independencia.


Introducción


Desconocido por muchos, minimizado por otros, el grupo secreto de Los Guadalupes que funcionó en la Ciudad de México durante los inicios de la lucha de independencia, ha querido ser reivindicado por la masonería como suyo, pero la verdad es que antes que una sociedad secreta, fue una corriente de pensamiento y de voluntad de los criollos novohispanos y de algunos mestizos y peninsulares que la compartieron. Ignorado por la “historia oficial” de los regímenes emanados de la “revolución mexicana”, fue un movimiento importante que puso en jaque al virreinato y a sus instituciones, que tuvo sus propias conspiraciones, aunque abortadas y que finalmente prestó una ayuda invaluable a nuestros “Padres de la Independencia” Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio López Rayón y José María Morelos.

Años después, muchos de sus miembros, se adhirieron al movimiento encabezado por Agustín de Iturbide y algunos de ellos signaron el Acta de Independencia del 28 de septiembre de 1821, aunque los detractores de Iturbide -en su ignorancia- los señalen como amigos e incondicionales del consumador de la Independencia de México.


El proceso de emancipación de la Nueva España


Absurdo sería suponer que este proceso se inició en las tertulias celebradas en la casa del Corregidor de Querétaro don Miguel Ramón Sebastián Domínguez Alemán y con el posterior grito de independencia dado en la madrugada del 15 de septiembre de 1810. El proceso de emancipación fue un proceso lento, generado a través de los tres siglos que duró la Colonia. Fue un proceso de formación de un pueblo nuevo, de maduración de los novohispanos, que inicialmente aspiraron a la autodeterminación y posteriormente a la total independencia del Imperio Español para formar un Estado nacional.

A muchos sorprenderá, que por siglos, -una vez terminada la conquista de los territorios descubiertos-; no hubo un ejército en la Nueva España, simplemente porque no se le necesitaba. Fue el monarca absolutista Carlos III (1759-1788) quien mediante las llamadas “Reformas Borbónicas” decretó la creación de un ejército en las colonias, que a pesar de todo no llegó a ser muy numeroso.

La dinastía de los Borbones, que sustituyó a la Casa de los Austria a partir del año 1700, con sus Reformas, impuso graves cargas impositivas y financieras a los novohispanos y a los americanos de todas las colonias españolas, además de que lastimó sus creencias y sentimientos con la expulsión de los Jesuitas en 1767, lo que llevaría a un descontento que afloraría políticamente a partir de 1808.

Finalmente está la coyuntura que representó la invasión de Napoleón a España en 1808 y la subsecuente abdicación forzada de Carlos IV y Fernando VII, lo que llevó a la formación de Juntas Soberanas de Gobierno, -en las que recaía el poder ante la ausencia del rey- tanto en España como en América.


El antecedente autonomista de 1808


Fueron los letrados criollos del Ayuntamiento de México: licenciados Francisco Primo de Verdad y Ramos y Juan Francisco de Azcárate, quienes sesión del 19 de julio de 1808, propusieron la reunión de una junta de autoridades que se ocupase de defender el reino del peligro francés y que llenase el hueco existente entre las autoridades novohispanas y la soberanía. Así pues “el Ayuntamiento de México se convirtió en portavoz de aquellos sectores criollos capitalinos cuyos intereses no tenían mayores ligas con la metrópoli y que en una u otra forma se hallaban descontentos, presentándoles una alternativa de acción concreta. El virrey José de Iturrigaray (1803-1808), se sintió atraído por la propuesta del Ayuntamiento y la apoyó, iniciando una serie de sesiones para determinar la forma de ponerla en práctica. Por su parte los ministros de la Audiencia de México –con excepción del Alcalde de Corte, el criollo, Jacobo de Villaurrutia- se opusieron, dando un golpe de estado la noche del 15 de septiembre, apresando al virrey. En ello fueron encabezados por el hacendado peninsular Gabriel del Yermo, con la anuencia de la mayoría de ministros de la Audiencia, del arzobispo Francisco Javier de Lizana y Beaumont y del inquisidor Isidro Sáinz de Alfaro. Para la aprehensión del virrey, sus captores habían constituido un llamado cuerpo de Voluntarios de Fernando VII, el cual previamente había adquirido gran prepotencia y que se convirtió en el guardián del nuevo orden.

Se declaró a Iturrigaray separado del mando, nombrándose en su lugar al mariscal de campo Pedro Garibay. Los licenciados Francisco Primo de Verdad y Ramos y Juan Francisco de Azcárate, conjuntamente con el mercedario fray Melchor de Talamantes, el canónigo José Mariano Beristáin y el auditor de guerra, licenciado José Antonio del Cristo y Conde, fueron puestos en prisión. Este último sería después reconocido como miembro del grupo de Los Guadalupes.

Este intento de participar legalmente en la conducción de la vida política y su represión por un puñado de peninsulares, que actuaron con cautela y sigilo, parece ser que fue lo que llevó a los novohispanos a seguir el camino del secreto y la conjura, pero también les hizo comprender la posibilidad de la independencia y su poder para sostenerla.

Carlos María de Bustamante afirma que: “Desde aquel momento y por tan escandalosa agresión quedaron rotos para siempre los lazos de amor que habían unido a los españoles con los americanos”


Los viveros de Los Guadalupes


<<Fueron dos instituciones capitalinas que en un principio y de manera formal, facilitaron a los Guadalupes su eventual integración. Una, el Colegio de Abogados, del que eran miembros muchos de ellos y cuyo sentido de corporatividad reforzó la cohesión que les brindaba el lazo de su profesión. La otra el Ayuntamiento de la Ciudad, del que algunos de ellos fueron también miembros y cuyos esfuerzos por alcanzar una mayor participación en la vida pública de la Nueva España atrajeron y articularon los intereses autonomistas de numeroso criollos capitalinos.>>[1]


El virreinato de Pedro de Garibay (16 de septiembre de 1808 al 19 de julio de 1809)


<<Fue la suya una época muy propicia a la inquietud y al desasosiego, tanto por los sucesos que habían provocado su elevación al puesto más alto del virreinato y que despertaron bastantes y bien fundadas dudas sobre su legitimidad, como por la situación tan crítica en la que se hallaba la propia España. La metrópoli parecía incapaz de mantener el control sobre su vasto imperio; mucho más de ocuparse de su defensa.

El corto periodo de Garibay, que debió ser de pacificación y conciliación, lo fue de discordia y división. El influjo y preponderancia que durante los primeros meses de su gobierno alcanzaron los peninsulares golpistas, así como la injerencia de la Audiencia en todas las decisiones de gobierno, no hicieron más que avivar el rencor y el desconcierto de numerosos criollos capitalinos, que veían a sus agresores dueños por completo de la situación.>> [2]

El virrey temeroso tanto de los golpistas que lo habían nombrado como de los militares criollos que había servido bajo el gobierno de Iturrigaray, -inconformes con su prisión- dispuso la disolución del Cantón de tropas que existía en Jalapa[3], así mismo dispuso la disolución del cuerpo de Voluntarios de Fernando VII, lo que molestó muchísimo a sus integrantes.

Hubo algunos inconformes como el capitán Joaquín Arias que intentó liberar a Iturrigaray o protestas de algunos peninsulares que consideraron ilegal lo ocurrido, como las del coronel Joaquín Colla o las del mayor Martín Ángel Michaus, ambos del Regimiento de Comercio de México. Sin embargo la mayoría permaneció en aparente pasividad, por temor a persecuciones o sanciones de otra índole. Pero en el fondo, se empezó a tomar conciencia de la imposibilidad de lograr un cambio por la vía legal, así como de la efectividad de los peninsulares que con pocos individuos había podido deponer y apresar a la máxima autoridad, gracias a la cautela y sigilo de su proceder, es decir, mediante el camino del secreto y la conjura.

Señal del descontento fueron los numerosos pasquines, cedulitas y otros escritos anónimos que se repartían y fijaban. No se conoce en esta época aún la existencia de un grupo o un plan de acción definido, ya que las expresiones se hacían de manera individual.

La actuación de Garibay tampoco satisfizo a los golpistas, quienes pidieron a las autoridades de la metrópoli su relevo, solicitando una persona enérgica y capaz, así como el envío de tropas suficientes para sostener el control peninsular.

Mientras tanto en España, a partir del 25 de septiembre de 1808, se había logrado instalar en Aranjuez una Suprema Junta Central Gubernativa del Reino, misma que fue reconocida por las autoridades novohispanas y a la que se enviaron cuantiosos auxilios en efectivo. Para conseguir el apoyo de los dominios que constituían la monarquía, el 22 de enero de 1809 se emitió un decreto que reconocía que los reinos americanos debían tener una participación en ella. Este decreto dado a conocer en la ciudad de México el 15 de abril del mismo año, venía a avalar las pretensiones que en 1808 había sostenido el Ayuntamiento de México de ser parte integrante de la monarquía española y no meramente una colonia. Por otra parte al designar a los ayuntamientos de las capitales de provincia el proceso de elección de candidatos, reconocía que era en estas instituciones en quienes residía la representación de las provincias del reino. Este decreto vino pues, a abrir a los novohispanos una vía de participación política, que parecía cancelada con el golpe de 1808 y reavivó las esperanzas de los autonomistas.

Otra preocupación de la Suprema Junta era defender los territorios de ultramar, no tanto de una invasión armada de los franceses, sino más bien de la infiltración de agentes subversivos enviados por Napoleón.


El virreinato de Francisco Javier de Lizana y Beaumont (19 de julio de 1809 al 8 de mayo de 1810)


La Suprema Junta Central, con fundamento en los informes recibidos desde la Nueva España Y buscando restablecer la armonía en ella, nombró como virrey al arzobispo de México Francisco Javier de Lizana y Beaumont, quien tomó posesión el 16 de julio de 1809. Su actitud como virrey iría con la que le correspondía como obispo, lo que no satisfizo a los peninsulares golpistas.

<<La actitud benevolente de Lizana fue percibida por todos los novohispanos y varios de ellos como José Beye de Cisneros, reconocieron que obró “…con imparcialidad, sin distinción entre Europeos y Americanos”. Sin embargo para los novohispanos descontentos el arzobispo-virrey no dejaba de ser una más de las autoridades que habían apoyado el golpe peninsular, por lo tanto opuesta a sus intereses y cuyos intentos de conciliación no les parecían mucho de fiar. Por ello consideraron a su gobierno como el momento propicio, no ya para zanjar diferencias, como Lizana pretendía, sino para organizarse con más calma y eficiencia para lograr sus aspiraciones. tanto fue así, que durante su gestión surgió el primer movimiento organizado en contra del régimen que encontramos después del golpe de estado de 1808, la conspiración llamada de Valladolid, planeada por un grupo de criollos descontentos, partidarios de alcanzar una mayor autonomía, que intentaban cambiar el estado de cosas>>[4]

Una de las preocupaciones de Lizana fue defender al territorio de una invasión francesa y para ello reinstaló el Cantón de Jalapa, formó nuevos cuerpos de milicias y concentró tropas en San Luis Potosí. Varios novohispanos compartieron esta inquietud, entre ellos habría que mencionar a futuros “Guadalupes” como el licenciado Juan Nazario Peimbert y Hernández quien propuso a Lizana la creación de un ejército de 200,000 indígenas que se llamaría “El Irresistible de Naturales Voluntarios de Fernando VII”. También el gobernador de la parcialidad de San Juan, Dionisio Cano y Moctezuma (futuro Guadalupe), ofreció a los indios a su cargo para participar en la defensa del reino, pero ningún de estas propuestas fue aceptada por Lizana.


La conspiración de Valladolid (septiembre a diciembre de 1809


Entre los conjurados se encontraban militares, eclesiásticos, abogados y propietarios cuya finalidad era evitar que la Nueva España fuera entregada a los franceses por los peninsulares que aquí residían. Para ello planeaban establecer una junta que gobernase a nombre del rey si la península era sometida por los franceses. Su objetivo si bien era similar al del ayuntamiento de México de 1808, en su ejecución era totalmente distinto, ya que el secreto, el actuar en sigilo, eran ahora fundamentales. Así mismo se pensaba ahora en un golpe de fuerza mediante el apoyo de grandes grupos armados, para lo cual contaban con el regimiento provincial de infantería, con los piquetes comandados por Michelena y Quevedo y con los indios de los pueblos aledaños.

Las cabezas eran el capitán José María García Obeso, el teniente José Mariano de Michelena, y el franciscano fray Vicente de Santa María, pero aparecen nombres interesantes como el de Antonio Cumplido, quien junto con José María Morelos y José María Liceaga integraría el poder ejecutivo en septiembre de 1815. Se menciona aunque sin pruebas suficientes a Ignacio Allende, Mariano Abasolo y al mismísimo Agustín de Iturbide.

La conspiración fue denunciada por Luis Gonzaga Correa uno de los conjurados, apresándose a muchos de ellos, los que fueron tratados con mucha suavidad, gracias a la actitud benevolente del obispo-virrey. Su abogado defensor fue Carlos María de Bustamante, a quien se relaciona con Los Guadalupes.

Finalmente los comerciantes de la Nueva España intercedieron a través de los comerciantes de Cádiz que integraban la Junta para que fuese removido el arzobispo Lizana. La Regencia del Reino, -recién instalada- así lo hizo y en su lugar nombró a la Audiencia de México.


El gobierno de la Audiencia de México (8 de mayo al 14 de septiembre de 1810)


La Audiencia de México constituía el más firme apoyo de los peninsulares, lo que la había llevado a apoyar el golpe de estado de Gabriel del Yermo. Por esta razón se identificaba ya con un grupo minoritario y era vista con suspicacia por la mayoría de los novohispanos. Por otra parte en la misma Audiencia existían desacuerdos a raíz de la prisión de Iturrigaray.

<<Los criollos descontentos continuaron buscando la manera de alcanzar una mayor participación política y algunos de ellos fueron ya más lejos al pretender excluir del poder a los europeos. El gobierno de la Audiencia fue, pues un periodo de preparación, de incubación en el que esperaban de un momento a otro poder lanzarse a una acción decisiva. “En el poco tiempo que la Audiencia gobernó, iba tomando más cuerpo el mal que todos los días se hizo más y más terrible. No hubo estado, ni clase de la sociedad que no se iba inficionando de aquel veneno”, diría Salaverría algunos años después […] A pocos días de encargarse la Audiencia del gobierno de la Nueva España dio a conocer en la ciudad de México el decreto, dado por la regencia el 14 de febrero de 1810, que establecía que los dominios españoles de América y Asia debían tener representación en las Cortes que próximamente se celebrarían en la península. Para ello ordenaba proceder de inmediato a la elección de sus representantes, la que debía hacerse por medio de los ayuntamientos de las capitales de las provincias. Se dio paso a su cumplimiento desde luego y a finales de 1810 y principios de 1811 los diputados propietarios por la Nueva España tomaron posesión en las Corte generales y extraordinarias instaladas en la Isla de León desde el 24 de septiembre de 1810.>>[5]

Si bien este proceso vino a reafirmar los sentimientos autonomistas de muchos novohispanos y a abrirles una nueva vía de participación política, estos ya tramaban una nueva conspiración contra el régimen virreinal, puesto que ya habían perdido la confianza de lo que se hacía en España para mejorar su suerte. <<En vez de esperar de la metrópoli la solución de sus problemas consideraron mejor actuar concentrados en sus propias fuerzas. Mier describe dramáticamente el momento: “Sí, la ira estaba ya atesorada: los sucesos de España no han prestado sino la ocasión favorable de sacudir el yugo insoportable: la persecución de los criollos por los oidores encendió la mecha, la impericia, parcialidad e injusticia del gobierno de España la sopló: vamos a ver como se aplicó a la mina, y resulto por fin la explosión.”>>


El virreinato de Francisco Xavier Venegas de Saavedra y Rodríguez de Arenzana (14 de septiembre de 1810 a 4 de marzo de 1813)


Obviamente el gobierno de la Audiencia de México fue temporal. La Regencia del Reino designó como virrey a Francisco Xavier Venegas, militar destacado en la península en su lucha contra los franceses. Venegas desembarcó en Veracruz a mediados de agosto y tomó posesión unas horas antes de que el cura Miguel Hidalgo se lanzara a la rebelión. Es más el mismo día 15 de septiembre el virrey celebró una junta en Palacio, para dar a conocer a las nuevas autoridades, las gracias otorgadas a los donantes y la solicitud de envío de nuevas remesas a la península.

La difusión del pronunciamiento de Miguel Hidalgo, indudablemente alegró a los novohispanos inconformes, no así la actuación sanguinaria de la chusma incontrolable que lo seguía y les planteó un dilema con dos caminos igualmente peligrosos: <<Por un lado apoyar una rebelión que les era en cierta medida ajena, no por quienes se hallaban al frente de ella sino por la composición, origen, intereses y comportamiento de los grupos rebeldes, que además se mostraba terriblemente destructiva y cuyos objetivos no estaban definidos con claridad, pero a la que quizás por esto último se podría encauzar para el logro de determinados propósitos. Por otro, aceptar indefinidamente la sujeción, la represión, el sometimiento, en espera de la ocasión adecuada. Semejante disyuntiva haría difícil la toma de una decisión. En muchos casos, llevaría a mantenerse a la expectativa e, incluso, a jugar a la vez con ambas posibilidades.

Esta indecisión se percibiría claramente al acercarse Hidalgo a la ciudad de México a fines de octubre. Sólo unos cuantos individuos acudieron al llamado del virrey para defenderla de los insurgentes. También por ello fue que, a pesar de las simpatías con que contaba Hidalgo entre ciertos sectores capitalinos, nadie hizo nada para facilitarle la entrada “…en una ciudad que habiendo sido el foco principal de la revolución, contenía más que ninguna otra los elementos de ella”, según Alamán. Y sin duda esta actitud influyó en la retirada de Hidalgo y sus huestes […] Zerecero nos dice que a la llegada de Hidalgo cerca de México estos partidarios actuaban sin orden ni concierto y que al retirarse las tropas insurgentes comenzaron ya a tratar de organizarse. Según él, fue entonces cuando se fundó una sociedad secreta partidaria de la insurgencia llamada de "El Águila", que se convertiría posteriormente en la de "Los Guadalupes". También nos informa que Antonio del Río e Ignacio Valverde –este último pariente suyo-, que salieron de México y se unieron a Hidalgo cuando éste se hallaba en Las Cruces, fueron los primeros en establecer comunicaciones entre los jefes insurgentes y aquella sociedad. Para Timmons, “Aunque existe algún desacuerdo entre los distintos autores sobre cuando se originó la sociedad, probablemente se creó después del Grito de dolores”. Con lo anterior coincide Ernesto de la Torre, al afirmar que, “La formación de este grupo debió partir de la existencia de diversos núcleos comprometidos en el movimiento de 1810, los cuales trataron de apoyarlo de diversas formas. Por desgracia Zerecero no nos da mayor información sobre la manera en que esta agrupación inició sus trabajos. Tampoco la dan los otros autores mencionados. Por mi parte, no he encontrar nada que confirme estas aseveraciones.>>[6]


Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: Los Guadalupes de México, Universidad Autónoma de México, México, 2010
[2] Ibídem
[3] En este Cantón entablaron amistad el capitán José Mariano de Abasolo y el capitán Ignacio María de Allende y Unzaga, también participarían el capitán José María García Obeso, el teniente José Mariano de Michelena y el subteniente Agustín de Iturbide.
[4] Ibídem
[5] Ibídem
[6] Ibídem